La caravana avanzaba a paso polvoriento y cansino. Dentro del carruaje nupcial la princesa Isabella resistía a la convalecencia de su alma… Si hubiera dado cause al deseo de su corazón habría ordenado detener la comitiva ante la primera quebrada indómita del bosque que apareciera sobre el camino, para desde allí arrojarse al vacío, abriendo su pecho a una muerte salvadora.
En lugar de ello, tenia la bolsita con
veneno celosamente apretada contra su pecho, bien disimulada entre los
insufribles atuendos reales.
Marchaba, junto a su nutrida escolta, hacia la comarca del
príncipe Eduardo, donde le esperarían sus nupcias soñadas… soñadas por ambas
familias, que habían concretado el arreglo para provecho mutuo.
Isabella no había hecho objeción al acuerdo.
Toda su vida era cuestión de arreglos e intrigas. No amaba a Eduardo -no lo
conocía siquiera-, tampoco estaba
enamorada de alguien en particular…. En realidad… no sentía aprecio por su
familia… ni por amistades… ni por la vida… ni por sí misma.
Ese
era precisamente su problema: no amaba nada. Ni las fiestas, ni los juglares,
ni las comilonas, ni las sedas y joyas…. Nada. Nada atraía su atención.
Para el colmo la Naturaleza no se había
esmerado con ella. Ojos pardos con nariz de águila, cabello ensortijado inexorablemente escondido bajo
adustas cofias. Y para acentuar aún más los males: extremadamente delgada, casi
cadavérica.
Los caballos adentraban a la noble dama al
corazón del bosque incierto. Deseo desajustarse los perversos encajes que la
oprimían, pero para tal cometido necesitaba de sus damas, quienes viajaban en el carruaje de servicio,
unos cuántos metros adelante. Descorrió
las cortinas de la ventana permitiendo que la tenue luz del ocaso ingresara por
él hasta sus iris. El viaje se
desarrollaría a lo largo y ancho de siete días. Por entonces el día número
cuatro estaba por coagular en una errabunda noche bañada de luna.
Pronto la
caravana se dispondría a acampar para alimentar y descansar los
caballos, reanudando la marcha con la
primera hebra de sol dorando las copas de los árboles.
Cuando las sombras deshicieron los últimos
colores de la tarde, la comitiva real se
detuvo en un claro a preparar las tiendas destinadas a la pernoctación. Isabella
salió del carruaje cuando todo estuvo en orden. Hicieron fuego, guisaron carne,
y al cenit de la luna la princesa entró en su tienda. Las doncellas la
deshicieron de sus lujosos atuendos de día para ataviarla del amplio camisón
con el que dormía. Ella se ingenió para continuar ocultando la bolsa que contenía
su pasaje a las Parcas.
Otro día más fenecía en su vida, un día
más que la acercaba a su destino auto determinado. Como miles de noches infinitas, no pudo
conciliar el sueño: sentía que hasta el propio Morfeo la detestaba.
Sigilosamente salió de su tienda y un haz de luna sugestionó su mirada. El
bosque murmuraba su sinfonía mítica.
Se animó a alejarse un poco. Fogatas varias
rodeaban el extenso campamento. Los guardias dormían. A lo lejos, alguien
velaba el sueño de todos.
En un instante imprevisto resonó un
estrépito seguido de gritos informes y descalabrados. Los relinchos de caballos
se expandieron como el fuego que comenzaba a devorar las tiendas.
Estaban siendo atacados por un muy
bien nutrido grupo de forajidos que
seguramente querrían saquear la comitiva real.
Ella se había guarecido detrás de un añejo
árbol, y desde allí podía ver cómo confusamente sus escuderos la buscaban
resistiendo el ataque. No estaba lejos, podría avanzar hacia ellos, pero de ese
modo atraería también a sí a los maleantes.
Los hombres luchaban como sombras disecadas
de realidad; en medio del fragor del combate, los malhechores fueron reuniendo
a las doncellas en el centro. Isabella notó que ellas eran permanentemente
escudriñadas, interpeladas y hasta maltratadas por los bandidos.
En cuestión de minutos la comitiva real estaba
reducida. Los sirvientes varones fueron todos ellos amarrados alrededor de los árboles,
y de los guardias algunos estaban derribados en el suelo atravesado por flechas, mientras que los que
aún estaban pie luchaban inútilmente por sus vidas. El fuego bramaba.
Si era por saqueo, ya habrían tenido
tiempo suficiente para llevarse hasta las ropas íntimas de cada emboscado. Y
sin embargo los forajidos continuaban allí,
amenazando y azuzando a los sobrevivientes, entrando y saliendo con aspereza de
todas las tiendas y carruajes que aún no habían sido devorados por el fuego. Isabella
llegó a la conclusión que estarían buscando sus joyas personales.
Cerca de su refugio merodeaba un robusto
viandante, buscándola seguramente.
--Aquí! –gritó. Y salió de su escondite
---No tengo joyas conmigo.
--¿Eres la princesa?
--Sí, ya te dije: no tengo joyas conmigo.
--Tú eres la joya que buscamos.
Y sin darle tiempo
a reaccionar, la tomó por la cintura
subiéndola a su corcel. Realizó un fuerte silbido al aire y a los pocos minutos
todos se dispersaron hacia distintas direcciones, dejando el cortejo real
librado a su suerte, sin víveres y sin caballos.
La situación imprevista le arrancó un
súbito acceso de llanto y grito, pero Isabella se calmó inexplicablemente al
cabo de algunos metros al galope; tanto así que el bandolero supuso que la
princesa se habría desmayado en sus brazos.
El bosque arrullaba en una noche serena,
cubierta de un opaco cielo adornado de pecas brillantes. Ella, ingrávida,
evitaba cualquier movimiento o sonido de su cuerpo. Como todo en su vida, sentía
el acontecimiento con el sentimiento equivocado. Lejos de la seguridad de su
carruaje, su corte y sus escuderos, percibía una irresponsable sensación de
libertad y esperanza.
Su raptor devoraba las sombras del paraje al
diestro galope de su caballo. Subían y bajaban lomadas, senderos escurridos, y
hasta arroyos modestos. Cuando se aseguró no ser seguido por nadie, el jinete
detuvo su andar, y recién allí notó que su víctima estaba despierta. Desmontó y
sujetó a la dama para que hiciera lo propio. A través del cristal de la noche
clara ella lo miró profundamente, mirada que sorprendió a tal punto al forajido
como para enmudecerlo momentáneamente.
__Usted ha sido secuestrada para exigir al
príncipe Eduardo, como rescate, la devolución de nuestras tierras.
__¿Y si él se niega?
__Tranquila princesa… es impensable esa
alternativa. La boda con usted une dos coronas que se necesitan mutuamente para
fortalecerse. Si se niega a nuestro pedido perdería mucho más que una esposa,
perdería la oportunidad de esa alianza. Las tierras que exigimos no son más
que migajas en comparación con el
beneficio de la boda.
__Aún cuando no tengo el gusto de conocer
personalmente a mi futuro esposo, sé que es un engreído estúpido… por algo
condujo a la ruina su poderoso reino. Suele tomar decisiones impulsivas y
absurdas. Por eso le vuelvo a preguntar… si se niega a entregarles lo que exigen
por mi rescate ¿me matará?
__Bueno… sí. Sin embargo no creo que deba
preocuparse. Sería el colmo de necio si se negara a salvar su vida por unas miserables tierras. Tampoco se
arriesgaría a ganarse como enemigo a quien busca como aliado. Supongo que al rey Jerónimo, hermano suyo, no le haría
gracia que Eduardo se niegue a salvarle la vida.
__Mi hermano me mandó a la muerte con el
arreglo de esta boda. No creo que le preocupe mucho mi vida…
__No es sólo su persona. Es Política.
Ella dibujó una imperceptible mueca extraña,
que aún cuando el maleante hubiese podido verla, no habría sabido decodificar.
En el horizonte irregular del ondulado
paraje comenzó a delinearse el amanecer.
__Ha sido una noche larga __observó el
hombre__. Es hora de descansar… No pienso sujetarla, apelo a su inteligencia…
si se le ocurre escapar en pleno corazón del bosque no llegaría a la noche con
vida.
Y encabezó una marcha por un diminuto y
espinado sendero ascendente. Ella le seguía con dificultad, no sólo por no
estar habituada al camino, sino por la incomodidad de su ropaje nocturno, que
se enganchaba cada dos pasos entre los arbustos. En un determinado momento el
raptor se sintió profundamdamente contrariado, y sacando un cuchillo de su
cintura redujo el vestido de la princesa a una cuántas hilachas que ha duras
penas recubrieron sus intimidades. Ella permanecía muda detrás de él,
resignada.
El sendero fenecía en una ondulación nada suave
que ocultaba en su plegue una rustica construcción de piedra y madera, de
apenas unos tacaños metros cuadrados.
__Esta es una ermita abandonada. Nos
servirá de guarida en estos días.
Nada más lejos de la comodidad de un
palacio. El hombre sujetó a un poste las riendas del caballo, y luego abrió la
pesada puerta de madera. En el interior
no había más que una litera en el costado derecho, un reclinatorio en el fondo
-sobre el que aparecía un amplio ventanal- y una mesada desprolija hacia la izquierda.
En el centro un par de banquetas.
__¿Aquí me va a esconder?
__¿No es de su agrado? Por cierto, no va a
recibir de mí el trato de una princesa. Yo no soy sirviente de nadie. Para lo doméstico
trabajará a la par mía. Aquí está sin sus joyas, sin sus riquezas, sin sus
sirvientas y escuderos. La llamaré por su nombre… Isabel, si no me equivoco…
__¡Sí! ¡Se equivoca! Me llamo Isabella.
__Gusto en conocerla. Mi nombre es
Patricio.
__¿Y cuánto durará mi cautiverio?
__Hay que darle tiempo a que los sobrevivientes
de la caravana real puedan llegar al reino con la noticia, y los que elegimos
por mensajeros lleguen a Eduardo con los términos del trato. Luego éste deberá
ponerse en contacto con nuestros mensajeros y hacernos llegar su respuesta. Dando lugar a las debidas garantías y precauciones,
finalmente estableceremos el día, el modo y el espacio del intercambio.
__¿Intercambio?
__El Edicto real de devolución de las
tierras contra su persona. Todos estos sucesos llevarán cuanto mucho un mes.
Tres semanas supongo. Al final de la primavera usted estará en los preparativos
de su boda… y nosotros reparando la aldea. Final feliz.
La bolsita con veneno se había salvado,
sujeto a su pecho, a la masacre que recibiera su atuendo. Esta desgracia le
alargaba por lo menos dos semanas de vida a la previsión de su suicidio.
__Estoy casi desnuda…
__Descuide, prometí devolverla con su
virginidad intacta. Sé que es costumbre
de la realeza realizar un examen para comprobarla. Si usted… ya no lo es… más vale que lo confiese
y me desligue de responsabilidad sobre el hecho...
__¡Muy gracioso!
__No es ninguna broma.
Ingresaron. Patricio acomodó una de las
banquetas cerca de la mesa, mientras Isabella permanecía en pie, esperando le
acomodase la silla. Él la miró así, erguida frente a él, en actitud de impaciente
espera.
__Creo haber dejado en claro que yo no soy
su sirviente. Tiene manos, ¿verdad? Pues levante el banco y acomódelo donde
guste.
Ella pensó seriamente en dar fin a su vida
en ese mismo instante.
__¡Vamos! No es tan complicado… __insistió
el con voz burlona.
Las piernas cansadas de la princesa
apuraron su obediencia. Se sentó frente
a él, sin más remedio.
__Tengo sed __declaró la dama.
__Yo también. Bajando la lomada, a unos
cuántos metros de aquí pasa una vertiente de agua fresca. Detrás de la ventana
hay un alero bajo el cual se extiende un tablón con utensilios. Debe haber un
cubo para traer el agua.
__Aunque muera de sed, no pienso buscar el
agua.
__Morirá de sed entonces… Es una tortura
horrible.
__Si muero no tendrá chance de conseguir
sus tierras.
__Confío en su instinto de supervivencia.
Patricio salió y al cabo de un rato
retornó con una jarra repleta de agua fresca, la que bebió teatralizando la acción
frente a ella. Cuando terminó el último
sorbo, se tendió en la litera. Al cabo de un tiempo imposible de corto, se
durmió profundamente, dejando a la pobre princesa librada al fragor de sus
cavilaciones.
La acosada mente real, o la mente de la
real acosada, o la realmente acosada… ensayó imaginarias respuestas a las
circunstancias. En primer lugar desfilaron por sus pensamientos una serie de
insultos, gritos inaudibles de órdenes y exigencias. Pero el apacible sueño de
Patricio demostraban su desdén por la autoridad, por lo que supuso una acción
condenada al fracaso.
Con la lengua pegada al paladar, pasó a
buscar los argumentos racionales, entre religiosos, políticos y filosóficos que
avalaran la superioridad en dignidad con respecto a su captor. Pero, si aquel
malviviente de habría atrevido a tal, era por su irreligiosidad e inmoralidad;
imposible hacerlo entrar en razón.
Imaginó a posterior envenenarlo a la menor
oportunidad… mas, ciertamente sin él no sería capaz de pasar la noche en medio
de aquella nada preñada de peligros. Y además, tampoco conseguiría con ello
liberarse de su dolorosa sed.
Sacó sigilosamente el veneno como para tragarlo.
Pero aquello era un polvo rústico que necesitaría de agua para pasarlo con
mayor facilidad.
Mientras se sucedían los ronquidos del
maleante, la muchacha se decidió por fin resistir dignamente la sed y aguardar
a las Parcas con valor. Más vale morir que actuar con indignidad.
Promediando la tarde, tomó la jarra y
salió un busca de la vertiente. Logró divisarla rápidamente, mas bajar por las
enormes piedras de la lomada le costó enormemente. Resbaló en varias
oportunidades, se raspó en cada abrojo, rama caída y árbol espinoso que se
encontrara por su camino. Había oscurecido notablemente cuando por fin llegó a
su meta. Tenía el cuerpo hecho una llaga y la garganta un desierto, por lo que
su instinto la llevó a colocarse bajo la pequeña cascada de la vertiente. Su
alma experimentó un remanso de bienestar, como de un algo invisible que se
hubiese liberado de su alma. Rio, y se extraño de su propia risa. Si fue nuevo
servirse sola el agua, bañarse sin asistencia en la vertiente, hacer sus necesidades
al aire libre... también lo fue la risa que broto espontáneamente de sí.
El camino de retorno lo sorteo con
facilidad. Llegó extenuada. Patricio estaba a la entrada, evidenciando seria
preocupación. Ni bien la divisó, ensayó una actitud burlona; mas al observar
con la ciega luz del atardecer aquel débil
cuerpo herido, empapado y semidesnudo, no pudo menos que acudir donde
ella y, cargándola, depositarla sobre la litera.
Encendió fuego , y a su luz y a su calor comenzó a inspeccionar los raspones. Algunos
aún sangraban.
__¿Cómo es esto? ¿No me dejó en claro que
no cumplirá con su obligación de servirme?
__No tengo obligación de servirle. Pero si
me necesita, como lo haria con cualquier persona en problemas, le ayudaré. A
propósito de eso… quería preguntarle por esto __y puso ante los ojos de la dama
la bolsa de veneno.
__Lo traigo conmigo. Pensé en envenenarle,
pero mientras esté acá no me conviene.
__¿Y por qué lo trae consigo? ¿Tomó algo,
acaso?
__No. Pero fui a buscar agua para eso…
__¿Lo trae para Eduardo o para usted?... ¿alguna
interesante historia de amor imposible?
__¡Amor! ¿se estás burlando acaso?
__Para nada. ¿No ha escuchado historias así?... de amantes
que forzados a casarse con otros, optaron por el suicidio antes que una vida sin
la posibilidad de estar juntos.
__¡Me habla de amantes y enamorados a mí!
¿Desconoce mi fama de “la princesita fea”? Si no es por una estricta cuestión
de intereses, de poder y de riquezas, nadie se acerca a mi.
__Sinceramente no me burlaba. Desconocía
esa fama… Yo no pertenezco a su reino… y a las aldeas de Lórena, de donde
provengo, no ha llegado esa fama. Por otro lado, no coincido con ella __se incorporó__. Traeré
unas mantas para que se seque y caliente, o se morirá de frío. Pondré unas hierbas sobre sus lastimaduras
importantes… soy médico por cierto…
__¿Un aldeano?
__Un caballero y guerrero en desgracia. De
ahí, aldeano, hasta perder la tierra. Ahora mercenario y forajido.
A la lumbre vacilante de lámpara de
aceite, ella miró detenidamente su perfil mientras le frotaba las heridas con unas jugosas hojas fragantes. Quiso decir algo, pero no supo qué.
__No ha comido
nada en todo el día, debe tener hambre. Sólo hay pan en mi alforja. Mañana
conseguiremos alguna carne o pescado para asar. Descanse. Yo no soy siervo suyo,
pero conmigo está segura.
Isabela se sentía más firme que nunca sobre
su decisión de morir. Sin embargo se encontraba feliz como nunca. No tardó en hacerse a la idea que no
debía exigir servicio, que intentaría colaborar en la tarea doméstica, y que no
estaba atada a ningún protocolo, podía por lo tanto disfrutar de su
espontaneidad.
Patricio le daba conversación continuamente.
Le refirió su dramática historia de caballero desavenido, y desavenido por “un
amor imposible”, que lo tiene de protagonista junto a la esposa de su señor.
Ella había prometido suicidarse si por
alguna razón dejaba de frecuentar a su amante, pero cuando el engaño fue
descubierto, y Patricio puesto en evidencia, lejos de suicidarse buscó disolver
su aburrimiento en los brazos de otro noble.
Él, por su parte, sinceramente enamorado, fue
condenado a muerte. Gracias a algunos contactos y sobornos logró escapar y buscar
refugio en una aldea vecina, en el vasto territorio del despótico Eduardo,
quien para pagar sus campañas infértiles, apretó a sus vasallos con impuestos
imposibles, sumergiendo a la comarca a la miseria y al despojo. De allí su ocupación
de “mercenario y bandolero”.
Patricio no había ideado el rapto, sino un
noble enemigo invisible de la corona de Eduardo, quien estableció un pacto de
honor con los despojados… una vez restituidas las tierras, los aldeanos se
pondrían al servicio de este señor, aportándole hombres para sus batallas, a
cambio de protección y cuidado.
La idea del buen resultado del rapto
dominaba íntegramente el pensamiento del ex caballero.
Isabella lo dudaba con fundamento. Tanto
su hermano como su prometido manifestaban desdén hacia su persona. Tal vez por
su belleza inexistente, o por su temperamento áspero… o quizás por ser un
fantasma errático disfrazado de princesa. Por ello sabia que la muerte la esperaba
humeante detrás de aquel recreo de cortesana.
Mas su alma cercenó la ansiedad por su
tránsito al más allá, para abrirse a la nueva experiencia de dejarse librada a
la espontaneidad de su ser. Aprendió a bañarse en el río, a contar las
estrellas tendida sobre la alfombra natural del suelo, a abrigarse del calor
bajo las velludas ramas de los frondosos árboles.
Patricio le había conseguido ropas de
aldeana, e Isabella ,disfrutó de la soltura y simpleza de las prendas que le permitían
moverse con fluidez y respirar sin necesidad de pensar cada bocanada.
Bastó dos extensos días para aprender a
comunicarse de igual a igual con su raptor. Sin medir consecuencias, puesto que la muerte confundía
hasta anular cualquier resultado, refirió
a Patricio su terrible vida de princesa.
__Se supone que debería sentirme
afortunada __había confesado __. Pero no es así. Odio las fiestas, odio esos
trajes que lo único que hacen es resaltar mi fealdad. Odio la corte y los
cortesanos… Me parece una vida aburrida, fríbola, sin sentido. Para colmo llena
de intrigas y traiciones. Yo me caso por una cuestión de conveniencia, y se
espera que de un descendiente para ambas coronas… pero no pienso hacerlo,
no pienso traer alguien a este mundo
para que viva el mismo infierno que yo…
__Por eso el veneno…
__A todo esto… nunca me lo devolviste.
__Ni te lo devolveré. Cuando estés en los
brazos de Eduardo tendrás que buscar otro modo de quitarte de la vida __realizó
una ligera mueca dando un punto final a dicho tema__. Por mi parte yo me sentía
afortunado de pertenecer a la corte de Humberto, y luego de haber sido elegido
por su mujer como amante. El único error que cometí fue haberme enamorado,
haber creído en ese amor que cantan lo juglares. A partir de allí desprecio a
las cortesanas y desprecio a la nobleza. Pero ser parte del pueblo no es nada
mejor… trabajas fritando tu piel de sol a sol y los Señores te quitan el fruto
de tu sudor con impuestos imposibles de pagar.
__¿Siempre es así? ¿Mi hermano también
hace eso?
__Dicen que en sus tierras se puede
respirar un poco más de paz.
__Noble o plebeyo… se vive y se sufre… Sin embargo en todo ámbito
humano, sea rico sea pobre, hay fiesta, baile, alegría… o resignación al menos.
Siento que más allá de todo soy yo la que no puedo actuar en consecuencia con
lo que soy. Tal vez debería refugiarme para siempre en esta ermita. Aprender a
defenderme de los peligros, a cazar y pescar… hasta ser alcanzada por la
muerte. Si al fin morimos todos ¿Dónde reside la diferencia? En cómo vivimos
este lapso incierto, inevitablemente finito, que llamamos vida.
__No puedo dejar que te quedes aquí. Se
armaría una guerra si no te devuelvo. Además, si estás dispuesta a ser criticada
y cuestionada, ¿Qué te impediría bañarte en el río, o mirar la noche, o
vestirte con más soltura y sencillez en la corte? Y educar de ese modo a tus vástagos. ¿No puedes intentar
adaptar los comportamientos a tus propios caprichos?
__Nunca lo había pensado. Es difícil
rebelarse contra el protocolo. Quedas en ridículo y sometido a la crítica de
todo el mundo.
__Adáptate, es mi mejor consejo. Además, puedes
influir para que Eduardo sea más justo y menos déspota.
__¿Ese consejo no será más bien tu recurso
para no experimentar culpa por devolverme a la corte… o por no devolver mi
veneno?
__Yo creo que la libertad es siempre de
uno. Cuando algo te ata es porque te dejas atar.
Isabella enmudeció momentáneamente. No lo
veía tan sencillo. De todos modos ella continuaba aferrada firmemente a la idea
que Eduardo rechazaría el acuerdo.
__Y después de tu amante ¿nunca más te
volviste a enamorar?
Él la miró profundamente.
__Ese amor ha sido mi ruina. Nunca más
cometeré el mismo error.
La princesa no comprendió por qué tales
palabras obraron como dardos punzantes en su pecho.
Él, en cambio, lo comprendió con prístina
claridad.
__Isabella… no hay nada más bello en la
vida que sentirse enamorado. La pobreza no duele, la riqueza no aburre…. El
frío no entumece, el calor no agobia… lo que es pesado se torna ligero, y lo
vacío se rellena. No hay día o noche que no se torne suave, dulce, inmortal. Es
el sabor de la vida… es una promesa que extasía el espíritu. Sin embargo…
cuando pasa el rocío de la mañana sólo queda la amargura de aquellas inútiles
pisadas que destruyeron el césped. Te quedas masticando la nada, sorbiendo un agua
que no moja, como una enorme llaga
imposible de cicatrizar.
__jamás sentí algo parecido… yo siempre vi
al amor como si estuviere detrás de una vitrina que jamás se abriría a mí.
__¿Y por qué?
__¡Es hasta ridículo que lo preguntes!
__gimió entre dolida y enojada__. ¿Eres ciego, acaso?
__No. Yo creo que veo… aún así no entiendo
tu enojo. ¿Por qué es ridículo preguntarlo? ¿Qué se supone que debería ver en
ti?
__¡Mi fealdad!
__Has mencionado varias veces esa
cuestión… la noche en que se te secuestré tal vez hubiera entendido el
fundamento de esa valoración: debajo de ese informe camisón, los cabellos
sujetos en ese gorro… ese gesto agrio y duro… Pero ahora estás totalmente
distinta. Tus cabellos rojizos, con esos bucles que caen libremente por la silueta
de tus hombros, esos ojos profundos, de mirada brillante… y esos labios
preciosos que a duras penas se salvan de ser hurtados por mis besos… si hasta
parece que en estos días hubieses dado algo más de carne a tus huesos desnudos.
Tu piel está algo más bronceada y tus mejillas fluyen en un rubor natural.
Estás hermosa… si no fuera porque debo devolverte virtuosa, ya te hubiese hecho
desvanecer de amor entre mis brazos…
__Es curioso. ¿No decías que no volverías
a cometer el error de enamorarte? ¡Estás mintiendo!
__ Me resulta muy difícil no desearte, y
esa es una verdad imbatible. Pero si nos dejáramos librados a las promesas del veleidoso
Cupido, imagina lo desastroso de nuestro destino. Y lo peor…. No sólo el
nuestro. Podemos olvidar que tú eres princesa y que yo soy forajido. Podemos vivir
como erráticos peregrinos asilados en el latido del bosque… por un tiempo al
menos… pero sin el intercambio mis paisanos no tendrán sus tierras, Eduardo y
tu hermano iniciarían una cacería humana para dar con nosotros. Viviríamos
huyendo, condenando a muerte a quienes
nos rodeen. No podemos pagar ese precio.
__Tienes razón. No es posible ningún
destino juntos. Tú, además nunca cometerías el error de enamorarte __se
incorporó como un resorte__... Esta oscureciendo: mejor que vaya por agua para
la cena.
Tomó el jubón y salió con la velocidad de
un rayo. Patricio cobró conciencia que sus
palabras estaban torturando la bella alma de la joven. Luego de vacilar más de
la cuenta, se decidió por ir tras ella.
Estaba oscureciendo, en efecto. Cuando el
rumor de la vertiente llegó a sus oídos, aún sin tener a la princesa a la
vista, escuchó su llanto apenas reprimido.
__No sufras… yo sé por qué te lo digo. Nuestro sufrimiento será
mayor si damos cabida a nuestros sentimientos.
__¡¿Cuáles?! Si tú no los tienes…
__Que yo haya decidido no cometer el error
de enamorarme no significa que no me enamore más. Sólo que no me dejaré llevar
por ese impulso.
Ella permanecía de espaldas a él,
inclinada sobre la orilla de la vertiente, con sus manos ocultándole el rostro.
Él se acercó sigilosamente, y comentó a sujetarle sus bucles tan rojos como
aquel sol que moría en la silueta de las montañas lejanas.
__No te aflijas por mí: estoy acostumbrada
a llorar mis soledades.
Patricio logró desprender las manos del
rostro femenino, y a absoluta traición
de lo que dijo, besó largamente aquellos sedientos labios. Mientras más ordenaba
su mente soltarlos, más profundo se hacía el éxtasis del deseo. Ella tampoco
podía detenerlo.
Él se encontró de pronto desnudándole el
pecho, el cual que se presentó erguido y turgente ante su mirada extasiada. La
acarició con suavidad, delineando todas sus curvaturas. Luego paseó sus labios,
como un roce de mariposa, desde el cuello, bajando lenta y sutilmente hasta el
pezón. Allí el beso se tornó más apasionado.
Isabella respiraba con dificultad. Nunca había
percibido a su cuerpo así. Si quiera imaginaba tamaña intensidad.
Él volvió a
beber sus labios, y la tendió sobre el irregular suelo. Ella, mientras
escuchaba la viril respiración entrecortada, mientras tenia su boca atrapada en
la humedad de su captor, sintió el extraño peso del robusto sexo de él. Quiso
recordarle que su deber era devolverla intacta, pero para cuando tuvo libre sus
labios, los dedos de Patricio le estaban rozando su intimidad humedecida. Miró las estrellas del cielo y jamás las
imaginó tan coloridas.
Como todo intento
de realizar un amor imposible, con creces pagaron aquel momento delirante.
Cuando Eduardo recibió al mensajero que trajo
la infeliz noticia, sin detenerse a pensar ni considerar opciones, lo mandó
matar inmediatamente.
Ordenó montar su cadáver sobre el lomo del mismo
caballo que lo traía, y escoltado por una veintena de soldados -no pensaba
fuese necesario más- lo dirigió al punto donde debía encontrarse con el
criminal que tenía secuestrada a su prometida. Poco le importó si de ese modo pondría
en riesgo la vida de Isabella.
Llamó a sus ministros y les comunicó su
decisión de exigir un resarcimiento al Rey de Verona, culpándolo de no haber cuidado lo suficiente la seguridad de la novia real. De no cumplir con dicho
resarcimiento, estallaría el combate.
Los ministros se miraron azorados peguntándose
tácitamente quién se atrevería a decirle al intempestivo monarca la
improcedencia de su plan. En caso de combate, Verona tenía las de ganar.
Nadie se animó, de hecho. Por el
contrario, se dispusieron a acatar las órdenes, y a preparar la comitiva que portaría
las exigencias reales al vecino de Verona.
Entre muchos errores, Eduardo minusvaloró
la organización que había operado el rapto, como si se tratase de un grupo de
delincuentes comunes. Sin embargo, Heraldo, el noble al que había mencionado
Patricio, desde hacía tiempo conspiraba, a las sombras, contra el monarca. Disponía de mucho más que de un grupo de mercenarios y
campesinos descontentos e improvisados; contaba
también con una red de espías, que prontamente le informaron sobre los planes del Rey.
Heraldo mandó a alertar a los secuaces
diseminados por el bosque, quienes esperaron al cadáver del mensajero con su
escolta para emboscarlos y eliminarlos por completo. Asimismo mandó matar Isabella, y enviar su cuerpo exánime al
hermano, con el propósito de exasperar los ánimos, pues nada le convenía más que una contienda entre
Verona y Lórena, cuyo resultado, más allá que la victoria y la derrota, significaría
el debilitamiento de ambos.
Antes que la comitiva de Eduardo llegase,
con sus exigencia, a Verona, lo hizo el cadáver de la infortunada princesa, el
cual fue arrojado por manos anónimas a las puertas de ingreso al castillo
de Jerónimo, con una inscripción atada a
la cintura que rezaba: “Eduardo es el responsable. Su ejercito viene contra ti”.
Jerónimo recibió el cuerpo maltratado y desfigurado
de su hermana desestimando la alerta por creerla fraudulenta.
Sin embargo, culpó a Eduardo por haber
hecho caso omiso a las exigencias del rapto ocasionando el asesinato de la misma.
Mandó preparar los funerales, a la par que
enviaba exigencias de resarcimiento bajo amenaza de invasión al territorio de
su fallido cuñado.
Ambas
comitivas -la de Eduardo y la de Jerónimo- con sus respectivas
exigencias y amenazas de guerra, tomaron rumbos diferentes por lo que jamás se encontraron.
Como es de suponer, la de Eduardo llegó
primero, y para cuando lo hizo la de Verona, la guerra era inminente. Ambos
ejércitos actuaron de modo improvisado, por lo que las pérdidas fueron incontables…
para ambas fracciones.
Cuando Eduardo estuvo debilitado lo
suficiente, Heraldo tomó el poder, y amparado por sus propios guerrilleros, se
proclamó nuevo Rey de Lórena. Propuso la paz a Verona.
El tratado convenía a Jerónimo, por lo que
reconoció al nuevo monarca y aceptó la
paz.
Patricio y sus paisanos recobraron sus
tierras, y así hubo en la zona un cierto tiempo de armonía y prosperidad.
La vida
continuaba, a pesar -o tal vez gracias a- los muertos que dejó el incidente del
rapto.
Cuando Patricio penetró el prohibido
cuerpo de Isabella, creyó que había precipitado el desastre. La besó tanto como
pudo y no separó su piel de ella sino cuando agotó lo último de su energía.
Desnudos, tendidos en la inmensidad del
bosque, se abrazaron mirando la complicidad de la noche.
__Si me tienes que devolver, declararé que
ya había perdido mi virginidad en la corte de Verona, y que tú cumpliste con tu
palabra de respetarme.
__Significaría tu ruina. Y una ruina muy
bochornosa. Es mejor decir que te he forzado. ¡Ay Dios! Sí que lo compliqué
todo…
__yo estoy dispuesta a morir. ¿Qué puede
ser peor que eso? Aún sin el veneno, sigo dispuesta al suicidio…
__¿Sabes lo que sería peor que la muerte?
Es que desees vivir… desees este amor más que a la propia muerte.
__¡Vamos! Con estos días de felicidad yo
me conformo. Es lo único que me hace sentir la vida. Es más de lo que jamás
imaginé para mí.
__¿Y qué queda para mí? ¿Crees que te voy
a poder entregar a tu ruina?
__Si no podemos estar juntos, no hay otro
remedio.
Patricio se tendió nuevamente sobre ella.
__Dame todo lo que tienes, mujer. Ya que esto
lo pagaremos con creses, hagamos que valga la eternidad. Dame todo lo que tienes
en tu cuerpo, en tu alma, en tu mente.
Junta en tu intimidad tibia la totalidad de tus noches sola, tus lágrimas de
desesperanza, tu angustia por sentirte no amada. Recoge la totalidad de tu sed
y entrégamela en la pasión de tus labios. Desnúdate hasta lo imposible sin ocultar
nada a mi mirada ni mezquinar lo ínfimo a mis caricias. Vamos, mujer,
entrégamelo todo.
La volvió a besar tan larga y profundamente
a como dieron sus fuerzas.
__Patricio… ¿me darás muerte?
__Dame la fuerza que necesito para
entregarte mi vida. Aún cuando vuelva a condenarme, y pase otra vez por el infierno
del exilio y la miseria. Con tu entrega dame la fuerza para entregarme y morir
por ti, si es necesario.
__Aquí me tienes, entrelazada a tu cuerpo.
Con mi piel imantada a la tuya y el corazón latiendo con brío en mi garganta. Aquí
está mi soledad, mi sed, mi dolor y mi amor. Mi ternura y mi pasión. Aquí
estoy…. Para saciarte de mí y perfumar tu alma. Para abrazar tu desolación y curar tus heridas. Sin reservas
me entrego a ti.
__Déjame entrar a tu mundo, al universo
femenino de tus sentimientos. Déjame entrar y sembrarme radicalmente en ti,
hasta hacerte olvidar que alguna vez fuiste un cuerpo separado del mío.
Lanzó el aire de la noche feneciente un gemido
de placer que pareció esparcirse por todos los rincones del bosque. Respiró
profundo conteniendo así el movimiento de su ardor.
__Quédate así, quieta lo más que puedas.
Resiste al ímpetu de tus caderas. Permanezcamos así, unidos, piel a piel,
porque en este momento nuestra unión es invencible. En este momento no hay tiempo,
ni pasado que nos oprima, ni futuro que nos amenace; no hay reyes, ni cortes,
ni política que nos complique; estamos sólo tú y yo y no necesitamos nada más…
por fin estamos completos...
Ella obedeció. Aspiró el rocío del
amanecer y contuvo su aliento. Todo su ser se concentró en recibir el calor y
el sabor del viril cuerpo tendido sobre ella. Y deseó que aquello fuese eterno.
Pero la eternidad en el tiempo es una
aspiración imposible. Amor y muerte: dos palabras que se conjugan cuando se
habla de infinito…
El bosque tiene un
corazón que late de secretos. Allí los amantes apagan sus ardores, los ladrones
escudriñan sus opciones, los místicos encienden sus almas, los aldeanos traman
sus reuniones, los nobles viajan hacia sus territorios… amor. Odio. Alegría.
Soledad. Intriga. Fe… lo sublime y lo miserable… lo noble y lo abyecto… rocío
de cielo y estiércol de infierno… y toda la ilimitada gama de colores que se despliega
entre ambos extremos.
Patricio los vio
venir el día anterior al fijado para su encuentro con el mensajero del rey, y
supo que Eduardo se habría negado al acuerdo. Aquellos forajidos del grupo de
Humberto traerían un cambio de planes.
Eso no significaría
nada bueno para Isabella. El cambio de estrategia implicaría también un cambio
en los planes de la pareja. Si la princesa era devuelta a la corte de su
prometido, ella se fugaría con él, luego que el edicto real estuviese
promulgado y en manos de los aldeanos.
__¡Quédate aquí! Yo
les saldré al cruce evitando que vengan… por las dudas, mezcla en el vino estas
gotas de somnífero. Si ves que venimos, hazte la dormida…
Munido de su arco y
sus flechas, se abalanzó sendero abajo para hacerse de encontradizo con la
comitiva.
Desde su avisaje la princesita los vio venir.
Cuando Patricio entró
a la ermita acompañado de tres hombres, les sirvió vino, y cuando todos
estuvieron dormidos, Isabella se incorporó para emprender la huida juntos.
A todo galope se
internaron en la espesura del bosque.
Imprevistamente
encontraron un extraño grupo de personas, hombres y mujeres, de edades diversas,
al parecer alguna caravana de viajeros, que acampaban en el claro. Sentados en
circulo, rodeaban una inmensa hoguera al lado de la cual se tendía un cuerpo inerme.
__Deben ser infieles.
Tal vez estén en alguna ceremonia demoníaca __conjeturó él.
__Están ocupado en lo
suyo. Por lo visto no repararon en nosotros.
__Sin embargo, si de
algún modo nos unimos a ellos, pueden ayudarnos a huir lejos de aquí.
Un destello
sospechoso se cruzó por la mirada de Patricio. Sabueso de combate se puso en
alerta.
__Escóndete. Voy a
subirme al árbol para ver. Me parece que hay otro grupo que se acerca __y luego de treparse para tal
fin, agregó al bajar__ son tropas de Eduardo. Han tomado un rumbo raro. Al paso
que vienen se encontrarán con estos extranjeros. Quién sabe lo que pasará
ahora. Los que dejamos dormidos en la ermita no tardarán en despertar.
Treparon al árbol más
tupido y elevado que divisaron. Los infieles empezaron a realizar extraños movimientos
y sonidos guturales como parte de un ritual. Desde el nuevo ángulo de observación notaron que el
cuerpo tendido era de una muchacha joven.
En menos de una hora,
los soldados reales se precipitaron sobre los extraños. Tal vez pensando que se trataría de hechiceros, aprovechando su
confusión, les asestaron un duro golpe en ataque. Pero aquellos no tardaron en
reaccionar y sacar valor y destreza junto a los
cuchillos que escondían sus ropas.
__Tengo una idea __y
Patricio bajó tan silencioso como una hormiga.
Isabella lo seguía con
la mirada desde la altura del árbol. Vio cómo se acercaba, sin ser notado, al
cuerpo de la chica, para arrastrarlo hacia los matorrales del lado opuesto.
Alguien trató de detenerlo, pero Patricio lo desmayó de un golpe. Luego, no lo
volvió a ver.
A lo largo de
intensos minutos de sangre, la comitiva
de Eduardo había pasado por el cuchillo o atravesado por flechas a todos los
miembros de aquella secta misteriosa.
Así, los diez
guerreros sobrevivientes continuaron su camino, serpenteando el arroyuelo, por
lo que muy probablemente se encontraran también con los de la ermita.
Luego de un tiempo
que parecía caminar en reversa, Patricio
salió de su escondite. Se dirigió hacia los cadáveres, revisándolos uno a uno.
Luego fue donde su
amada indicándole que podía bajar de su guarida.
__El cuerpo de la
mujer lo podemos hacer pasar por el tuyo… así ya no te buscarán más. Ningún monarca
arriesgaría a la desaparición de un posible heredero a la corona… Es de tu
mismo porte, para cuando llegue a la presencia del rey de Verona, ya estará
irreconocible. El único problema es el color del pelo… tu rojo es único.
__No hay problema con
eso, siempre he usado el cabello tapado. Nadie, a no ser unas pocas sirvientas, podrán notarlo. Y
éstas no serán consultadas. .¿Y cómo harás llegar al cuerpo?
__Voy a ver lo que
pasó con los emisarios de Humberto en la ermita. Es posible que la comitiva que
pasó por acá los haya encontrado. Si es así seguro que estarán muertos. ¡Vamos!
Emprendieron el
camino de regreso a la ermita. Cerca de allí, Isabella se ocultó mientras
Patricio se adelantaba a ella portando el cadáver entre sus brazos.
Buscó una altura para
realizar un avisaje al lugar. En efecto, alrededor de la construcción estaban
sembrados tres cadáveres.
Por lo demás no había
movimiento que delatara presencia de personas vivas en el lugar. Los problemas
para el buen fin de los planes de la pareja eran demasiados, mas el instinto
guerrero de Patricio esperaba demasiado de la fortuna.
Ocultó cerca de la
casa al cadáver de la infortunada mujer. Tomó un cuchillo en su mano y avanzó
con la imperceptibilidad de la serpiente. Atisbó por la ventana: dentro había
dos cuerpos más. Uno pertenecía a su grupo, y el otro a la milicia de Eduardo. De
los tres de afuera, dos pertenecían a los de Humberto. Por lo demás el lugar
estaba desierto. Patricio se cercioró que todos los que había dejado drogados
en la ermita estuvieran muertos. Luego observó las huellas que dejaron tras de
sí los sobrevivientes. Seguían una dirección diversa de la que debían realizar los
de Humberto de acuerdo al plan original de éste.
Sin nadie que
delatara su traición Patricio se apresuró a buscar a Isabella.
__Los enviados de
Humberto que me contactaron están todos muertos. Ellos tenían el encargo de
buscarnos para luego unirnos con el resto que está esperándonos en un valle a
unas cuántas leguas de aquí. Ellos tienen los atuendos reales y tu corona, que
guardan desde el saqueo. Si los de Eduardo no se encontraron con ellos, cosa
que es muy posible de acuerdo al rumbo que tomaron, deben estar todavía esperándonos.
Se supone que te mataríamos cerca de las puertas de Verona, para arrojar allí
tu cadáver con una carta para Jerónimo. Mi idea es la siguiente: cerca del
valle hay un camino que lleva a una aldea cercana. Irás allí y te harás pasar
por alguna aldeana. Te conseguiré dinero. Así puedes buscar albergue y comida
por el tiempo que me tome convencer a todos de tu muerte. Hazte llamar…
__Elvira… alguna
noble de Verona que fue desterrada junto a su familia, y asaltada por el camino…. Con esa historia
podrás encontrarme.
__De acuerdo. Si algo
me pasa, te haré llegar la noticia.
Se abrazaron, casi
como una despedida.
Cuando Patricio
se encontró con el resto del grupo que le esperaba en el valle, les relató
sobre el asalto en la ermita. Se refirió a sí como único sobreviviente que
logró huir, y que ante la posibilidad de que recuperasen con vida a Isabella, se
había adelantado en darle muerte.
Nadie tenía el
más mínimo motivo para dudar. Vistieron con dificultad el cadáver de la mujer
con los atuendos reales.
Cuando Patricio
pudo tomar alguna de las joyas saqueadas, fue donde había dejado a la princesa
oculta y se las dio. La ubicó en la ruta que la llevaría a la aldea en
cuestión.
Isabella lo
besó suavemente.
__Te espero mi
amor…
E inició el
camino. Si reparaba en los innumerables peligros que podrían agazaparse en cada
lugar donde el verde se tornaba tupido, hubiera desfallecido a los pocos
metros. Por el contrario, se concentró en el acto de caminar, un paso tras otro….
¿Y si Patricio
era descubierto? ¿O si pereciera en algún de los impredecibles combates que se ocultan a la vera de los
caminos? ¿si Jerónimo se diera cuenta del fraude del cadáver? ¿si ella no
lograba encontrar albergue? ¿si alguien
la descubriera? ¿Si el tiempo pasara y pasara… y su amado no volviera? Si…
Paso a paso.
El arrullo del
bosque se preparaba para el anochecer inminente. Si unos bandidos, una serpiente,
un lobo…. Fatigada al extremo, paso a paso, divisó de pronto en la
semioscuridad una zona de aldeas cercanas.
Llamó a la primera
de ellas...
__Señor,
disculpe usted, pero me ha sucedido algo terrible. Mi familia, fue emboscada en
el camino y a duras penas pude escapar con vida…. ¿Puede usted ayudarme, por favor?
El aldeano, desconfiando,
miró alrededor de ella. Tenía los pies hinchados y las ropas casi raídas.
Paso a paso. Al
cabo de unos días, gracias a sus propias joyas logró hacerse de una modesta
parcela de tierra, para vivir y cultivar, y dos siervos.
De vez en
cuándo aparecían algunos viajeros con
noticias de los reinos vecinos. Isabella se concentraba en escucharlo
todo a ver si algo hablara de su amante.
El tiempo
pasaba sobre el hilo de las circunstancias. Se sembraba, se recogía para volver
a sembrar. Se amanecía para volver a anochecer esperando la aurora. Se padecía
la crudeza del invierno esperando al nuevo verano que volvía a morir en las
garras del invierno. Era el suceso del suceder sucediendo los sucesos… y así,
sin principio que anuncia el fin, ni fin que a su vez no fuera un inicio.
Todo podría
tener un sentido en sí mismo. Al fin de cuenta estaba viva, lucía sus cabellos
sueltos y vestía ropas holgadas. Hasta había pretendientes para quien Elvira representaba una hermosa viuda joven, con una
modesta chacra. Ya no era la “princesa fea”. Tenía más ocupación que la de deambular
por interminables tertulias, amigos más sinceros de los que jamás conoció en la
corte, y el espacio real de su vida de
la que era dueña y señora. Sentía sobre su vida mayor control y poder que cuando era la princesa Isabella.
Y sin embargo
la espera anidaba en su pecho.
Ya había
agotado la fantasía representándose la escena ansiada de ver la amada silueta
por el camino a su puerta, ya no quedaban
más fuerzas a los oídos para reproducir el galope del caballo que lo traería. Ya
había agotado el llanto en el recuerdo de aquel
cuerpo tendido sobre el suyo. Sólo sabía que ese amor fundamental continuaba
allí, a la espera.
“Hoy puede ser
el día” se decía. Pero la noche congelaba en desilusión y angustia la
esperanza. “Hoy no fue el día”… Si quiera alguna vez lo fuera, algún día será
el día…
Y su alma
estaba atrapada allí, en la piel de Patricio, en el corazón del bosque.
Paso a paso. Día
a día. Mes a mes. Año a año…
Patricio había recobrado las tierras por
las que tanto había peleado. Aún le quedaba algo de las joyas robadas en el
rapto de la princesa. Y muchas sombras en su alma.
Al poco tiempo contrajo un matrimonio que duraría poco
tiempo. La infortunada mujer murió al parir un enfermizo niño, el cual pereció
una horas más tarde.
Sin guerra, sin princesa ni causa por la
que luchar, sin familia y sin destino, se entregó a la bebida y a las mujeres.
Él no había faltado a su promesa. En
realidad poco después que lanzara el cadáver por las puertas de Verona, se separó de sus compañeros para buscar a
Isabella. Mas accidentalmente su caballo se desbarrancó dejándolo inconsciente
en las inmediaciones del camino.
Al día siguiente tuvo la fortuna de ser
encontrado por la comitiva de un cierto
señor que lo llevó nuevamente al reino de Verona. Convaleciente siguió la
historia hasta allí haciéndose pasar por un ermitaño del bosque.
Habían pasado unos seis meses luego del
rapto y cuatro del inicio de la guerra entre los dos reinos.
Cuando hubo de recuperarse emprendió
nuevamente la búsqueda de su amada.
Esta vez llegó, efectivamente a la aldea.
Preguntó por Elvira y le informaron que una tal Elvira, llegada hacía meses a
la aldea… o un año tal vez... estaba por
contraer matrimonio en esos días con un noble de Verona.
El corazón de Patricio volvió a abrevar de
las amargas aguas de la desilusión. Ni aún considerando la imprecisión de la
información Patricio dio por verdadera esta historia, y cerró su corazón
sumergiéndolo en el fango del resentimiento. Sus pensamientos recrearon el
espejismo de la desilusión del primer amor.
Nada duele tanto ni daña más que una mente
asesina de ilusiones, que busca de dicho
modo protegerse de la desilusión. Es el auto cumplimiento de una muerte predicha,
provocada en el mismísimo acto de predecirla.
Isabella presentía la
presencia de otro otoño. Seguía esperando… pero ya sin esperanzas. Agotada en
este ciclo inacabado del día que no es el día, decidió ir a buscar a su alma al
bosque.
Patricio, cansado en
arrastrar los despojos de su espíritu, se decidió ir a morir sus penas al bosque. Llegó cerca de la primavera y encontró desierta
a la ermita. No había rastros de nada de aquellos días, y sí algunos utensilios
que hablarían de una ulterior ocupación de la misma..
Ella ordenó detener
los caballos bajo el sendero que escondía la ermita.
__Voy a cumplir unos
votos. Búsquenme aquí en la noche __dijo.
Y comenzó a ascender.
Apenas pudo reprimir
un grito cuando se encontró con la silueta de un hombre tendido en la litera.
Este se sobresaltó a su vez.
Luego del susto
inicial se miraron con extrañeza. Después con incredulidad. Finalmente se
fueron acercando poco a poco como si fueran espectros robados de sus propios
sueños. Cuando se encontraron lo suficientemente cerca, sus cuerpos no pudieron
evitar fusionarse en un abrazo.
__¡Dios mío!
__exclamó él __¿Qué estás haciendo aquí?
__No lo sé… es lo
único que me quedaba por hacer… tantos años esperándote…
__¡Qué? ¿Me
esperabas?
__Todos los
miserables días de mi vida… ¿Dónde estuviste? ¿qué te pasó que no diste
conmigo?
__Te busqué en cuanto
pude. Pero fue justo cuando estabas por celebrar tus bodas…
__¿Mis bodas? ¡Yo
jamás me casé!
__¡Cómo que no te
casaste! Me dijeron que la señora Elvira estaba por contraer matrimonio con un
noble de Verona…
__No tengo idea de lo
que hablas. Yo adquirí una parcela y dos siervos. Vivo del fruto de mi tierra… todo lo que hago
es esperarte…
El tiempo había
perdido de la mente de Patricio las palabras exactas escuchadas por lo cual
dedujo sin más que Isabella lo había olvidado.
El, comprendiendo su
craso error, error que sumergió ambas vidas en las aguas del infortunio, quedó
enmudecido de dolor.
Ella lo rodeó con sus
brazos.
__No importa ya. Estamos
juntos de nuevo. No perdamos un minuto más…
El anochecer los
encontró como esa noche infinita. Pareció ser la misma, pero habían pasado
varias lunas entre ellas.
Varias lunas, varios acontecimientos,
varias historias.
Caro pagaron su amor…
Pero construir un
amor así es la fortuna más inmensa de todos los mundos.