III.
El valor de sus conquistas
A la noche, Constanza, sin más remedio,
se lo dijo a Alfredo. Él reaccionó estrictamente como un médico.
__¿Quién es el que te atiende?
__El doctor Muñoz.
__¿El hijo o el padre?
__El padre.
__¡Ah! estás en buenas manos. Déjame ver
los estudios.
Mientras él desplegaba a trasluz toda
esa batería de placas y papeles rebosantes de datos, ella lo miró directamente
al rostro: su frente arrugada, sus ojos leyendo ida y vuelta los análisis,
silenciosamente, sus labios haciendo involuntarias muecas... Decididamente,
reaccionaba como un médico.
__Entonces... ¿te van a extirpar los
pechos?
__Y luego comenzarán con la
quimioterapia.
__¿Cuándo te vas a operar?
__El lunes a las ocho de la mañana.
__Me voy a hacer una escapada para
presenciar la operación. Confío plenamente en Muñoz.
Dejó los papeles en el sobre, y se sentó
en el sofá luego de servirse una copa. Ensimismado, mirando al infinito,
exclamó.
__¡Mierda! ¡Qué vida tan puta!
Constanza sabía muy bien a lo que se refería.
__Para las quimioterapias lo mejor será
que tengas una enfermera contigo —continuó—, lo mismo que para el
pos-operatorio... ¿por qué no me lo dijiste antes?
__¿Antes de qué? ¿Antes que te
decidieras venir a vivir conmigo?
__¡Lógico!
__¿Por qué? ¿Eso hubiera cambiado las
cosas?
__Coty... Nosotros tenemos muchas cosas
en común, por eso me resultó cómodo iniciar esta relación distinta a las otras.
Nosotros no verseamos, entendemos que todo eso del “amor” no es más que una
simbiosis: estamos juntos porque nos hacemos un favor mutuo. Tú has logrado
hacerme sentir vigoroso, joven, apasionado, y yo te he hecho sentir una dama de
alcurnia. Cada uno invierte en la relación, y saca de ella lo que necesita. Si
yo hubiese sabido antes que estabas enferma, y que por lo tanto la pasión y el
vigor me irían a significar un prolongado ayuno, no hubiera venido a vivir
contigo. Tampoco te hubiera dejado sola, te voy a acompañar en esto, pero si
voluntariamente me has ocultado algo así, es una jugada muy sucia.
__¡No! No te lo oculté. Simplemente, no
lo sabía. Apenas diez días atrás me descubrí el bulto.
__¿Y por qué no me dijiste nada?
__Porque podría no haber sido nada
significativo.
Intentando disimular su desesperación,
se sentó en el antebrazo del sofá donde se encontraba el médico.
__Alfredo... es sólo un tiempo. Si todo
va bien, entre quimio y quimio nuestra vida va a ser como la planeamos. Te lo
prometo. Esto ya va a pasar, estoy segura. Te lo prometo. Ya verás. De acá a
unos meses ni nos vamos a acordar del tumor.
El doctor sorbió la última gota de su
escocés, en tanto ella, muy a pesar de sí misma (porque por dentro ardía de
bronca), comenzó a acariciarle encantadoramente su cabeza.
__¡Vamos, querido! Pasemos una noche que
nos haga olvidar todo esto.
Mas cuando el tirano paso del tiempo
denunció el albor, ninguno de los dos había olvidado nada. Alfredo sabía que la
situación no era tan sencilla como la quería describir su secretaria, y a su
vez ésta recordaba, con lágrimas en los ojos, la estúpida afirmación refregada
a los oídos del anónimo filósofo:
__¡Soy una triunfadora! Siempre consigo
lo que quiero. ¡Soy feliz!
No hay comentarios:
Publicar un comentario