sábado, 15 de septiembre de 2012


“El dinero no hace a la felicidad pero calma los nervios…” Y realmente, cuando tenemos la suerte de palpar algunos cuantos billetitos “gordos” entre nuestros dedos, o vemos incrementar los valores en nuestras cuentas del banco, experimentamos una grata sensación de seguridad, de holgura, de satisfacción. 

Sin embargo ese es un final feliz de una compleja novela no siempre tan satisfactoria como es nuestra relación con las riquezas… o con el dinero…Y  el tema es que no siempre llegamos a esta última escena triunfal, o si llegamos, dura apenas un momento, pues seguramente la infinita rueda de ganancias-inversión, debe-haber, beneficios-costo, plata-gastos… vuelve a girar… y nosotros seguimos así, como sea, siempre dando vueltas a lo loco.

¿Quién sería capaz de decir, frente a la oferta de un cheque de significativo valor: “no gracias, no lo necesito, ya tengo bastante”? Es común juzgar que no ganamos lo suficiente, que necesitamos mayores ingresos para estar “más desahogados”, que con un poco más estaríamos mejor. De allí el dicho popular que encabeza este artículo.

Siendo, por mi parte, una persona muy amiga de los números y de las previsiones, y a su vez muy observadora tanto de los procesos personales como sociales que confluyen en nuestra experiencia psicosocial, frente a la ansiedad por “calmar más mis nervios” o “conseguir más dinero” (que parecen términos equivalentes) he llegado a algunas conclusiones que aquí propongo:

Ø  Nuestra mente occidental (dominada por una cultura consumista) identifica sin más los términos de dinero- riqueza- bienestar- posición social, de tal suerte que el dinero es la puerta de entrada para conseguir las demás cosas… que en realidad son los verdaderos objetivos para lo que queremos el dinero.

Ø  El dinero es un objeto simbólico complejo, propiamente es el modo social de intercambio de bienes y servicios, como una objetivación del trueque donde cada uno ofrece lo que tiene a cambio de obtener lo que le falta. Ciertamente, la complejidad de las fuerzas económicas sociales intervinientes en este sistema otrora simple, falsea y desnaturaliza este principio, de tal suerte que no siempre los que más aportan a la sociedad con sus servicios o tareas son los que reciben mayores ingresos, y por otro lado los que más ganan no siempre realizan tareas útiles dentro de la sociedad.

Ø  Analicemos un poco más en profundidad la relación dinero-riqueza. ¿Qué se entiende por riqueza? Estamos tan acostumbrados a identificarla con el dinero que nos parecen ser la misma cosa. Rico es el millonario. Y el millonario es el que puede conseguir todos los bienes que se le antoje para una excelente (por ende envidiable) calidad de vida. De allí la medición del éxito social… por lo tanto el ser millonario (o por lo menos lo bastante cerca de ello) es el imperativo social con el que nacemos, pues de algún modo es lo que mide el reconocimiento de nuestro ser y hacer dentro del mundo.

Ø  ¿Y realmente la riqueza y el dinero son la misma cosa? Ciertamente, yo he estado en lugares y en situaciones en el que el papel moneda  (ni qué hablar de las tarjetas) significan absolutamente nada porque no hay nada  que intercambiar con él. Si quería comer o tomar agua, no había lugar donde comprar, tenía necesariamente que pedir, estimando que mi presencia en aquel lugar era lo suficientemente valorable como para que quisieran compartir conmigo su mesa. La gratuidad ofrece todo un universo diverso al que estamos acostumbrados y que de hecho aporta una riqueza esencial para nuestra psiquis: los afectos.  Por lo tanto yo llamaría propiamente “riqueza” a todas aquellos valores que aportan cualidad a nuestra persona: la salud, el bienestar psíquico- espiritual, las capacidades intelectuales, afectivas, los diferentes carismas personales, la propia originalidad, las fuerzas creativas de cada uno… Es decir, nuestra verdadera riqueza reside “piel adentro” de nosotros mismos. Es verdad que para adquirir esto, se necesita algo de dinero: para una sana alimentación, para apropiarse de los bienes de la cultura (escuela, libros, acceso a internet… etc) El tema es que en no pocas oportunidades la búsqueda del aumento de ingresos monetarios suele realizarse en desmedro de esta riqueza (¡Cuántas vidas se cobra el estrés, la lucha por optimizar los tiempos invertidos en el trabajo, las tensiones y preocupaciones por intentar controlar todas las variables de las que depende nuestras ganancias! ¡Cuántos tiempos quitados al necesario descanso, al necesario tiempo libre, a la necesaria actividad física, a la atención a nuestra familia, nuestros amigos… a todo aquello que en definitiva da sabor a la vida)

Ø  Por lo tanto, creo que es muy importante no dejarse “marear” por los números en seco. Si queremos aumentar los ingresos para lograr una mayor calidad de vida, debemos ser lúcidos en analizar también ese tipo de costos de tal suerte de tener en claro que el dinero debe aportar a nuestra riqueza personal, y no al revés. De nada sirve que llegue a ser un gran millonario si no voy a tener salud para disfrutarla, o familia/amigos para compartir.

Ø  En cuanto al bienestar, es cierto que necesitamos dinero para adquirir aquellos bienes que nos hacen más fácil la vida. Sólo que en esto también es necesario mantener la lucidez pues la sociedad consumista en la que vivimos suele crearnos necesidades de tal suerte que nunca estamos conformes con nada. Para gozar la vida esta capacidad de disfrutar con lo que ya tenemos es capital. Es verdad que siempre podemos mejorar, siempre vamos a creer que sería importante adquirir algo más, el tema está en evitar volverse obsesivo, porque el obsesivo está siempre concentrado en lo que le falta, por lo tanto no disfruta lo que ya tiene. En todo caso, es bueno recordar que el único momento sobre el que tenemos certeza absoluta de poseer es el presente. El futuro es apenas un horizonte que anima y sustenta nuestros proyectos, por lo tanto dan cierto sentido de continuidad a nuestro presente, pero el momento del que somos realmente dueños es el ahora. Si no aprendemos a disfrutar de lo poco que hoy tenemos, no disfrutaremos tampoco de lo mucho que mañana podamos llegar a tener.

Ø  Y por último, con respecto a la posición social, la posesión de ciertos objetos se tornan credenciales de éxito (viviendas en determinadas zonas, autos, ciertas marcas de ropa, determinadas prácticas de tiempo libre, viajes, fiestas, etc, etc.) Quien lo tenga y lo disfrute, enhorabuena. El tema es que no siempre deseamos esas cosas por sí mismas, sino como medios para demostrar a los demás nuestro éxito, y en ello (que es lo peor) afincamos nuestra propia autoestima. Es decir, también nosotros podemos tener la tentación de valorarnos a nosotros mismos por la adquisición  de estos objetos simbólicos. Y este parámetro es –paradógicamente- muy pobre para medir nuestra propia valía.

Por lo tanto, si es verdad que el dinero “calma los nervios”, lo es en tanto y cuánto tengamos en claro que es sólo un medio para adquirir riqueza y bienestar (y un parámetro en gran parte engañoso en cuanto al éxito personal). Pues cuando la posesión del dinero se vuelve un fin en sí mismo, se convierte en un tirano capaz de enajenarnos, de aislarnos de nuestros seres queridos (la ambición suele destruir familias y amistades), quitarnos la capacidad de goce del presente, de satisfacción con lo que ya conseguimos, y… fundamentalmente, exige el sacrificio de nuestro equilibro emocional, de nuestra salud y de nuestro valioso tiempo libre… Entonces, no  sólo no calma los nervios, sino que los provoca, los excita, y hasta los destruye.

¡Atentos! Dominar los medios para llegar al objetivo. Si perdemos la claridad para distinguir lo uno de lo otro, nos perderemos a nosotros mismos.

 

 

 

jueves, 5 de julio de 2012

De príncipes y sapos: el amor


¡Ay! El amor… el amor… Este  tema  polivalente en grado sumo, capaz de encender o de apagar vidas, de llevarlas al cielo o al infierno, de atraer al placer y felicidad o a la amargura y al dolor, es la realidad humana por excelencia que tan pronto sana como enferma…

Muchos de los lectores de “Andrea. Biografía de una visionaria” les llama la atención el modo en el que el amor aparece en escena: para algunos se trata de una idealización del mismo, mientras que para otros se define al amor tal cual es. Ciertamente la protagonista apuesta, casi a ciegas, por el amor como instancia salvadora de la soledad y del sinsentido.   

¿Es que existe ese amor pleno y profundo, capaz de sacar de sí mismo una acuarela de intensos colores para salvarnos de la rutina gris de lo diario? ¿Es que existe ese amor vigorizante y mágico, con el suficiente poder de convertir sapos en príncipes, tal como en los cuentos de hadas?
Tal vez algunas veces nos hayamos sentido profundamente enamorados, gustando la intensidad de un sentimiento que nos transporta a otro plano y nos hace vibrar en una sintonía divina, por tener la sensación de haber encontrado “nuestra alma gemela”, es decir, aquella persona que promete salvarnos de la soledad y que, repentinamente, saca lo mejor de nosotros. Por otro lado es posible que hayamos tenido la esperanza de transformar los “sapos” de ese ser amado en el príncipe soñado… “Si encuentra el amor (mi amor) cambiará”, “gracias al amor (mi amor), madurará”, “conmigo será diferente”…
Personalmente creo que ese amor –posible- tiene una instancia idealizada, y luego una bajada abrupta a la realidad cuando el amor de pareja reclama la aventura de la vida en común. En cierto sentido aquellos que ven en el matrimonio o en el compromiso de convivencia el temido asesino de este estadio de enamoramiento, tienen razón. La convivencia, más allá de príncipes y castillos, con su exigencia de acuerdos, de cuentas a pagar, de decisiones conjuntas donde se confrontan dos alteridades con sus propias cosmovisiones, y peor, dos inconscientes con sus respectivos sistemas defensivos… hacen aflorar nuevamente todos los sapos que parecían haberse quedado atrás. Todos los sapos: los del amado y los propios.
¿Falló el amor? ¿O simplemente se acaba? ¿Elegimos a la persona equivocada? ¿Nos resignamos a esta gris realidad acomodándonos del modo en que menos dolor nos cause, o nos abrimos a otras alternativas? ¿O directamente renunciamos a creer en el amor?
Las relaciones humanas siempre son complejas, -¡cuanto más las de pareja!- por ello según mi parecer, no existen recetas, pues cada realidad es única; sólo quisiera transmitir lo que yo he podido esclarecer al respecto:
En primer lugar ese sentimiento magnético al que llamamos “enamoramiento”, posee el poder de totalizar nuestra atención, por lo tanto todas las otras cosas quedan en segundo plano, y dentro de “todas las otras cosas” están nuestros propios sapos. Así, gracias al “amor” tenemos la impresión que nos desembarazamos mágicamente de nuestras zonas oscuras. La convivencia con ese príncipe soñado, tarde o temprano, nos hace reaparecer todo lo que creíamos superado. Es que nada en nosotros desaparece sino cuando se resuelve.
En segundo lugar, los sapos del otro se convierten en príncipe no gracias a un beso que rompa el hechizo, sino a la decisión y al trabajo interior de la persona. El saberse amado puede ser un incentivo al cambio, pero en definitiva el cambio lo hace cada uno  piel adentro, y a vece ese proceso reclama demasiado tiempo, más del que podría esperar el amado sin hacerse daño.
Porque el auténtico amor al otro incluye el amor a sí mismo. Un amor que hace daño no es amor, un amor a costa de la integridad propia no es amor. El amor, o hace ser a ambos, o no es amor.
¿Entonces? ¿Habrá que intentar estar enamorados una y otra vez sin pasar por la convivencia para resentir el placer de ese sentimiento prodigioso? El amanecer que pone fin a un bello sueño nos hace sufrir en cierto sentido la desilusión, pero el amanecer es la única posibilidad de hacer del sueño realidad. Si se pretende vivir de ensoñación en ensoñación, la soledad será cada vez más pronunciada.
Soñar con exquisitos manjares no sacia el hambre y la sed. Si no despertamos a trabajar por nuestro alimento, moriremos soñando. La muerte del amor es la soledad.
¿Entonces? ¿Nos resignamos a los sapos? Creo que la sublime belleza del amor, donde no se descarta momentos de plenitud del placer y del gozo, está en nuestro empeño cotidiano de convertir nuestros propios sapos interiores en príncipes, de modo de hacerle a la pareja más sencillo el complejo arte de amarnos.
En definitiva, el amor sí puede desarmar hechizos y aflorar príncipes en sapos, sólo que no de un modo extraordinario, sino gracias a un trabajo interior de superación personal. Y para ello, la convivencia aporta un sinfín de oportunidades: es lo que en definitiva nos perfecciona y nos ayuda a centrarnos en nuestra propia realidad. Es por ello que el amor, en su sabiduría milenaria, apunta a la convivencia, pues es el crisol donde se hace real.
Si el amor es una aspiración ideal o una realidad, depende en definitiva de la elección de cada uno.

domingo, 17 de junio de 2012

La vida a colores: el éxtasis

Si por "gris" entendemos ese estado de pensamientos y sentimientos donde se nos figura que las cosas andan medianamente bien, sin novedades ni sobresaltos, donde nuestras numerosas actividades giran en un ritmo uniforme y predeceble, donde los días se organizan en base a nuestra infinidad de obligaciones y responsabilidades, tal vez entendamos que no es una situación del todo mala...
Sin embargo, a mi parecer hay algo de nosotros que se revela a sujetarse a ésto. Y ese algo nos hace desear casi compulsivamente el éxtasis.
¡El éxtasis! Algo, una situación, alguna persona, algún logro o meta cumplida, alguna experiencia exitante que logre dar un poco de sabor a la existencia. Claro que sí, el éxtasis es una necesidad salvadora a fin de sentirse vivo, aunque más no sea por un instante.
No sé si todos se animan al éxtasis; quizás muchos opten por sólo mirarlo con deseo detrás de la vidriera del temor, juzgando y criticando a quienes lo intentan. Otros, por conquistarlo alocadamente, terminaron quebrando aquello bueno que, aún cuando insípido, nutría la vida (familia, vínculos, emprendimientos, etc), pagando así por algunos instantes de éxtasis un precio excesivamente alto.
¿Entonces? En mi opinión el acierto está en encontrar los momentos de éxtasis en el interior de nuestra cotidianeidad, en medio de lo que hacemos y con quienes compartimos la vida. Tal vez sea muy exagerado pensarlo para un lunes seis de la mañana, cuando nos arrancamos del reconfortante sueño para comenzar la rutina laboral de la semana... pero... en un instante... un diálogo profundo con nuestra pareja, alguna sonrisa nueva en labios de nuestros hijos, un pequeño avance superador en el trabajo... algo, que siendo lo mismo de siempre, sea como si nunca hubiera sucedido, y tal vez no vuelva a suceder jamás, y por ende hay que disfrutarlo plenamente.
Suena sencillo, pero a decir verdad, no es tan facil hacerlo realidad, pues para ello se requieren dos condiciones: estar atentos a descubrir esas posibilidades de éxtasis tan difrazadas de monotonía, y estar relativamente conforme con nuestras vidas.
Cuando lo gris no sólo aburre, sino más bien duele, tal vez sea el momento de replantearse profundamente por el rumbo en que se deslizan nuestras opciones.

sábado, 16 de junio de 2012


Sobre la novela "Andrea.Biografía de una visionaria"

http://www.artnovela.com.ar/modules.php?name=Libreria&op=Search&query=33512

Para ver detalles de la novela, su trama, datos de la autora, descargar las primeras páginas y comentarios a la misma, seguir este enlace.

La imagen

Quienes han seguido de cerca, línea por línea, la historia de Andrea han significado a la Isla Blanca con realidades diversas, acorde a sus propias subjetividades. Y ese es el valor de la metáfora.
La intención de este espacio es compartir las experiencias de quienes luchamos día a día por darle a nuestras vidas un sentido profundo que otorgue sabor a lo cotidiano, que nos devuelva la pasión por lo que hacemos, el amor por los que nos rodean, el estímulo para seguir adelante, en constante búsqueda de superación, cambiando el rumbo tantas veces sean necesarias para llegar a ser lo que elegimos ser, conforme a los deseos más íntimos de nuestros espíritus.
La consigna es no resignarnos a lo gris, ni adormecer la conciencia con estímulos artificiales que aumentan nuestros vacíos, sino por el contrario buscar el éxtasis auténtico que creo al alcance de todos, con tal de que sepamos mirar la vida desde su radical realidad. Entonces, sólo entonces, seremos auténticos dueños de nuestro destino.

viernes, 15 de junio de 2012

¿Qué es la Isla Blanca?

Inicialmente es el primer título que surgió en los primeros borradores de la novela "Andrea.Biografía de una Visionaria".
La novela narra la historia de una mujer habitante de una isla singular cuyo sistema de gobierno desde varias generaciones atrás logró erradicar de su realidad la noche y el color, reduciendo literalmente todas las cosas a un perpetuo blanco.
Casi por una eventualidad, Andrea toma contacto con la oscuridad y descubre la falacia del sistema, sistema que por otro lado ha coagulado en la mentalidad de los isleños. La trama se desarrolla en el intento de la protagonista de ampliar las perspectivas mentales de sus coterráneos para liberarlos de la tiranía blanca.