viernes, 18 de septiembre de 2015

Constanza V. La amante

I.                   El muy “hijo de puta”



A partir del tercer día de la llegada a su departamento pudo sentir una notable mejoría. La luz del demudado sol invernal se filtraba por el ventanal de su cuarto.
Hortensia estaba allí, recostada sobre la cama pequeña cerca de la suya, con los ojos pegados en la lectura de un prominente libro.
__¡Quiero levantarme! —orden que la hizo retornar a su acostumbrado modo de tratar a los semejantes.
__Muy bien, señora —dejó caer el ejemplar sobre la cabecera y acudió a la enferma__. Eso le hará sentir mejor.
__¿Y Alfredo?
__El doctor me llama dos veces al día para ver cómo está usted. También sé que está en contacto permanente con su médico de cabecera. Sigue con mucha dedicación su proceso. Esta mañana le mandó este ramo de rosas.
__¿Cuál?
__El que he puesto sobre el aparador —y se lo señaló.
Pero Constanza, lejos de animarse con las “atenciones” del hijo de puta, se sentía cada vez más enrabietada con él
__¡Qué amable! —comentó irónicamente al observar las rosas.
El simple esfuerzo de levantarse, vestirse, acudir al baño, realizar la rutina típica de lo que implica abandonar el lecho donde se ha pernoctado, la dejó agotada, tendida sobre un sillón del living que con tanta diligencia le acomodara Hortensia.
Normalizar la respiración y el ritmo cardíaco le llevó sus prolongados quince minutos.
__Me siento como la mierda. La otra vez fue así recién después de las quimios.
__Se le administró calmantes muy fuertes. Además, le están poniendo vitaminas para reconstituir el cuerpo y ponerlo a punto para comenzar con el tratamiento.
Por toda réplica, exhaló un cavernoso suspiro preñado de indecible angustia.
__¿Qué se supone que debo hacer ahora? —preguntó luego de un prolongado silencio.
__Lo que guste __contestó la enfermera__: escuchar música, leer, ver televisión.
__¿Leer? ¿Tú qué estabas leyendo?
__Un libro buenísimo que me prestaron. Se llama “El difícil arte de ser feliz”.
__No. Paso. Prefiero la tele. Dame el control remoto.
Hortensia obedeció, y cuando la paciente estuvo pulsando indecisamente el cambiador, se dirigió a la pieza nuevamente. En menos de diez minutos, escuchó que la enferma la llamaba nuevamente.
__Alcánzame el teléfono.
Acató la orden. Cuando la convaleciente tuvo el inalámbrico en sus manos, marcó el número.
__Por favor, dame con el doctor Palacios —increpó cuando la atendieron.
__El doctor está operando, no puede... —escuchó del otro lado.
__Mira, pelotuda de mierda __chilló__. No sé quién eres, pero sé muy bien cuál es la rutina del doctor, y él, a esta hora, no opera.
__Señora... no le permito.
__¿Quién eres tú?
__¿Para qué quiere saberlo? Soy su secretaria y por eso sé si está disponible o no.
__Mira, putita de mierda. La secretaria del doctor Palacios soy yo. Que eso te quede claro. Dentro de unos días ya me voy a poder reintegrar y a ti te voy a poner una patada en el culo...
Su furia quedó coagulada en rabia ciega cuando su interlocutora-víctima resolvió cortar la comunicación. Ni lerda ni perezosa, con un temblor trastornado por la indignación, Constanza volvió a marcar el número.
__¡Y te lo advierto! __chilló apenas sintió que la atendían__, si me entero que te estás tirando con el doctor, te voy a arrancar todos los pelos que tengas, uno por uno.
__¡Constanza! __escuchó una voz que no era la anterior__ Por favor, no pierdas la cabeza. Que estés enferma no te autoriza a acusar en falso a mi secretaria.
__Alfredo. ¡Qué bien! ¿No que estabas operando? ¿Ves? Ya mi reemplazante me quiere separar de ti.
__No seas tonta. Ella no sabía quién era la que hablaba. Por otro lado: esta chica dice lo mismo que tenías que decir tú cuando yo estaba ocupado. Nada más que, como es nueva, se asustó y me avisó del llamado. Por favor, no te hagas pasar por loca.
__¡Qué loca ni loca! —reclamó juntando con sus escasas fuerzas un nutrido llanto amargo de lágrima y quejidos__, ¿por qué te fuiste? ¡Justo ahora que te necesito! ¿No te das cuenta que estoy...? —y la última palabra resultó una mezcla de alarido y vocales que Alfredo no supo definir acabadamente.
__Después del consultorio, paso por allá.
El cuerpo físico no le pudo aportar más energía para expresar su crisis de histerismo, por eso quedó tendida, con su cabeza inclinada hacia la derecha, el brazo tieso sobre la apoyatura del sillón, y su mano aferrada al teléfono sin desconectar la comunicación.
Cuando Hortensia le retiró el teléfono para colocarlo en su sitio, comprobó que la paciente estaba aún despierta, pues de ella emanaban imperceptibles gemidos de dolor.
En esa incómoda posición permaneció durante casi dos horas. En vano fue que la enfermera reiterara con insistencia el ofrecimiento de un desayuno benéfico a su condición.
__Quiero agua —contestó por fin.
Cuando Constanza levantó la vista para acercar sus labios al sorbete que le ofrecía Hortensia, sus ojos, por casualidad, dieron con la tapa del libro de ésta, que por entonces reposaba en la mesa del living que se hallaba frente a ella.
__M... —sin poder articular la palabra, a causa de su ingestión, lo señaló con el dedo índice.
La joven entendió, y cuando retiró el vaso de agua, le puso el libro en la falda.
Más de cerca, reconoció el rostro sonriente de la tapa.
__Es él. Idéntico a él.
Leyó la solapa donde se encontraba los datos biográficos del autor. Su nombre era Rafael Campos, Argentino, nacido en Santa Fe, doctorado en psicología, profesor de la universidad Nacional de Córdoba. Cuatro publicaciones anteriores, cuarenta y tres años de edad.
Tornó al rostro. Sí, era él. Releyó el título y lo terminó por confirmar.
__Bueno. Uno que tuvo suerte de hacer plata con sus boludeces.
Dejó caer el libro en su falda, pero tuvo mala suerte, y fue a dar en el piso.
Hortensia, por trigésima quinta vez le estaba sugiriendo que tomara algo distinto de agua.
__Un jugo de naranjas __estaba diciendo en el momento que se inclinó para levantar el libro.
__No. Estoy asqueada.
__Sólo intente.
El timbre, con su agudeza metálica, interrumpió esta inútil conversación. Era Alfredo.
__¿Cómo están las cosas?
__Se levantó sin problemas —contestó Hortensia luego de abrirle la puerta__. Hace ocho horas que le administré el calmante y hasta ahora no lo volvió a necesitar. Pero no quiere alimentarse, dice que no lo toleraría.
__Comuníquese con el Doctor Muñoz, e infórmele. Tal vez sea de la idea de continuar vía suero.
__Sí.
__¿Podrías hablar directamente conmigo? __terció Constanza, que seguía con gesto receloso la conversación “profesional” entre médico y enfermera__. Según creo, yo no soy una paciente tuya de hospital.
Cuando Hortensia saliera de allí, seguramente a cumplir su encargo, Alfredo se paró frente a la mujer y la observó atentamente. Estaba amarilla, con labios secos, ojos hundidos circunscriptos de un negro cadavérico, cabellos revueltos, que dentro de unos días, empezaría a perder, como los árboles a las hojas de otoño.
Ese cuerpo femenino, que hasta días atrás fue una fuente de placeres profundos, ahora alojaba un cáncer que él sabía era fulminante. Se sintió culpable al comprobar que esta misma mujer, otrora le resultar tan agradable, en dichas condiciones desgraciadas, le producía una espantosa animadversión.
Contrariando sus vergonzosos sentimientos egoístas, se acercó para besarla en la frente: después de todo, era cuestión de meses, un año a lo sumo.
__¿Por qué no me dijiste que te irías a mudar?
__Querida... me pareció lógico. Yo no puedo atenderte tal como lo necesitas. Una enfermera era la mejor opción. Te he buscado lo mejor.
__Pero quería que estuviéramos juntos.
__Yo no soy para eso, lo sabes bien. Hago lo que puedo. Estoy permanentemente atento a tu estado de salud. Y me vengo seguido. Ten en cuenta que tú permaneces casi todo el tiempo dormida.
__No era necesario que te fueras a otro departamento. Yo dentro de unos días voy a estar mejor. Y vamos a poder dormir juntos.
__Coty —e inclinándose hacia ella le tomó las manos__, tú no estás tomando conciencia de algo. Tu salud está muy comprometida.
__¡Mentira! Lo que pasa es que eres un viejo verde que no te aguantas ni una noche y seguro que esa nueva secretaria tuya me está supliendo en todo __exclamó ahogada en llanto.
__¡Y qué! —replicó él, incapaz de mantener su serenidad ante el reclamo__. ¿Acaso no me conoces así? ¿Acaso de esta forma de ser tú no sacaste partido para lograr que yo me separe de mi familia? ¡Cuántas veces mi propia hija estuvo internada luchando contra la muerte mientras tú me instabas a joder en lugar de atenderla! Tú te aprovechaste de mi maldad, sacaste partido de mi debilidad —enervado se levantó—. Porque si yo fuera el tipo de hombre que tú necesitas en estos momentos, no me hubiera ido de mi familia, especialmente de mis hijos. ¿Qué pretendes? ¿Qué me quede a tu lado cuidándote? ¿Qué te sea fiel? Si eso no lo hice “con los míos” ¿por qué lo haría contigo? __en lugar de darse por satisfecho, continuó con creciente rabia, como exteriorizando algo atravesado en su garganta__ Sacaste provecho de mis defectos. Mejor aún, tú misma te encargaste de alimentarlos. ¿Qué pretendes ahora? ¿Qué me comporte como un “hombre bueno”? No —y la señaló con el índice—. No. No. No. No se equivoque, “señora mía”. Por más enferma que estés, hay cosas que no te las voy a permitir. Yo no tengo por qué aguantar tu carácter podrido, no estamos casados como para que te deba fidelidad, y no eres responsabilidad mía. Agradece que te doy la ayuda que necesitas porque sino fuera por mí, en estos momentos te estarías muriendo en algún hospital a merced de nadie.
__¡Maldito! —gritó como pudo intentando en vano levantarse__. Espera a que me ponga bien y vas a ver qué cruel puede ser mi venganza! Vas a ver cómo me tiro a tus mejores amigos y les hago gozar mientras que tú estarás aburrido con alguna de esas putas insulsas. Me vas a suplicar que vuelva contigo.
__¡Por favor! Constanza. No tienes armas.
__¡Vas a ver, grandísimo hijo de puta, cómo te destruyo a ti y a tu querida familia!
__¡Pero si te estás muriendo! —exclamó imposibilitado de refrenar su cólera. Y al instante se arrepintió__. Bueno... no... Coty... es que me haces salir de las casillas Te harías un favor muy grande si no lo hicieras tan difícil con tu carácter.
Pero la frase, precisamente  por involuntaria era la que expresaba la verdad sentida por el médico, paralizó de terror el corazón de la mujer.
__No voy a morir —replicó tenuemente.
__Claro que no... —e incómodo con la situación que su imprudencia creara, agregó__… Voy a hablar con Hortensia a ver si se comunicó con Muñoz.
__No voy a morir. No. No voy a morir __repetía para sí la enferma—. Voy a salir a flote y me voy a vengar de ti.
Pero una voz interna, intuición tal vez, parecía decirle otra cosa.
__Voy a salir. Siempre consigo lo que quiero. Voy a salir.
Repitiendo esta afirmación, letánicamente, la encontró Alfredo cuando intentó tranquilizarla y despedirse de ella. Frustrado en su intento, salió acongojado.
Hortensia temió por ella cuando la escuchó gritar estas mismas palabras:
__”Voy a salir. Me voy a curar. Ya lo vencí una vez. Volveré a vencer”.
__Cálmese Constanza. Esto no le ayuda.
Unos largos minutos le llevó conseguirlo.
__¿Escuchaste lo que me dijo Alfredo?
__Imposible no hacerlo. Si estaba gritando.
__Y el autor del libro que estás leyendo... ¿Qué consejo me daría al respecto?
__No lo sé. Aún no lo he terminado.
Mas ambas, sin saberlo la una de la otra, representaron mentalmente la misma frase: “cada cual tiene la vida que construyó”



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