viernes, 18 de septiembre de 2015

Constanza IV. La amante

I.                   Lo más doloroso del pos-operatorio



Frío. Apenas disipado los embriagantes vahos de la anestesia Constanza se encontró en una sala atestada de aparatos, profundamente sola. Se halló incapaz de controlar su musculatura y sus pensamientos. Estos le duplicaban, espectralmente, el rostro del “moralista de cuarta”; y en un des-sincronizado desfile deambulaban, por su amplio recinto mental, las palabras que tanto ella despreciara.
“Somos mortales. Silbo hoy porque mañana tal vez no pueda. ¿Qué hace usted con su vida? Morir sin dejar huellas...”
De no sentir nada, es decir, de no percibir a su propio cuerpo, pasó a sufrir el paso de un líquido de plomo fundido recorriendo sus venas a modo de sangre.
“Por lo menos usted tiene “míos”... “Si sabía que estabas enferma, no habría venido a vivir contigo”... “Soy feliz, consigo todo lo que quiero”.
El continuo sopor le desleía las formas circundantes. El malestar la sumía en un sinnúmero de macabras sensaciones que afortunadamente se veía mitigadas por los prolongados espacios de inconsciencia.
“Cada cual tiene la vida que construyó” “¿No tiene ningún familiar?”. “Yo no voy a morir” “Toda persona, desde que nace, es moribunda”.
Cuando su mente atisbaba la conciencia, las náuseas, un dolor imposible al respirar y el frío, la atormentaban.
Entre los vapores del delirio creyó ver, fugaz, el rostro de Alfredo, que junto a su médico, representaban los únicos rostros conocidos en medio de un desfile de enfermeras y especialistas.
Era un miércoles plomizo cuando la sacaron de la terapia. A su lado se encontraba Hortensia, una enfermera a sueldo contratada por Alfredo. Rayando al mediodía, acudió su médico a controlarla.
__¿Cómo te sientes?
__Como la mierda.
__Vas a necesitar mucha paciencia.
__¿Cómo salió todo?
__La operación programada fue un éxito... pero...
__¡Pero qué! Hable no más, que estoy familiarizada con estas situaciones y puedo enfrentarlo.
__No pudimos limpiarlo todo.
__¿Qué me dice? ¿No me sacaron los dos pechos?
__Sí... Hay una parte del pulmón afectada. No es mucho... pero... no lo esperábamos. Las sesiones de quimioterapia van a tener que ser más agresivas y frecuentes de lo calculado.
__La vez anterior...
__La vez anterior fue distinto.
__¡No! ¡Yo siempre consigo lo que quiero! Lo voy a vencer.
__Es una buena actitud. Sin embargo, me parece que no estás entendiendo bien lo que pasa. No es como la otra vez. El cáncer no está encapsulado, ha comprometido otros miembros, se está ramificando. Las quimioterapias retardan el paso... pero no curan.
Sólo a causa de su extrema debilidad el angustia se expresó tímidamente como llanto suave y entrecortado.
__¿Me está diciendo que no me voy a curar?
__Prolongar el tiempo es muy importante. La ciencia médica avanza a pasos agigantados. En el camino puede aparecer algo. Además la reacción del organismo es siempre impredecible, varía notablemente persona a persona. Uno de mis pacientes, que cuando le descubrimos el carcinoma en los vasos ya lo tenía ramificado por todos lados, empezó con las quimios, y contra nuestro pronóstico...
__¡Se curó!
__No, por cierto, pero el proceso de la enfermedad se detuvo, y, no nos explicamos cómo, sus órganos funcionan normalmente con tumores y todo. Es como si el cuerpo se hubiese adaptado a la enfermedad y funciona bien con ella. Ya no le hacemos quimioterapia, lo controlamos periódicamente, y  está viviendo su quinto año así.
__¡Cinco años!
__Tal cual. Volviendo a lo nuestro: ya te digo cómo son las cosas técnicamente hablando, lo que suceda, sólo Dios lo sabe.
__No me hable de Dios. Suena a que ya no tengo remedio.
“Todos somos potenciales de muerte”
Su mirada húmeda se clavó en el infinito cenit.
Un minuto... dos minutos... tres minutos. Pasaban tan increíblemente lentos... El dolor agudo. Agudo y disipado. Disipado en todo lo que en su persona lo constituyen las células vivas... Cuatro minutos... cinco minutos... Ese vértigo ciclónico arrasando su consciente. El mundo le daba alocadas vuelta en torno a sí: con el ser quebrado en dos bloques, uno le giraba en un sentido, y el otro, en su opuesto. ¡Maldito giro, que ni cerrando los ojos se calmaba!... Seis minutos... siete minutos... ocho minutos. ¡Maldito tiempo congelado! Ocho minutos y medio... ocho minutos y tres cuartos... ¿En qué rincón del ser guarnecerse en busca de alivio? Todo era enfermedad, desequilibrio, disfunción...
Un caótico conglomerado de órganos chillando por la agresión invasiva del enemigo: todos ellos, sin orden sinfónico, clamando auxilio; y ninguno de ellos en condiciones de auxiliar.
¡Por Dios! Aún el octavo minuto no había desaparecido en la anda del pasado. Y por delante quedaba un sinfín de minutos contenidos dentro de meses, años tal vez. Años: en el mejor de los casos.
__Alfredo —entre sus lapsos de sueño rayano a la muerte, musitaba a través de sus labios resecos de vacío y soledad.
__El doctor la visitó ayer en la tarde. Usted estaba dormida__ escuchó a alguien.
__¿Quién eres?
__Hortensia, la enfermera. Lo que usted necesite, sólo dígamelo, estoy permanente con usted. Me contrató el doctor Palacios.
__¿Qué día es hoy?
__Viernes. El doctor Muñoz vendrá dentro de dos horas. Si lo juzga conveniente, le dará el alta, pues yo estoy capacitada para cuidarla muy bien en su propio domicilio.
__¡No veo las horas de salir de este infierno!
“Difícil”, pensó Hortensia “el infierno lo lleva dentro”.
__Con el doctor hemos acondicionado su habitación con todas las comodidades para que esté tranquila. Es más, pasamos la cama chica a su cuarto para que yo pueda dormir con usted.
__¿Dormir conmigo?
__En su cuarto.
__¿Y Alfredo?
__¿Alfredo? —titubeó desconcertada.
__El doctor Palacios vive conmigo.
__¿En su domicilio?...
__¡Claro! Tonta, la cama debe hacer sido para él.
__No lo creo, señora. Él me dio otra dirección a donde acudir por si lo necesitaba.
__¿Si necesitabas a quién?
__A él, pues.
A pesar de la escasa energía que circulaba en la materia gris de Constanza, entendió la confusión de la enfermera:

__El muy hijo de puta se mudó —exclamó tan fuerte como le permitió la sequedad química de su paladar, y el resquebrajamiento de sus labios debilitados.
“El hijo de puta es el que me paga el sueldo” observó dentro de sí Hortensia.
La convaleciente, recordando su bronca hacia el “muy hijo de puta”, volvió a sumergirse en sus vapores de somnolencia cuasi mortal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario