I.
El
muy “hijo de puta”
A partir del tercer día de la llegada a
su departamento pudo sentir una notable mejoría. La luz del demudado sol
invernal se filtraba por el ventanal de su cuarto.
Hortensia estaba allí, recostada sobre
la cama pequeña cerca de la suya, con los ojos pegados en la lectura de un
prominente libro.
__¡Quiero levantarme! —orden que la hizo
retornar a su acostumbrado modo de tratar a los semejantes.
__Muy bien, señora —dejó caer el
ejemplar sobre la cabecera y acudió a la enferma__. Eso le hará sentir mejor.
__¿Y Alfredo?
__El doctor me llama dos veces al día
para ver cómo está usted. También sé que está en contacto permanente con su
médico de cabecera. Sigue con mucha dedicación su proceso. Esta mañana le mandó
este ramo de rosas.
__¿Cuál?
__El que he puesto sobre el aparador —y
se lo señaló.
Pero Constanza, lejos de animarse con
las “atenciones” del hijo de puta, se sentía cada vez más enrabietada con él
__¡Qué amable! —comentó irónicamente al
observar las rosas.
El simple esfuerzo de levantarse,
vestirse, acudir al baño, realizar la rutina típica de lo que implica abandonar
el lecho donde se ha pernoctado, la dejó agotada, tendida sobre un sillón del
living que con tanta diligencia le acomodara Hortensia.
Normalizar la respiración y el ritmo
cardíaco le llevó sus prolongados quince minutos.
__Me siento como la mierda. La otra vez
fue así recién después de las quimios.
__Se le administró calmantes muy
fuertes. Además, le están poniendo vitaminas para reconstituir el cuerpo y
ponerlo a punto para comenzar con el tratamiento.
Por toda réplica, exhaló un cavernoso
suspiro preñado de indecible angustia.
__¿Qué se supone que debo hacer ahora? —preguntó
luego de un prolongado silencio.
__Lo que guste __contestó la enfermera__:
escuchar música, leer, ver televisión.
__¿Leer? ¿Tú qué estabas leyendo?
__Un libro buenísimo que me prestaron.
Se llama “El difícil arte de ser feliz”.
__No. Paso. Prefiero la tele. Dame el
control remoto.
Hortensia obedeció, y cuando la paciente
estuvo pulsando indecisamente el cambiador, se dirigió a la pieza nuevamente.
En menos de diez minutos, escuchó que la enferma la llamaba nuevamente.
__Alcánzame el teléfono.
Acató la orden. Cuando la convaleciente
tuvo el inalámbrico en sus manos, marcó el número.
__Por favor, dame con el doctor Palacios
—increpó cuando la atendieron.
__El doctor está operando, no puede...
—escuchó del otro lado.
__Mira, pelotuda de mierda __chilló__.
No sé quién eres, pero sé muy bien cuál es la rutina del doctor, y él, a esta
hora, no opera.
__Señora... no le permito.
__¿Quién eres tú?
__¿Para qué quiere saberlo? Soy su
secretaria y por eso sé si está disponible o no.
__Mira, putita de mierda. La secretaria
del doctor Palacios soy yo. Que eso te quede claro. Dentro de unos días ya me
voy a poder reintegrar y a ti te voy a poner una patada en el culo...
Su furia quedó coagulada en rabia ciega
cuando su interlocutora-víctima resolvió cortar la comunicación. Ni lerda ni
perezosa, con un temblor trastornado por la indignación, Constanza volvió a
marcar el número.
__¡Y te lo advierto! __chilló apenas
sintió que la atendían__, si me entero que te estás tirando con el doctor, te
voy a arrancar todos los pelos que tengas, uno por uno.
__¡Constanza! __escuchó una voz que no
era la anterior__ Por favor, no pierdas la cabeza. Que estés enferma no te
autoriza a acusar en falso a mi secretaria.
__Alfredo. ¡Qué bien! ¿No que estabas
operando? ¿Ves? Ya mi reemplazante me quiere separar de ti.
__No seas tonta. Ella no sabía quién era
la que hablaba. Por otro lado: esta chica dice lo mismo que tenías que decir tú
cuando yo estaba ocupado. Nada más que, como es nueva, se asustó y me avisó del
llamado. Por favor, no te hagas pasar por loca.
__¡Qué loca ni loca! —reclamó juntando
con sus escasas fuerzas un nutrido llanto amargo de lágrima y quejidos__, ¿por
qué te fuiste? ¡Justo ahora que te necesito! ¿No te das cuenta que estoy...? —y
la última palabra resultó una mezcla de alarido y vocales que Alfredo no supo
definir acabadamente.
__Después del consultorio, paso por
allá.
El cuerpo físico no le pudo aportar más
energía para expresar su crisis de histerismo, por eso quedó tendida, con su
cabeza inclinada hacia la derecha, el brazo tieso sobre la apoyatura del
sillón, y su mano aferrada al teléfono sin desconectar la comunicación.
Cuando Hortensia le retiró el teléfono
para colocarlo en su sitio, comprobó que la paciente estaba aún despierta, pues
de ella emanaban imperceptibles gemidos de dolor.
En esa incómoda posición permaneció
durante casi dos horas. En vano fue que la enfermera reiterara con insistencia
el ofrecimiento de un desayuno benéfico a su condición.
__Quiero agua —contestó por fin.
Cuando Constanza levantó la vista para
acercar sus labios al sorbete que le ofrecía Hortensia, sus ojos, por
casualidad, dieron con la tapa del libro de ésta, que por entonces reposaba en
la mesa del living que se hallaba frente a ella.
__M... —sin poder articular la palabra, a
causa de su ingestión, lo señaló con el dedo índice.
La joven entendió, y cuando retiró el
vaso de agua, le puso el libro en la falda.
Más de cerca, reconoció el rostro
sonriente de la tapa.
__Es él. Idéntico a él.
Leyó la solapa donde se encontraba los datos
biográficos del autor. Su nombre era Rafael Campos, Argentino, nacido en Santa
Fe, doctorado en psicología, profesor de la universidad Nacional de Córdoba.
Cuatro publicaciones anteriores, cuarenta y tres años de edad.
Tornó al rostro. Sí, era él. Releyó el
título y lo terminó por confirmar.
__Bueno. Uno que tuvo suerte de hacer
plata con sus boludeces.
Dejó caer el libro en su falda, pero
tuvo mala suerte, y fue a dar en el piso.
Hortensia, por trigésima quinta vez le
estaba sugiriendo que tomara algo distinto de agua.
__Un jugo de naranjas __estaba diciendo
en el momento que se inclinó para levantar el libro.
__No. Estoy asqueada.
__Sólo intente.
El timbre, con su agudeza metálica,
interrumpió esta inútil conversación. Era Alfredo.
__¿Cómo están las cosas?
__Se levantó sin problemas —contestó
Hortensia luego de abrirle la puerta__. Hace ocho horas que le administré el
calmante y hasta ahora no lo volvió a necesitar. Pero no quiere alimentarse,
dice que no lo toleraría.
__Comuníquese con el Doctor Muñoz, e
infórmele. Tal vez sea de la idea de continuar vía suero.
__Sí.
__¿Podrías hablar directamente conmigo? __terció
Constanza, que seguía con gesto receloso la conversación “profesional” entre
médico y enfermera__. Según creo, yo no soy una paciente tuya de hospital.
Cuando Hortensia saliera de allí,
seguramente a cumplir su encargo, Alfredo se paró frente a la mujer y la
observó atentamente. Estaba amarilla, con labios secos, ojos hundidos
circunscriptos de un negro cadavérico, cabellos revueltos, que dentro de unos
días, empezaría a perder, como los árboles a las hojas de otoño.
Ese cuerpo femenino, que hasta días
atrás fue una fuente de placeres profundos, ahora alojaba un cáncer que él
sabía era fulminante. Se sintió culpable al comprobar que esta misma mujer,
otrora le resultar tan agradable, en dichas condiciones desgraciadas, le
producía una espantosa animadversión.
Contrariando sus vergonzosos
sentimientos egoístas, se acercó para besarla en la frente: después de todo,
era cuestión de meses, un año a lo sumo.
__¿Por qué no me dijiste que te irías a
mudar?
__Querida... me pareció lógico. Yo no
puedo atenderte tal como lo necesitas. Una enfermera era la mejor opción. Te he
buscado lo mejor.
__Pero quería que estuviéramos juntos.
__Yo no soy para eso, lo sabes bien.
Hago lo que puedo. Estoy permanentemente atento a tu estado de salud. Y me
vengo seguido. Ten en cuenta que tú permaneces casi todo el tiempo dormida.
__No era necesario que te fueras a otro
departamento. Yo dentro de unos días voy a estar mejor. Y vamos a poder dormir
juntos.
__Coty —e inclinándose hacia ella le
tomó las manos__, tú no estás tomando conciencia de algo. Tu salud está muy
comprometida.
__¡Mentira! Lo que pasa es que eres un
viejo verde que no te aguantas ni una noche y seguro que esa nueva secretaria
tuya me está supliendo en todo __exclamó ahogada en llanto.
__¡Y qué! —replicó él, incapaz de
mantener su serenidad ante el reclamo__. ¿Acaso no me conoces así? ¿Acaso de
esta forma de ser tú no sacaste partido para lograr que yo me separe de mi
familia? ¡Cuántas veces mi propia hija estuvo internada luchando contra la
muerte mientras tú me instabas a joder en lugar de atenderla! Tú te
aprovechaste de mi maldad, sacaste partido de mi debilidad —enervado se
levantó—. Porque si yo fuera el tipo de hombre que tú necesitas en estos
momentos, no me hubiera ido de mi familia, especialmente de mis hijos. ¿Qué
pretendes? ¿Qué me quede a tu lado cuidándote? ¿Qué te sea fiel? Si eso no lo
hice “con los míos” ¿por qué lo haría contigo? __en lugar de darse por
satisfecho, continuó con creciente rabia, como exteriorizando algo atravesado
en su garganta__ Sacaste provecho de mis defectos. Mejor aún, tú misma te
encargaste de alimentarlos. ¿Qué pretendes ahora? ¿Qué me comporte como un
“hombre bueno”? No —y la señaló con el índice—. No. No. No. No se equivoque,
“señora mía”. Por más enferma que estés, hay cosas que no te las voy a
permitir. Yo no tengo por qué aguantar tu carácter podrido, no estamos casados
como para que te deba fidelidad, y no eres responsabilidad mía. Agradece que te
doy la ayuda que necesitas porque sino fuera por mí, en estos momentos te
estarías muriendo en algún hospital a merced de nadie.
__¡Maldito! —gritó como pudo intentando
en vano levantarse__. Espera a que me ponga bien y vas a ver qué cruel puede
ser mi venganza! Vas a ver cómo me tiro a tus mejores amigos y les hago gozar
mientras que tú estarás aburrido con alguna de esas putas insulsas. Me vas a
suplicar que vuelva contigo.
__¡Por favor! Constanza. No tienes
armas.
__¡Vas a ver, grandísimo hijo de puta,
cómo te destruyo a ti y a tu querida familia!
__¡Pero si te estás muriendo! —exclamó
imposibilitado de refrenar su cólera. Y al instante se arrepintió__. Bueno...
no... Coty... es que me haces salir de las casillas Te harías un favor muy
grande si no lo hicieras tan difícil con tu carácter.
Pero la frase, precisamente por involuntaria era la que expresaba la
verdad sentida por el médico, paralizó de terror el corazón de la mujer.
__No voy a morir —replicó tenuemente.
__Claro que no... —e incómodo con la
situación que su imprudencia creara, agregó__… Voy a hablar con Hortensia a ver
si se comunicó con Muñoz.
__No voy a morir. No. No voy a morir __repetía
para sí la enferma—. Voy a salir a flote y me voy a vengar de ti.
Pero una voz interna, intuición tal vez,
parecía decirle otra cosa.
__Voy a salir. Siempre consigo lo que
quiero. Voy a salir.
Repitiendo esta afirmación,
letánicamente, la encontró Alfredo cuando intentó tranquilizarla y despedirse
de ella. Frustrado en su intento, salió acongojado.
Hortensia temió por ella cuando la
escuchó gritar estas mismas palabras:
__”Voy a salir. Me voy a curar. Ya lo
vencí una vez. Volveré a vencer”.
__Cálmese Constanza. Esto no le ayuda.
Unos largos minutos le llevó
conseguirlo.
__¿Escuchaste lo que me dijo Alfredo?
__Imposible no hacerlo. Si estaba
gritando.
__Y el autor del libro que estás
leyendo... ¿Qué consejo me daría al respecto?
__No lo sé. Aún no lo he terminado.
Mas ambas, sin saberlo la una de la
otra, representaron mentalmente la misma frase: “cada cual tiene la vida que
construyó”