I.
La
disciplina de Rafael
Las flores, románticos símbolos de amor
perfumado y de la vida policromática, le resultaban preanuncios de un desenlace
cada vez más inminente. Por eso, Constanza odiaba que se las regalasen. Alfredo
le daba a diario, con su florido obsequio matutino, sobrada ocasión de odio,
agravándose por el hecho de que él, en persona, casi no aparecía.
A las nueve de la noche de aquella tan
fría de junio, Patricia (la nueva enfermera) atendió el portero e hizo entrar
al escritor Rafael Campos. Por suerte, él no traía flores.
Constanza, recostada en el sillón que a
esas alturas devenía en lecho de convaleciente, lo esperaba con cierta
ansiedad. Ella misma, venciendo el orgullo que le impedía saberse débil y
necesitada, lo había llamado al mediodía.
Rafael se le acercó, y la saludó dándole
un beso fugaz en la mejilla. El cuerpo de Constanza, antaño vibrante como una
onda sonora, convivía con una agonía feroz. Su belleza estructural era sólo un
recuerdo, alejado cada vez más luego del continuo desflorar del cabello, la
evaporación de su masa corpórea, el color macilento de su cadavérico rostro.
__Gracias por venir __contestó ella al
amable saludo.
Él se sentó frente a sí. No supo si por
lo atractivo de su porte viril, si por la voz magnética, si por el perfume
agradable, si por la sola presencia humana en esta lamentable circunstancia, o
si por varias de estas cosas, su corazón empezó a recibir un remanso de paz
extraña, casi como un descanso, un alivio... Y algo más.
__De nada __replicó cuando ya estuvo
acomodado__. Te traje esto.
Era un disco compacto de música.
Por su lado ella quería hablar: quería
contarle mil cosas, sacarse mil dudas, expresarle mil sentimientos, pero el
temor de ser ofensiva con el único ser que hasta el momento acudía a ella
desinteresadamente, la gravaba con mil barreras de silencio tenso.
__La música es buena __continuó él
intentando sortear la dificultad__, llena los espacios vacíos de la mente que
tiende a errar en las miasmas de la oscuridad.
__¿Siempre hablas así?
__No. Perdón. Es que vengo con mi cabeza
enchufada en la novela que ahora estoy escribiendo.
__Así que resultaste ser escritor. ¿Y
ganas plata?
__Por ahora sí. El último libro va por
la tercera edición... Eso significa que no soy ni pobre ni fracasado...—sonrió
como para liberar de mala intención su sutil ironía__. Entonces, según tu
convicción, ¿yo pienso lo que pienso por ser feo o imbécil?
__También tú fuiste duro conmigo. Me
dijiste que yo tenía repelente a las relaciones humanas.
__¿Y me equivoqué?
__Nací así. Heredé el mal carácter de mi
madre. No puedo ser distinta: no sé cómo sacarme ese repelente de encima. Es mi
condena. Te confieso que... no quiero ahuyentarte y no sé cómo no hacerlo.
__¿No sabes que hacer para retener una
buena compañía?
__Bueno... sé que hacer cuando me doy
cuenta que despierto deseo en un hombre,
y yo estoy con mi cuerpo en condiciones. Así, en una relación en la que
“eso” no media, no sé qué hacer.
__Entiendo. Aquí, el “eso” no es lo que
media…
__¿Por qué? ¿Tu pareja te contiene
tanto? ¿O eres gay?
__Ni una cosa ni la otra. Soy... o lo
suficientemente feo o imbécil, todavía no me has dicho, como para creer en algo
que se llama “amor”.
__¿De verdad? Eso yo creo que nunca lo
voy a entender. Para mí el amor es la gran mentira de la humanidad. ¿Qué es?
¿Dónde está? ¿Para qué sirve? Yo nunca lo sentí.
__Yo sí, intensamente. El amor está:
está en medio de la humanidad que lucha por ser ella misma; está en cada
persona, más o menos diluido en el mar de sus egoísmos y apetencias; está,
riñendo codo a codo con su competencia: la vanidad y el afán de dominio de los
hombres. En forma pura, realmente está en muy pocas personas. Pero está. Lo que
pasa es que cada uno es un imán de lo mismo hacia los otros. El que agrede,
atrae agresión, el que ama, atrae amor. El cariño atrae cariño y el odio, odio.
El ambicioso atrae a otro ambicioso y el estafador a otro estafador.
__Entonces ¿por qué estás acá? Yo soy
agresiva, y tú pareces bondadoso.
__En estos momentos no estás siendo
agresiva…
__Pero sí interesada.
__Eso es otra cosa. Si no fuera porque
crees que me necesitas, de hecho que no me hubieras llamado. No me estarías
escuchando, ni intentando vencer tu modo natural de comportarte. Pero bueno,
digamos que... estoy pretendiendo revertir esta ley, pues Dios ofrece a todos
sus oportunidades de cambio.
__¿Tienes algún interés sobre mí?
¿Quieres conseguir algo por lo cual inviertes estas horas que bien podrías
estar tranquilo en tu casa o divirtiéndote con tus amigos?
__Claro que tengo interés. Conocer,
conversar con alguien siempre me resultó interesante. Siempre se aprende de los
otros, de las relaciones humanas.
__¿Te parece interesante conversar
conmigo? Yo no tengo nada bueno que decir, menos a un escritor.
__Toda persona es interesante. Además,
tu agresividad no es más que una coraza externa: dentro de ti hay un corazón
que seguramente es bueno, no puede ser de otro modo, y que es lindo descubrir.
__¿Corazón? Eres realmente raro. Hablas
raro, tal vez se te note siempre tu vena de escritor. Me da la impresión que tu
universo y el mío no son iguales.
__Al contrario: estamos en el mismo
universo, sólo que tú lo entiendes de un modo y yo de otro. Por eso resulta
difícil interpretarnos. En realidad yo te comprendo plenamente, comprendo tu
postura y desde qué parada existencial me hablas. Entiendo que tu experiencia
de vida te limita, porque todas nuestras ideas se fundan en algún tipo de
experiencia. Si no has tenido experiencia del amor... la misma palabra te suena
vacía de contenido.
__¿Conoces el amor?
__Sí. Yo amé mucho a una mujer que me
amó demasiado.
__¿Amaste? ¿Y qué pasó?
__Ella murió. Soy viudo desde hace siete
años. Estuvimos casados cinco, no pudimos tener hijos, un accidente tonto me la
llevó de mi lado __desvió la mirada hacia un punto invisible donde podía
escarbar en sus dolorosos recuerdos__. Al lado de ella disfruté el amor que te
llena el universo. Ese amor que te hace sentir único y satisfecho.
__Ya te dije, ese amor me suena irreal.
__Nosotros lo hicimos realidad. Al
comienzo, cuando éramos jóvenes, soñábamos, creo que como todos, con ese amor
ideal… lo ves en las películas, lo lees en las novelas, suspiras por él… te
metes en el mundo intentando encontrarlo. El asunto que, como es sueño, no
existe más que dentro de uno. El paso del sueño y del ideal, a lo real y
concreto (y ese es el problema) no resulta mágico, no se da por el sólo hecho
que se lo desee y se lo tenga en mente;
se da cuando se lo amasa en ese aparente gris del día a día. Es verdad que el
amor como tal no existe ya hecho: ¡hay que hacerlo! Existe como potencial
dentro nuestro, como fuerza primaria, como aspiración, como necesidad, como
ansiedad, como dolor. Se hace real en la medida en que se ama y se deja ser
amado.
__Muchos entran en la vida de pareja con
esa aspiración, y la mayoría no lo consigue.
__Quizás. Hay muchas cosas en juego, y
una de ellas es que el deseo de amar tiene que ser compartido, tiene que ser
cuestión de los dos. No basta con que uno quiera, en esto son necesarios los
dos. Si uno de ellos se desengancha de este tren, el otro no tiene nada que
hacer ya: se acabó. Ahora…, puede que ambos quieran, pero se den
incompatibilidades profundas que les haga intolerable la convivencia, en este
caso, si las incompatibilidades son insuperables, si se hacen daño el uno al
otro, aún queriéndose, lo mejor es no seguirlo intentando. Pero... si se tiene
en cuenta que la elección de la pareja hay que hacerla con un relativo grado de
madurez personal, y luego de que cada uno haya definido sus propias metas, por
lo cual ya se puede saber si van o no por la misma senda, y hay decisión clara
y manifiesta de cultivar el amor, se lo logra. El asunto es seguir adelante
sorteando las desilusiones, las rutinas, los momentos de oscuridad, de
decadencia, de soledad.
__Parece una cosa muy voluntarista.
Cuando el amor se acaba, ¿cómo vuelve?
__La experiencia es mixta, siempre es
mixta: hay momentos de euforia, de placer, de gratuidad, de profundo gozo y
sentido. Y se dan, de algún modo, solos, es lo que llaman “enamoramiento”. Pero
es una profunda ingenuidad pensar que siempre será así. Hay otros momentos de
crisis, rupturas, de desengaños, de desilusiones, de mediocridad... El asunto
es servirse de ambos momentos: cuando hay viento a favor, remar no más, entrar
lo más profundamente que se pueda, sin miedo. Cuando hay viento en contra, hay
que remar no más, acordándose de la plenitud adquirida, con paciencia, aunque
se tenga la impresión que no se avanza mucho. Y ahí sí, la voluntad juega su
papel, pero si está a ciegas, es decir, sin la ayuda de la convicción, del deseo,
y de la ilusión, el esfuerzo puede resultar inhumano.
__¿Y si el viento en contra no cesa
nunca?
__Eso es mala señal. Como en todas las
cosas, no hay recetas universales. Es decir, los valores si pueden ser
universales, pero cada caso es cada caso, y ahí está lo magnífico de nuestra
condición humana: nosotros somos ingenieros de nosotros mismos, nos diseñamos,
nos construimos, nos re-creamos. Por eso, las circunstancias juegan con cada
uno, presentan su oferta de desafíos que, dependen del modo en cómo las
encaramos, nos construyen o nos destruyen por dentro.
__Mi madre vivió con viento en contra.
La pobre se postergó, se sometió, se olvidó de sí, y todo para que mi padre
tenga rienda suelta en su perpetuo juego
con mujeres, mientras ella permanecía oscura y sola en la casa. ¿De qué le
sirvió tanto esfuerzo?
__De afuera, no puedes llegar a saberlo.
No te corresponde juzgar, porque hay cosas que se mueven en el interior de las
personas, y por lo mismo, no las puedes ver. Lo que sí te digo es que, aún cuando
esa haya sido la experiencia familiar que mamaste en tu infancia, no todo es
así. No todos los hombres somos así.
__¿Fuiste fiel?
__Lo fui.
__No sé si considerarte un héroe o un
pelotudo.
__Lo fui porque deseé serlo. La
fidelidad para mí no fue un asunto de “aguantar” o de reprimir deseos. Fue una
decisión, no siempre fácil porque se me presentaron muchas oportunidades para
no serlo, aún más, tuve momento en que mis deseos combatieron entre sí. Una
dulce jovencita, alumna mía, se había enamorado de mí y me ofrecía toda la
frescura de sus pocos años y su devorador entusiasmo. Para el colmo, en esos
momentos no andaba muy bien con Pamela, mi mujer, y la propuesta me parecía muy
atractiva. Combate de deseos, por un lado quiero esto y por el otro, quiero lo
contrario.
__¿Y por qué resolviste por la
fidelidad? ¿No hubieras disfrutado un poco de romance?
__Por suerte conservé mi lucidez.
Analicé detalladamente ambos deseos, sus posibilidades, sus ventajas y
desventajas, y sobre todo, sus consecuencias. Nunca me gustó ser un hombre
mentiroso, ni tener cosas que ocultar porque eso te quita mucha libertad. Y la
sola idea de traicionar la confianza de mi esposa, aunque en esos precisos
momentos no andábamos bien, me causaba horror...
__Podría no haberse enterado.
__¿Y tú crees que yo me hubiese sentido
cómodo con la idea que ella pensaba de mí lo que yo no era, que la pobre ponía
sus manos en el fuego por mí y se estaba quemando sin saberlo? No. No podía ser
tan desgraciado.
__¿Y si ella te hubiese engañado?
__Si eso hubiese pasado, por lo menos la
que falló al contrato fue ella y no yo.
__¿Hubieses perdonado?
__No sé. Quizás hubiese dependido de la
significación de la otra relación en ella. La verdad, es que no sé. En nuestro
matrimonio, los celos no fueron un gran problema, más lo fue la compatibilidad
de caracteres, y sobre todo, el aceptarnos cada uno con lo que era de bueno y
de limitado. De novios nos habíamos idealizado mucho, por eso los primeros años
se nos amargaron con la desilusión de descubrir que ninguno de los dos era lo
que el otro pensaba que era.
__¿Y cómo lo resolvieron?
__Y... ante el shock de la realidad… un
poco de locura, de ensoñación… un poco, sólo un poco, como la sal que debe
estar en pequeñas dosis en la comida, sino resulta un desastre. Y luego
revalorar a la persona con la cual te casaste y que no era cien por cien con la
que creíste casarte. Aprender a no remarcar sólo los errores, a hablar de buen
modo de los defectos propios y ajenos, a dejarse corregir. Y sobre todo, a
compartir el “control” de la relación. Eso es lo más difícil. A veces cometiste
un error, tu mujer te lo señala y tú sabes que tiene razón, pero no se lo
quieres reconocer por miedo a que se sienta superior y crea que ella lleva las
de ganar. Es un arte, donde tu yo se construye a base de negociarlo, ceder y
conceder en algunos casos, y en otros demandar y pedir.
__¿Cómo es eso de que “tu yo se
construye”?
__Es verdad que cada uno es artífice de
sí mismo, pero también es verdad que, una vez que hiciste de ti lo que querías,
te las tienes que soportar, para bien o para mal. Puedes aprender de la
experiencia, y luego con las limitaciones del caso, volver a empezar. Si eres
muy obstinado y cabeza dura, la vida te va a tener que demostrar muchas veces
que tus ideas no sirven para hacerte feliz, y que te tienes que abrir a algo
nuevo, aventurarte a creer en lo que antes no creíste o desconocías, a buscar
por otros rumbos...
__Pero tú dices que cada uno se
construye a sí mismo, y sin embargo las más de las veces, uno no consigue lo
que quiere. Yo quería tener Alfredo a mi
lado, y no lo tengo.
__Y no depende de ti el tenerlo. Pero lo
que diseñas es lo que logras con respecto a ti misma. No lograste tener a
Alfredo, pero lograste ser una mujer ambiciosa, lograste ser una mujer atractiva,
lograste ser una mujer seductora sexualmente hablando. Lo lograste.
__¿Y eso de qué me sirve? Ahora estoy
con un cáncer que me lleva a la muerte y no puedo ser ni atractiva, ni
sexualmente apetecible. Ni siquiera tengo plata.
__Yo te diría que es tu momento de
“rediseñarte”.
__¡Con un cáncer dentro!
__El cáncer no es tu verdadero problema.
El cáncer, la enfermedad, en muchos casos, y no sé si en todos, es un grito
existencial de auxilio, dado por ti a ti misma. Evidentemente tus verdaderos
deseos, esos que provienen de lo más íntimo de tu alma, de tu espíritu, no son
los deseos que dejaste orientaran tu vida. De allí la frustración, de allí la
soledad. Tienes que tener en cuenta que cada persona no es una cosa simple,
lisa y llana. Es un complejo, tiene sus niveles, tiene sus partes, y en general
no están armonizadas. Tú has deseado ser una “vampiresa” desde un nivel, y
desde otro más profundo, no deseas eso. Y ese más profundo seguramente te fue
dando pistas que no escuchaste: habrás sentido depresión, frustración, soledad,
inseguridad, angustia... Y no le llevaste el apunte. Entonces, como es el nivel
profundo del ser, el que lo comanda todo, hasta el propio cuerpo, no le quedó
otra opción que explotar hacia dentro, y explotó en el cuerpo, en tu cuerpo.
__¿Qué quieres decir? ¿Qué yo soy
culpable de mi enfermedad?
__Cuando Pamela murió, estábamos en un
muy buen momento de matrimonio. Vibrábamos al unísono. Las tensiones habían
disminuido, las peleas no eran tan frecuentes, y gozábamos mucho de nuestra
relación. Ella murió de un accidente, un accidente tonto me la arrebató y me
sentí destrozado. Todo me recordaba a ella, y me parecía imposible sobrevivir.
Mi deseo de muerte se me materializó dos años después con el cáncer. Por entonces
yo era un preso de las circunstancias, dejaba que ellas me arrastraran a la
deriva, no tenía rumbo ni ganas de tenerlo. Hasta que en un momento, luego de
una quimio, soñé que mi amada Pamela estaba desilusionada de mí a causa de mi
renuncia a vivir. Entonces todo cambió. Deseé la vida, deseé reconstruirme a
pesar del dolor, enfrenté con valor la realidad... Y allí vino ese “milagro”
que el médico todavía está tratando de precisar de qué se trató.
__Sí que eres un tipo raro. Crees en los
sueños, en los ideales, en la fuerza de uno para la salud... ¿Cuál es tu mundo?
__El mismo que el tuyo, sólo que comprendido
diferente. Si yo someto mi caso a la explicaciones científicas, tanto médicas
como psicológicas, me van a dar mil de lo que me pasa. Pero no es eso lo que me
importa. Soñar con Pamela, y creer en ese sueño, me salvó. ¿Qué importa si soy
raro? ¿Qué importa si doy relevancia a los que
otros no creen que la tenga? Yo sigo vivo, sigo vivo con un cáncer detenido en
mi cuerpo, y lo más grande, sigo vivo creyendo en la vida a pesar del dolor. Me
siento bien, bien conmigo mismo. ¿No crees que vale la pena animarse a tener
fe?
__¿Fe en qué?
__En Dios principalmente. Desde allí
puedes fundamentar la fe en la vida, la fe en ti misma, en las fuerzas que Dios
pone a tu disposición.
__¿Y cómo haces para creer? Yo en Dios
nunca pienso. Y si llego a pensar, se me ocurre que no me iría tan bien.
__Dios es una realidad, por eso más que
escuchar sobre él, tienes que relacionarte, experimentarlo.
__¿Y cómo? ¿Dónde?
__En tu interior. La única peregrinación
que necesitas para contactarte con Él, es ir a tu interior.
__¿Mi interior? ¡Es un quilombo mi
interior!
__Aún así, Él está dentro tuyo,
sufriendo contigo tu infierno, tratando de ser escuchado, deseando tu vida, tu
felicidad, tu liberación.
__¿Sufriendo mi infierno? ¿No es acaso
el infierno un castigo que Él mismo da a los que no se portan bien?
__El cielo y el infierno son estados del
alma, no lugares. Y el alma nuestra ya vive, desde ahora, en este mundo, sin
necesidad de morirse, en su cielo o en su infierno. Dios no castiga, al
contrario, Él salva, es siempre salvador, liberador, no puede desear otra cosa.
El no castiga al malo, porque lo “malo” no necesita castigarse, lleva la
condena dentro suyo, es su propia consecuencia intrínseca. Si entendemos por
“malo” esa destrucción del ser, esas decisiones mal tomadas que te llevaron a
fragmentarte en lugar de armonizarte, el castigo es el propio sufrimiento de tu
“des-construcción”. El alma lo sufre como vacío, sin sentido, oscuridad,
fracaso, desolación, angustia... Y sin necesidad de morir. Lo bueno de no haber
muerto es que todavía hay oportunidades de transformar el infierno en cielo.
Por eso, Dios está y permanece dentro de ti, para ayudarte en ese paso.
__¿Y nunca pensaste en la posibilidad de
que no exista, que tu experiencia sea un engaño, una falacia, un juego de tu
imaginación?
__Sí. Muchas veces me planteé esa
posibilidad, sobre todo cuando las cosas no salían de acuerdo a lo que yo
esperaba. Pero encuentro, superando esos momentos, una armonía tan grande en mi
vida, una coincidencia entre lo que creo, lo que quiero y las circunstancias, y
por otro lado una densidad de realidad enorme cuando siento que hablo con Él,
que la posibilidad de estar en un error no me inquieta.
__¿Y qué pasa si cuando te mueres
resulta que no hay nada?
__Si no hay nada, si no tengo ya más
conciencia, simplemente no me voy a dar cuenta que estaba en un error.
__¿Y entones? ¿Valió la pena tu vida?
__A mí la experiencia de Dios me hace
gozar ampliamente, me gratifica, es fuente de placer. Como todo, tiene sus
momentos, no siempre está en alza, tengo mis luchas y mis debates internos,
sobre todo en orden a “armonizarme”.
__¿Cómo es el asunto? ¿Tú tienes
experiencia de Dios?
__Tal cual.
__¿Pero eso no es cosa de... de algunos,
no sé, de los santos, de los curas, de las monjas?
__Yo no soy cura, no soy monja, no soy
santo. Soy uno más de tantos. No me destaco por nada en especial. Ni soy más
bueno ni más malo que nadie. La experiencia de Dios está al alcance de todos,
es tan natural al hombre como respirar, tener hambre y comer, dormir. Sólo que
hay que descubrir esa posibilidad. Mejor dicho, hay que darse cuenta que la
tenemos, que está a nuestro alcance y que es lo mejor que podemos hacer en nuestras
vidas. Lo que pasa es que hay que superar muchos prejuicios, justamente como el
tuyo, que piensas que hay que ser especial para que Dios se te manifieste. Otro
prejuicio es creer que la experiencia de Dios significa una vida aburrida y
reprimida, llena de sacrificios y abnegación, o que se trata de ese ideal de
perfección que nadie llega.
__¿Y cómo descubriste todo esto? ¿Fue
por tu enfermedad?
__No. Lo descubrí al lado de Pamela.
Pamela era una mujer llena de luz que la contagiaba en derredor. Yo me iluminé
gracias a ella. Gracias a esa luz la vida de pareja adquirió matices de colores
insospechados.
__Dime la verdad ¿Te llegaste a curar
por pensar así?
__Supongo que sí.
__Entonces yo me voy a morir, no más. No
puedo creer en ese mundo. Me gustaría, pero no puedo, porque me parece un
cuento de hadas, tal como el del dragón y la princesa. Mi cáncer no tiene otro
origen más que esas malditas células malignas. Si me curo, será gracias a la
medicina. Lo real es lo que se ve y lo que se toca. Perdóname, pero no puedo
creer en tu mundo.
__Está bien. Cada uno se construye o se
destruye de acuerdo a lo que cree o no cree.
__Yo no me destruyo. Es el cáncer el que
me destruye.
__Está bien —repitió—, respeto tu punto
de vista, respeto tu opinión. De todas formas, aunque no sea más que por un
minuto, considera la posibilidad... ¿Qué tienes para perder?
__La cordura.
__¿Y qué te hace sostener que ahora la
tienes? ¿Qué te hace pensar que estás tan sana psicológicamente y que yo estoy
tan loco? ¿Sólo porque hablo de cosas distintas de las que estás acostumbrada a
escuchar? ¿Por qué no lo juzgas por el efecto? Mira lo que conseguí en mi
propia vida, mira lo que logré, mira el efecto de mis pensamientos en mí mismo.
Y mírate tú. Considéralo, sólo eso. En algún momento del día en que te sientas
tranquila, escucha la música que te he traído, y deja que los pensamientos
fluyan. Entra dentro tuyo. Piensa. Sólo eso: piensa.
La enferma le dijo que sí, sabiendo que
no lo haría. Decididamente, el mundo de Rafael no era su mundo. Prefería volver
a creer en esas dolorosas sesiones de quimioterapia que le estaban barriendo la
vida de las células del cuerpo; mas no podía negar que la presencia de ese
hombre le resultaba interesante; por algún motivo no resuelto, le agradaba su
compañía, aún más, le atraía el efecto de esas palabras nuevas, aún cuando para
ella no representaran otra cosa más que lindas aspiraciones desustanciadas de
realidad.
De todos modos, esa noche cerró sus ojos
inspirada por los suaves acordes de la melodía que el escritor le hubiese
obsequiado.