I.
Lo
más doloroso del pos-operatorio
Frío. Apenas disipado los embriagantes
vahos de la anestesia Constanza se encontró en una sala atestada de aparatos,
profundamente sola. Se halló incapaz de controlar su musculatura y sus
pensamientos. Estos le duplicaban, espectralmente, el rostro del “moralista de
cuarta”; y en un des-sincronizado desfile deambulaban, por su amplio recinto
mental, las palabras que tanto ella despreciara.
“Somos mortales. Silbo hoy porque mañana
tal vez no pueda. ¿Qué hace usted con su vida? Morir sin dejar huellas...”
De no sentir nada, es decir, de no
percibir a su propio cuerpo, pasó a sufrir el paso de un líquido de plomo fundido
recorriendo sus venas a modo de sangre.
“Por lo menos usted tiene “míos”... “Si
sabía que estabas enferma, no habría venido a vivir contigo”... “Soy feliz,
consigo todo lo que quiero”.
El continuo sopor le desleía las formas
circundantes. El malestar la sumía en un sinnúmero de macabras sensaciones que
afortunadamente se veía mitigadas por los prolongados espacios de
inconsciencia.
“Cada cual tiene la vida que construyó”
“¿No tiene ningún familiar?”. “Yo no voy a morir” “Toda persona, desde que
nace, es moribunda”.
Cuando su mente atisbaba la conciencia,
las náuseas, un dolor imposible al respirar y el frío, la atormentaban.
Entre los vapores del delirio creyó ver,
fugaz, el rostro de Alfredo, que junto a su médico, representaban los únicos
rostros conocidos en medio de un desfile de enfermeras y especialistas.
Era un miércoles plomizo cuando la
sacaron de la terapia. A su lado se encontraba Hortensia, una enfermera a
sueldo contratada por Alfredo. Rayando al mediodía, acudió su médico a
controlarla.
__¿Cómo te sientes?
__Como la mierda.
__Vas a necesitar mucha paciencia.
__¿Cómo salió todo?
__La operación programada fue un
éxito... pero...
__¡Pero qué! Hable no más, que estoy
familiarizada con estas situaciones y puedo enfrentarlo.
__No pudimos limpiarlo todo.
__¿Qué me dice? ¿No me sacaron los dos
pechos?
__Sí... Hay una parte del pulmón
afectada. No es mucho... pero... no lo esperábamos. Las sesiones de
quimioterapia van a tener que ser más agresivas y frecuentes de lo calculado.
__La vez anterior...
__La vez anterior fue distinto.
__¡No! ¡Yo siempre consigo lo que
quiero! Lo voy a vencer.
__Es una buena actitud. Sin embargo, me
parece que no estás entendiendo bien lo que pasa. No es como la otra vez. El
cáncer no está encapsulado, ha comprometido otros miembros, se está
ramificando. Las quimioterapias retardan el paso... pero no curan.
Sólo a causa de su extrema debilidad el
angustia se expresó tímidamente como llanto suave y entrecortado.
__¿Me está diciendo que no me voy a
curar?
__Prolongar el tiempo es muy importante.
La ciencia médica avanza a pasos agigantados. En el camino puede aparecer algo.
Además la reacción del organismo es siempre impredecible, varía notablemente
persona a persona. Uno de mis pacientes, que cuando le descubrimos el carcinoma
en los vasos ya lo tenía ramificado por todos lados, empezó con las quimios, y
contra nuestro pronóstico...
__¡Se curó!
__No, por cierto, pero el proceso de la
enfermedad se detuvo, y, no nos explicamos cómo, sus órganos funcionan normalmente
con tumores y todo. Es como si el cuerpo se hubiese adaptado a la enfermedad y
funciona bien con ella. Ya no le hacemos quimioterapia, lo controlamos
periódicamente, y está viviendo su
quinto año así.
__¡Cinco años!
__Tal cual. Volviendo a lo nuestro: ya
te digo cómo son las cosas técnicamente hablando, lo que suceda, sólo Dios lo
sabe.
__No me hable de Dios. Suena a que ya no
tengo remedio.
“Todos somos potenciales de muerte”
Su mirada húmeda se clavó en el infinito
cenit.
Un minuto... dos minutos... tres
minutos. Pasaban tan increíblemente lentos... El dolor agudo. Agudo y disipado.
Disipado en todo lo que en su persona lo constituyen las células vivas...
Cuatro minutos... cinco minutos... Ese vértigo ciclónico arrasando su
consciente. El mundo le daba alocadas vuelta en torno a sí: con el ser quebrado
en dos bloques, uno le giraba en un sentido, y el otro, en su opuesto. ¡Maldito
giro, que ni cerrando los ojos se calmaba!... Seis minutos... siete minutos...
ocho minutos. ¡Maldito tiempo congelado! Ocho minutos y medio... ocho minutos y
tres cuartos... ¿En qué rincón del ser guarnecerse en busca de alivio? Todo era
enfermedad, desequilibrio, disfunción...
Un caótico conglomerado de órganos
chillando por la agresión invasiva del enemigo: todos ellos, sin orden
sinfónico, clamando auxilio; y ninguno de ellos en condiciones de auxiliar.
¡Por Dios! Aún el octavo minuto no había
desaparecido en la anda del pasado. Y por delante quedaba un sinfín de minutos
contenidos dentro de meses, años tal vez. Años: en el mejor de los casos.
__Alfredo —entre sus lapsos de sueño
rayano a la muerte, musitaba a través de sus labios resecos de vacío y soledad.
__El doctor la visitó ayer en la tarde.
Usted estaba dormida__ escuchó a alguien.
__¿Quién eres?
__Hortensia, la enfermera. Lo que usted
necesite, sólo dígamelo, estoy permanente con usted. Me contrató el doctor
Palacios.
__¿Qué día es hoy?
__Viernes. El doctor Muñoz vendrá dentro
de dos horas. Si lo juzga conveniente, le dará el alta, pues yo estoy
capacitada para cuidarla muy bien en su propio domicilio.
__¡No veo las horas de salir de este
infierno!
“Difícil”, pensó Hortensia “el infierno
lo lleva dentro”.
__Con el doctor hemos acondicionado su
habitación con todas las comodidades para que esté tranquila. Es más, pasamos
la cama chica a su cuarto para que yo pueda dormir con usted.
__¿Dormir conmigo?
__En su cuarto.
__¿Y Alfredo?
__¿Alfredo? —titubeó desconcertada.
__El doctor Palacios vive conmigo.
__¿En su domicilio?...
__¡Claro! Tonta, la cama debe hacer sido
para él.
__No lo creo, señora. Él me dio otra
dirección a donde acudir por si lo necesitaba.
__¿Si necesitabas a quién?
__A él, pues.
A pesar de la escasa energía que
circulaba en la materia gris de Constanza, entendió la confusión de la
enfermera:
__El muy hijo de puta se mudó —exclamó
tan fuerte como le permitió la sequedad química de su paladar, y el
resquebrajamiento de sus labios debilitados.
“El hijo de puta es el que me paga el
sueldo” observó dentro de sí Hortensia.
La convaleciente, recordando su bronca
hacia el “muy hijo de puta”, volvió a sumergirse en sus vapores de somnolencia
cuasi mortal.
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