“El
dinero no hace a la felicidad pero calma los nervios…” Y realmente, cuando
tenemos la suerte de palpar algunos cuantos billetitos “gordos” entre nuestros
dedos, o vemos incrementar los valores en nuestras cuentas del banco,
experimentamos una grata sensación de seguridad, de holgura, de
satisfacción.
Sin
embargo ese es un final feliz de una compleja novela no siempre tan
satisfactoria como es nuestra relación con las riquezas… o con el dinero…Y el tema es que no siempre llegamos a esta
última escena triunfal, o si llegamos, dura apenas un momento, pues seguramente
la infinita rueda de ganancias-inversión, debe-haber, beneficios-costo,
plata-gastos… vuelve a girar… y nosotros seguimos así, como sea, siempre dando
vueltas a lo loco.
¿Quién
sería capaz de decir, frente a la oferta de un cheque de significativo valor:
“no gracias, no lo necesito, ya tengo bastante”? Es común juzgar que no ganamos
lo suficiente, que necesitamos mayores ingresos para estar “más desahogados”, que
con un poco más estaríamos mejor. De allí el dicho popular que encabeza este
artículo.
Siendo,
por mi parte, una persona muy amiga de los números y de las previsiones, y a su
vez muy observadora tanto de los procesos personales como sociales que
confluyen en nuestra experiencia psicosocial, frente a la ansiedad por “calmar
más mis nervios” o “conseguir más dinero” (que parecen términos equivalentes)
he llegado a algunas conclusiones que aquí propongo:
Ø Nuestra mente occidental
(dominada por una cultura consumista) identifica sin más los términos de
dinero- riqueza- bienestar- posición social, de tal suerte que el dinero es la
puerta de entrada para conseguir las demás cosas… que en realidad son los
verdaderos objetivos para lo que queremos el dinero.
Ø El dinero es un objeto simbólico
complejo, propiamente es el modo social de intercambio de bienes y servicios,
como una objetivación del trueque donde cada uno ofrece lo que tiene a cambio
de obtener lo que le falta. Ciertamente, la complejidad de las fuerzas
económicas sociales intervinientes en este sistema otrora simple, falsea y
desnaturaliza este principio, de tal suerte que no siempre los que más aportan
a la sociedad con sus servicios o tareas son los que reciben mayores ingresos,
y por otro lado los que más ganan no siempre realizan tareas útiles dentro de
la sociedad.
Ø Analicemos un poco más en
profundidad la relación dinero-riqueza. ¿Qué se entiende por riqueza? Estamos
tan acostumbrados a identificarla con el dinero que nos parecen ser la misma
cosa. Rico es el millonario. Y el millonario es el que puede conseguir todos
los bienes que se le antoje para una excelente (por ende envidiable) calidad de
vida. De allí la medición del éxito social… por lo tanto el ser millonario (o
por lo menos lo bastante cerca de ello) es el imperativo social con el que
nacemos, pues de algún modo es lo que mide el reconocimiento de nuestro ser y
hacer dentro del mundo.
Ø ¿Y realmente la riqueza y el
dinero son la misma cosa? Ciertamente, yo he estado en lugares y en situaciones
en el que el papel moneda (ni qué hablar
de las tarjetas) significan absolutamente nada porque no hay nada que intercambiar con él. Si quería comer o
tomar agua, no había lugar donde comprar, tenía necesariamente que pedir,
estimando que mi presencia en aquel lugar era lo suficientemente valorable como
para que quisieran compartir conmigo su mesa. La gratuidad ofrece todo un
universo diverso al que estamos acostumbrados y que de hecho aporta una riqueza
esencial para nuestra psiquis: los afectos. Por lo tanto yo llamaría propiamente “riqueza”
a todas aquellos valores que aportan cualidad a nuestra persona: la salud, el
bienestar psíquico- espiritual, las capacidades intelectuales, afectivas, los
diferentes carismas personales, la propia originalidad, las fuerzas creativas
de cada uno… Es decir, nuestra verdadera riqueza reside “piel adentro” de
nosotros mismos. Es verdad que para adquirir esto, se necesita algo de dinero:
para una sana alimentación, para apropiarse de los bienes de la cultura
(escuela, libros, acceso a internet… etc) El tema es que en no pocas
oportunidades la búsqueda del aumento de ingresos monetarios suele realizarse
en desmedro de esta riqueza (¡Cuántas vidas se cobra el estrés, la lucha por
optimizar los tiempos invertidos en el trabajo, las tensiones y preocupaciones
por intentar controlar todas las variables de las que depende nuestras
ganancias! ¡Cuántos tiempos quitados al necesario descanso, al necesario tiempo
libre, a la necesaria actividad física, a la atención a nuestra familia,
nuestros amigos… a todo aquello que en definitiva da sabor a la vida)
Ø Por lo tanto, creo que es muy
importante no dejarse “marear” por los números en seco. Si queremos aumentar
los ingresos para lograr una mayor calidad de vida, debemos ser lúcidos en
analizar también ese tipo de costos de tal suerte de tener en claro que el
dinero debe aportar a nuestra riqueza personal, y no al revés. De nada sirve
que llegue a ser un gran millonario si no voy a tener salud para disfrutarla, o
familia/amigos para compartir.
Ø En cuanto al bienestar, es
cierto que necesitamos dinero para adquirir aquellos bienes que nos hacen más
fácil la vida. Sólo que en esto también es necesario mantener la lucidez pues
la sociedad consumista en la que vivimos suele crearnos necesidades de tal
suerte que nunca estamos conformes con nada. Para gozar la vida esta capacidad
de disfrutar con lo que ya tenemos es capital. Es verdad que siempre podemos
mejorar, siempre vamos a creer que sería importante adquirir algo más, el tema
está en evitar volverse obsesivo, porque el obsesivo está siempre concentrado
en lo que le falta, por lo tanto no disfruta lo que ya tiene. En todo caso, es
bueno recordar que el único momento sobre el que tenemos certeza absoluta de
poseer es el presente. El futuro es apenas un horizonte que anima y sustenta
nuestros proyectos, por lo tanto dan cierto sentido de continuidad a nuestro
presente, pero el momento del que somos realmente dueños es el ahora. Si no
aprendemos a disfrutar de lo poco que hoy tenemos, no disfrutaremos tampoco de
lo mucho que mañana podamos llegar a tener.
Ø Y por último, con respecto a la
posición social, la posesión de ciertos objetos se tornan credenciales de éxito
(viviendas en determinadas zonas, autos, ciertas marcas de ropa, determinadas
prácticas de tiempo libre, viajes, fiestas, etc, etc.) Quien lo tenga y lo
disfrute, enhorabuena. El tema es que no siempre deseamos esas cosas por sí
mismas, sino como medios para demostrar a los demás nuestro éxito, y en ello
(que es lo peor) afincamos nuestra propia autoestima. Es decir, también
nosotros podemos tener la tentación de valorarnos a nosotros mismos por la
adquisición de estos objetos simbólicos.
Y este parámetro es –paradógicamente- muy pobre para medir nuestra propia
valía.
Por lo
tanto, si es verdad que el dinero “calma los nervios”, lo es en tanto y cuánto
tengamos en claro que es sólo un medio para adquirir riqueza y bienestar (y un
parámetro en gran parte engañoso en cuanto al éxito personal). Pues cuando la
posesión del dinero se vuelve un fin en sí mismo, se convierte en un tirano
capaz de enajenarnos, de aislarnos de nuestros seres queridos (la ambición
suele destruir familias y amistades), quitarnos la capacidad de goce del
presente, de satisfacción con lo que ya conseguimos, y… fundamentalmente, exige
el sacrificio de nuestro equilibro emocional, de nuestra salud y de nuestro
valioso tiempo libre… Entonces, no sólo
no calma los nervios, sino que los provoca, los excita, y hasta los destruye.
¡Atentos!
Dominar los medios para llegar al objetivo. Si perdemos la claridad para
distinguir lo uno de lo otro, nos perderemos a nosotros mismos.