sábado, 15 de noviembre de 2014

Peregrinos

Ayer, mientras dirigía mis pasos camino a mi hogar, luego de una encapotada mañana de trabajo, repensaba en los fragmentos de conversaciones que había entablado con personas varias. Sumaba a ello las propias conversaciones conmigo misma: las del día, las de los día anteriores, las de meses atrás… las de años pasados… las de siempre en realidad… Y he llegado a la conclusión que hay un común denominador en todas ellas: a pesar de las siderales diferencias de subjetividades, temas y ocasiones, en todos los casos hay algo que se manifiesta como una preocupación, como una carencia, como un problema presente que, no sólo reclama atención, sino que de algún modo hiere o al menos molesta, la dulce sensación de bienestar. 

Y es curioso cómo, de acuerdo a nuestras propias dolencias, solemos dividir al mundo en dos: si tenemos complicaciones de salud, dividimos a la gente en sanos y enfermos; si tenemos problemas económicos, en ricos y pobres; si creemos que no tenemos una imagen agradable, en lindos y feos; si nos estamos traumados con las secuelas que el paso del tiempo deja en nuestros cuerpos, en jóvenes y viejos; si arrastramos adosados a nuestra humanidad una cierta cantidad de masa corporal de más, en gordos y flacos… y así. 

Y cada uno, desde ese particular punto de vista juzgamos bastante linealmente las cuestiones de los demás: “¿y ese, de qué se hace problema…¡con la plata que tiene!?”. “¡Si yo fuera flaca como ella, pero me c… de risa de eso!”. “¿¡Y qué problema va a tener?, es joven y linda, consigue todo lo que quiere!”…

 El punto es que siempre hay algo, como si nunca nos conformáramos con lo que tenemos y centráramos la atención en lo que nos falta. Lo cual no lo considero precisamente un defecto, por el contrario, creo que es algo absolutamente natural, dado que somos seres en movimiento, que vivimos anhelando progreso y superación. Cuando no tenemos trabajo, buscamos cualquiera que tenga la capacidad de resolver las cuestiones de la supervivencia; cuando lo conseguimos, nos empezamos a preocupar por la estabilidad y las ganancias; si esto está resuelto, el problema es si nos gusta, nos sentimos reconocidos o satisface expectativas cada vez más exigentes. Si a este ámbito lo percibimos en orden, entonces nos abocamos a si somos queridos o no, si tenemos traumas que arrastramos desde la infancia, si la familia nos contiene o no… Y así. 

Si es lunes, esperamos con ansias el viernes; si estamos en actividad, soñamos con las vacaciones; si estamos a la vuelta de un viaje de ensueños, comenzamos a planear el que viene. Nada nos llena del todo, nada nos conforma total y permanentemente, siempre nos encontramos en tensión a… hacia algún rumbo, alguna solución, alguna necesidad resuelta o meta lograda. 

Y esto es así porque somos seres en movimiento. Por más que deseemos la estabilidad total donde tengamos garantizadas la satisfacción de nuestras necesidades e intereses, de tal forma que dediquemos todo el tiempo del que disponemos al disfrute puro de la vida, no parece ser ésta la situación humana común, y yo diría que ni siquiera nos conviene, por mucho que aspiremos a tal estado. Estas observaciones sobre la vida me dan una perspectiva sobre la realidad que me ayuda a sobrellevar en sentido positivo las adversidades cotidianas.

 En la medida que arrastro con preocupación mis carencias, pienso que, de tener resuelta ésta, seguramente estaría preocupada por otra cosa; si hoy creo que no soy feliz por no tener lo que siento que necesito, seguramente tampoco lo seré cuando, de tener “eso” me preocupe por faltarme “aquello”, pues, en definitiva, lo que me hace feliz o no en realidad depende de mi modo de enfrentar los problemas. Hoy no tengo casa propia, ¡qué feliz sería si la tuviera!... por supuesto que intento abrirme paso en medio de las dificultades para conseguir lo que deseo… pero estoy segura que si la tuviera, anhelaría otra cosa. Y eso es natural. 

Sólo que si hablamos de disfrutar, de sentirnos satisfechos con lo que somos y con lo que hacemos día a día, el asunto está no en tenerlo todo (porque siempre nos va a faltar algo), sino en nuestra capacidad mental de disfrutar lo que tenemos en la medida en que nos vamos moviendo positiva y creativamente hacia lo que nos falta o anhelamos. Si no sé disfrutar lo poco o mucho que actualmente tengo realmente, lo más probable es que tampoco disfrutaré aquello que consiga en el futuro.

 Lo que se sufre y se disfruta está no es las cosas y/o circunstancias, sino en nuestra mente: si nos sentimos fracasados por los que nos falta, o emulados a superarnos; si nos resignamos amargamente, o intentamos caminar hacia adelante, aunque más no sea andando a gata; si nos quejamos, sintiéndonos víctimas de los otros, envidiando a los que tienen lo que suponemos nos falta a nosotros, o nos concentramos en adquirir la capacidad de aceptar nuestros límites, sacando lo mejor de nosotros para seguir adelante, depende de cómo elijamos enfrentar esas carencias y necesidades. 

Por eso, para mí, la cuestión no está en decidir si ver el vaso medio vacío o medio lleno, porque creo que es necesario ver las dos cosas. Si sólo vemos lo vacío, nos amargamos por todo privándonos de la capacidad de disfrutar y gozar con lo que tenemos; si sólo vemos lo medio lleno, podemos acomodarnos a situaciones que nos frenan e impiden vivir mejor. La cuestión está en las actitudes y pensamientos con los cuales miremos lo uno y lo otro: lo ideal sería poder disfrutar a pleno lo que tenemos en la misma medida en que nos vamos ocupando con serenidad y prudencia de lo que nos falta. 

Disfrutar el paisaje mientas vamos caminando, a pesar del cansancio, de las inclemencias del tiempo y la enorme distancia que nos separa de la meta… Pues si esperamos a alcanzar la meta para disfrutar, deberemos saber que ésta siempre se corre, de tal suerte que siempre, aún con sueños logrados y éxitos alcanzados, siempre vamos de camino… 

Pues somos caminantes por esencia, y es caminando como vamos progresando y modelando nuestras vidas.
 Mariel