domingo, 29 de marzo de 2015

Espíritu de Navegante


Adoro los suelos firmes y las montañas perfectamente enraizadas donde deben estar… no obstante la vida -por una testaruda búsqueda de lo trascendente, del sentido de la existencia, de la construcción de un mundo más acogedor de lo humano- me ha convertido en un navegante de realidades inciertas, con un rumbo delineado por trazos gracias a la intuición profunda.
Mi intuición me ha llevado a apostar la vida entera a Dios y al amor (que según mi percepción ambos términos expresan lo mismo), y en la conformidad a la religión hubiera encontrado mi suelo  firme si yo no hubiera advertido su lado insuficiente. O tal vez inconsistente. ¿Contradictorio?... Es ese lado donde sus estructuras se sacralizan por encima de la sacralidad de lo humano y de lo humanizante, en donde la Institución se coloca como fin en sí misma replegando su servicio humilde a la humanidad.  

Desear con el alma andar por este sendero sostenido y seguro para luego ceder a la evidencia de sus abismos, sus oscuridades y (lo que es peor), la intrascendencia de sus metas, lastima el alma produciendo un dolor moral difícil de describir.
Y como respuesta a ese dolor se abrieron  ante mí tres alternativas diversas: o encogía los hombros y continuaba caminando como si tal, minimizando las inconsistencias, o cedía a la increencia (posición perfectamente justificada desde mi razón), o continuaba mi búsqueda, navegando en los intempestivos mares de las realidades humanas, tan comunes y cotidianas, que parecen impermeables a la experiencia trascendente.

¿Qué puede hablarme de Dios (¡de Dios! sin reducir la vivencia al campo moral) el alocado ritmo de obligaciones laborales y familiares, la lucha por conseguir y mantener un puesto de trabajo, los desafíos para vivir la sexualidad de modo satisfactorio, las incesantes demandas económicas y culturales para hacerse sentir presente en medio de la sociedad, el esfuerzo por educar los hijos, hacer vida en común con la pareja, el continuo fluir de problemas que trastornan nuestros vivires diarios…? Tiene más sentido la pretensión de escuchar a Dios en el silencio de la oración, de las prácticas devotas, de acciones solidarias puntuales, en la pertenencia a comunidades religiosas que nos ayuden a ordenar e interpretar la vida…  Y sin embargo, sin menoscabar el valor que tales prácticas tienen, me resultaron contraproducente si no me ayudaron a ligarme a lo primero: a mi propia realidad existencial.

Sí, el devenir humano habla de Dios, y nada mejor que él lo hace. Ya no son tiempos –lo creo sinceramente- en que la “fuga mundis” sea condición necesaria a la mística; al contrario, y más aún si ésta quiere ofrecer sus servicios a la comunidad humana, debe necesariamente anclarse en la vida que vivimos todos, pues sólo así se hace significativa.

“Mística” es un término que saco del arpón de los recuerdos dotándolo de un sentido renovado que conviene precisar para evitar ciertos prejuicios. La palabra en sí significa “misterio” y hace alusión a la experiencia de Dios, es decir, al encuentro de las personas con el Misterio de Dios. Y es aquí donde pueden surgir los reparos del término: yo no me refiero en modo alguno a experiencias fuera de lo “normal” (visiones, apariciones, “milagros”, etc.), y muchos menos privativas de algunas pocas almas privilegiadas. Y fundamentalmente, esta mística de la que hablo está toda ella enraizada en la realidad, y produce como fruto la sanación de nuestras zonas enfermas y alienadas, y de tal forma es así que sólo en este efecto considero que la experiencia, que de suyo es interior, personal, subjetiva, de alto impacto psicológico, es realmente encuentro con la trascendencia y no una simple sugestión fabricada por la propia imaginación (que es el riesgo que se corre.

Los mares sobre los que navego se tornan muy sutiles cuando se trata de alcanzar el trazo Divino que reside en mi interior diferenciándolo de las sugestiones, de los recuerdos concientes e inconcientes, de las trabas psicológicas, de los tabúes personales, de mis propios esquemas mentales, todo lo cual se pone en juego cuando el encuentro místico sucede. Los esquemas mentales son permanentemente removidos y es por ese motivo principal por lo que creo en la existencia de un Dios como realidad en sí misma, aunque no lo veo con mis ojos físicos.

Siendo la percepción psicológica algo totalmente subjetivo ¿cómo sé que lo que yo llamo “encuentro con Dios” no es una divagación de mi mente delirante? Porque si así lo fuera, el delirio reforzaría mis esquemas de pensamiento, mis conceptos, mis propios idearios, mis representaciones entre concientes e inconcientes… Pues precisamente el delirio surge de allí, de mí misma en definitiva. Pero si la experiencia te obliga de algún modo a superarte, te abre los horizontes mentales, agrega claridad a tus propios pensamientos, haciéndote desterrar concepciones que resultan obsoletas… es decir, si hay movimiento hacia un conocimiento progresivo, es porque hay alteridad en la experiencia, es porque algo de fuera te está conduciendo hacia el progreso, hacia el crecimiento… hacia la libertad en un sentido tan pleno que es difícil de describirlo.

Navegar por los mares, sin parámetros y con escasos puntos de referencia, hace imprescindible poseer una buena brújula para señalar el rumbo. Mi brújula es precisamente el discernimiento en la vida concreta. De más está aclarar que muchas veces fui víctima de sugestiones, que me orienté hacia rumbos errados, que equivoqué el norte. ¿Cómo diferencio lo auténtico de lo falso? Por el efecto estable (no siempre el inmediato) advertido en dos planos: en el interior (lo auténtico, aunque no siempre nos da la respuesta que queríamos, produce una llamativa sensación de liberación, esperanza, fuerzas, entusiasmo, alegría; en cambio, lo falso produce malestar, desaliento, pesimismo o una euforia histérica); y en el exterior, donde los acontecimientos adquieren más coherencia y sentido, se nota la mejora en todos los planos de la existencia, encontramos modos de abrirnos caminos y de enfrentar nuestros problemas.

 Es un proceso sanador integral… por eso nada más lejos de un místico auténtico, la imagen de una persona alienada de la realidad, que vive en “otro mundo”, de cuya “sabiduría” no nos podemos beneficiar porque no entendemos lo que nos dice, o no nos resultan representativas sus expresiones. El místico es alguien de carne y hueso que vive la vida de todo el mundo, y navegando en la vida de todo el mundo alcanza sabiduría para vivir mejor.

Con esto no quiero decir desde ningún punto de vista que la religión no juegue aquí ningún papel relevante: hay quienes se sienten verdaderamente contenidas e incentivadas a la espiritualidad de un modo auténtico y liberador.
Quizás para esas personas sea de difícil comprensión la vivencia de quienes resultaron lastimados por las incoherencias “religiosas”, y lleguen a juzgar con facilidad su moral sacando conclusiones que marcan aún más las heridas.

Para ir finalizando quisiera expresar lo que según mi parecer necesitamos hoy encontrar en la formación religiosa (y ahora sí me voy a referir a la Iglesia en concreto): un espacio curativo de las deshumanizaciones culturales a las que estamos expuestos, una propuesta a la búsqueda de respuestas existenciales significativas, habilidades de discernimiento para aprender a ver lo bueno y lo valioso en su contexto y saber definirse por ello, actitudes inclusivas, comprensivas y solidarias con todas las realidades humanas. Y actitudes, no sólo discursos, porque los discursos son maravillosos, impecables: el desafío es más profundo (y menos lineal, por ende), es discernir las estructuras, los modos, la presentación social,  las acciones y –fundamentalmente- la transparencia de los agentes, para acercar la realidad al discurso.
Lo viejo, lo caduco, lo que ya no sirve, estorba.

La sed de espiritualidad de estos tiempos es tremendamente honda. Y navegar es difícil, sobre todo en soledad; yo lo soy, sin más remedio, pero desearía que muchos pudieran sentir en sí mismos la libertad y plenitud de la verdadera experiencia de Dios sin sufrir tantos desconsuelos ni afrontar los innumerables riesgos de desviar el rumbo.

Notas:
1-      En la Novela “La Isla Blanca” describo de un modo metafórico mi proceso personal de  desencanto con el mundo religioso y la necesidad de romper sus esquemas (que desde luego los tenía absolutamente internalizados) para acceder  a la experiencia de lo Trascendente. De igual modo en el desdoblamiento de personajes (Mabel-Andrea) se refleja mi duelo interior por la espontaneidad y legitimidad de la experiencia (Andrea), y el implacable juicio de mi razón que la pone a prueba, la analiza con desconfianza, fluctúa entre darle espacio o no, para finalmente incorporarla armónicamente en lo global de mi persona.

3-      Por último quisiera expresar mi profundo dolor de observar todo el bien que la Iglesia pierde de hacer a las personas ligadas a sus empresas (destinadas a la caridad, a la educación en todos sus niveles, a la salud, a la promoción social) por su excesiva institucionalización y la falta de significatividad en sus propuestas pastorales. Desde luego que reconozco todo el esfuerzo humano puesto en ello, todo el capital invertido, y las buenas intenciones de sus agentes; valoro, incluso, los resultados de tales empresas: se cubren necesidades, se educa numerosos niños y jóvenes en exquisita calidad, ser asisten enfermos sin recursos… y la lista sería interminable. Pero (quiero enfatizar este vocablo)… pero… es mucho más lo que podría hacerse… sobre todo si se pretende cubrir las necesidades espirituales del ser humano, que las tiene, y muchas. Para mí lo que impide que ese servicio llegue hasta las raíces del ser humano es que la Iglesia confía demasiado en la eficacia de sus empresas como tales, y de algún modo las sacraliza, las convierte en un fin en sí misma y supone que si perdura en el tiempo, y es eficiente en su función social, cumple con su misión trascendente.  Y en realidad lo único imprescindible para la evangelización es el agente mismo, su cualidad personal, su propio liderazgo espiritual. Sólo puede transmitir la Buena Noticia si la vive y si se comunica realmente con las personas que pretende servir. Es decir, más importante que la empresa, es la persona, las personas, la comunidad… No basta con que sean buenos profesionales, deben ser buenos líderes (y con ello no me refiero a ninguna capacidad especial, basta con la convicción personal y el amor concreto) y, desde luego, con una forma de actuar coherente con el mensaje profesado. Me duele (y aunque es una expresión ya redundante la vuelvo repetir) constatar actitudes y decisiones de los agentes a cargo de las diversas empresas eclesiales contrarias al evangelio, aún más, contrarias a las propias enseñanzas de la iglesia en su doctrina social, como si el sólo hecho de ser “para la Iglesia” justificara (o al menos relativizara) las injusticias cometidas. Injusticias hay en todos lados, sólo que dados del lado de la Iglesia con su función de trasmitir las enseñanzas de Jesús –que llama felices a los que tiene hambre y sed de justicia- este hecho la hace pactar con el enemigo, la hace principio de su propia destrucción… este escándalo lo debería cuidar mucho más de lo que lo hace…
Deseo que en un futuro no muy lejano lo más visible de la Iglesia no sean sus estructuras sino la fraternidad de sus miembros. Entonces no será necesario enseñar tanto sobre lo que es la Iglesia. Ella, en silencio, simplemente estaría allí, donde dos o más se reúnan en el nombre de Jesús.





sábado, 14 de marzo de 2015

Sobrevivir en la Era de la Pos-Tecnología.


Huir era toda la consigna. Había sido atacada por la banda de maleantes encapuchados en el parque de acceso a su USIA. Ella sabía que no debía salir de los sitios seguros sin escolta, pero el hidalgo la había deslumbrado con sus cabellos danzando al viento, su reluciente armadura brillando a la luz del sol y su musculosa figura erguida sobre un corcel color nieve…   
No sólo no dudó, sino que incluso se sintió plenamente alagada cuando él la invitó a una aventura de amor en los prohibidos bosques del exterior.
Ni bien el noble galán la hubo internado en las profundidades del bosque salvaje, tres rufianes escondidos dentro de sus capuchas negras los embistieron para sacarle sus joyas y vaciar sus alforjas. Y todo hubiera quedado en un simple asalto si Myriam no se hubiera dado cuenta que su príncipe azul era también parte de la banda, y que sus sugestivos cumplidos no obedecían a un motivo diferente al de cazar bobas para desvalijarlas en pleno idilio.
Al saberse descubierto, el falso amante no tuvo más alternativas que eliminar a la víctima. Ésta, en un golpe de fortuna casi inverosímil, con cuatro adversarios amenazando su vida, logró montar en el equino e iniciar una loca carrera que la alejara de allí. La velocidad y la destreza en cabalgar, que paulatinamente la fue aventajando con respecto a sus perseguidores, no eran ya fruto del azar sino de su propia capacidad: Myriam era campeona en equitación.
A pesar de ello, no le resultó fácil deshacerse de sus cazadores. Instintivamente y con cierta regularidad, volteaba la vista donde ellos, y aún cuando cada vez los viera más lejanos, todavía seguían allí.
Con gran alivio vio de repente que el puente levadizo había sido tendido sobre la extensa fosa que rodeaba todo el dominio de la USIA. Apresuró aún más el paso del pobre caballo  hasta alcanzar el puente surcándolo a toda velocidad, antes de que los centinelas volviesen a elevarlo.
Sus enemigos se detuvieron al inicio de la construcción, y cuando Myriam sintió que el plano del piso sobre el que cabalgaba comenzó a moverse, se dio cuenta estarían elevando el puente. Se concentró en llegar al límite externo, y gracias a un formidable salto, consiguió colocar a tiempo las patas delanteras del equino en tierra firme. Sin pensar, siguió a todo galope hacia adelante, en loco frenesí, asegurándose de perder de vista a los maleantes.
El fuerte alivio al darse cuenta que los había perdido definitivamente de vista cedió paso casi al instante cuando comprendió que se encontraba literalmente perdida, fuera del predio de su USIA, a merced de los infinitos peligros del mundo salvaje.
Ahogada en cansado llanto, bajó por fin del equino y se sentó sobre la espalda de una roca pelada a descansar. Recorrió con su mirada el desolador paraje semiárido que se extendía alrededor de ella. A lo lejos divisó la imponente punta de su singular USIA: una exquisita combinación de tecnología con arquitectura medieval. Se consoló pensando que sólo debía tomar fuerzas para retornar al soberbio edificio, y esperar a la ribera de la fosa a que nuevamente bajaran el puente levadizo, y así iniciar el camino de retorno. ¿Y si los maleantes continuaban esperándola allí? Era mejor rodear el foso para encontrar el otro puente, pues había seis en total que comunicaban a su comunidad con el exterior, a lo largo del enorme terreno circular de la Unidad Social Independiente Autosuficiente medieval.
En medio de ese salvador pensamiento su conciencia llevada al alerta en extremo, de pronto cedió a la oscuridad del desmayo.



Cuando recobró lentamente su vigilia, se sintió suavemente sacudida. Por espacio de un infinitésimo de segundo pensó en su príncipe azul, más al abrir los ojos lanzó un espantoso gemido. Él, visiblemente asustado, se incorporó como un rayo y se retiró de allí, dejándola en ese sitio incierto, en penumbras.
Myriam se levantó también, acomodándose al descuido sus atuendos. Había visto un salvaje de barba floreciente encima de ella. Agudizando al vista cegada por la semioscuridad, se dio cuenta que estaba en una especie de cueva, extensa y fría, en cuyo centro descansaba un amplio mesón de madera, un tronco al modo de silla y una tela cubierta de pieles de animales tendida como hamaca entre dos ángulos irregulares de la cueva. Sin dudas el salvaje viviría allí.
Salió, corriendo sin dificultad la tabla que haría las veces de puerta de entrada. Quiso divisar en el horizonte al menos la punta de su USIA, pero fue en vano; lo único que vio fue un ondulado paisaje de sierras rocosas, atravesado por un mezquino hilo de aguas cantoras. El salvaje se encontraba  agazapado en una roca lamida por las aguas, ocupado tal vez en atrapar algún pez.
Hubiera podido huir fácil de allí, pero… ¿hacia dónde? La inhospitalidad del lugar se presentaba más amenazante que el propio bárbaro. Por su parte, éste se incorporó, y con sendos peces aún agonizantes en sus férreas manos, comenzó el ascenso hacia la gruta donde la pobre muchacha medieval, paralizada de terror, lo seguía con una mirada húmeda de llanto silencioso.
El rústico hombre se detuvo frente a ella, a un metro de distancia. En un profundo silencio preñado de preguntas que no podían expresarse, ambos se miraron detenidamente a los ojos, como escrutándose mutuamente. El animal humano era corpulento y macizo, de tez probablemente blanca pero muy curtido por el sol; sus ojos color miel producían una mirada transparente, vivaz, y hasta cierto punto, ingenua. Myriam supuso que se trataría de algún sobreviviente del grupo humano marginal que no pudo insertarse en ninguna USIA, y que quedaron de ese modo  vegetando sobre las ruinas de las ciudades abandonadas. La vestimenta del mismo, consistente en un buzo sintético de una sola pieza, color marrón oscuro, casi escondido en un manto improvisado de piel de animal, confirmaba ampliamente su teoría. De pronto, su voz masculina quebró el silencio… Ella, por supuesto, no le entendió, pues como era de esperar, no hablaban en la misma lengua. Se concentró entonces en los gestos de su peludo rostro y en la impostación de la voz. Interpretó que quería tranquilizarla.
Luego, el hombre hizo surgir fuego de un par de ramas secas, y se puso en la tarea de asar los pescados. La mujer se acercó buscando alivio al frío que comenzaba a escurrirse por su piel. Nunca había permanecido tanto tiempo al aire libre, y jamás de noche, por lo que se fue dejando invadir por las sugestiones de su imaginación, que reproducían sombras y sonidos de monstruos mitológicos y milenarios. En un momento dado se vio sentada casi pegada al salvaje.
Él se dio cuenta que la dama se encontraba al borde del pánico, pues cada gemido de algún animal lejano o cada movimiento de la hierba a merced de la brisa, la sacudía como muñeca de trapo. La oscuridad se tornó más intensa, a penas disuadida por una pálida luna timorata; el cielo crepitaba en estrellas.
El hombre acercó un bocado a sus labios, despedazado sin dudas con sus manos desnudas. Ella pensó en la higiene, en los microbios y bacterias, en el sabor de una carne asada sin condimentos: todo al natural, a lo salvaje, a lo cavernícola… Al terror se le sumaba un estado de permanente aprensión, pero a la vez tenía un hambre primitivo y visceral, por  lo que sintió verdadero alivio al mascar y tragar lo que se le ofreciera.
Él volvió a hablarle, hasta vio sonreírle tras el flamear de la fogata; y como observara los profundos estertores de frío que hacía estremecer el delicado contorno de la mujer, le compartió su pesado manto de piel. Sin pensar en que ese acto la uniría corporalmente más a él, ella aprovechó el calor por el que tanto suspiraba su piel.
Acostumbrada a la comodidad del edificio inteligente que constituía su USIA, Myrian conocía al frío por los libros. Igual que a la noche, igual que a la brisa, igual que al irregular suelo, igual que al agua del río, igual que a la roca sobre la que estaba sentada, igual… ¡que todo lo que la rodeaba, incluido aquel hombre disfrazado de bestia humana!
El contacto con el vigoroso cuerpo masculino le hizo comprender cuánto él la deseaba sexualmente, lo cual no era muy difícil de suponer, dada la soledad que rodeaba a aquel hombre. Los exudados de su piel le producían repulsión al momento de imaginar lo que inevitablemente vendría. Le dio cierta tranquilidad recordar que por un buen tiempo su feminidad tendría protección anticonceptiva… mas… ¿qué habría de la higiene?...
Después de cenar, él la cargó hacia el oscuro interior de la cueva, dejándola acostada y arropada en la hamaca que oficiaría de lecho, en tanto él se acomodaba sobre el mesón.
Ella se preguntó por qué el salvaje no intentó volver a poseerla, pero un sueño casi tan denso como el desmayo se apoderó de  su mente mucho antes que su imaginación intentase dibujar alguna respuesta.



Infinitos rumores extraños la trajeron nuevamente al estado de vigilia. En su USIA habían ambientes fabricados al modo natural, reproduciendo míticos escenarios medievales, pero como se encontraban en el centro del edificio, asumían el confort que permitía la tecnología del mismo. Las plantas, aún las naturales, se hallaban cuidadosamente recortadas, libres de insectos y animales; los lagos eran piscinas en realidad, con agua siempre límpida y templada; el aire se perfumaba artificialmente y mantenía perpetuamente una humedad y temperatura ideal. Es por ello que Myriam se sentía surcar el gélido rostro de la muerte por el  sólo hecho de encontrarse allí, rodeada de un ecosistema primitivo, a la pura merced de la ventura, y de la voluntad y habilidad del salvaje.
Sufría en extremo las variantes del clima desde el amanecer hasta la fuga del sol, caminaba con torpeza infantil por el irregular suelo serrano, temía cualquier sonido, cualquier movimiento de esos que tanto produce el viento jugueteando con los árboles, y las caricias del sol sobre su rostro le escaldaban la piel. Pensó que moriría, de cualquier cosa  o gracias a cualquier agente… era como si la Naturaleza en pleno que la rodeara fuese un enemigo sádico y despiadado, dispuesto a aniquilarla a cámara lenta…
Y tal como ella lo dedujera, el “salvaje” había pertenecido a una comunidad de gente liminal que no pudo incorporarse a ninguna USIA, y quedaron como residuos humanos en las ruinas de una cuidad (y de una civilización) abandonada. Su familia se había establecido en la campiña huyendo de los pares con los que habían entablado una furiosa reyerta. Sin mucha destreza para la supervivencia en el ambiente natural, todos –a excepción desde luego de Marcos- habían perecido en cuestión de dos años.
Marcos contaba con quince años cuando quedó definitivamente solo. Quizás por ser el más joven de la familia, logró adaptarse a la situación con mayor eficiencia. Consiguió esa gruta para guarecerse, se alimentaba fundamentalmente de pescados y algunos animales menores que conseguía cada tanto, y con cierta regularidad iniciaba excursiones por la zona donde solía encontrarse con alguna casona añeja y derruida, en las que hallaba elementos de gran necesidad. Así se agenció de ollas para guisar, hervir el agua y asearse, vajillas, abrigos y telas, muebles, utensilios de caza y de pesca, herramientas, y hasta provisiones alimenticias no perecederas.
No había animales salvajes de gran porte en la zona. Había que cuidarse muy especialmente de las serpientes y los lobos, y Marcos había aprendido a evitarlos. Cada tanto se encontraba con alguna oveja, puerco o gallina que deambulara libre por allí, restos de crías que antaño tuvieran los lugareños antes de la emigración. El joven intentaba hacerse nuevamente de las crías, pero aún no había tenido éxito. Lo mismo con la siembra, que se hacía difícil en esa zona rocosa.
Muy al contrario de Myriam, Marcos ostentaba una piel de resistencia envidiable a las variaciones e inclemencias del tiempo. Con el aire frío aún del amanecer, desnudaba su huesudo cuerpo y se sumergía en una porción del río en el que se hacía más profundo. Y luego, cantando a viva voz en el idioma que no quería olvidar, se vestía para iniciar su jornada.
Jornada que, como cada una de ellas, obedecía a una única consigna: sobrevivir. Myriam se habría preguntado el para qué, pero para Marcos sobrevivir era un imperativo indiscutible, un instinto incuestionable, una consigna tan concomitante a su existencia que bastaba por sí misma. No cabía filosofar al respecto.




Cuando la muchacha despertó luego de su primera noche en la cueva, se dio cuenta que estaba sola. Tardó varios minutos en ensayar  alguna forma de bajarse de la hamaca, mas igualmente no lo logró hacer sin darse un golpe terrible en su pierna izquierda. Avanzó temerosa hacia la entrada semiabierta de la cueva y para su tranquilidad divisó al salvaje otorgándose su baño matinal.
Este también la divisó, y sin demostrar pudor ninguno, como si se encontrase solo, salió del río extendiendo su desnudez al adormecido sol matutino, se secó con serenidad, y vistió sin apuro. Luego acudió donde ella, y con una natural sonrisa la saludó en su idioma. Myriam contestó en el suyo, dándole las gracias por atenderla gentilmente. Preguntó por su caballo, pero no llegaron a entenderse. Lo cierto es que el equino no estaba por allí.
Con tibias palabras profundamente sazonadas de ademanes Marcos  le presentó una serie de prendas que extrajo del interior de la cueva devenida en vivienda. Ella, replicando también con palabras y gestos, tomó las que consideró más oportunas para su cuerpo.
Ingresó con ellas nuevamente a la cueva a  fin de vestirse con atuendos más cómodos y apropiados a su situación actual, pero comprobó que el salvaje la seguía sin apartar la vista de ella ni por un segundo. Quiso pedirle privacidad, pero no supo cómo. Se colocó de espaldas a él e intentó desvestirse de tal forma de ocultar su intimidad…
Mas… al instante lo sintió cerca, lo suficiente como para escuchar su respiración entrecortada. Las masculinas palabras inundaron nuevamente sus oídos, y aunque no comprendiese ni ápice de significado, las percibió ligeras, quizás timoratas, como susurro, como súplica.
“Y… es inevitable...” pensó –no sin angustia- Myriam… “Vaya a saber desde cuándo ese pobre hombre está solo. Bah, seguro que ya lo hizo mientras yo estaba inconciente… No parece un hombre violento: ayer, a pesar de su deseo, me dejó descansar… Hoy, se bañó… Además, me está atendiendo: en cierto sentido se lo merece después de todo… Bueno, no es  muy romántico, pero ¿qué podría esperarse de una pareja constituida por el único hombre y la única mujer a vaya a saber cuántos kilómetros a la redonda?”
 La dama se dio vuelta lentamente con pesadez, y con inocultable temor, le presentó el desnudo de sus pechos, esperando ser devorada al instante. Cerró sus ojos, y con cierto aire estoico se desató los lazos que anudaban la falta a su cintura.
Permaneció un tiempo así, tiempo que él tomó para observarla detenidamente, y cuando un fuerte estremecimiento de su cuerpo le indicó que estaba muriéndose de frío, él la cargó sobre sí, como si se tratase de una ingrávida muñeca, y la depositó, ya totalmente libre de atuendos, al cobijo de una sombra endeble, que filtraba con generosidad los tibios rayos del sol. Y como viera que la blanquecina piel se incomodaba al roce del suelo desnudo, buscó una manta de piel de animal de la cueva, y la tendió para que Myriam se recostara.
Ciertamente, el frío ya había cesado, bien por la caricia del sol, bien por la energía del momento, bien (y muy bien) por el continuo roce de las férreas manos del hombre, que la recorría con suavidad por toda la extensión de su cuerpo. ¿Para qué semejante cortejo, si no había que competir con nadie, si las condiciones estaban dadas para ir simplemente “a lo concreto”?  
Lejos de ello, Marcos se detenía en cada punto de la femenina piel y la exploraba con sus cinco sentidos disfrutando como un niño maravillado ante lo nuevo. Sí, sus cinco sentidos: la vista (y su mirada se perdía brillando en cada detalle), el roce (ensayando diversas intensidades), el olfato (¿qué podría gustarle de una piel exudada y sin perfumes?), el sabor… y para cuando esta suave, húmeda y tibia exploración cubría las sinuosas partes más sensibles de la mujer, él ya comenzó a escuchar ciertas melodías emergidas de la delicada garganta femenina.
Sideral distancia a tratarse de un rápido encuentro sexual. Si primero el temor y la aprensión tensionó la libido de Myriam, una cierta resignación a la situación la fue soltando, hasta finalmente sucumbir a la potencia de una perla de fuego enquistada en su intimidad.
Terminó como ni lo hubiera siquiera soñado con el príncipe azul. Hasta sintió el eco de su último clamor.



Los días transcurrían lentos, plagados de ansiedades, angustias y temores para Myriam, sólo matizados con la magia que hacía surgir de ella todo contacto íntimo con Marcos. La pareja ensayaba mil y una formas para comunicarse, lo cual no resultaba para nada sencillo, no sólo por el idioma dispar entre ambos, sino fundamentalmente por las considerables diferencias mentales y culturales que los dominaban.
Marcos comprendía poco los continuos llantos de la dama, y por su parte, ella no se podía explicar cómo el hombre estaba resignado a vivir allí, de ese modo, en permanente lucha por comer, por resguardarse del clima y de los animales, ganándole así día a día a la muerte. Y la muerte, tarde o temprano, ganaría. Por eso se concentraban en expresarse lo mejor que se pudiera agudizando toda la intuición e inteligencia en descifrar los códigos del compañero. El diálogo no constituía para ellos un imperativo moral, ni una trillada premisa de consejero de familia, sino la más pura y simple posibilidad de sobrevivir.
Señalaban objetos y cada uno las decía en su idioma, a la vez que repetía una y otra vez los fonemas del otro. Se dieron cuenta que ambos lenguajes debían tener una raíz común, y que no todo sonaba tan diferente. Aprendieron a nombrarse, a decir básicamente sus preocupaciones y estados de ánimo, y ciertas órdenes que hacían a la convivencia.
Myriam se sentía literalmente inútil, a tal punto que se apreció como una pesada carga para su compañero.
“Debe ser muy bueno el sexo, para que finalmente no decida abandonarme a la vuelta del primer cerro que se le aparezca” pensó la muchacha.
Marcos la cargaba a todos lados, como una mochila. Le consiguió calzado apropiado a los terrenos de las serranías, y de ese modo, pudo caminar mejor, pero todavía no había alcanzado destreza en saltar las piedras, caminar por el vado de agua, esquivar las hierbas espinudas…  
En los momentos más cálidos del día el hombre calentaba, a la par de la comida, una cantidad de agua suficiente para el aseo de la muchacha, quien sentía verdadero terror de sumergirse en las mansas aguas del río, tal como lo hacía, y aún más, lo disfrutaba el propio Marcos.
Viviendo a diario la salvaje aventura de sobrevivir, los terribles días del invierno fueron cediendo a una benigna primavera templada. Myriam, sin más remedio algo más habituada a esta arcaica forma de vida, comenzó a disfrutar algunos placeres primarios, tan simples y gratuitos, que jamás lo hubiera si quiera imaginado.
Los temores continuaban torturándole le mente, pero por momentos se abandonaba a la seguridad que le brindaba Marcos, cuando frente a todo discurso femenino en el cual le comunicaba la lógica de sus angustias, él se encogía los hombros, y  le decía, ya en su lengua, ya en la que había aprendido de labios de ella:
“__Es así. Mientras estemos vivos, vivimos… y si realmente tenemos que enfrentar esos problemas que decís… los resolvemos. Y si no los podemos resolver… moriremos… ¡ya está! ¿por qué lo piensás tanto?… ¿por qué te  alterás por lo que todavía no pasa?”
Entonces su alma experimentaba un profundo descanso jamás conocido. En esos breves lapsos de sosiego tomaba conciencia de la belleza inigualable del paisaje que la cobijaba. El sol hacía una fiesta cotidiana al tenderse como invisible manto sobre la faz de la tierra, y el arroyuelo producía un canto místico al caminar sereno hacia su destino. El murmullo de las serranías rezumaba en plegarias milenarias elevadas a la Madre Naturaleza y el aire se teñía de tantos aromas y sabores con los cuales endulzaba su fresco paso por entre las rocas.
Así Myriam llegó a la conclusión que las angustias y los gozos dependían absolutamente de los pensamientos con los cuales ella afrontaba la vida. Desde esa perspectiva, envidiaba la mente de Marcos, la cual le permitió adaptarse con total eficacia al ambiente que lo refugió. Se propuso pensar menos y gozar más. Descubrió que frente a los calores profundos, la piel exuda un agua  salada que le brinda alivio y frescura, que el río lamiendo la piel desnuda posee un exquisito poder relajante, que el cansancio físico se torna placer en el descanso, el  agua natural es deleitable en la sed y cualquier alimento es manjar en el hambre.
Aún así no dejaba de mirar por los alrededores en las numerosas excursiones que organizaban entre ambos, con la esperanza de descubrir la punta de su USIA. La misma no podría estar muy lejos, sólo que todavía no conseguían avanzar demasiado cada vez que emprendían alguna exploración. Varias veces habían ido al punto donde Marcos la encontró inconciente, pero en vano habían recorrido con detenimiento las ondulantes sierras que cercaban la zona intentando dar con la esperada punta de la construcción.
Mientras tanto, vivían día a día, la aventura de sobrevivir.




La ansiedad por retornar a la civilización se le hizo nuevamente acuciante cuando la dama medieval se dio cuenta que estaba embarazada. Inundó los oídos de su compañero con una cascada de lamentos y temores en los cuales expresaba su  pánico a enfrentar un parto sin asistencia de ninguna naturaleza.
Marcos se decidió encontrar la famosa construcción pseudomedieval, a como diera lugar. A la mañana siguiente partieron muy de madrugada, una vez más, rumbo al sitio donde él la encontrara meses atrás.
__Lo hemos recorrido miles de veces __replicó ella__ ¿Por qué esta vez sería distinto?
__Porque lo buscaremos hasta encontrarlo…
Myriam sonrió animada. Pero cuando la mañana avanzaba por entre la brisa cálida del verano, notó una pronunciada tristeza en la mirada del hombre.
__Marcos, tú vendrás conmigo…
__Sabés bien que no puedo… No podría vivir encerrado. No tengo forma de sobrevivir ahí; por algo mi familia no pudo entrar en ninguna comunidad.
__Pero si yo pude cambiar y vivir de un modo diferente, ¿por qué tú no podrías?
__No sé, capáz que sea porque acá debemos vivir al natural, como lo sabe hacer el cuerpo y los instintos. Pero para vivir donde me contás, se necesita otra cabeza, se necesita haber nacido así. ¿Qué puedo hacer yo sin el aire libre, sin mis sierras y mi río? Para bebé es diferente. Es así, tú encontrarás ese buen lugar para los dos, y yo continúo solo…
La voz se quebró en su garganta. La dama comprendió acabadamente la verdad en las dolientes palabras masculinas. Entonces, la sonrisa se le mitigó entre los labios, y comprendió la paradoja de una esperanza plagada de tristeza. Para esas alturas Marcos eran tan parte de ella como ese bebé infinito que crecía en su vientre.
__Tal vez encontremos un punto medio, donde tú y yo podamos estar juntos…
Si difícil era localizar la USIA, este “punto medio” se tornaba literalmente en una quimera.
__En tu mundo, ¿quién cuidará de bebé y de ti? Yo ya no voy a poder… ¿Alguien lo va a hacer?
Myriam se detuvo en seco. Abrazó con todas sus fuerzas al hombre, y él, pensando en la despedida, la rodeó también con sus brazos y soltó la fuerza de su angustia en un llanto amargo y prolongado.
__Eres muy buena __le susurró al oído__. Encontrarás quien cuide de ti y de bebé. Yo pensaré en ti y en bebé y eso calentará mi corazón. ¿Me olvidarás? Ahora dirás que no, pero allá ¿para qué poner la cabeza en lo que lastima? Es la vida. Tú y bebé van a estar bien… ¿verdad?
__No lo sé… Mejor dicho, lo sé. ¡No! Marcos, no vamos a estar bien. Mi sociedad es muy abierta con los comportamientos sexuales, pero muy rígida cuando se trata de niños. Para bebé las cosas no van a estar bien. Será un niño sin padre, y eso no es bien visto. Será el “hijo de un salvaje”, estará marcado de por vida. Para ti sobrevivir es comer algo todos los días, cuidarse de los animales y del frío. Para mí, sobrevivir es también resolver día a día la cuestión de la pertenencia a la sociedad que nos cobija. En el fondo, no hay nada muy distinto.
__¿Entonces?...
__Sigamos juntos Marcos, deberá haber algún lugar donde podamos estar bien ambos. Tal vez encontremos alguna otra comunidad más tolerante que nos brinde espacio. No todas viven en USIAS, algunos amantes de la naturaleza se han establecido alrededor de las antiguas ciudades. Busquemos un lugar para todos, para nosotros tres…
__Pero… ¿Y si no encontramos a nadie para asistirte en el nacimiento de bebé?
__¡Es la vida! Además, más allá de todas las posibilidades que algo salga mal, está también la que todo vaya bien. Las mujeres han dado a luz desde siempre, muchísimos siglos antes de  que existieran los hospitales y los médicos… Peligros hay en todos lados: se  gana en un aspecto, y se pierde en otro. Por mucho que nos cueste aceptar, la vida es precaria y pasajera, y mientras está,  eso: está ahí para nosotros. Busquemos… quién no te dice que encontremos…
Fusionados en un cálido abrazo, giraron sobre sus tobillos para emprender el regreso a la cueva. Detrás de ellos se erguía la curiosa silueta de la USIA medieval.
Myriam logró sonreír por un generoso espacio de tiempo mientras se preguntaba, con un dejo de resignación, si la humanidad en su loco camino al progreso no hubiera, simplemente, caminado en círculos…

Tal vez, pero aún así, lo más probable es que fuera inevitable.