domingo, 21 de junio de 2015

Faviana. La prostituta

FAVIANA.  La prostituta.

I. Aprieto.

Lo intentó, pero de algún modo esa monja boba lo sabía. Intentó esconderlo: se calzó un Jean azul, un pulóver rojo —el más sobrio que encontró— unas apáticas botas negras; se lavó la cara del maquillaje, montó unos anteojos oscuros y se ató el cabello. Caminaba intentando no contornearse, y hablaba sólo lo justo y necesario.
Demasiado esfuerzo para nada: la monja lo sabía. Después de todo, ¿a qué puta se le ocurre mandar su pequeña a un colegio de monjas?
¡A ella! ¡Sólo a ella! Pensó que podía pagarlo, pero en los últimos meses se le hizo cuesta arriba por esas manditas semanas que no pudo trabajar culpa de aquel degenerado. Ahora la monja la citaba, seguramente para exigirle el pago.
Sabía que la beca era posible, sabía incluso de planes de pago, pero también sabía que las madres de las otras niñas andaban comentando de su “trabajo dudoso”, del ambiente poco propicio en el que vive la pequeña Jenny, su hija, y de lo inconveniente que es para el resto tener una compañerita “así”.
Y eso influía en su contra tanto para la beca como para el plan de pago.
—Hermana... sólo le pido un plazo. Estuve enferma y por eso no pude trabajar. Inmediatamente pueda, se lo pago.
Anabel estaba en aprietos, no quería parecer dura, y sin embrago la decisión estaba tomada.
—Quizás sea lo mejor que para el año busques otra escuela para tu hija...
—¿Por qué?  Si yo se lo voy a pagar todo. ¿Por qué no le van a dar el asiento a mi hija?
—Porque —dudó—… porque vemos que con tu “trabajo” no puedes afrontar los gastos de esta escuela.
—¿Y sabe en lo que trabajo?
—Sí.
Lo sabía, claro que lo sabía. Es algo que no se puede ocultar.
—No dé tantas vueltas. El problema es ese, ¿verdad? No es cuestión de la plata, es por mi trabajo.
—Bueno... sí.
—¿Y por qué no me dice las cosas claramente? Yo tuve la ilusión de que podrían no darse cuenta. ¡Infeliz de mí! Después de todo debería saber demasiado bien que a una prostituta se la corre de todos los lugares que quieran ser “limpios”. ¡Córrame a mí! Pero no a mi Jenny. Quiero para ella algo mejor.
—¿Y tú crees que nosotros podemos hacer algo? Ella es niña, y vive como normal lo que recibe de su casa.
—¡Su casa soy yo! Y le doy lo que necesita: cariño. Yo trabajo en lo que trabajo porque necesito la plata. Pero a ella la protejo lo mejor que puedo.
—Bueno... pero... tu trabajo no es honrado.
¿Qué mierda sabía la monja de la vida? Sólo el que vive en una cajita de cristal puede darse el lujo de juzgar a los demás. Faviana deseó ver a esa mujer vestida de gris lidiando con Tigre, y con esa cadena infinita de hombres que van a depositar en su cuerpo soledades, ardores, impotencias, frustraciones, degeneraciones, perversiones.
“Ya quisiera que la pobre tuviese que vivir mi vida, ahí va a saber lo que es honesto o no”.
—No puedo hacer otra cosa —le susurró intentando no enardecerse.
—El que quiere, puede.
¿Qué mierda sabía la monja de la vida? En lo real ese dicho era absurdo. Si ella quería cambiar, vivir de otro modo... ¿Qué pasaría con Tigre? ¿La soltaría así no más? ¿Y de qué trabajaría? Era prostituta desde los diez años, su “trabajo” le había tallado el cuerpo y configurado la personalidad, no sólo no sabía hacer otra cosa, sino que no sabía “ser” otra cosa.
Pero para Jenny no quería el mismo destino. Ella la cuidaría muy bien de, cuando llegare el momento, alejarla de Tigre y darle una posibilidad diferente. Por eso hacía el enorme esfuerzo de mantenerla en ese colegio a pesar de toda la corriente en su contra, y el “esfuerzo” no sólo era monetario sino más bien de amor propio. Le resultaba humillante tener que rozarse, y por mucho que lo evitara debía hacerlo, con un círculo diverso al suyo, donde se sentía profundamente estigmatizada.
Había logrado inscribirla en el Jardín de Infantes del Colegio San Jorge a través de una vecina amiga de la portera. La vecina acudía al establecimiento las veces que fuera necesario. Así esperaba pasar inadvertida. Pero hubo una reunión obligatoria que Rosa, la vecina, no pudo asistir y tuvo que hacerlo ella. Trató de pasar inadvertida, mas los demás padres la vieron aparecer, y supieron lo que era.
“¿Acaso tengo un cartel?” Era un estigma difícilmente ocultable.
—Dígame, hermana Anabel, ¿qué daño hago yo al Colegio? Lo de las cuotas atrasadas es una desgracia pasajera, que a cualquiera le puede pasar.
—No es al colegio, es a tu hija. Tú la has anotado en una escuela católica, con eso se supone que quieres para ella una educación religiosa. Y tú misma no vives tu vida de acuerdo a esa fe.
—¡Porque no puedo! Ustedes creen que nosotras somos prostitutas porque nos encanta tener sexo con los hombres. Ustedes creen que lo disfrutamos. Es un trabajo, y punto. De eso vivo desde los diez años.
—¡Diez años!
—Para que vea. A los diez mi padrastro me inició. Desde entonces soy prostituta. Es mi vida. Me guste o no, es mi vida. ¿Lo entiende? Para Jenny no quiero lo mismo.
—Lo entiendo —sus ojos pestañeaban demostrando su perplejidad—… En realidad, no lo entiendo. Le soy sincera, no lo entiendo.
—¡Qué curioso! Yo sí la entiendo a usted. No sé si usted por sí misma me correría. Pero tiene que cuidar la reputación de este Colegio. Usted me quiere sacar del medio por el comentario de los ricachones padres de las compañeritas de Jenny. Ellos presionan porque quieren que sus adorables hijitas nacidas en una cuna de oro no se contaminen con la mugre que hay en la sociedad. Pues para que lo sepa, muchos de esos padres que aparecen en sus reuniones, que tragan las hostias en sus misas, son nuestros mejores clientes. Quizás tengan un trabajo honesto, pero se lo aseguro que más de uno de esos santulones se tiran varias canitas al aire con nosotras. ¡Y mejor que ni le cuente lo cerdos que son! Puritanos a la luz del sol, endiablados en la oscuridad.
“Pero como todo es cuestión de apariencias, yo llevo las de perder.
Anabel, entendiendo o no, suspiró.
—Yo te espero con el pago —dijo sin convencimiento—, pero la decisión última no la tomo yo. Si te soy sincera, te diría que es cuestión de apariencias y que tú llevas las de perder.
“Al menos es franca” pensó Faviana. Y luego de algunos segundos, preguntó:
—“¿No me da alguna esperanza?”
—La del milagro.
—Si creyera en los milagros, tendría la esperanza de cambiar de vida. Pero la vida me demostró que los milagros no existen...
La ventana de la rectoría estaba abierta, dejando al descubierto un sólido enrejado negro. En su congoja Faviana no lo notó sino hasta entonces, cuando una ráfaga de fragancias suaves la invadieron, a pesar del aire frío. Como por instinto, dirigió su mirada hacia la ventana, donde pendía hacia afuera, en el borde inferior, un blanco macetero, lánguido y depresivo, sobre el que aparecían, endebles y raquíticas, algunas matas ralas florando una especie de trébol negro, grande.
—¿Qué planta es esa? —preguntó la prostituta, sin saber por qué.
—Le llaman “pensamientos”.
—Se están muriendo.
—Según el jardinero, en los pensamientos está todo.
—¿Qué todo?
—La clave de nuestra vida. Pensamientos oscuros, vida oscura. Pensamientos vivos, vida “viva”.
—¡Ojalá! ¡Ojalá fuese así de fácil!
Por un instante Faviana desbloqueó el menguado dique dulce de los sueños... Su mente dibujó aquella niña delgada al límite que, mientras su cuerpo sucumbía al vaivén de esos señores grandes y apestosos, cerraba los ojos imaginándose extensas praderas —como en la tele—, hermosos vestidos vaporosos y blancos, muñecas peponas para jugar a la mamá, libros y cuadernos de olor virgen para estudiar.
El recuerdo la hizo sonreír. ¡Si realmente fuese cierto que en los pensamientos está todo!
Ni las praderas, ni los vestidos, ni las muñecas, ni los libros se hicieron nunca realidad. Por el contrario, en la medida que su mente crecía se daba cuenta de lo que significaba su “trabajo”. Entonces, dejó de soñar.
Ese lapso de corriente agradable la sumergió en un estado de conciencia indefinido; como si, contemplando aquello pensamientos mustios, se hubiese dormido sin dormir.
No supo, ni vio, al jardinero que hundía la pala en el interior del macetero.

II. Tigre: temido salvador.

Dolía, más de lo habitual.
—¡Animal! ¡Detente! —le gritó al cerdo de ciento cincuenta kilos que tenía encima.
Por toda respuesta, él comenzó a tirarle los cabellos mientras jadeaba como un perro.
—¡Detente te digo! —insistió.
Al no obtener respuesta alguna, le golpeó para desasirse.
Él la encaró con sus ojos inyectados de rabia primitiva. Sin ver cómo ni por dónde venía, ella sintió duros golpes en su rostro. Amortiguada por la impresión, de pronto se dio cuenta que estaba bañada en sangre.
—¡Ay! Loco de mierda. Déjame que yo no soy para sádicos.
—Eres una puta y con eso basta —le espetó con voz queda— ¡Puta de mierda! Eres mía.
El pánico le daba fuerza, pero aún cuando doblase lo normal, no se podía liberar de aquel gordo bruto y degenerado.
—¡Tigre! —gritó la mujer con todo lo que tenía de potencia.
—¡Cállate o te mato!
—¡Tigre! ¡Tigre! ¡Tigre! —aulló hasta que una manaza de mármol le aprisionó sus labios.
Se debilitaba, y en la lucha desigual, vio perfilarse el oscuro rostro de la muerte.
Una ráfaga de alivio brotó de su ser cuando sintió que le retiraban el pesado lastre de su cuerpo casi extinto. Confusamente, lidiando contra el desmayo, vio a través de los manchones rojos de su propia sangre a dos hombres intentando reducir al gordo. Ahí no más apareció un tercero, armado hasta los dientes.
—¡Chancho de mierda! A mis chicas no se les hace eso.
Y silbó un disparo que fue a dar en el hombro del degenerado.
Faviana, que siempre temía la presencia de Tigre, nunca sintió tanta alegría al verlo. Era robusto, tez blanca, nariz prominente, ojos claros, frente pequeña. Cabellos rizados castaños, largos hasta la cintura, atados por la nuca.
Era su dueño y señor. Y ahora más, pues le debía la vida. Y él se la cobraría, de un modo u otro.
—Llévenlo afuera y denle una lección! Lo que es de Tigre, Tigre lo cuida.
El tipo aullaba de dolor y de espanto. Clamando piedad como un imbécil, fue llevado a rastras hacia fuera. Faviana sabía lo que le esperaba, y por tanto podía darse por muy bien vengada.
Fuera de peligro, se incorporó para verse. La zona de su pelvis sangraba con fluidez, lo mismo que los brazos y la nariz.
—Ese hijo de puta tenía una navaja —comentó Tigre al verla—. Le van a quedar pocas ganas de usarla.
La mujer se sintió desfallecer y comenzó a gemir.
—No te preocupes, ya te traigo al médico.
Tomó su celular y marcó un número. Habló algo y luego acudió hacia la cabecera de la cama donde yacía la cada vez más pálida prostituta.
—Ya viene. Me debes la vida, putita. Sin mí estarías muerta. Escúchame bien, putita, me perteneces para siempre. Que no se te olvide.
Se sentó cerca de la cabellera de la mujer. Sacó de sus bolsillos un pañuelo a pintas, y más como un gesto simbólico que efectivo, se lo aplicó a la sangrante nariz de la herida.
Faviana sentía que su existencia se escurría del cuerpo en un fluido continuo de sangre. Sin oír los vocablos de Tigre, comprendía perfectamente la situación: si sobrevivía era gracias a él, y por lo tanto, mientras respirara en este mundo, debía  sometérsele.
A cualquier alma normal se le habría partido el corazón ante la vista de aquel cuerpo raquítico, retorcido de dolor, desnudo y transparente, forrado de coágulos renegridos de sangre gruesa. Mas a Tigre, normal o anormal, la situación endulzaba de placentera adrenalina su agrandado ego. Se regodeaba internamente de aquel inhumano paisaje, pues le daba a él la posibilidad de sentirse superior, de sentirse necesario, de sentirse dios.
No siempre ocurrían cosas así, porque su patota filtraba mucho la clientela de su séquito de putas. Y ahora, ellas seguramente sabrían lo de Faviana, y le tendrían una veneración superior, por lo que podría exigirles más plata a cambio de su “protección”. En medio de la bajeza humana más ignominiosa, él reinaba.
—¡Ja! ¡Ja! Tigre es tu salvador ¡Ja! ¡Ja! Tu vida es de Tigre.
Pero esa vida no habría sido ni de Tigre ni de ella misma si no fuera por la pronta llegada del médico.
—Hola Tigre —saludó al entrar— ¿Qué ha pasado con la puta?
—Lo que ves, un sádico.
Él la comenzó rápidamente a revisar en la misma medida que intentaba frenar las hemorragias.
—Los cortes en los brazos están hechos con una navaja. Abajo... ¡Uy! por un tiempo no podrá trabajar. Perdió mucha sangre, sería bueno una transfusión.
—Es imposible si hay que llevarla a algún hospital.
—Vivirá, pero le costará recuperarse. A la sangre, se la puedo administrar en su casa.
—Que sea así.
—Está inconsciente. Voy a empezar a suturarle los cortes.

Y comenzó su desagradable labor. Consumió largo tiempo en hacerlo. Luego, Tigre tomó su cuerpo frágil como si se tratase del de un bebé, salió del cuarto y se deslizó con precaución por el estrecho corredor. A él confluían una decena de pequeños cuartos, habilitados para el negocio del placer.

miércoles, 17 de junio de 2015

Yo

Yo
apenas dos letras, dos espacios
sólo dos, nada más,
que cuales dos gotas en el mar reacio
resulta superfluo su estar...

Yo
apenas dos letras, dos espacios
sólo dos, nada más,
que cuales dos arenas del desierto
ni pena da el pisar...

Yo
apenas dos letras, dos espacios
sólo dos, nada más
cuales dos estrellas en la mañana
poco importa si brillan,
poco importa si marchitan.

Yo:
ínfimo lugar para un enigma
que se acrecienta en mi desconcierto
¿quién soy? pregunta mi muerta estima
¡Nada! responde el mundo en lo cierto
a quien no le importa si vivo,
a quien no le importa si muero.

Pensar que sin mí
todo igual sería;
pensar que nada
mi existencia cambia...
Pensar que alguna vez
ser algo quería...
O escrito estaba -ser algo-,
y yo lograrlo no pude.
O en blanco estaba
y yo jamás lo supe.

Mariel Elías.
Autora del "Credo de Andrea" http://www.amazon.com/dp/B00YERQEA0

jueves, 4 de junio de 2015

Nuevos dioses son posibles



Por fin en su cuarto se sintió un poco más segura. Inevitablemente rompió a llorar desmoronándose sobre el lecho, con un llanto tan amargo como inútil, pues nada aportaba luz sobre cómo hacer frente a lo que se le vendría.
Deseó ser abrazada, contenida, mimada, comprendida.
Pero estaba sola. Sola, ínfima e insignificante. Como un gusano. Como una lombriz. Y lo peor no era justamente la solitariedad que recubría su existencia, sino el vacío, ese vacío de intuir la total ausencia de un “yo” definido dentro del cuerpo sufriente condenado a vivir.
Unos cuántos golpes livianos repercutieron en sus fibras sacudiéndola con vehemencia. Tuvieron que repetirse hasta lograr que Anabel comprendiera su naturaleza: alguien tocaba por la ventana.
Casi por instinto abrió.
A través del cristal húmedo de sus lágrimas, logró distinguir al jardinero, cuyo rostro rozagante contrastaba diametralmente con el suyo.
Envuelto en un simpático enterito azul, teñido de tierra, con la pala de jardín en una mano, el hombre pareció darse cuenta que la monja no atravesaba, precisamente, su mejor momento. Tardó algunos segundos de estupor antes de comenzar a hablar.
¾Hermanita ¾su timbre sonó compasivo¾. Menos mal que no duerme. Le quería avisar que probablemente entre un poco de agua por su ventana. Es que estoy arreglando sus pensamientos.
¾¿Mis pensamientos?
¾Sí. Sus pensamientos. La verdad es que me están dando mucho trabajo... Están casi muertos y no parecen ser de buena semilla. ¿Dónde las compró?
¾¿A qué?
¾A la semilla de sus pensamientos.
El diálogo sangraba su coherencia interna como si se tratase de dos hablando idiomas diferentes. Anabel tenía por entonces la mente en un blanco mortal, y el jardinero se sentía impresionado por los henchidos ojos de la religiosa. No obstante, siguió insistiendo.
¾Mire sus pensamientos: están moribundos. Desde hace mucho tiempo estoy tratando de darles vida, pero en realidad no sé si vale la pena: son oscuros y mustios.
Y le señaló un blanco macetero rectangular que descansaba debajo de su ventana. La tierra estaba removida, pero de esta brotaban a duras penas unas raquíticas matas de hojas pálidas, cuya flor no era otra cosa más que un conjunto de cinco pétalos oscuros.
¾Yo no he comprado ninguna semilla, y ni siquiera sabía de este macetero.
¾Es que usted nunca viene al jardín. Hace mal, es un lugar muy bonito.
¾Mire ¾y no hizo ningún esfuerzo de ser amable¾, por mí, si se mueren estas plantas, no me importa. Tengo problemas más graves que la vida de estos pensamientos.
¾¡Es que en los pensamientos está todo! Tu vida está como están tus pensamientos¾escuchó cuando estaba por cerrar la ventana.
La voz del hombre había adquirido una densidad diferente. Y el inesperado uso del “tu” efectuó en sus oídos como una bala. Se estremeció al sentirse, confusamente, interpelada por alguien que conocía al dedillo su situación.
Supuso que el profundo estado de stress le estaba jugando una mala pasada al alterarle tan dramáticamente la percepción de la realidad. Volvió a tenderse en la cama sumergiéndose nuevamente en lo más profundo de su llanto inútil y amargo.
En un momento dado comprobó que hasta el mismo acceso de lágrimas había cesado para dar lugar a un peligroso estado de... ¡nada! Permaneció recostada, boca abajo, con el rostro hundido en la almohada.
(…..)
µ µ µ

Volvió abrir la ventana de par en par. El jardinero estaba allí, asomado a su ventana, mientras regaba el macetero de sus pensamientos.
¾¿Cómo es eso de los pensamientos?¾preguntó Anabel.
¾Los pensamientos son los que permiten gozar o sufrir, amar u odiar, reír o llorar, vivir o morir... Los pensamientos determinan nuestra existencia ¾sentenció el presunto jardinero.
¾¿De qué me habla? Los pensamientos no son más que ideas, las ideas que uno se hace de la realidad.
¾Y ahí está la clave de la vida: en la idea que uno se hace de la realidad. ¡A diario escuchas tantos problemas de las gentes!... ¿y no te diste cuenta de esto?
¾No. La gente que sufre tiene sus motivos. La vida no es fácil para nadie.
¾¿Por qué sufre Roxana, tu alumna?
¾No tengo idea. Es una chica caprichosa.
¾¿Por qué sufre Alejandra, su madre?
¾No sufre. Es una piedra. Tiene merecido lo que le pasa.
¾¿Por qué sufre Marta, la portera?
¾Porque es una resentida. No le gusta trabajar. No sabe administrar su sueldo
¾¿Por qué sufre Faviana, la prostituta que atendiste ayer?
¾Porque su hija no va a poder seguir estudiando acá mientras ella no cambie de ocupación.
¾¿Por qué sufre Mariana, la profesora de lengua?
¾No sé. Es una solterona amargada y arpía.
¾¿Por qué sufre Constanza, la amante de Alfredo?
¾¡Esa no sufre! La pasa bien. Se acuesta con un tonto con plata y lo tiene todo.
¾¿Por qué sufre Visitación?
¾¡Qué mierda va a sufrir esa! ¾la rabia le salió tan espontánea como el parpadeo¾. Esa se encarga de hacer sufrir.
¾La verdad está al alcance de tu mano, todos los días y en cada minuto... ¿y no te das cuenta? ¿Y tú? ¿Por qué sufres?
¾¡No sé! ¡Realmente no lo sé! Yo elegí esto para mí, estoy metida en medio de este sistema, y aunque parezca muy fácil salir de aquí, no sé por qué no puedo. Estoy enredada. No sé lo que falla. ¡Si por lo menos estuviera decididamente enamorada! Tendría una razón clara para elegir otra cosa. ¡Pero ni eso! Es como si Dios mismo me hubiera fallado. Yo quise encontrar en mis ideales la felicidad... y lo único que encuentro es vacío y dolor.
¾El mismo vacío y dolor de Faviana.
¾No. Ella es una prostituta. Yo soy una monja.
¾¿Y cuál es la diferencia?
¾¡Pero es más que obvio! Mientras que ella entrega su cuerpo al pecado, yo se lo entrego a Dios.
¾¿Y de qué te sirve entregarlo a Dios si tampoco tú eres feliz?
¾Bueno... pero... es que Visitación me hace la vida imposible.
¾Entonces tu vacío y dolor es el mismo que el de Visitación.
¾¡No! ¡Nada que ver! Ella es una vieja arpía. Yo...
¾Eres mejor que ella... Más buena... Te tendría que ir mejor, entonces.
¾¿A dónde quiere llegar?
¾Que tu vida “religiosa” no tiene buenas semillas, no tiene buenos pensamientos que te permitan vivir con plenitud. De Dios no sabes absolutamente nada. Entonces, no puedes lograr entender el significado profundo de tus votos.
¾¿Cómo que no? Castidad, pobreza, obediencia... es claro. Sin marido, sin plata, sin libertad.
¾¿Y realmente pretendes ser feliz así? No conoces a Dios, no sabes nada de él. Realmente no sabes si tus votos tienen significado o no.  Dios nunca pediría nada que trunque la naturaleza humana; al contrario, Dios ama el ser de cada uno, Dios quiere la plenitud de tu ser.
¾Esa plenitud ¿no llega con la vida eterna? ¿No es el premio que Dios da a los santos?
¾Si no aprendes a ser feliz en este mundo, no vas a saber disfrutar la eternidad. El vacío es siempre ausencia de Dios.
¾¿Este sufrimiento no es una prueba de Dios?
¾Dios no prueba. No necesita probar nada. Si alguien toma en serio y respeta a ultranza la palabra humana es el propio Dios. Lo que sucede es que la vida del hombre es una búsqueda, y búsqueda dinámica, en permanente cambio, y muchas veces ese hombre toma atajos oscuros, que aún cuando quiera encontrar a Dios, en el fondo se aleja. Y eso no está mal, porque de esas oscuridades aprende. Oscuridad e infelicidad son sinónimas. Vacío y lejanía de Dios también. Cuando hay vacío, es señal de que se ha errado el camino. Hay que cambiar.
¾Entonces ¿yo tengo que dejar de ser monja?
¾Tal vez. Pero en realidad lo importante es cambiar... los pensamientos.
¾¡Otra vez con lo mismo! ¿Y qué pensamiento tengo que cambiar?
¾Empecemos por la base: de Dios no sabes nada.
¾Se supone que mi vida está dedicada a Él. Es muy duro lo que dice.
¾Y muy cierto. Esa imagen de Dios que tienes en tus pensamientos no corresponde al Dios verdadero. En cierto sentido es natural que así sea. Dios es infinito, por lo tanto es infinito el proceso para conocerlo. Lo peligroso es encerrarlo en un concepto y pensar que ya todo está claro.
¾O sea que tengo que admitir que soy ignorante de lo que creo saber.
¾Exactamente. Y no sólo reconocerte ignorante de lo que crees saber, sino incluso aprendiz de aquellas personas respecto de las cuales te sientes “mejor” que ellas.
¾¿Cómo? ¿A qué se refiere?
¾Por ejemplo: para saber si tiene sentido o no tu voto de castidad deberías ponerte de alumna de... Faviana. También mucho te podría enseñar... Mariana. Y, para doctorarte, el último toque podría dártelo... la amante de Alfredo.
¾¿Qué?
¾Con respecto al tema de la pobreza... ¿Alejandra? Sí, Alejandra y Marta, la portera resentida. ¿Qué nos falta?
¾No lo entiendo... ¿Qué tienen que ver estas mujeres con los valores evangélicos que profeso?
¾¿Qué nos queda?
¾Lo más difícil. ¡La obediencia!
¾¿Lo más difícil? ¿Es realmente lo más difícil?
¾Es lo que menos aguanto: el poder de Visitación, o sea de una superiora que me mande.
¾Sí, claro... Y sin embargo aquí está la clave... Y para esto bien te puede venir la experiencia de Dios tanto de... ¡Roxana!... y de...Visitación...
¾¡Esto es una locura! ¿Qué tienen esas personas para enseñarme?
¾Sus heridas.
¾¿Y cómo haría para que me enseñen “sus heridas”?
¾Desde tu posición de espectador de la vida de los demás, es literalmente imposible. Pero he conseguido de parte de Dios un permiso especial para ti.
¾¿Un permiso especial? ¿De qué se trata?
¾Es especial. Único. Dios te va a conceder el don de tener la experiencia psicológica de vivir un trazo de la biografía de estas mujeres desde dentro de ellas mismas. Es decir, en un momento dado te despertarás como una de ellas y vivirás en tu carne lo que ellas viven. Sentirás como tuyos sus dolores, sus miedos, sus expectativas, sus luchas por la supervivencia. Amarás lo que ellas aman, y odiarás lo que ellas odian. Tendrás sus pensamientos en tu mente y sus deseos en tu corazón. ¿Qué me dices?
¾Es que... no sé. Es difícil de entender. ¿Yo voy a vivir la vida de esas mujeres?
¾Así es. Un trazo de esa vida... tratando en todo caso de darte cuenta cuál es la instancia salvadora en la que Dios se hace presente.
¾Pero... ¿En qué sentido voy a estar dentro de ellas?
¾Más bien ellas van a estar dentro de ti. Como te dije, se trata de una experiencia psicológica. Cada una de ellas continúa por sí misma su vida. Pero de sus historias, tú puedes aprender todo lo que estás necesitando para resolver el problema de tu vida.
Quizás abstraída por la inusual conversación, de pronto notó con susto que la percepción de la realidad no era la de siempre. Se sintió lejos y cerca de la vez, en el tiempo y fuera de él, hablando con este hombre y durmiendo a igual tiempo.
Una sensación de hielo rodeó su cabeza y quedó francamente turbada. Sintió vértigo cuando comprobó que había perdido momentáneamente la visión, y al recobrarla, se sintió perdida... es que continuaba sentada en la cama. Llorosa y sola. La ventana estaba cerrada. No había rastro de jardinero.
Lo que sucedía era raro. Muy raro. Continuaba arropada en su abrigo.

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