Huir era toda la consigna. Había sido atacada
por la banda de maleantes encapuchados en el parque de acceso a su USIA. Ella
sabía que no debía salir de los sitios seguros sin escolta, pero el hidalgo la
había deslumbrado con sus cabellos danzando al viento, su reluciente armadura brillando
a la luz del sol y su musculosa figura erguida sobre un corcel color
nieve…
No sólo no dudó, sino que incluso se sintió
plenamente alagada cuando él la invitó a una aventura de amor en los prohibidos
bosques del exterior.
Ni bien el noble galán la hubo internado en
las profundidades del bosque salvaje, tres rufianes escondidos dentro de sus
capuchas negras los embistieron para sacarle sus joyas y vaciar sus alforjas. Y
todo hubiera quedado en un simple asalto si Myriam no se hubiera dado cuenta
que su príncipe azul era también parte de la banda, y que sus sugestivos
cumplidos no obedecían a un motivo diferente al de cazar bobas para
desvalijarlas en pleno idilio.
Al saberse descubierto, el falso amante no
tuvo más alternativas que eliminar a la víctima. Ésta, en un golpe de fortuna
casi inverosímil, con cuatro adversarios amenazando su vida, logró montar en el
equino e iniciar una loca carrera que la alejara de allí. La velocidad y la
destreza en cabalgar, que paulatinamente la fue aventajando con respecto a sus
perseguidores, no eran ya fruto del azar sino de su propia capacidad: Myriam
era campeona en equitación.
A pesar de ello, no le resultó fácil
deshacerse de sus cazadores. Instintivamente y con cierta regularidad, volteaba
la vista donde ellos, y aún cuando cada vez los viera más lejanos, todavía
seguían allí.
Con gran alivio vio de repente que el puente
levadizo había sido tendido sobre la extensa fosa que rodeaba todo el dominio
de la USIA. Apresuró aún más el paso del pobre caballo hasta alcanzar el puente surcándolo a toda
velocidad, antes de que los centinelas volviesen a elevarlo.
Sus enemigos se detuvieron al inicio de la
construcción, y cuando Myriam sintió que el plano del piso sobre el que
cabalgaba comenzó a moverse, se dio cuenta estarían elevando el puente. Se
concentró en llegar al límite externo, y gracias a un formidable salto,
consiguió colocar a tiempo las patas delanteras del equino en tierra firme. Sin
pensar, siguió a todo galope hacia adelante, en loco frenesí, asegurándose de
perder de vista a los maleantes.
El fuerte alivio al darse cuenta que los
había perdido definitivamente de vista cedió paso casi al instante cuando
comprendió que se encontraba literalmente perdida, fuera del predio de su USIA,
a merced de los infinitos peligros del mundo salvaje.
Ahogada en cansado llanto, bajó por fin del
equino y se sentó sobre la espalda de una roca pelada a descansar. Recorrió con
su mirada el desolador paraje semiárido que se extendía alrededor de ella. A lo
lejos divisó la imponente punta de su singular USIA: una exquisita combinación
de tecnología con arquitectura medieval. Se consoló pensando que sólo debía
tomar fuerzas para retornar al soberbio edificio, y esperar a la ribera de la
fosa a que nuevamente bajaran el puente levadizo, y así iniciar el camino de
retorno. ¿Y si los maleantes continuaban esperándola allí? Era mejor rodear el
foso para encontrar el otro puente, pues había seis en total que comunicaban a
su comunidad con el exterior, a lo largo del enorme terreno circular de la
Unidad Social Independiente Autosuficiente medieval.
En medio de ese salvador pensamiento su
conciencia llevada al alerta en extremo, de pronto cedió a la oscuridad del
desmayo.
Cuando recobró lentamente su vigilia, se
sintió suavemente sacudida. Por espacio de un infinitésimo de segundo pensó en
su príncipe azul, más al abrir los ojos lanzó un espantoso gemido. Él,
visiblemente asustado, se incorporó como un rayo y se retiró de allí, dejándola
en ese sitio incierto, en penumbras.
Myriam se levantó también, acomodándose al
descuido sus atuendos. Había visto un salvaje de barba floreciente encima de
ella. Agudizando al vista cegada por la semioscuridad, se dio cuenta que estaba
en una especie de cueva, extensa y fría, en cuyo centro descansaba un amplio
mesón de madera, un tronco al modo de silla y una tela cubierta de pieles de
animales tendida como hamaca entre dos ángulos irregulares de la cueva. Sin
dudas el salvaje viviría allí.
Salió, corriendo sin dificultad la tabla que
haría las veces de puerta de entrada. Quiso divisar en el horizonte al menos la
punta de su USIA, pero fue en vano; lo único que vio fue un ondulado paisaje de
sierras rocosas, atravesado por un mezquino hilo de aguas cantoras. El salvaje
se encontraba agazapado en una roca
lamida por las aguas, ocupado tal vez en atrapar algún pez.
Hubiera podido huir fácil de allí, pero…
¿hacia dónde? La inhospitalidad del lugar se presentaba más amenazante que el
propio bárbaro. Por su parte, éste se incorporó, y con sendos peces aún
agonizantes en sus férreas manos, comenzó el ascenso hacia la gruta donde la
pobre muchacha medieval, paralizada de terror, lo seguía con una mirada húmeda
de llanto silencioso.
El rústico hombre se detuvo frente a ella, a
un metro de distancia. En un profundo silencio preñado de preguntas que no
podían expresarse, ambos se miraron detenidamente a los ojos, como escrutándose
mutuamente. El animal humano era corpulento y macizo, de tez probablemente
blanca pero muy curtido por el sol; sus ojos color miel producían una mirada
transparente, vivaz, y hasta cierto punto, ingenua. Myriam supuso que se
trataría de algún sobreviviente del grupo humano marginal que no pudo
insertarse en ninguna USIA, y que quedaron de ese modo vegetando sobre las ruinas de las ciudades
abandonadas. La vestimenta del mismo, consistente en un buzo sintético de una
sola pieza, color marrón oscuro, casi escondido en un manto improvisado de piel
de animal, confirmaba ampliamente su teoría. De pronto, su voz masculina quebró
el silencio… Ella, por supuesto, no le entendió, pues como era de esperar, no
hablaban en la misma lengua. Se concentró entonces en los gestos de su peludo
rostro y en la impostación de la voz. Interpretó que quería tranquilizarla.
Luego, el hombre hizo surgir fuego de un par
de ramas secas, y se puso en la tarea de asar los pescados. La mujer se acercó
buscando alivio al frío que comenzaba a escurrirse por su piel. Nunca había
permanecido tanto tiempo al aire libre, y jamás de noche, por lo que se fue
dejando invadir por las sugestiones de su imaginación, que reproducían sombras
y sonidos de monstruos mitológicos y milenarios. En un momento dado se vio
sentada casi pegada al salvaje.
Él se dio cuenta que la dama se encontraba al
borde del pánico, pues cada gemido de algún animal lejano o cada movimiento de
la hierba a merced de la brisa, la sacudía como muñeca de trapo. La oscuridad
se tornó más intensa, a penas disuadida por una pálida luna timorata; el cielo
crepitaba en estrellas.
El hombre acercó un bocado a sus labios,
despedazado sin dudas con sus manos desnudas. Ella pensó en la higiene, en los
microbios y bacterias, en el sabor de una carne asada sin condimentos: todo al
natural, a lo salvaje, a lo cavernícola… Al terror se le sumaba un estado de
permanente aprensión, pero a la vez tenía un hambre primitivo y visceral,
por lo que sintió verdadero alivio al
mascar y tragar lo que se le ofreciera.
Él volvió a hablarle, hasta vio sonreírle
tras el flamear de la fogata; y como observara los profundos estertores de frío
que hacía estremecer el delicado contorno de la mujer, le compartió su pesado
manto de piel. Sin pensar en que ese acto la uniría corporalmente más a él,
ella aprovechó el calor por el que tanto suspiraba su piel.
Acostumbrada a la comodidad del edificio
inteligente que constituía su USIA, Myrian conocía al frío por los libros.
Igual que a la noche, igual que a la brisa, igual que al irregular suelo, igual
que al agua del río, igual que a la roca sobre la que estaba sentada, igual…
¡que todo lo que la rodeaba, incluido aquel hombre disfrazado de bestia humana!
El contacto con el vigoroso cuerpo masculino
le hizo comprender cuánto él la deseaba sexualmente, lo cual no era muy difícil
de suponer, dada la soledad que rodeaba a aquel hombre. Los exudados de su piel
le producían repulsión al momento de imaginar lo que inevitablemente vendría.
Le dio cierta tranquilidad recordar que por un buen tiempo su feminidad tendría
protección anticonceptiva… mas… ¿qué habría de la higiene?...
Después de cenar, él la cargó hacia el oscuro
interior de la cueva, dejándola acostada y arropada en la hamaca que oficiaría
de lecho, en tanto él se acomodaba sobre el mesón.
Ella se preguntó por qué el salvaje no intentó
volver a poseerla, pero un sueño casi tan denso como el desmayo se apoderó
de su mente mucho antes que su
imaginación intentase dibujar alguna respuesta.
Infinitos rumores extraños la trajeron
nuevamente al estado de vigilia. En su USIA habían ambientes fabricados al modo
natural, reproduciendo míticos escenarios medievales, pero como se encontraban
en el centro del edificio, asumían el confort que permitía la tecnología del
mismo. Las plantas, aún las naturales, se hallaban cuidadosamente recortadas,
libres de insectos y animales; los lagos eran piscinas en realidad, con agua
siempre límpida y templada; el aire se perfumaba artificialmente y mantenía
perpetuamente una humedad y temperatura ideal. Es por ello que Myriam se sentía
surcar el gélido rostro de la muerte por el
sólo hecho de encontrarse allí, rodeada de un ecosistema primitivo, a la
pura merced de la ventura, y de la voluntad y habilidad del salvaje.
Sufría en extremo las variantes del clima
desde el amanecer hasta la fuga del sol, caminaba con torpeza infantil por el
irregular suelo serrano, temía cualquier sonido, cualquier movimiento de esos
que tanto produce el viento jugueteando con los árboles, y las caricias del sol
sobre su rostro le escaldaban la piel. Pensó que moriría, de cualquier
cosa o gracias a cualquier agente… era
como si la Naturaleza en pleno que la rodeara fuese un enemigo sádico y
despiadado, dispuesto a aniquilarla a cámara lenta…
Y tal como ella lo dedujera, el “salvaje”
había pertenecido a una comunidad de gente liminal que no pudo incorporarse a
ninguna USIA, y quedaron como residuos humanos en las ruinas de una cuidad (y
de una civilización) abandonada. Su familia se había establecido en la campiña
huyendo de los pares con los que habían entablado una furiosa reyerta. Sin
mucha destreza para la supervivencia en el ambiente natural, todos –a excepción
desde luego de Marcos- habían perecido en cuestión de dos años.
Marcos contaba con quince años cuando quedó
definitivamente solo. Quizás por ser el más joven de la familia, logró
adaptarse a la situación con mayor eficiencia. Consiguió esa gruta para
guarecerse, se alimentaba fundamentalmente de pescados y algunos animales
menores que conseguía cada tanto, y con cierta regularidad iniciaba excursiones
por la zona donde solía encontrarse con alguna casona añeja y derruida, en las
que hallaba elementos de gran necesidad. Así se agenció de ollas para guisar,
hervir el agua y asearse, vajillas, abrigos y telas, muebles, utensilios de
caza y de pesca, herramientas, y hasta provisiones alimenticias no perecederas.
No había animales salvajes de gran porte en
la zona. Había que cuidarse muy especialmente de las serpientes y los lobos, y
Marcos había aprendido a evitarlos. Cada tanto se encontraba con alguna oveja,
puerco o gallina que deambulara libre por allí, restos de crías que antaño
tuvieran los lugareños antes de la emigración. El joven intentaba hacerse
nuevamente de las crías, pero aún no había tenido éxito. Lo mismo con la
siembra, que se hacía difícil en esa zona rocosa.
Muy al contrario de Myriam, Marcos ostentaba
una piel de resistencia envidiable a las variaciones e inclemencias del tiempo.
Con el aire frío aún del amanecer, desnudaba su huesudo cuerpo y se sumergía en
una porción del río en el que se hacía más profundo. Y luego, cantando a viva
voz en el idioma que no quería olvidar, se vestía para iniciar su jornada.
Jornada que, como cada una de ellas, obedecía
a una única consigna: sobrevivir. Myriam se habría preguntado el para qué, pero
para Marcos sobrevivir era un imperativo indiscutible, un instinto
incuestionable, una consigna tan concomitante a su existencia que bastaba por
sí misma. No cabía filosofar al respecto.
Cuando la muchacha despertó luego de su
primera noche en la cueva, se dio cuenta que estaba sola. Tardó varios minutos
en ensayar alguna forma de bajarse de la
hamaca, mas igualmente no lo logró hacer sin darse un golpe terrible en su
pierna izquierda. Avanzó temerosa hacia la entrada semiabierta de la cueva y
para su tranquilidad divisó al salvaje otorgándose su baño matinal.
Este también la divisó, y sin demostrar pudor
ninguno, como si se encontrase solo, salió del río extendiendo su desnudez al
adormecido sol matutino, se secó con serenidad, y vistió sin apuro. Luego
acudió donde ella, y con una natural sonrisa la saludó en su idioma. Myriam
contestó en el suyo, dándole las gracias por atenderla gentilmente. Preguntó
por su caballo, pero no llegaron a entenderse. Lo cierto es que el equino no
estaba por allí.
Con tibias palabras profundamente sazonadas
de ademanes Marcos le presentó una serie
de prendas que extrajo del interior de la cueva devenida en vivienda. Ella,
replicando también con palabras y gestos, tomó las que consideró más oportunas
para su cuerpo.
Ingresó con ellas nuevamente a la cueva
a fin de vestirse con atuendos más
cómodos y apropiados a su situación actual, pero comprobó que el salvaje la
seguía sin apartar la vista de ella ni por un segundo. Quiso pedirle
privacidad, pero no supo cómo. Se colocó de espaldas a él e intentó desvestirse
de tal forma de ocultar su intimidad…
Mas… al instante lo sintió cerca, lo
suficiente como para escuchar su respiración entrecortada. Las masculinas
palabras inundaron nuevamente sus oídos, y aunque no comprendiese ni ápice de
significado, las percibió ligeras, quizás timoratas, como susurro, como
súplica.
“Y… es inevitable...” pensó –no sin angustia-
Myriam… “Vaya a saber desde cuándo ese pobre hombre está solo. Bah, seguro que
ya lo hizo mientras yo estaba inconciente… No parece un hombre violento: ayer,
a pesar de su deseo, me dejó descansar… Hoy, se bañó… Además, me está
atendiendo: en cierto sentido se lo merece después de todo… Bueno, no es muy romántico, pero ¿qué podría esperarse de
una pareja constituida por el único hombre y la única mujer a vaya a saber
cuántos kilómetros a la redonda?”
La
dama se dio vuelta lentamente con pesadez, y con inocultable temor, le presentó
el desnudo de sus pechos, esperando ser devorada al instante. Cerró sus ojos, y
con cierto aire estoico se desató los lazos que anudaban la falta a su cintura.
Permaneció un tiempo así, tiempo que él tomó
para observarla detenidamente, y cuando un fuerte estremecimiento de su cuerpo
le indicó que estaba muriéndose de frío, él la cargó sobre sí, como si se tratase
de una ingrávida muñeca, y la depositó, ya totalmente libre de atuendos, al
cobijo de una sombra endeble, que filtraba con generosidad los tibios rayos del
sol. Y como viera que la blanquecina piel se incomodaba al roce del suelo
desnudo, buscó una manta de piel de animal de la cueva, y la tendió para que
Myriam se recostara.
Ciertamente, el frío ya había cesado, bien
por la caricia del sol, bien por la energía del momento, bien (y muy bien) por
el continuo roce de las férreas manos del hombre, que la recorría con suavidad
por toda la extensión de su cuerpo. ¿Para qué semejante cortejo, si no había
que competir con nadie, si las condiciones estaban dadas para ir simplemente “a
lo concreto”?
Lejos de ello, Marcos se detenía en cada
punto de la femenina piel y la exploraba con sus cinco sentidos disfrutando
como un niño maravillado ante lo nuevo. Sí, sus cinco sentidos: la vista (y su
mirada se perdía brillando en cada detalle), el roce (ensayando diversas
intensidades), el olfato (¿qué podría gustarle de una piel exudada y sin
perfumes?), el sabor… y para cuando esta suave, húmeda y tibia exploración
cubría las sinuosas partes más sensibles de la mujer, él ya comenzó a escuchar ciertas
melodías emergidas de la delicada garganta femenina.
Sideral distancia a tratarse de un rápido
encuentro sexual. Si primero el temor y la aprensión tensionó la libido de
Myriam, una cierta resignación a la situación la fue soltando, hasta finalmente
sucumbir a la potencia de una perla de fuego enquistada en su intimidad.
Terminó como ni lo hubiera siquiera soñado con
el príncipe azul. Hasta sintió el eco de su último clamor.
Los días transcurrían lentos, plagados de
ansiedades, angustias y temores para Myriam, sólo matizados con la magia que
hacía surgir de ella todo contacto íntimo con Marcos. La pareja ensayaba mil y
una formas para comunicarse, lo cual no resultaba para nada sencillo, no sólo
por el idioma dispar entre ambos, sino fundamentalmente por las considerables
diferencias mentales y culturales que los dominaban.
Marcos comprendía poco los continuos llantos
de la dama, y por su parte, ella no se podía explicar cómo el hombre estaba
resignado a vivir allí, de ese modo, en permanente lucha por comer, por resguardarse
del clima y de los animales, ganándole así día a día a la muerte. Y la muerte,
tarde o temprano, ganaría. Por eso se concentraban en expresarse lo mejor que
se pudiera agudizando toda la intuición e inteligencia en descifrar los códigos
del compañero. El diálogo no constituía para ellos un imperativo moral, ni una
trillada premisa de consejero de familia, sino la más pura y simple posibilidad
de sobrevivir.
Señalaban objetos y cada uno las decía en su
idioma, a la vez que repetía una y otra vez los fonemas del otro. Se dieron
cuenta que ambos lenguajes debían tener una raíz común, y que no todo sonaba
tan diferente. Aprendieron a nombrarse, a decir básicamente sus preocupaciones
y estados de ánimo, y ciertas órdenes que hacían a la convivencia.
Myriam se sentía literalmente inútil, a tal
punto que se apreció como una pesada carga para su compañero.
“Debe ser muy bueno el sexo, para que
finalmente no decida abandonarme a la vuelta del primer cerro que se le
aparezca” pensó la muchacha.
Marcos la cargaba a todos lados, como una
mochila. Le consiguió calzado apropiado a los terrenos de las serranías, y de
ese modo, pudo caminar mejor, pero todavía no había alcanzado destreza en
saltar las piedras, caminar por el vado de agua, esquivar las hierbas espinudas…
En los momentos más cálidos del día el hombre
calentaba, a la par de la comida, una cantidad de agua suficiente para el aseo
de la muchacha, quien sentía verdadero terror de sumergirse en las mansas aguas
del río, tal como lo hacía, y aún más, lo disfrutaba el propio Marcos.
Viviendo a diario la salvaje aventura de
sobrevivir, los terribles días del invierno fueron cediendo a una benigna
primavera templada. Myriam, sin más remedio algo más habituada a esta arcaica
forma de vida, comenzó a disfrutar algunos placeres primarios, tan simples y
gratuitos, que jamás lo hubiera si quiera imaginado.
Los temores continuaban torturándole le
mente, pero por momentos se abandonaba a la seguridad que le brindaba Marcos,
cuando frente a todo discurso femenino en el cual le comunicaba la lógica de
sus angustias, él se encogía los hombros, y
le decía, ya en su lengua, ya en la que había aprendido de labios de
ella:
“__Es así. Mientras estemos vivos, vivimos… y
si realmente tenemos que enfrentar esos problemas que decís… los resolvemos. Y
si no los podemos resolver… moriremos… ¡ya está! ¿por qué lo piensás tanto?…
¿por qué te alterás por lo que todavía
no pasa?”
Entonces su alma experimentaba un profundo
descanso jamás conocido. En esos breves lapsos de sosiego tomaba conciencia de
la belleza inigualable del paisaje que la cobijaba. El sol hacía una fiesta
cotidiana al tenderse como invisible manto sobre la faz de la tierra, y el
arroyuelo producía un canto místico al caminar sereno hacia su destino. El
murmullo de las serranías rezumaba en plegarias milenarias elevadas a la Madre
Naturaleza y el aire se teñía de tantos aromas y sabores con los cuales
endulzaba su fresco paso por entre las rocas.
Así Myriam llegó a la conclusión que las
angustias y los gozos dependían absolutamente de los pensamientos con los
cuales ella afrontaba la vida. Desde esa perspectiva, envidiaba la mente de
Marcos, la cual le permitió adaptarse con total eficacia al ambiente que lo refugió.
Se propuso pensar menos y gozar más. Descubrió que frente a los calores profundos,
la piel exuda un agua salada que le
brinda alivio y frescura, que el río lamiendo la piel desnuda posee un
exquisito poder relajante, que el cansancio físico se torna placer en el
descanso, el agua natural es deleitable
en la sed y cualquier alimento es manjar en el hambre.
Aún así no dejaba de mirar por los
alrededores en las numerosas excursiones que organizaban entre ambos, con la
esperanza de descubrir la punta de su USIA. La misma no podría estar muy lejos,
sólo que todavía no conseguían avanzar demasiado cada vez que emprendían alguna
exploración. Varias veces habían ido al punto donde Marcos la encontró
inconciente, pero en vano habían recorrido con detenimiento las ondulantes
sierras que cercaban la zona intentando dar con la esperada punta de la
construcción.
Mientras tanto, vivían día a día, la aventura
de sobrevivir.
La ansiedad por retornar a la civilización se
le hizo nuevamente acuciante cuando la dama medieval se dio cuenta que estaba
embarazada. Inundó los oídos de su compañero con una cascada de lamentos y
temores en los cuales expresaba su
pánico a enfrentar un parto sin asistencia de ninguna naturaleza.
Marcos se decidió encontrar la famosa
construcción pseudomedieval, a como diera lugar. A la mañana siguiente partieron
muy de madrugada, una vez más, rumbo al sitio donde él la encontrara meses
atrás.
__Lo hemos recorrido miles de veces __replicó
ella__ ¿Por qué esta vez sería distinto?
__Porque lo buscaremos hasta encontrarlo…
Myriam sonrió animada. Pero cuando la mañana
avanzaba por entre la brisa cálida del verano, notó una pronunciada tristeza en
la mirada del hombre.
__Marcos, tú vendrás conmigo…
__Sabés bien que no puedo… No podría vivir
encerrado. No tengo forma de sobrevivir ahí; por algo mi familia no pudo entrar
en ninguna comunidad.
__Pero si yo pude cambiar y vivir de un modo
diferente, ¿por qué tú no podrías?
__No sé, capáz que sea porque acá debemos vivir
al natural, como lo sabe hacer el cuerpo y los instintos. Pero para vivir donde
me contás, se necesita otra cabeza, se necesita haber nacido así. ¿Qué puedo
hacer yo sin el aire libre, sin mis sierras y mi río? Para bebé es diferente.
Es así, tú encontrarás ese buen lugar para los dos, y yo continúo solo…
La voz se quebró en su garganta. La dama
comprendió acabadamente la verdad en las dolientes palabras masculinas.
Entonces, la sonrisa se le mitigó entre los labios, y comprendió la paradoja de
una esperanza plagada de tristeza. Para esas alturas Marcos eran tan parte de
ella como ese bebé infinito que crecía en su vientre.
__Tal vez encontremos un punto medio, donde
tú y yo podamos estar juntos…
Si difícil era localizar la USIA, este “punto
medio” se tornaba literalmente en una quimera.
__En tu mundo, ¿quién cuidará de bebé y de
ti? Yo ya no voy a poder… ¿Alguien lo va a hacer?
Myriam se detuvo en seco. Abrazó con todas
sus fuerzas al hombre, y él, pensando en la despedida, la rodeó también con sus
brazos y soltó la fuerza de su angustia en un llanto amargo y prolongado.
__Eres muy buena __le susurró al oído__.
Encontrarás quien cuide de ti y de bebé. Yo pensaré en ti y en bebé y eso
calentará mi corazón. ¿Me olvidarás? Ahora dirás que no, pero allá ¿para qué
poner la cabeza en lo que lastima? Es la vida. Tú y bebé van a estar bien…
¿verdad?
__No lo sé… Mejor dicho, lo sé. ¡No! Marcos,
no vamos a estar bien. Mi sociedad es muy abierta con los comportamientos
sexuales, pero muy rígida cuando se trata de niños. Para bebé las cosas no van
a estar bien. Será un niño sin padre, y eso no es bien visto. Será el “hijo de
un salvaje”, estará marcado de por vida. Para ti sobrevivir es comer algo todos
los días, cuidarse de los animales y del frío. Para mí, sobrevivir es también
resolver día a día la cuestión de la pertenencia a la sociedad que nos cobija.
En el fondo, no hay nada muy distinto.
__¿Entonces?...
__Sigamos juntos Marcos, deberá haber algún
lugar donde podamos estar bien ambos. Tal vez encontremos alguna otra comunidad
más tolerante que nos brinde espacio. No todas viven en USIAS, algunos amantes
de la naturaleza se han establecido alrededor de las antiguas ciudades.
Busquemos un lugar para todos, para nosotros tres…
__Pero… ¿Y si no encontramos a nadie para
asistirte en el nacimiento de bebé?
__¡Es la vida! Además, más allá de todas las
posibilidades que algo salga mal, está también la que todo vaya bien. Las
mujeres han dado a luz desde siempre, muchísimos siglos antes de que existieran los hospitales y los médicos… Peligros
hay en todos lados: se gana en un
aspecto, y se pierde en otro. Por mucho que nos cueste aceptar, la vida es
precaria y pasajera, y mientras está,
eso: está ahí para nosotros. Busquemos… quién no te dice que
encontremos…
Fusionados en un cálido abrazo, giraron sobre
sus tobillos para emprender el regreso a la cueva. Detrás de ellos se erguía la
curiosa silueta de la USIA medieval.
Myriam logró sonreír por un generoso espacio
de tiempo mientras se preguntaba, con un dejo de resignación, si la humanidad
en su loco camino al progreso no hubiera, simplemente, caminado en círculos…
Tal vez, pero aún así, lo más probable es que
fuera inevitable.