miércoles, 14 de octubre de 2015

Constanza VII. La amante

I.                   La disciplina de Rafael



Las flores, románticos símbolos de amor perfumado y de la vida policromática, le resultaban preanuncios de un desenlace cada vez más inminente. Por eso, Constanza odiaba que se las regalasen. Alfredo le daba a diario, con su florido obsequio matutino, sobrada ocasión de odio, agravándose por el hecho de que él, en persona, casi no aparecía.
A las nueve de la noche de aquella tan fría de junio, Patricia (la nueva enfermera) atendió el portero e hizo entrar al escritor Rafael Campos. Por suerte, él no traía flores.
Constanza, recostada en el sillón que a esas alturas devenía en lecho de convaleciente, lo esperaba con cierta ansiedad. Ella misma, venciendo el orgullo que le impedía saberse débil y necesitada, lo había llamado al mediodía.
Rafael se le acercó, y la saludó dándole un beso fugaz en la mejilla. El cuerpo de Constanza, antaño vibrante como una onda sonora, convivía con una agonía feroz. Su belleza estructural era sólo un recuerdo, alejado cada vez más luego del continuo desflorar del cabello, la evaporación de su masa corpórea, el color macilento de su cadavérico rostro.
__Gracias por venir __contestó ella al amable saludo.
Él se sentó frente a sí. No supo si por lo atractivo de su porte viril, si por la voz magnética, si por el perfume agradable, si por la sola presencia humana en esta lamentable circunstancia, o si por varias de estas cosas, su corazón empezó a recibir un remanso de paz extraña, casi como un descanso, un alivio... Y algo más.
__De nada __replicó cuando ya estuvo acomodado__. Te traje esto.
Era un disco compacto de música.
Por su lado ella quería hablar: quería contarle mil cosas, sacarse mil dudas, expresarle mil sentimientos, pero el temor de ser ofensiva con el único ser que hasta el momento acudía a ella desinteresadamente, la gravaba con mil barreras de silencio tenso.
__La música es buena __continuó él intentando sortear la dificultad__, llena los espacios vacíos de la mente que tiende a errar en las miasmas de la oscuridad.
__¿Siempre hablas así?
__No. Perdón. Es que vengo con mi cabeza enchufada en la novela que ahora estoy escribiendo.
__Así que resultaste ser escritor. ¿Y ganas plata?
__Por ahora sí. El último libro va por la tercera edición... Eso significa que no soy ni pobre ni fracasado...—sonrió como para liberar de mala intención su sutil ironía__. Entonces, según tu convicción, ¿yo pienso lo que pienso por ser feo o imbécil?
__También tú fuiste duro conmigo. Me dijiste que yo tenía repelente a las relaciones humanas.
__¿Y me equivoqué?
__Nací así. Heredé el mal carácter de mi madre. No puedo ser distinta: no sé cómo sacarme ese repelente de encima. Es mi condena. Te confieso que... no quiero ahuyentarte y no sé cómo no hacerlo.
__¿No sabes que hacer para retener una buena compañía?
__Bueno... sé que hacer cuando me doy cuenta que despierto deseo en un hombre,  y yo estoy con mi cuerpo en condiciones. Así, en una relación en la que “eso” no media, no sé qué hacer.
__Entiendo. Aquí, el “eso” no es lo que media…
__¿Por qué? ¿Tu pareja te contiene tanto? ¿O eres gay?
__Ni una cosa ni la otra. Soy... o lo suficientemente feo o imbécil, todavía no me has dicho, como para creer en algo que se llama “amor”.
__¿De verdad? Eso yo creo que nunca lo voy a entender. Para mí el amor es la gran mentira de la humanidad. ¿Qué es? ¿Dónde está? ¿Para qué sirve? Yo nunca lo sentí.
__Yo sí, intensamente. El amor está: está en medio de la humanidad que lucha por ser ella misma; está en cada persona, más o menos diluido en el mar de sus egoísmos y apetencias; está, riñendo codo a codo con su competencia: la vanidad y el afán de dominio de los hombres. En forma pura, realmente está en muy pocas personas. Pero está. Lo que pasa es que cada uno es un imán de lo mismo hacia los otros. El que agrede, atrae agresión, el que ama, atrae amor. El cariño atrae cariño y el odio, odio. El ambicioso atrae a otro ambicioso y el estafador a otro estafador.
__Entonces ¿por qué estás acá? Yo soy agresiva, y tú pareces bondadoso.
__En estos momentos no estás siendo agresiva…
__Pero sí interesada.
__Eso es otra cosa. Si no fuera porque crees que me necesitas, de hecho que no me hubieras llamado. No me estarías escuchando, ni intentando vencer tu modo natural de comportarte. Pero bueno, digamos que... estoy pretendiendo revertir esta ley, pues Dios ofrece a todos sus oportunidades de cambio.
__¿Tienes algún interés sobre mí? ¿Quieres conseguir algo por lo cual inviertes estas horas que bien podrías estar tranquilo en tu casa o divirtiéndote con tus amigos?
__Claro que tengo interés. Conocer, conversar con alguien siempre me resultó interesante. Siempre se aprende de los otros, de las relaciones humanas.
__¿Te parece interesante conversar conmigo? Yo no tengo nada bueno que decir, menos a un escritor.
__Toda persona es interesante. Además, tu agresividad no es más que una coraza externa: dentro de ti hay un corazón que seguramente es bueno, no puede ser de otro modo, y que es lindo descubrir.
__¿Corazón? Eres realmente raro. Hablas raro, tal vez se te note siempre tu vena de escritor. Me da la impresión que tu universo y el mío no son iguales.
__Al contrario: estamos en el mismo universo, sólo que tú lo entiendes de un modo y yo de otro. Por eso resulta difícil interpretarnos. En realidad yo te comprendo plenamente, comprendo tu postura y desde qué parada existencial me hablas. Entiendo que tu experiencia de vida te limita, porque todas nuestras ideas se fundan en algún tipo de experiencia. Si no has tenido experiencia del amor... la misma palabra te suena vacía de contenido.
__¿Conoces el amor?
__Sí. Yo amé mucho a una mujer que me amó demasiado.
__¿Amaste? ¿Y qué pasó?
__Ella murió. Soy viudo desde hace siete años. Estuvimos casados cinco, no pudimos tener hijos, un accidente tonto me la llevó de mi lado __desvió la mirada hacia un punto invisible donde podía escarbar en sus dolorosos recuerdos__. Al lado de ella disfruté el amor que te llena el universo. Ese amor que te hace sentir único y satisfecho.
__Ya te dije, ese amor me suena irreal.
__Nosotros lo hicimos realidad. Al comienzo, cuando éramos jóvenes, soñábamos, creo que como todos, con ese amor ideal… lo ves en las películas, lo lees en las novelas, suspiras por él… te metes en el mundo intentando encontrarlo. El asunto que, como es sueño, no existe más que dentro de uno. El paso del sueño y del ideal, a lo real y concreto (y ese es el problema) no resulta mágico, no se da por el sólo hecho que se lo desee y  se lo tenga en mente; se da cuando se lo amasa en ese aparente gris del día a día. Es verdad que el amor como tal no existe ya hecho: ¡hay que hacerlo! Existe como potencial dentro nuestro, como fuerza primaria, como aspiración, como necesidad, como ansiedad, como dolor. Se hace real en la medida en que se ama y se deja ser amado.
__Muchos entran en la vida de pareja con esa aspiración, y la mayoría no lo consigue.
__Quizás. Hay muchas cosas en juego, y una de ellas es que el deseo de amar tiene que ser compartido, tiene que ser cuestión de los dos. No basta con que uno quiera, en esto son necesarios los dos. Si uno de ellos se desengancha de este tren, el otro no tiene nada que hacer ya: se acabó. Ahora…, puede que ambos quieran, pero se den incompatibilidades profundas que les haga intolerable la convivencia, en este caso, si las incompatibilidades son insuperables, si se hacen daño el uno al otro, aún queriéndose, lo mejor es no seguirlo intentando. Pero... si se tiene en cuenta que la elección de la pareja hay que hacerla con un relativo grado de madurez personal, y luego de que cada uno haya definido sus propias metas, por lo cual ya se puede saber si van o no por la misma senda, y hay decisión clara y manifiesta de cultivar el amor, se lo logra. El asunto es seguir adelante sorteando las desilusiones, las rutinas, los momentos de oscuridad, de decadencia, de soledad.
__Parece una cosa muy voluntarista. Cuando el amor se acaba, ¿cómo vuelve?
__La experiencia es mixta, siempre es mixta: hay momentos de euforia, de placer, de gratuidad, de profundo gozo y sentido. Y se dan, de algún modo, solos, es lo que llaman “enamoramiento”. Pero es una profunda ingenuidad pensar que siempre será así. Hay otros momentos de crisis, rupturas, de desengaños, de desilusiones, de mediocridad... El asunto es servirse de ambos momentos: cuando hay viento a favor, remar no más, entrar lo más profundamente que se pueda, sin miedo. Cuando hay viento en contra, hay que remar no más, acordándose de la plenitud adquirida, con paciencia, aunque se tenga la impresión que no se avanza mucho. Y ahí sí, la voluntad juega su papel, pero si está a ciegas, es decir, sin la ayuda de la convicción, del deseo, y de la ilusión, el esfuerzo puede resultar inhumano.
__¿Y si el viento en contra no cesa nunca?
__Eso es mala señal. Como en todas las cosas, no hay recetas universales. Es decir, los valores si pueden ser universales, pero cada caso es cada caso, y ahí está lo magnífico de nuestra condición humana: nosotros somos ingenieros de nosotros mismos, nos diseñamos, nos construimos, nos re-creamos. Por eso, las circunstancias juegan con cada uno, presentan su oferta de desafíos que, dependen del modo en cómo las encaramos, nos construyen o nos destruyen por dentro.
__Mi madre vivió con viento en contra. La pobre se postergó, se sometió, se olvidó de sí, y todo para que mi padre tenga rienda suelta  en su perpetuo juego con mujeres, mientras ella permanecía oscura y sola en la casa. ¿De qué le sirvió tanto esfuerzo?
__De afuera, no puedes llegar a saberlo. No te corresponde juzgar, porque hay cosas que se mueven en el interior de las personas, y por lo mismo, no las puedes ver. Lo que sí te digo es que, aún cuando esa haya sido la experiencia familiar que mamaste en tu infancia, no todo es así. No todos los hombres somos así.
__¿Fuiste fiel?
__Lo fui.
__No sé si considerarte un héroe o un pelotudo.
__Lo fui porque deseé serlo. La fidelidad para mí no fue un asunto de “aguantar” o de reprimir deseos. Fue una decisión, no siempre fácil porque se me presentaron muchas oportunidades para no serlo, aún más, tuve momento en que mis deseos combatieron entre sí. Una dulce jovencita, alumna mía, se había enamorado de mí y me ofrecía toda la frescura de sus pocos años y su devorador entusiasmo. Para el colmo, en esos momentos no andaba muy bien con Pamela, mi mujer, y la propuesta me parecía muy atractiva. Combate de deseos, por un lado quiero esto y por el otro, quiero lo contrario.
__¿Y por qué resolviste por la fidelidad? ¿No hubieras disfrutado un poco de romance?
__Por suerte conservé mi lucidez. Analicé detalladamente ambos deseos, sus posibilidades, sus ventajas y desventajas, y sobre todo, sus consecuencias. Nunca me gustó ser un hombre mentiroso, ni tener cosas que ocultar porque eso te quita mucha libertad. Y la sola idea de traicionar la confianza de mi esposa, aunque en esos precisos momentos no andábamos bien, me causaba horror...
__Podría no haberse enterado.
__¿Y tú crees que yo me hubiese sentido cómodo con la idea que ella pensaba de mí lo que yo no era, que la pobre ponía sus manos en el fuego por mí y se estaba quemando sin saberlo? No. No podía ser tan desgraciado.
__¿Y si ella te hubiese engañado?
__Si eso hubiese pasado, por lo menos la que falló al contrato fue ella y no yo.
__¿Hubieses perdonado?
__No sé. Quizás hubiese dependido de la significación de la otra relación en ella. La verdad, es que no sé. En nuestro matrimonio, los celos no fueron un gran problema, más lo fue la compatibilidad de caracteres, y sobre todo, el aceptarnos cada uno con lo que era de bueno y de limitado. De novios nos habíamos idealizado mucho, por eso los primeros años se nos amargaron con la desilusión de descubrir que ninguno de los dos era lo que el otro pensaba que era.
__¿Y cómo lo resolvieron?
__Y... ante el shock de la realidad… un poco de locura, de ensoñación… un poco, sólo un poco, como la sal que debe estar en pequeñas dosis en la comida, sino resulta un desastre. Y luego revalorar a la persona con la cual te casaste y que no era cien por cien con la que creíste casarte. Aprender a no remarcar sólo los errores, a hablar de buen modo de los defectos propios y ajenos, a dejarse corregir. Y sobre todo, a compartir el “control” de la relación. Eso es lo más difícil. A veces cometiste un error, tu mujer te lo señala y tú sabes que tiene razón, pero no se lo quieres reconocer por miedo a que se sienta superior y crea que ella lleva las de ganar. Es un arte, donde tu yo se construye a base de negociarlo, ceder y conceder en algunos casos, y en otros demandar y pedir.
__¿Cómo es eso de que “tu yo se construye”?
__Es verdad que cada uno es artífice de sí mismo, pero también es verdad que, una vez que hiciste de ti lo que querías, te las tienes que soportar, para bien o para mal. Puedes aprender de la experiencia, y luego con las limitaciones del caso, volver a empezar. Si eres muy obstinado y cabeza dura, la vida te va a tener que demostrar muchas veces que tus ideas no sirven para hacerte feliz, y que te tienes que abrir a algo nuevo, aventurarte a creer en lo que antes no creíste o desconocías, a buscar por otros rumbos...
__Pero tú dices que cada uno se construye a sí mismo, y sin embargo las más de las veces, uno no consigue lo que quiere. Yo quería tener  Alfredo a mi lado, y no lo tengo.
__Y no depende de ti el tenerlo. Pero lo que diseñas es lo que logras con respecto a ti misma. No lograste tener a Alfredo, pero lograste ser una mujer ambiciosa, lograste ser una mujer atractiva, lograste ser una mujer seductora sexualmente hablando. Lo lograste.
__¿Y eso de qué me sirve? Ahora estoy con un cáncer que me lleva a la muerte y no puedo ser ni atractiva, ni sexualmente apetecible. Ni siquiera tengo plata.
__Yo te diría que es tu momento de “rediseñarte”.
__¡Con un cáncer dentro!
__El cáncer no es tu verdadero problema. El cáncer, la enfermedad, en muchos casos, y no sé si en todos, es un grito existencial de auxilio, dado por ti a ti misma. Evidentemente tus verdaderos deseos, esos que provienen de lo más íntimo de tu alma, de tu espíritu, no son los deseos que dejaste orientaran tu vida. De allí la frustración, de allí la soledad. Tienes que tener en cuenta que cada persona no es una cosa simple, lisa y llana. Es un complejo, tiene sus niveles, tiene sus partes, y en general no están armonizadas. Tú has deseado ser una “vampiresa” desde un nivel, y desde otro más profundo, no deseas eso. Y ese más profundo seguramente te fue dando pistas que no escuchaste: habrás sentido depresión, frustración, soledad, inseguridad, angustia... Y no le llevaste el apunte. Entonces, como es el nivel profundo del ser, el que lo comanda todo, hasta el propio cuerpo, no le quedó otra opción que explotar hacia dentro, y explotó en el cuerpo, en tu cuerpo.
__¿Qué quieres decir? ¿Qué yo soy culpable de mi enfermedad?
__Cuando Pamela murió, estábamos en un muy buen momento de matrimonio. Vibrábamos al unísono. Las tensiones habían disminuido, las peleas no eran tan frecuentes, y gozábamos mucho de nuestra relación. Ella murió de un accidente, un accidente tonto me la arrebató y me sentí destrozado. Todo me recordaba a ella, y me parecía imposible sobrevivir. Mi deseo de muerte se me materializó dos años después con el cáncer. Por entonces yo era un preso de las circunstancias, dejaba que ellas me arrastraran a la deriva, no tenía rumbo ni ganas de tenerlo. Hasta que en un momento, luego de una quimio, soñé que mi amada Pamela estaba desilusionada de mí a causa de mi renuncia a vivir. Entonces todo cambió. Deseé la vida, deseé reconstruirme a pesar del dolor, enfrenté con valor la realidad... Y allí vino ese “milagro” que el médico todavía está tratando de precisar de qué se trató.
__Sí que eres un tipo raro. Crees en los sueños, en los ideales, en la fuerza de uno para la salud... ¿Cuál es tu mundo?
__El mismo que el tuyo, sólo que comprendido diferente. Si yo someto mi caso a la explicaciones científicas, tanto médicas como psicológicas, me van a dar mil de lo que me pasa. Pero no es eso lo que me importa. Soñar con Pamela, y creer en ese sueño, me salvó. ¿Qué importa si soy raro?  ¿Qué importa si doy relevancia a los que otros no creen que la tenga? Yo sigo vivo, sigo vivo con un cáncer detenido en mi cuerpo, y lo más grande, sigo vivo creyendo en la vida a pesar del dolor. Me siento bien, bien conmigo mismo. ¿No crees que vale la pena animarse a tener fe?
__¿Fe en qué?
__En Dios principalmente. Desde allí puedes fundamentar la fe en la vida, la fe en ti misma, en las fuerzas que Dios pone a tu disposición.
__¿Y cómo haces para creer? Yo en Dios nunca pienso. Y si llego a pensar, se me ocurre que no me iría tan bien.
__Dios es una realidad, por eso más que escuchar sobre él, tienes que relacionarte, experimentarlo.
__¿Y cómo? ¿Dónde?
__En tu interior. La única peregrinación que necesitas para contactarte con Él, es ir a tu interior.
__¿Mi interior? ¡Es un quilombo mi interior!
__Aún así, Él está dentro tuyo, sufriendo contigo tu infierno, tratando de ser escuchado, deseando tu vida, tu felicidad, tu liberación.
__¿Sufriendo mi infierno? ¿No es acaso el infierno un castigo que Él mismo da a los que no se portan bien?
__El cielo y el infierno son estados del alma, no lugares. Y el alma nuestra ya vive, desde ahora, en este mundo, sin necesidad de morirse, en su cielo o en su infierno. Dios no castiga, al contrario, Él salva, es siempre salvador, liberador, no puede desear otra cosa. El no castiga al malo, porque lo “malo” no necesita castigarse, lleva la condena dentro suyo, es su propia consecuencia intrínseca. Si entendemos por “malo” esa destrucción del ser, esas decisiones mal tomadas que te llevaron a fragmentarte en lugar de armonizarte, el castigo es el propio sufrimiento de tu “des-construcción”. El alma lo sufre como vacío, sin sentido, oscuridad, fracaso, desolación, angustia... Y sin necesidad de morir. Lo bueno de no haber muerto es que todavía hay oportunidades de transformar el infierno en cielo. Por eso, Dios está y permanece dentro de ti, para ayudarte en ese paso.
__¿Y nunca pensaste en la posibilidad de que no exista, que tu experiencia sea un engaño, una falacia, un juego de tu imaginación?
__Sí. Muchas veces me planteé esa posibilidad, sobre todo cuando las cosas no salían de acuerdo a lo que yo esperaba. Pero encuentro, superando esos momentos, una armonía tan grande en mi vida, una coincidencia entre lo que creo, lo que quiero y las circunstancias, y por otro lado una densidad de realidad enorme cuando siento que hablo con Él, que la posibilidad de estar en un error no me inquieta.
__¿Y qué pasa si cuando te mueres resulta que no hay nada?
__Si no hay nada, si no tengo ya más conciencia, simplemente no me voy a dar cuenta que estaba en un error.
__¿Y entones? ¿Valió la pena tu vida?
__A mí la experiencia de Dios me hace gozar ampliamente, me gratifica, es fuente de placer. Como todo, tiene sus momentos, no siempre está en alza, tengo mis luchas y mis debates internos, sobre todo en orden a “armonizarme”.
__¿Cómo es el asunto? ¿Tú tienes experiencia de Dios?
__Tal cual.
__¿Pero eso no es cosa de... de algunos, no sé, de los santos, de los curas, de las monjas?
__Yo no soy cura, no soy monja, no soy santo. Soy uno más de tantos. No me destaco por nada en especial. Ni soy más bueno ni más malo que nadie. La experiencia de Dios está al alcance de todos, es tan natural al hombre como respirar, tener hambre y comer, dormir. Sólo que hay que descubrir esa posibilidad. Mejor dicho, hay que darse cuenta que la tenemos, que está a nuestro alcance y que es lo mejor que podemos hacer en nuestras vidas. Lo que pasa es que hay que superar muchos prejuicios, justamente como el tuyo, que piensas que hay que ser especial para que Dios se te manifieste. Otro prejuicio es creer que la experiencia de Dios significa una vida aburrida y reprimida, llena de sacrificios y abnegación, o que se trata de ese ideal de perfección que nadie llega.
__¿Y cómo descubriste todo esto? ¿Fue por tu enfermedad?
__No. Lo descubrí al lado de Pamela. Pamela era una mujer llena de luz que la contagiaba en derredor. Yo me iluminé gracias a ella. Gracias a esa luz la vida de pareja adquirió matices de colores insospechados.
__Dime la verdad ¿Te llegaste a curar por pensar así?
__Supongo que sí.
__Entonces yo me voy a morir, no más. No puedo creer en ese mundo. Me gustaría, pero no puedo, porque me parece un cuento de hadas, tal como el del dragón y la princesa. Mi cáncer no tiene otro origen más que esas malditas células malignas. Si me curo, será gracias a la medicina. Lo real es lo que se ve y lo que se toca. Perdóname, pero no puedo creer en tu mundo.
__Está bien. Cada uno se construye o se destruye de acuerdo a lo que cree o no cree.
__Yo no me destruyo. Es el cáncer el que me destruye.
__Está bien —repitió—, respeto tu punto de vista, respeto tu opinión. De todas formas, aunque no sea más que por un minuto, considera la posibilidad... ¿Qué tienes para perder?
__La cordura.
__¿Y qué te hace sostener que ahora la tienes? ¿Qué te hace pensar que estás tan sana psicológicamente y que yo estoy tan loco? ¿Sólo porque hablo de cosas distintas de las que estás acostumbrada a escuchar? ¿Por qué no lo juzgas por el efecto? Mira lo que conseguí en mi propia vida, mira lo que logré, mira el efecto de mis pensamientos en mí mismo. Y mírate tú. Considéralo, sólo eso. En algún momento del día en que te sientas tranquila, escucha la música que te he traído, y deja que los pensamientos fluyan. Entra dentro tuyo. Piensa. Sólo eso: piensa.
La enferma le dijo que sí, sabiendo que no lo haría. Decididamente, el mundo de Rafael no era su mundo. Prefería volver a creer en esas dolorosas sesiones de quimioterapia que le estaban barriendo la vida de las células del cuerpo; mas no podía negar que la presencia de ese hombre le resultaba interesante; por algún motivo no resuelto, le agradaba su compañía, aún más, le atraía el efecto de esas palabras nuevas, aún cuando para ella no representaran otra cosa más que lindas aspiraciones desustanciadas de realidad.
De todos modos, esa noche cerró sus ojos inspirada por los suaves acordes de la melodía que el escritor le hubiese obsequiado.


domingo, 11 de octubre de 2015

Constanza VI. La amante

I.                   La doncella y el dragón




Alfredo apenas se dejaba ver. Sin embargo no dejaba de proveerla del cuidado médico necesario.
Saturada de fastidio, malestar, soledad y pánico, Constanza se hacía una paciente literalmente insoportable, y a tal punto que Hortensia ni siquiera consideró la posibilidad de continuar con el empleo cuando el doctor Palacios le propuso duplicarle el sueldo.
Su antigua secretaria pasó la primera quimio con el cuerpo rayando la puerta de la muerte. Le costó enormemente recuperarse.
El cáncer carcomía las células vitales de su biología, y la soledad roía las fibras íntimas de su alma taciturna. Acostumbrada a reacciones violentas y agresivas con las cuales canalizaba su interna angustia existencial, la enfermera  que batió por entonces el récord de duración, llegó a cuatro días.
No sólo se mantenía a tres pasos de la muerte sino también del desquiciamiento.
Alfredo, cuyo espíritu vital abrevaba en su natural las aguas del egoísmo, sorteaba a duras penas su deseo de abandonarla en esas condiciones. Algo de conciencia humana tenía, mas toda su contextura psíquica, endeble como un junco a merced del huracán, le impedía poder contenerla afectivamente.
__Coty __le explicó en uno de sus ralas visitas, cuando ella aún se encontraba en la clínica reponiéndose de la segunda sesión de quimioterapia__, si no colaboras, es imposible que te ayudemos.
__Si es eso lo que quieres, déjame no más.
Si lo dijo sin gritar, casi balbuciendo, no se debió justamente a la ausencia de ira (en Constanza la ira nunca estaba ausente), sino por la debilidad de su respirar.
__La verdad es que vas a terminar por conseguirlo.
__¿No ves que estoy enferma?
__¿No ves que estoy harto? Harto de buscarte enfermeras, harto de tu agresividad, harto de tus reclamos. Ya ni siquiera consigo quién te cuide.
__Es que... no soporto lo que me pasa... me estoy muriendo y tú no entiendes, porque no te pasa.
__¡Es que no colaboras! No tengo más remedio que dejarte internada hasta que consiga enfermera.
__Eres cruel, Alfredo. Te aprovechas de mí porque estoy débil.
__Constanza: yo no tengo la culpa de tu enfermedad.
__¿Por qué Muñoz no me cura?
__Porque tu enfermedad no tiene cura. Agradece que hoy estas viva.
Compelida por las circunstancias, Constanza prometió no importunar tanto a las enfermeras.
El cuarto de la clínica lo compartía con dos enfermas más. Ambas estaban acompañadas por alguien, y en los horarios de visita, Constanza observaba a través de sus húmedos ojos cómo se sucedían las personas que acudían al encuentro de las otras convalecientes.
Inesperadamente vio un rostro conocido. Como una niña perdida, rompió en involuntario llanto, pues, en su desesperación, ansiaba tanto esa compañía como al aire que respiraba. Mas no sabía cómo pedirla. Siempre ordenó, nunca pidió favores: ahora se daba cuenta que no estaba en condiciones de obligar a nadie... pero... no sabía otros modales.
Por su lado, el rostro familiar también la reconoció. Traía un ramo de flores para la paciente de su lado izquierdo, en quién depositó un suave beso saludándola con cariño. A ella sólo le dirigió una formal mirada de saludo lejano.
__Alguien que me escuche, por favor __intentó decir, pero a juzgar por el nulo efecto en nadie, no lo dijo.
Por primera vez se deseó la muerte. Decidió el fin de su agonía.
Entre las otras personas y ella había una profunda mediatez, al parecer, insuperable. Esa mediatez no sólo se manifestaba ahora, sino siempre en realidad: el mundo circundante y ella no giraban en el mismo plano de realidad.
__Alguien que me ayude.
Creía haber dicho. Mas lo mismo que antes, no hubo reacción. ¿Es que ella era un fantasma, un ser invisible, una nada con la suficiente conciencia de sí como para sufrir y sólo sufrir su suerte? ¿O era un cuerpo condenado a la incomunicación? Es que nunca pensó necesitar tan radicalmente a ese “alguien” significativo como entonces.
Su mirada suplicante, salada en lágrimas, seguía el perfil del rostro reconocido, que estaba decididamente absorto en el cuidado de su vecina y ni reparaba en ella. Es que no se lo merecía.
“Cada cual tiene la vida que construyó”.
__¡Dios! ¡Piedad conmigo!
Nunca supo si pronunció efectivamente aquellos vocablos o no, pero cuando abrió nuevamente los ojos en un acceso de dolor, la persona en cuestión estaba a su lado.
__No... no…
No sabía cómo pedirle, cómo suplicarle que tan solo permaneciese a su lado aunque más no sea para sentir un calor humano al lado del suyo.
__¿Cómo estás? __le preguntó__ ¿Necesitas algo? ¿A la enfermera?
Pero ella sólo le miraba, ahogada en llanto.
__Está bien...__con un poco más de confianza se acercó posando despaciosamente su palma en la frente ardida__ ¿Dónde le duele?
__Todo.
En realidad no lo dijo, sólo consiguió dibujarlo con sus labios resecos.
__¡Ey! ¡Campeona! __susurró adoptando un tono familiar__ Tienes mucha fuerza.
__No.
__Sí, nada más que no la sabes usar a tu favor.
__Ayúdame.
__Cuenta con eso. ¿Qué necesitas?
__No sé.
Necesitaba algo... algo así como un refugio donde cobijarse de sus angustias, un sitio donde sentirse segura, una presencia humana para abrigar su soledad, un abrazo para fortalecerse, y una voz que la anime. Algo... cariño, mimo, contacto humano, y gratis. Algo. Amor tal vez.
El hombre sonrió, quizás entendiéndolo, quizás no; mas lo cierto es que acercó una silla al lecho, tomó la mano de la convaleciente, y se sentó a su lado.
__Yo pasé por esto, por eso sé lo que necesitas. Me voy a quedar acá un rato... charlando. Tú no te esfuerces por seguirme, y si te viene sueño, duerme no más. Sólo escucha. No sé si lo sabrás, yo soy escritor, escribo en varios géneros, pero lo que más me gusta es inventar cuentos. Te voy a contar el primero que escribí que seguramente no leíste porque no eres del tipo de persona que le guste la literatura. Y si te hubiese gustado, seguro que tampoco lo hubiese leído porque sencillamente no lo publiqué. Es un cuento infantil, pues lo escribí cuando tenía diez años.
“El cuento comienza así: era el año 1913...
Luego de algunas acciones del relato, consiguió que Constanza se calmara. Ella quedó, por los minutos en los cuales Rafael corría la ficción, absorta en observarlo: los ojos, los gestos, las diversas muecas que realizaban sus labios al hablar. Lo juzgó atractivo.
De pronto tomó conciencia que había transcurrido cerca de diez minutos en los que no había pensado en el dolor. Notó, asimismo, que sobre su ser estaba flotando un cierto remanso de bienestar.
__La doncella le dijo al dragón __la voz masculina era envolvente, magnética, melodiosa al desmenuzar el cuento__… Y el pobre guardián de la noche...
La mujer volvió a concentrarse en el dragón y en el guardián de la noche. Cuando el escritor hizo referencia al amor entre la doncella y el dragón, entrecerró sus ojos, suspiró con timidez y notó que el gesto del narrador se había tornado más sugerente, como una invitación a sumergirse de lleno en ese sentimiento universalmente deseado entre sus dos personajes de invención.
Al llegar a la escena final, notablemente preparada, en la que el dragón juraba fidelidad eterna a la doncella, venciendo la resistencia del guardián de la noche, ingresó abruptamente en la representación mental de la enferma un fantasma vestido de blanco. El intruso quebró toda ilusión con su voz propia y su independencia del relato del novelista.
__¿Cómo estás Constanza?
A esta le costó dejar de mirar al narrador para dirigirse al médico.
__Quiero irme a casa.
__Eso hay que verlo.
__¿Cómo le va, doctor? —saludó el escritor, levantándose.
__No tan bien como a ti. Constanza, este es el paciente del que te hablé. Él se recuperó de un cuadro complicado como el tuyo. Se llama Rafael Campos. Es escritor y es también, nuestro milagro.
Imperceptiblemente, el aludido sonrió.
__Bueno —comentó__… creo que ya es hora de irme. Si quieres saber la segunda parte del dragón y la princesa, llámame. Te dejo el número de mi celular. Llama cuando quieras, soy soltero, así que tengo tiempo disponible.
Escribió en un papel y se lo dejó en la mesa de luz de Constanza. Se despidió con educación del médico y luego se dirigió a la paciente que en principio había venido a ver. Al cabo de unos minutos, se retiró.
__Palacios me dijo que tus cosas estarían listas para mañana al mediodía. Por entonces te podrás ir.
__¿Cuánto tiempo de vida tengo? —preguntó, por primera vez tratando de asumir la realidad de su mal.
__Meses... tal vez un año. Depende. Las quimios están dando buenos resultados, eso nos da un poco más de posibilidades.
__Y hasta que ya sea el final... ¿me puedo sentir un poco mejor?
__Sí. Pero para eso es necesaria cierta disciplina de vida. Rafael nos apoyó con su disciplina, por eso lo logramos con él. Cierto que su caso, cuando la mejoría se nos hizo evidente, fue muy llamativo.
__¿Y se repitió ese resultado con algún otro paciente?
__No así.
__¿Y de qué se trata esa “disciplina”?
__Francamente, no lo sé. Tiene mucho que ver con sus creencias, probablemente con la psiquis. Creemos que se trataría de actitudes positivas, las cuales posiblemente liberen enzimas benéficas, que predisponen el cuerpo a la cura... La ciencia no lo ha explorado todo aún.
La vida, su vida, a merced de la ciencia. A merced de las enzimas. A merced de un cuerpo resultante de un conglomerado de células enfermas y disfuncionales.
A merced de las actitudes, de la psiquis o de las creencias. A merced de Muñoz, Palacios y la enfermera. A merced de Rafael y su disciplina.
A merced de la vida que se extingue, o de la muerte que cobra densidad.
A merced de la quimio que le asaba los órganos a fuego lento, de la cirugía y de los infinitos tubos que entraban y salían por los orificios de su cuerpo.
A merced de lo que nunca quiso depender: de poderosas fuerzas y supra estructuras que trascienden la frontera del sí mismo.
Eso, para ella, era como estar a merced del guardián de la noche, tal como la frágil doncella.
O a merced del enamorado dragón.



viernes, 18 de septiembre de 2015

Constanza V. La amante

I.                   El muy “hijo de puta”



A partir del tercer día de la llegada a su departamento pudo sentir una notable mejoría. La luz del demudado sol invernal se filtraba por el ventanal de su cuarto.
Hortensia estaba allí, recostada sobre la cama pequeña cerca de la suya, con los ojos pegados en la lectura de un prominente libro.
__¡Quiero levantarme! —orden que la hizo retornar a su acostumbrado modo de tratar a los semejantes.
__Muy bien, señora —dejó caer el ejemplar sobre la cabecera y acudió a la enferma__. Eso le hará sentir mejor.
__¿Y Alfredo?
__El doctor me llama dos veces al día para ver cómo está usted. También sé que está en contacto permanente con su médico de cabecera. Sigue con mucha dedicación su proceso. Esta mañana le mandó este ramo de rosas.
__¿Cuál?
__El que he puesto sobre el aparador —y se lo señaló.
Pero Constanza, lejos de animarse con las “atenciones” del hijo de puta, se sentía cada vez más enrabietada con él
__¡Qué amable! —comentó irónicamente al observar las rosas.
El simple esfuerzo de levantarse, vestirse, acudir al baño, realizar la rutina típica de lo que implica abandonar el lecho donde se ha pernoctado, la dejó agotada, tendida sobre un sillón del living que con tanta diligencia le acomodara Hortensia.
Normalizar la respiración y el ritmo cardíaco le llevó sus prolongados quince minutos.
__Me siento como la mierda. La otra vez fue así recién después de las quimios.
__Se le administró calmantes muy fuertes. Además, le están poniendo vitaminas para reconstituir el cuerpo y ponerlo a punto para comenzar con el tratamiento.
Por toda réplica, exhaló un cavernoso suspiro preñado de indecible angustia.
__¿Qué se supone que debo hacer ahora? —preguntó luego de un prolongado silencio.
__Lo que guste __contestó la enfermera__: escuchar música, leer, ver televisión.
__¿Leer? ¿Tú qué estabas leyendo?
__Un libro buenísimo que me prestaron. Se llama “El difícil arte de ser feliz”.
__No. Paso. Prefiero la tele. Dame el control remoto.
Hortensia obedeció, y cuando la paciente estuvo pulsando indecisamente el cambiador, se dirigió a la pieza nuevamente. En menos de diez minutos, escuchó que la enferma la llamaba nuevamente.
__Alcánzame el teléfono.
Acató la orden. Cuando la convaleciente tuvo el inalámbrico en sus manos, marcó el número.
__Por favor, dame con el doctor Palacios —increpó cuando la atendieron.
__El doctor está operando, no puede... —escuchó del otro lado.
__Mira, pelotuda de mierda __chilló__. No sé quién eres, pero sé muy bien cuál es la rutina del doctor, y él, a esta hora, no opera.
__Señora... no le permito.
__¿Quién eres tú?
__¿Para qué quiere saberlo? Soy su secretaria y por eso sé si está disponible o no.
__Mira, putita de mierda. La secretaria del doctor Palacios soy yo. Que eso te quede claro. Dentro de unos días ya me voy a poder reintegrar y a ti te voy a poner una patada en el culo...
Su furia quedó coagulada en rabia ciega cuando su interlocutora-víctima resolvió cortar la comunicación. Ni lerda ni perezosa, con un temblor trastornado por la indignación, Constanza volvió a marcar el número.
__¡Y te lo advierto! __chilló apenas sintió que la atendían__, si me entero que te estás tirando con el doctor, te voy a arrancar todos los pelos que tengas, uno por uno.
__¡Constanza! __escuchó una voz que no era la anterior__ Por favor, no pierdas la cabeza. Que estés enferma no te autoriza a acusar en falso a mi secretaria.
__Alfredo. ¡Qué bien! ¿No que estabas operando? ¿Ves? Ya mi reemplazante me quiere separar de ti.
__No seas tonta. Ella no sabía quién era la que hablaba. Por otro lado: esta chica dice lo mismo que tenías que decir tú cuando yo estaba ocupado. Nada más que, como es nueva, se asustó y me avisó del llamado. Por favor, no te hagas pasar por loca.
__¡Qué loca ni loca! —reclamó juntando con sus escasas fuerzas un nutrido llanto amargo de lágrima y quejidos__, ¿por qué te fuiste? ¡Justo ahora que te necesito! ¿No te das cuenta que estoy...? —y la última palabra resultó una mezcla de alarido y vocales que Alfredo no supo definir acabadamente.
__Después del consultorio, paso por allá.
El cuerpo físico no le pudo aportar más energía para expresar su crisis de histerismo, por eso quedó tendida, con su cabeza inclinada hacia la derecha, el brazo tieso sobre la apoyatura del sillón, y su mano aferrada al teléfono sin desconectar la comunicación.
Cuando Hortensia le retiró el teléfono para colocarlo en su sitio, comprobó que la paciente estaba aún despierta, pues de ella emanaban imperceptibles gemidos de dolor.
En esa incómoda posición permaneció durante casi dos horas. En vano fue que la enfermera reiterara con insistencia el ofrecimiento de un desayuno benéfico a su condición.
__Quiero agua —contestó por fin.
Cuando Constanza levantó la vista para acercar sus labios al sorbete que le ofrecía Hortensia, sus ojos, por casualidad, dieron con la tapa del libro de ésta, que por entonces reposaba en la mesa del living que se hallaba frente a ella.
__M... —sin poder articular la palabra, a causa de su ingestión, lo señaló con el dedo índice.
La joven entendió, y cuando retiró el vaso de agua, le puso el libro en la falda.
Más de cerca, reconoció el rostro sonriente de la tapa.
__Es él. Idéntico a él.
Leyó la solapa donde se encontraba los datos biográficos del autor. Su nombre era Rafael Campos, Argentino, nacido en Santa Fe, doctorado en psicología, profesor de la universidad Nacional de Córdoba. Cuatro publicaciones anteriores, cuarenta y tres años de edad.
Tornó al rostro. Sí, era él. Releyó el título y lo terminó por confirmar.
__Bueno. Uno que tuvo suerte de hacer plata con sus boludeces.
Dejó caer el libro en su falda, pero tuvo mala suerte, y fue a dar en el piso.
Hortensia, por trigésima quinta vez le estaba sugiriendo que tomara algo distinto de agua.
__Un jugo de naranjas __estaba diciendo en el momento que se inclinó para levantar el libro.
__No. Estoy asqueada.
__Sólo intente.
El timbre, con su agudeza metálica, interrumpió esta inútil conversación. Era Alfredo.
__¿Cómo están las cosas?
__Se levantó sin problemas —contestó Hortensia luego de abrirle la puerta__. Hace ocho horas que le administré el calmante y hasta ahora no lo volvió a necesitar. Pero no quiere alimentarse, dice que no lo toleraría.
__Comuníquese con el Doctor Muñoz, e infórmele. Tal vez sea de la idea de continuar vía suero.
__Sí.
__¿Podrías hablar directamente conmigo? __terció Constanza, que seguía con gesto receloso la conversación “profesional” entre médico y enfermera__. Según creo, yo no soy una paciente tuya de hospital.
Cuando Hortensia saliera de allí, seguramente a cumplir su encargo, Alfredo se paró frente a la mujer y la observó atentamente. Estaba amarilla, con labios secos, ojos hundidos circunscriptos de un negro cadavérico, cabellos revueltos, que dentro de unos días, empezaría a perder, como los árboles a las hojas de otoño.
Ese cuerpo femenino, que hasta días atrás fue una fuente de placeres profundos, ahora alojaba un cáncer que él sabía era fulminante. Se sintió culpable al comprobar que esta misma mujer, otrora le resultar tan agradable, en dichas condiciones desgraciadas, le producía una espantosa animadversión.
Contrariando sus vergonzosos sentimientos egoístas, se acercó para besarla en la frente: después de todo, era cuestión de meses, un año a lo sumo.
__¿Por qué no me dijiste que te irías a mudar?
__Querida... me pareció lógico. Yo no puedo atenderte tal como lo necesitas. Una enfermera era la mejor opción. Te he buscado lo mejor.
__Pero quería que estuviéramos juntos.
__Yo no soy para eso, lo sabes bien. Hago lo que puedo. Estoy permanentemente atento a tu estado de salud. Y me vengo seguido. Ten en cuenta que tú permaneces casi todo el tiempo dormida.
__No era necesario que te fueras a otro departamento. Yo dentro de unos días voy a estar mejor. Y vamos a poder dormir juntos.
__Coty —e inclinándose hacia ella le tomó las manos__, tú no estás tomando conciencia de algo. Tu salud está muy comprometida.
__¡Mentira! Lo que pasa es que eres un viejo verde que no te aguantas ni una noche y seguro que esa nueva secretaria tuya me está supliendo en todo __exclamó ahogada en llanto.
__¡Y qué! —replicó él, incapaz de mantener su serenidad ante el reclamo__. ¿Acaso no me conoces así? ¿Acaso de esta forma de ser tú no sacaste partido para lograr que yo me separe de mi familia? ¡Cuántas veces mi propia hija estuvo internada luchando contra la muerte mientras tú me instabas a joder en lugar de atenderla! Tú te aprovechaste de mi maldad, sacaste partido de mi debilidad —enervado se levantó—. Porque si yo fuera el tipo de hombre que tú necesitas en estos momentos, no me hubiera ido de mi familia, especialmente de mis hijos. ¿Qué pretendes? ¿Qué me quede a tu lado cuidándote? ¿Qué te sea fiel? Si eso no lo hice “con los míos” ¿por qué lo haría contigo? __en lugar de darse por satisfecho, continuó con creciente rabia, como exteriorizando algo atravesado en su garganta__ Sacaste provecho de mis defectos. Mejor aún, tú misma te encargaste de alimentarlos. ¿Qué pretendes ahora? ¿Qué me comporte como un “hombre bueno”? No —y la señaló con el índice—. No. No. No. No se equivoque, “señora mía”. Por más enferma que estés, hay cosas que no te las voy a permitir. Yo no tengo por qué aguantar tu carácter podrido, no estamos casados como para que te deba fidelidad, y no eres responsabilidad mía. Agradece que te doy la ayuda que necesitas porque sino fuera por mí, en estos momentos te estarías muriendo en algún hospital a merced de nadie.
__¡Maldito! —gritó como pudo intentando en vano levantarse__. Espera a que me ponga bien y vas a ver qué cruel puede ser mi venganza! Vas a ver cómo me tiro a tus mejores amigos y les hago gozar mientras que tú estarás aburrido con alguna de esas putas insulsas. Me vas a suplicar que vuelva contigo.
__¡Por favor! Constanza. No tienes armas.
__¡Vas a ver, grandísimo hijo de puta, cómo te destruyo a ti y a tu querida familia!
__¡Pero si te estás muriendo! —exclamó imposibilitado de refrenar su cólera. Y al instante se arrepintió__. Bueno... no... Coty... es que me haces salir de las casillas Te harías un favor muy grande si no lo hicieras tan difícil con tu carácter.
Pero la frase, precisamente  por involuntaria era la que expresaba la verdad sentida por el médico, paralizó de terror el corazón de la mujer.
__No voy a morir —replicó tenuemente.
__Claro que no... —e incómodo con la situación que su imprudencia creara, agregó__… Voy a hablar con Hortensia a ver si se comunicó con Muñoz.
__No voy a morir. No. No voy a morir __repetía para sí la enferma—. Voy a salir a flote y me voy a vengar de ti.
Pero una voz interna, intuición tal vez, parecía decirle otra cosa.
__Voy a salir. Siempre consigo lo que quiero. Voy a salir.
Repitiendo esta afirmación, letánicamente, la encontró Alfredo cuando intentó tranquilizarla y despedirse de ella. Frustrado en su intento, salió acongojado.
Hortensia temió por ella cuando la escuchó gritar estas mismas palabras:
__”Voy a salir. Me voy a curar. Ya lo vencí una vez. Volveré a vencer”.
__Cálmese Constanza. Esto no le ayuda.
Unos largos minutos le llevó conseguirlo.
__¿Escuchaste lo que me dijo Alfredo?
__Imposible no hacerlo. Si estaba gritando.
__Y el autor del libro que estás leyendo... ¿Qué consejo me daría al respecto?
__No lo sé. Aún no lo he terminado.
Mas ambas, sin saberlo la una de la otra, representaron mentalmente la misma frase: “cada cual tiene la vida que construyó”



Constanza IV. La amante

I.                   Lo más doloroso del pos-operatorio



Frío. Apenas disipado los embriagantes vahos de la anestesia Constanza se encontró en una sala atestada de aparatos, profundamente sola. Se halló incapaz de controlar su musculatura y sus pensamientos. Estos le duplicaban, espectralmente, el rostro del “moralista de cuarta”; y en un des-sincronizado desfile deambulaban, por su amplio recinto mental, las palabras que tanto ella despreciara.
“Somos mortales. Silbo hoy porque mañana tal vez no pueda. ¿Qué hace usted con su vida? Morir sin dejar huellas...”
De no sentir nada, es decir, de no percibir a su propio cuerpo, pasó a sufrir el paso de un líquido de plomo fundido recorriendo sus venas a modo de sangre.
“Por lo menos usted tiene “míos”... “Si sabía que estabas enferma, no habría venido a vivir contigo”... “Soy feliz, consigo todo lo que quiero”.
El continuo sopor le desleía las formas circundantes. El malestar la sumía en un sinnúmero de macabras sensaciones que afortunadamente se veía mitigadas por los prolongados espacios de inconsciencia.
“Cada cual tiene la vida que construyó” “¿No tiene ningún familiar?”. “Yo no voy a morir” “Toda persona, desde que nace, es moribunda”.
Cuando su mente atisbaba la conciencia, las náuseas, un dolor imposible al respirar y el frío, la atormentaban.
Entre los vapores del delirio creyó ver, fugaz, el rostro de Alfredo, que junto a su médico, representaban los únicos rostros conocidos en medio de un desfile de enfermeras y especialistas.
Era un miércoles plomizo cuando la sacaron de la terapia. A su lado se encontraba Hortensia, una enfermera a sueldo contratada por Alfredo. Rayando al mediodía, acudió su médico a controlarla.
__¿Cómo te sientes?
__Como la mierda.
__Vas a necesitar mucha paciencia.
__¿Cómo salió todo?
__La operación programada fue un éxito... pero...
__¡Pero qué! Hable no más, que estoy familiarizada con estas situaciones y puedo enfrentarlo.
__No pudimos limpiarlo todo.
__¿Qué me dice? ¿No me sacaron los dos pechos?
__Sí... Hay una parte del pulmón afectada. No es mucho... pero... no lo esperábamos. Las sesiones de quimioterapia van a tener que ser más agresivas y frecuentes de lo calculado.
__La vez anterior...
__La vez anterior fue distinto.
__¡No! ¡Yo siempre consigo lo que quiero! Lo voy a vencer.
__Es una buena actitud. Sin embargo, me parece que no estás entendiendo bien lo que pasa. No es como la otra vez. El cáncer no está encapsulado, ha comprometido otros miembros, se está ramificando. Las quimioterapias retardan el paso... pero no curan.
Sólo a causa de su extrema debilidad el angustia se expresó tímidamente como llanto suave y entrecortado.
__¿Me está diciendo que no me voy a curar?
__Prolongar el tiempo es muy importante. La ciencia médica avanza a pasos agigantados. En el camino puede aparecer algo. Además la reacción del organismo es siempre impredecible, varía notablemente persona a persona. Uno de mis pacientes, que cuando le descubrimos el carcinoma en los vasos ya lo tenía ramificado por todos lados, empezó con las quimios, y contra nuestro pronóstico...
__¡Se curó!
__No, por cierto, pero el proceso de la enfermedad se detuvo, y, no nos explicamos cómo, sus órganos funcionan normalmente con tumores y todo. Es como si el cuerpo se hubiese adaptado a la enfermedad y funciona bien con ella. Ya no le hacemos quimioterapia, lo controlamos periódicamente, y  está viviendo su quinto año así.
__¡Cinco años!
__Tal cual. Volviendo a lo nuestro: ya te digo cómo son las cosas técnicamente hablando, lo que suceda, sólo Dios lo sabe.
__No me hable de Dios. Suena a que ya no tengo remedio.
“Todos somos potenciales de muerte”
Su mirada húmeda se clavó en el infinito cenit.
Un minuto... dos minutos... tres minutos. Pasaban tan increíblemente lentos... El dolor agudo. Agudo y disipado. Disipado en todo lo que en su persona lo constituyen las células vivas... Cuatro minutos... cinco minutos... Ese vértigo ciclónico arrasando su consciente. El mundo le daba alocadas vuelta en torno a sí: con el ser quebrado en dos bloques, uno le giraba en un sentido, y el otro, en su opuesto. ¡Maldito giro, que ni cerrando los ojos se calmaba!... Seis minutos... siete minutos... ocho minutos. ¡Maldito tiempo congelado! Ocho minutos y medio... ocho minutos y tres cuartos... ¿En qué rincón del ser guarnecerse en busca de alivio? Todo era enfermedad, desequilibrio, disfunción...
Un caótico conglomerado de órganos chillando por la agresión invasiva del enemigo: todos ellos, sin orden sinfónico, clamando auxilio; y ninguno de ellos en condiciones de auxiliar.
¡Por Dios! Aún el octavo minuto no había desaparecido en la anda del pasado. Y por delante quedaba un sinfín de minutos contenidos dentro de meses, años tal vez. Años: en el mejor de los casos.
__Alfredo —entre sus lapsos de sueño rayano a la muerte, musitaba a través de sus labios resecos de vacío y soledad.
__El doctor la visitó ayer en la tarde. Usted estaba dormida__ escuchó a alguien.
__¿Quién eres?
__Hortensia, la enfermera. Lo que usted necesite, sólo dígamelo, estoy permanente con usted. Me contrató el doctor Palacios.
__¿Qué día es hoy?
__Viernes. El doctor Muñoz vendrá dentro de dos horas. Si lo juzga conveniente, le dará el alta, pues yo estoy capacitada para cuidarla muy bien en su propio domicilio.
__¡No veo las horas de salir de este infierno!
“Difícil”, pensó Hortensia “el infierno lo lleva dentro”.
__Con el doctor hemos acondicionado su habitación con todas las comodidades para que esté tranquila. Es más, pasamos la cama chica a su cuarto para que yo pueda dormir con usted.
__¿Dormir conmigo?
__En su cuarto.
__¿Y Alfredo?
__¿Alfredo? —titubeó desconcertada.
__El doctor Palacios vive conmigo.
__¿En su domicilio?...
__¡Claro! Tonta, la cama debe hacer sido para él.
__No lo creo, señora. Él me dio otra dirección a donde acudir por si lo necesitaba.
__¿Si necesitabas a quién?
__A él, pues.
A pesar de la escasa energía que circulaba en la materia gris de Constanza, entendió la confusión de la enfermera:

__El muy hijo de puta se mudó —exclamó tan fuerte como le permitió la sequedad química de su paladar, y el resquebrajamiento de sus labios debilitados.
“El hijo de puta es el que me paga el sueldo” observó dentro de sí Hortensia.
La convaleciente, recordando su bronca hacia el “muy hijo de puta”, volvió a sumergirse en sus vapores de somnolencia cuasi mortal.