viernes, 18 de septiembre de 2015

Constanza V. La amante

I.                   El muy “hijo de puta”



A partir del tercer día de la llegada a su departamento pudo sentir una notable mejoría. La luz del demudado sol invernal se filtraba por el ventanal de su cuarto.
Hortensia estaba allí, recostada sobre la cama pequeña cerca de la suya, con los ojos pegados en la lectura de un prominente libro.
__¡Quiero levantarme! —orden que la hizo retornar a su acostumbrado modo de tratar a los semejantes.
__Muy bien, señora —dejó caer el ejemplar sobre la cabecera y acudió a la enferma__. Eso le hará sentir mejor.
__¿Y Alfredo?
__El doctor me llama dos veces al día para ver cómo está usted. También sé que está en contacto permanente con su médico de cabecera. Sigue con mucha dedicación su proceso. Esta mañana le mandó este ramo de rosas.
__¿Cuál?
__El que he puesto sobre el aparador —y se lo señaló.
Pero Constanza, lejos de animarse con las “atenciones” del hijo de puta, se sentía cada vez más enrabietada con él
__¡Qué amable! —comentó irónicamente al observar las rosas.
El simple esfuerzo de levantarse, vestirse, acudir al baño, realizar la rutina típica de lo que implica abandonar el lecho donde se ha pernoctado, la dejó agotada, tendida sobre un sillón del living que con tanta diligencia le acomodara Hortensia.
Normalizar la respiración y el ritmo cardíaco le llevó sus prolongados quince minutos.
__Me siento como la mierda. La otra vez fue así recién después de las quimios.
__Se le administró calmantes muy fuertes. Además, le están poniendo vitaminas para reconstituir el cuerpo y ponerlo a punto para comenzar con el tratamiento.
Por toda réplica, exhaló un cavernoso suspiro preñado de indecible angustia.
__¿Qué se supone que debo hacer ahora? —preguntó luego de un prolongado silencio.
__Lo que guste __contestó la enfermera__: escuchar música, leer, ver televisión.
__¿Leer? ¿Tú qué estabas leyendo?
__Un libro buenísimo que me prestaron. Se llama “El difícil arte de ser feliz”.
__No. Paso. Prefiero la tele. Dame el control remoto.
Hortensia obedeció, y cuando la paciente estuvo pulsando indecisamente el cambiador, se dirigió a la pieza nuevamente. En menos de diez minutos, escuchó que la enferma la llamaba nuevamente.
__Alcánzame el teléfono.
Acató la orden. Cuando la convaleciente tuvo el inalámbrico en sus manos, marcó el número.
__Por favor, dame con el doctor Palacios —increpó cuando la atendieron.
__El doctor está operando, no puede... —escuchó del otro lado.
__Mira, pelotuda de mierda __chilló__. No sé quién eres, pero sé muy bien cuál es la rutina del doctor, y él, a esta hora, no opera.
__Señora... no le permito.
__¿Quién eres tú?
__¿Para qué quiere saberlo? Soy su secretaria y por eso sé si está disponible o no.
__Mira, putita de mierda. La secretaria del doctor Palacios soy yo. Que eso te quede claro. Dentro de unos días ya me voy a poder reintegrar y a ti te voy a poner una patada en el culo...
Su furia quedó coagulada en rabia ciega cuando su interlocutora-víctima resolvió cortar la comunicación. Ni lerda ni perezosa, con un temblor trastornado por la indignación, Constanza volvió a marcar el número.
__¡Y te lo advierto! __chilló apenas sintió que la atendían__, si me entero que te estás tirando con el doctor, te voy a arrancar todos los pelos que tengas, uno por uno.
__¡Constanza! __escuchó una voz que no era la anterior__ Por favor, no pierdas la cabeza. Que estés enferma no te autoriza a acusar en falso a mi secretaria.
__Alfredo. ¡Qué bien! ¿No que estabas operando? ¿Ves? Ya mi reemplazante me quiere separar de ti.
__No seas tonta. Ella no sabía quién era la que hablaba. Por otro lado: esta chica dice lo mismo que tenías que decir tú cuando yo estaba ocupado. Nada más que, como es nueva, se asustó y me avisó del llamado. Por favor, no te hagas pasar por loca.
__¡Qué loca ni loca! —reclamó juntando con sus escasas fuerzas un nutrido llanto amargo de lágrima y quejidos__, ¿por qué te fuiste? ¡Justo ahora que te necesito! ¿No te das cuenta que estoy...? —y la última palabra resultó una mezcla de alarido y vocales que Alfredo no supo definir acabadamente.
__Después del consultorio, paso por allá.
El cuerpo físico no le pudo aportar más energía para expresar su crisis de histerismo, por eso quedó tendida, con su cabeza inclinada hacia la derecha, el brazo tieso sobre la apoyatura del sillón, y su mano aferrada al teléfono sin desconectar la comunicación.
Cuando Hortensia le retiró el teléfono para colocarlo en su sitio, comprobó que la paciente estaba aún despierta, pues de ella emanaban imperceptibles gemidos de dolor.
En esa incómoda posición permaneció durante casi dos horas. En vano fue que la enfermera reiterara con insistencia el ofrecimiento de un desayuno benéfico a su condición.
__Quiero agua —contestó por fin.
Cuando Constanza levantó la vista para acercar sus labios al sorbete que le ofrecía Hortensia, sus ojos, por casualidad, dieron con la tapa del libro de ésta, que por entonces reposaba en la mesa del living que se hallaba frente a ella.
__M... —sin poder articular la palabra, a causa de su ingestión, lo señaló con el dedo índice.
La joven entendió, y cuando retiró el vaso de agua, le puso el libro en la falda.
Más de cerca, reconoció el rostro sonriente de la tapa.
__Es él. Idéntico a él.
Leyó la solapa donde se encontraba los datos biográficos del autor. Su nombre era Rafael Campos, Argentino, nacido en Santa Fe, doctorado en psicología, profesor de la universidad Nacional de Córdoba. Cuatro publicaciones anteriores, cuarenta y tres años de edad.
Tornó al rostro. Sí, era él. Releyó el título y lo terminó por confirmar.
__Bueno. Uno que tuvo suerte de hacer plata con sus boludeces.
Dejó caer el libro en su falda, pero tuvo mala suerte, y fue a dar en el piso.
Hortensia, por trigésima quinta vez le estaba sugiriendo que tomara algo distinto de agua.
__Un jugo de naranjas __estaba diciendo en el momento que se inclinó para levantar el libro.
__No. Estoy asqueada.
__Sólo intente.
El timbre, con su agudeza metálica, interrumpió esta inútil conversación. Era Alfredo.
__¿Cómo están las cosas?
__Se levantó sin problemas —contestó Hortensia luego de abrirle la puerta__. Hace ocho horas que le administré el calmante y hasta ahora no lo volvió a necesitar. Pero no quiere alimentarse, dice que no lo toleraría.
__Comuníquese con el Doctor Muñoz, e infórmele. Tal vez sea de la idea de continuar vía suero.
__Sí.
__¿Podrías hablar directamente conmigo? __terció Constanza, que seguía con gesto receloso la conversación “profesional” entre médico y enfermera__. Según creo, yo no soy una paciente tuya de hospital.
Cuando Hortensia saliera de allí, seguramente a cumplir su encargo, Alfredo se paró frente a la mujer y la observó atentamente. Estaba amarilla, con labios secos, ojos hundidos circunscriptos de un negro cadavérico, cabellos revueltos, que dentro de unos días, empezaría a perder, como los árboles a las hojas de otoño.
Ese cuerpo femenino, que hasta días atrás fue una fuente de placeres profundos, ahora alojaba un cáncer que él sabía era fulminante. Se sintió culpable al comprobar que esta misma mujer, otrora le resultar tan agradable, en dichas condiciones desgraciadas, le producía una espantosa animadversión.
Contrariando sus vergonzosos sentimientos egoístas, se acercó para besarla en la frente: después de todo, era cuestión de meses, un año a lo sumo.
__¿Por qué no me dijiste que te irías a mudar?
__Querida... me pareció lógico. Yo no puedo atenderte tal como lo necesitas. Una enfermera era la mejor opción. Te he buscado lo mejor.
__Pero quería que estuviéramos juntos.
__Yo no soy para eso, lo sabes bien. Hago lo que puedo. Estoy permanentemente atento a tu estado de salud. Y me vengo seguido. Ten en cuenta que tú permaneces casi todo el tiempo dormida.
__No era necesario que te fueras a otro departamento. Yo dentro de unos días voy a estar mejor. Y vamos a poder dormir juntos.
__Coty —e inclinándose hacia ella le tomó las manos__, tú no estás tomando conciencia de algo. Tu salud está muy comprometida.
__¡Mentira! Lo que pasa es que eres un viejo verde que no te aguantas ni una noche y seguro que esa nueva secretaria tuya me está supliendo en todo __exclamó ahogada en llanto.
__¡Y qué! —replicó él, incapaz de mantener su serenidad ante el reclamo__. ¿Acaso no me conoces así? ¿Acaso de esta forma de ser tú no sacaste partido para lograr que yo me separe de mi familia? ¡Cuántas veces mi propia hija estuvo internada luchando contra la muerte mientras tú me instabas a joder en lugar de atenderla! Tú te aprovechaste de mi maldad, sacaste partido de mi debilidad —enervado se levantó—. Porque si yo fuera el tipo de hombre que tú necesitas en estos momentos, no me hubiera ido de mi familia, especialmente de mis hijos. ¿Qué pretendes? ¿Qué me quede a tu lado cuidándote? ¿Qué te sea fiel? Si eso no lo hice “con los míos” ¿por qué lo haría contigo? __en lugar de darse por satisfecho, continuó con creciente rabia, como exteriorizando algo atravesado en su garganta__ Sacaste provecho de mis defectos. Mejor aún, tú misma te encargaste de alimentarlos. ¿Qué pretendes ahora? ¿Qué me comporte como un “hombre bueno”? No —y la señaló con el índice—. No. No. No. No se equivoque, “señora mía”. Por más enferma que estés, hay cosas que no te las voy a permitir. Yo no tengo por qué aguantar tu carácter podrido, no estamos casados como para que te deba fidelidad, y no eres responsabilidad mía. Agradece que te doy la ayuda que necesitas porque sino fuera por mí, en estos momentos te estarías muriendo en algún hospital a merced de nadie.
__¡Maldito! —gritó como pudo intentando en vano levantarse__. Espera a que me ponga bien y vas a ver qué cruel puede ser mi venganza! Vas a ver cómo me tiro a tus mejores amigos y les hago gozar mientras que tú estarás aburrido con alguna de esas putas insulsas. Me vas a suplicar que vuelva contigo.
__¡Por favor! Constanza. No tienes armas.
__¡Vas a ver, grandísimo hijo de puta, cómo te destruyo a ti y a tu querida familia!
__¡Pero si te estás muriendo! —exclamó imposibilitado de refrenar su cólera. Y al instante se arrepintió__. Bueno... no... Coty... es que me haces salir de las casillas Te harías un favor muy grande si no lo hicieras tan difícil con tu carácter.
Pero la frase, precisamente  por involuntaria era la que expresaba la verdad sentida por el médico, paralizó de terror el corazón de la mujer.
__No voy a morir —replicó tenuemente.
__Claro que no... —e incómodo con la situación que su imprudencia creara, agregó__… Voy a hablar con Hortensia a ver si se comunicó con Muñoz.
__No voy a morir. No. No voy a morir __repetía para sí la enferma—. Voy a salir a flote y me voy a vengar de ti.
Pero una voz interna, intuición tal vez, parecía decirle otra cosa.
__Voy a salir. Siempre consigo lo que quiero. Voy a salir.
Repitiendo esta afirmación, letánicamente, la encontró Alfredo cuando intentó tranquilizarla y despedirse de ella. Frustrado en su intento, salió acongojado.
Hortensia temió por ella cuando la escuchó gritar estas mismas palabras:
__”Voy a salir. Me voy a curar. Ya lo vencí una vez. Volveré a vencer”.
__Cálmese Constanza. Esto no le ayuda.
Unos largos minutos le llevó conseguirlo.
__¿Escuchaste lo que me dijo Alfredo?
__Imposible no hacerlo. Si estaba gritando.
__Y el autor del libro que estás leyendo... ¿Qué consejo me daría al respecto?
__No lo sé. Aún no lo he terminado.
Mas ambas, sin saberlo la una de la otra, representaron mentalmente la misma frase: “cada cual tiene la vida que construyó”



Constanza IV. La amante

I.                   Lo más doloroso del pos-operatorio



Frío. Apenas disipado los embriagantes vahos de la anestesia Constanza se encontró en una sala atestada de aparatos, profundamente sola. Se halló incapaz de controlar su musculatura y sus pensamientos. Estos le duplicaban, espectralmente, el rostro del “moralista de cuarta”; y en un des-sincronizado desfile deambulaban, por su amplio recinto mental, las palabras que tanto ella despreciara.
“Somos mortales. Silbo hoy porque mañana tal vez no pueda. ¿Qué hace usted con su vida? Morir sin dejar huellas...”
De no sentir nada, es decir, de no percibir a su propio cuerpo, pasó a sufrir el paso de un líquido de plomo fundido recorriendo sus venas a modo de sangre.
“Por lo menos usted tiene “míos”... “Si sabía que estabas enferma, no habría venido a vivir contigo”... “Soy feliz, consigo todo lo que quiero”.
El continuo sopor le desleía las formas circundantes. El malestar la sumía en un sinnúmero de macabras sensaciones que afortunadamente se veía mitigadas por los prolongados espacios de inconsciencia.
“Cada cual tiene la vida que construyó” “¿No tiene ningún familiar?”. “Yo no voy a morir” “Toda persona, desde que nace, es moribunda”.
Cuando su mente atisbaba la conciencia, las náuseas, un dolor imposible al respirar y el frío, la atormentaban.
Entre los vapores del delirio creyó ver, fugaz, el rostro de Alfredo, que junto a su médico, representaban los únicos rostros conocidos en medio de un desfile de enfermeras y especialistas.
Era un miércoles plomizo cuando la sacaron de la terapia. A su lado se encontraba Hortensia, una enfermera a sueldo contratada por Alfredo. Rayando al mediodía, acudió su médico a controlarla.
__¿Cómo te sientes?
__Como la mierda.
__Vas a necesitar mucha paciencia.
__¿Cómo salió todo?
__La operación programada fue un éxito... pero...
__¡Pero qué! Hable no más, que estoy familiarizada con estas situaciones y puedo enfrentarlo.
__No pudimos limpiarlo todo.
__¿Qué me dice? ¿No me sacaron los dos pechos?
__Sí... Hay una parte del pulmón afectada. No es mucho... pero... no lo esperábamos. Las sesiones de quimioterapia van a tener que ser más agresivas y frecuentes de lo calculado.
__La vez anterior...
__La vez anterior fue distinto.
__¡No! ¡Yo siempre consigo lo que quiero! Lo voy a vencer.
__Es una buena actitud. Sin embargo, me parece que no estás entendiendo bien lo que pasa. No es como la otra vez. El cáncer no está encapsulado, ha comprometido otros miembros, se está ramificando. Las quimioterapias retardan el paso... pero no curan.
Sólo a causa de su extrema debilidad el angustia se expresó tímidamente como llanto suave y entrecortado.
__¿Me está diciendo que no me voy a curar?
__Prolongar el tiempo es muy importante. La ciencia médica avanza a pasos agigantados. En el camino puede aparecer algo. Además la reacción del organismo es siempre impredecible, varía notablemente persona a persona. Uno de mis pacientes, que cuando le descubrimos el carcinoma en los vasos ya lo tenía ramificado por todos lados, empezó con las quimios, y contra nuestro pronóstico...
__¡Se curó!
__No, por cierto, pero el proceso de la enfermedad se detuvo, y, no nos explicamos cómo, sus órganos funcionan normalmente con tumores y todo. Es como si el cuerpo se hubiese adaptado a la enfermedad y funciona bien con ella. Ya no le hacemos quimioterapia, lo controlamos periódicamente, y  está viviendo su quinto año así.
__¡Cinco años!
__Tal cual. Volviendo a lo nuestro: ya te digo cómo son las cosas técnicamente hablando, lo que suceda, sólo Dios lo sabe.
__No me hable de Dios. Suena a que ya no tengo remedio.
“Todos somos potenciales de muerte”
Su mirada húmeda se clavó en el infinito cenit.
Un minuto... dos minutos... tres minutos. Pasaban tan increíblemente lentos... El dolor agudo. Agudo y disipado. Disipado en todo lo que en su persona lo constituyen las células vivas... Cuatro minutos... cinco minutos... Ese vértigo ciclónico arrasando su consciente. El mundo le daba alocadas vuelta en torno a sí: con el ser quebrado en dos bloques, uno le giraba en un sentido, y el otro, en su opuesto. ¡Maldito giro, que ni cerrando los ojos se calmaba!... Seis minutos... siete minutos... ocho minutos. ¡Maldito tiempo congelado! Ocho minutos y medio... ocho minutos y tres cuartos... ¿En qué rincón del ser guarnecerse en busca de alivio? Todo era enfermedad, desequilibrio, disfunción...
Un caótico conglomerado de órganos chillando por la agresión invasiva del enemigo: todos ellos, sin orden sinfónico, clamando auxilio; y ninguno de ellos en condiciones de auxiliar.
¡Por Dios! Aún el octavo minuto no había desaparecido en la anda del pasado. Y por delante quedaba un sinfín de minutos contenidos dentro de meses, años tal vez. Años: en el mejor de los casos.
__Alfredo —entre sus lapsos de sueño rayano a la muerte, musitaba a través de sus labios resecos de vacío y soledad.
__El doctor la visitó ayer en la tarde. Usted estaba dormida__ escuchó a alguien.
__¿Quién eres?
__Hortensia, la enfermera. Lo que usted necesite, sólo dígamelo, estoy permanente con usted. Me contrató el doctor Palacios.
__¿Qué día es hoy?
__Viernes. El doctor Muñoz vendrá dentro de dos horas. Si lo juzga conveniente, le dará el alta, pues yo estoy capacitada para cuidarla muy bien en su propio domicilio.
__¡No veo las horas de salir de este infierno!
“Difícil”, pensó Hortensia “el infierno lo lleva dentro”.
__Con el doctor hemos acondicionado su habitación con todas las comodidades para que esté tranquila. Es más, pasamos la cama chica a su cuarto para que yo pueda dormir con usted.
__¿Dormir conmigo?
__En su cuarto.
__¿Y Alfredo?
__¿Alfredo? —titubeó desconcertada.
__El doctor Palacios vive conmigo.
__¿En su domicilio?...
__¡Claro! Tonta, la cama debe hacer sido para él.
__No lo creo, señora. Él me dio otra dirección a donde acudir por si lo necesitaba.
__¿Si necesitabas a quién?
__A él, pues.
A pesar de la escasa energía que circulaba en la materia gris de Constanza, entendió la confusión de la enfermera:

__El muy hijo de puta se mudó —exclamó tan fuerte como le permitió la sequedad química de su paladar, y el resquebrajamiento de sus labios debilitados.
“El hijo de puta es el que me paga el sueldo” observó dentro de sí Hortensia.
La convaleciente, recordando su bronca hacia el “muy hijo de puta”, volvió a sumergirse en sus vapores de somnolencia cuasi mortal.

Constanza III. La amante

III. El valor de sus conquistas



A la noche, Constanza, sin más remedio, se lo dijo a Alfredo. Él reaccionó estrictamente como un médico.
__¿Quién es el que te atiende?
__El doctor Muñoz.
__¿El hijo o el padre?
__El padre.
__¡Ah! estás en buenas manos. Déjame ver los estudios.
Mientras él desplegaba a trasluz toda esa batería de placas y papeles rebosantes de datos, ella lo miró directamente al rostro: su frente arrugada, sus ojos leyendo ida y vuelta los análisis, silenciosamente, sus labios haciendo involuntarias muecas... Decididamente, reaccionaba como un médico.
__Entonces... ¿te van a extirpar los pechos?
__Y luego comenzarán con la quimioterapia.
__¿Cuándo te vas a operar?
__El lunes a las ocho de la mañana.
__Me voy a hacer una escapada para presenciar la operación. Confío plenamente en Muñoz.
Dejó los papeles en el sobre, y se sentó en el sofá luego de servirse una copa. Ensimismado, mirando al infinito, exclamó.
__¡Mierda! ¡Qué vida tan puta!
Constanza sabía muy bien a lo que se refería.
__Para las quimioterapias lo mejor será que tengas una enfermera contigo —continuó—, lo mismo que para el pos-operatorio... ¿por qué no me lo dijiste antes?
__¿Antes de qué? ¿Antes que te decidieras venir a vivir conmigo?
__¡Lógico!
__¿Por qué? ¿Eso hubiera cambiado las cosas?
__Coty... Nosotros tenemos muchas cosas en común, por eso me resultó cómodo iniciar esta relación distinta a las otras. Nosotros no verseamos, entendemos que todo eso del “amor” no es más que una simbiosis: estamos juntos porque nos hacemos un favor mutuo. Tú has logrado hacerme sentir vigoroso, joven, apasionado, y yo te he hecho sentir una dama de alcurnia. Cada uno invierte en la relación, y saca de ella lo que necesita. Si yo hubiese sabido antes que estabas enferma, y que por lo tanto la pasión y el vigor me irían a significar un prolongado ayuno, no hubiera venido a vivir contigo. Tampoco te hubiera dejado sola, te voy a acompañar en esto, pero si voluntariamente me has ocultado algo así, es una jugada muy sucia.
__¡No! No te lo oculté. Simplemente, no lo sabía. Apenas diez días atrás me descubrí el bulto.
__¿Y por qué no me dijiste nada?
__Porque podría no haber sido nada significativo.
Intentando disimular su desesperación, se sentó en el antebrazo del sofá donde se encontraba  el médico.
__Alfredo... es sólo un tiempo. Si todo va bien, entre quimio y quimio nuestra vida va a ser como la planeamos. Te lo prometo. Esto ya va a pasar, estoy segura. Te lo prometo. Ya verás. De acá a unos meses ni nos vamos a acordar del tumor.
El doctor sorbió la última gota de su escocés, en tanto ella, muy a pesar de sí misma (porque por dentro ardía de bronca), comenzó a acariciarle encantadoramente su cabeza.
__¡Vamos, querido! Pasemos una noche que nos haga olvidar todo esto.
Mas cuando el tirano paso del tiempo denunció el albor, ninguno de los dos había olvidado nada. Alfredo sabía que la situación no era tan sencilla como la quería describir su secretaria, y a su vez ésta recordaba, con lágrimas en los ojos, la estúpida afirmación refregada a los oídos del anónimo filósofo:
__¡Soy una triunfadora! Siempre consigo lo que quiero. ¡Soy feliz!



Constanza II. La amante

II. Un discurso insufrible



Faltaban tres días para la riesgosa operación. Todavía nada había expresado a su pareja. Seguía con sus imperturbables anteojos oscuros esperando en la sala del oncólogo. Otros cuatro pacientes, con ese característico rostro lánguido de quien lidia contra la muerte, permanecían sentados mirando silenciosamente la nada.
Un quinto entró, desencajando desde el vamos, al hacerlo silbando una pegadiza tonada popular.
Tuvo la maldita idea de sentarse al lado de Constanza. En el recinto retumbaba su aguda melodía que, dadas las circunstancias, parecía una ofensa a la gravedad del lugar.
—Me haría el gran favor de callarse —ordenó exasperada la secretaria del doctor Palacios, luego de contenerse por espacio de sendos minutos.
__¡Eh! ¡Doña! —le replicó inusualmente de buen humor__. Con ese carácter no se va a casar nunca.
Su aspecto delataba a un hombre apenas pasando la línea de los cuarenta: alto, extremadamente delgado, cabello rubio ligeramente rizado, ojos cafés casi a dos pinceladas de verde oscuro.
__¿Por qué no se mete en sus cosas? —volvió a embestir el genio de Constanza.
__Bueno... entonces, silbo.
Y reanudó la melodía.
__¡Dígame! ¿Usted estudió para ser desubicado?
__En la misma universidad donde usted estudió “buenos modales”. Me parece que nos doctoramos juntos.
__¡A la mierda con los modales! Tengo un cáncer dentro mío.
__Y yo también. Como no estoy seguro de tener mañana, silbo hoy. No pierdo tiempo.
La somera referencia a la muerte le escurrió por las venas un intenso frío polar.
__Yo no voy a morir.
__¿No?
__¡No! Yo a esto lo voy a vencer.
__Y morirá de otra cosa. Ahora o después, lo mismo da... La lucha contra la muerte del cuerpo es una quimera, pues... necesariamente perdemos. Más me preocupa vivir como un muerto.
__¡Con razón usted silba! ¡Usted es un loco de mierda!
__¿Y usted pelea con todo el mundo porque es cuerda? —se rascó la cabeza con el dedo índice__. Después de todo, si el loco canta y silba, y el cuerdo pelea, ¿no le convendrá cambiarse de bando?
__Yo también al comienzo pensé que le ganaría —terció una macilenta mujer cuyas pronunciadas ojeras y el pañuelo cubriéndole la cabeza por entero, denunciaba un cuerpo roído por la letal enfermedad__. Pero, ya estoy cansada de luchar. Hace dos años que mi vida se circunscribe al hospital, a los médicos, a los análisis y a las drogas. ¡Y todo para nada! Lo único que logro es desgastar a los míos.
__Suerte que por lo menos tiene “míos” —confesó ella para sorpresa de sí misma.
Es que aún ni siquiera sabía quién la iría a acompañar en la operación. Había pensado en dos de esas amigas con quienes se reunía de vez en cuando para hablar mal de todo el mundo, pero todavía no estaba segura.
__En ese sentido __continuó la enferma__, mi marido y mis hijos son incondicionales. En realidad yo peleo mi vida por ellos... pero ya quisiera descansar. ¿Usted no tiene familia?
__No __y dirigiéndose a su compañero agregó en tono imperativo__ ¡Y guárdese de algún comentario!
__No pensaba hacer ninguno.
__¿Y le tienen que hacer quimio? —continuó indagando la mujer del pañuelo.
__Después de la operación, sí.
__¿Tiene quién la acompañe?
__Todavía no he querido preocupar a mi pareja.
__Es duro... pero peor aún cuando está sola. Cobre valor y dígaselo, entonces la podrá acompañar. Cuando uno está enfermo, todo el mundo se vuelve tan bueno que ya fastidia.
Constanza realmente no creía tener la experiencia de tal fastidio.
__Me doy cuenta —le comentó por lo bajo el hombre__ que usted es el tipo de personas que le pone repelente a las relaciones humanas.
__¿Por qué me sigue incordiando? __replicó, pero esta vez sin gritar.
__Voy a ser duro con usted. Tal vez le queden ochenta años de vida, tal vez veinte, tal vez uno, o ni eso. Nadie sabe en realidad. El asunto no es el tiempo, es la calidad, la calidad de vida. Es decir, no importa tanto hasta qué edad lleguemos, sino lo que hagamos en el día a día con nuestras vidas. Es más triste que morir joven, morir sin haber vivido, sin haber disfrutado de la familia, del amor, de los amigos. Morir sin dejar huellas. ¿Entiende? Le aconsejo que no se despiste, no pierda energías en una batalla que está perdida del comienzo.
__Ese idioma siempre me pareció muy estúpido. Los perdedores hablan así. Los pobres, los fracasados, los feos y los imbéciles fabrican ese discursito de los valores.
__Los pobres, los fracasados, los feos... ¿y quiénes más que ya no me acuerdo?
__¡Los imbéciles!
__¡Ah! Pero me parece que se olvidó de una categoría.
__¿Sí? ¿De quienes?
__De los moribundos.
__¡Usted será un moribundo! Yo no.
__Es raro... Pues.... salvo que usted no sea humana, salvo que sea una diosa encarnada o un robot programado, es necesariamente moribunda. ¡Todo ser humano desde que nace lo es! ¿O no? Segundo a segundo todos somos potenciales de muerte. Se nos puede caer este techo encima, y ya no nos tendremos que preocupar más del cáncer, de las quimios y de los acompañantes en la sala de operaciones. Chau con todo.
__Dígame. Por curiosidad no más, ¿usted siempre fue loco o le vino con la enfermedad?
__Gracias a mi locura estoy viviendo cinco años después de la muerte pronosticada por los especialistas.
__¡Gran hazaña! Y vive pensando en la muerte.
__Al contrario, pienso en la vida. ¡Y vivo! Sólo que me doy cuenta que morir es parte de la vida, por eso no le temo; la considero, y eso me ayuda a calibrar mejor mi día a día.
__Ya le dije lo que son para mí esos “filósofos” que piensan como usted.
__¡Claro! Como usted es rica, famosa, linda e inteligente no se le ocurre mejor cosa que negar lo evidente.
__Bla. Bla. Bla. Yo soy una triunfadora. Siempre consigo lo que quiero. Si yo quiero curarme, me voy a curar.
__¿Y en qué ha triunfado tanto?
__Para que lo sepa, y sé que con esto lo voy a escandalizar, “moralista” de cuarta: tengo plata, tengo como para darme una buena vida. Soy linda y picante, y los años no me van a quitar eso. En estos momentos estoy conviviendo con un importante médico de abolengo. Viajé por Europa, visité casa de modas de París, tengo joyas, dólares y un poderoso auto. Por donde paso causo envidia. Yo lo tengo todo, no necesito de su filosofía.
__Entonces debe ser una mujer sumamente feliz.
__¡Muy feliz! __tanto que ni ella misma se lo creyó__ ¡Y voy a seguir disfrutando de todas esas cosas!... Pero, no se desanime... hay muchos fracasados en este mundo que tienen suerte y les va muy bien con ese discursito de los “valores”.
__Bueno... cada cual tiene la vida que construyó. Le deseo toda la suerte del mundo, campeona, y, ya que no va a morir nunca, espero que el fin del mundo la encuentre joven, rica y famosa, como ahora.
Disolviendo una conversación que no daba para más, le tocó el turno a Constanza.
__¡Qué prepotente! __comentó la mujer que en el comienzo había intervenido en el diálogo__ Y usted, ¡qué duro! En fin, no deja de tener razón, solo que así escuchado... suena que da miedo.
__Hay momentos que un poco de dureza ayuda a ubicarse bien.
__Y esta mujer lo necesita. La realidad le va a demostrar que nada de lo que tiene, si es que lo tiene, le va ayudar en esta situación. Y lo que más le serviría, parece que en realidad no lo tiene.
__La soledad es el cáncer del alma. Y el alma siempre duele infinitamente más que el cuerpo.