miércoles, 4 de noviembre de 2020

Tao

 

Sé que mi sonreir tendrá brillo jamás

Si tú estás lejos de mí,

Si yo estoy lejos de tí.

Poco importa si el sol reina,

O el gris de la tormenta arrecia,

Si las aguas están en calma,

O ruge bravío el maremoto…

Poco importa si la jventud me adorna

O la vejez me cerca,

Si la belleza me resalta

O la fealdad me tortura,

Si el amor me seduce

O la soledad me besa….

Poco importa pues…

Sufro tu ausencia en medio del todo

Gozo tu presencia en medio de la nada.

Y todo mi vivir es encontrarte

Asentando mi pie en tu huella incierta

Que si todo lo poseo menos tú

Es como ser dueña de la nada

Que si me posees en mi hilo fundamental

Todo -aún la nada- tiene sentido,

Y ahí llegará, yo sé que llegará

La maravillosa sinfonía de la vida.

Entre risas y llantos

 

¡Tantos rostros atesorados en mis pupilas!

 

He navegado en la vida

surcando mil mares existenciales…

Ciudades altas y modernas,

Ciudades bajas y coloniales.

.casas ricas de lujos ostentosos

Ranchos inmisericordes de necesidades ciertas.

Polvo de campos áridos y mezquinos,

Viruta provechosa de pletóricos sojales….

Y en cada rincón de los mundos

Pobres o ricos

Niños o ancianos

Profesionales, empresarios,

Empleados, jornaleros…

Blancos, negros, cimarrones…

Siempre gentes que rie, siempre gentes que llora.

No hay prototipo de vida feliz.

 

La alquimia de la felicidad,

si es que tal vez sea un rastro.

una huella en el mar incierto…

si es que es. si es que existe,

está en la complejidad

de ese universo… que es nuestra mente

Ternura

 

Tus besos de rocío y miel

Visten mis labios de tu intimidad

Ese secreto, divino tesoro

Que tu alma supo engendrar.

 

Tus besos de rocío y miel

Me cuentan sobre tus días de soledad

Tus luchas, tus búsquedas e insatisfacciones

Que hoy despiertan tu cuerpo a amar

 


Tus besos de rocío y miel

Untan a los míos de tu sabor:

Tus pensares, tus sentires, tus vivires…

Que trae tu paso a mi corazón

 


Tus besos de rocío y miel

Me hablan de tu historia hasta mí

Tus horas, tus días y años

Cuya esencia poco a poco comprendí

 


Tus besos: silenciosa melodía de amor

El dulce y dificil arte de ser uno mismo

 

No siempre  la mayoría tiene la razón.

No siempre la opinión de muchos tiene mayor peso que la de pocos…

Y tal vez la de uno solo.

Pensar y sentir diferente a los demás no siempre es  locura…

Creer en sí mismo a pesar de hacerse incomprensible no siempre es soberbia.

Puede suceder que nos topemos con experiencias que nos hagan comprobar los límites de las convicciones forjadas  desde  nuestra crianza.

No todo encaja en los moldes, en los estereotipos, en los paradigmas…

 

No siempre encajamos en todo. Incluso a veces podemos no encajar en absoluto.

¿Acomodarse a pesar de todo, tal vez inspirados por el miedo a la soledad?

¿O ser fiel al propio espíritu?

 

Arriesgarnos a la soledad y apostar por lo auténtico de nuestras almas suele traernos la riqueza existencial más grande, que es el amor…

 

Y la gratísima libertad de ser, de ser simplemente lo que somos…

Ecos

 

Amor:

Sé que lo sabes

y sabes que lo sé,

pero nunca demás estará

pronunciarlo al reciento de tu alma…

Te amo.

Y que el eco de estas palabras breves

retumbe en las aristas de tus días,

y que mi voz, escuchada y recordada,

tiña de fulgor el blanco de tu vida.

 

Amor:
Sé que lo sabes

y sabes que lo sé.

Te amo porque me amas

y me amas porque te amo.

Pues esto tan tuyo y tan mío

es tan nuestro…

más que almas gemelas,

almas enriquecidas

por un amor siempre en estreno

Esperanza viste gris

 

Atardece.

El firmamento gris se reviste violeta…

empapa mi alma de nostalgia mortal

 

Cielo plomizo, vida plomiza

¿Cuándo arreciarán los vientos purificantes

despejando la húmeda cavilación de lo confuso?

¿Cuándo el austero frío de la verdad

disipará entre sus dedos firmes

el asfixiante vapor de la sugestión?

 

Atarcede

Los nubarrones devoran los nocturnos luceros

y se encienden levemente, con timidez.

Noche insípida, vida insípida.

¿Cuándo asomará su dorada frente

el sol, en la cálida línea del horizonte?

¿Cuándo el día dictará a mi oído

la vital frase que regale sentido

a los acontecimientos pasados, a los sueños futuros,

y a la interminable rueda de rutinas

que giran y giran

en lo que cada día denominamos «hoy»?

¿Cuándo?

Anochece.

La lucha de mi alma continúa

tratando de no naufragar en el sopor

del sin sentido.

Mientras tanto cierro mis ojos

y me acuno en las olas de Morfeo.

Como sea, mañana, sin poderlo evitar

amanecerá.

 

Otro amancer, estrena oportunidad.

Ahora… a dormir.

Umbral




 ¿Cruzar o no cruzar?

¿Arriesgar a la entrada

o arriesgar al retroceso?

¿Qué será de mí si ingreso?

¿Qué será de mí si claudico?

Es tan tímida la luz residente

que muestra apenas nada de lo que promete.

Huele a vida, a verdor, a renacer…

esconde su poder en un sugestivo «ven».



¿Creer o no creer?

Sí, creo. En realidad creo.

Pero cruzar el umbral…

¿Por qué mis pies devienen en plomo

y sigo prometiendo dar el paso que no doy?

¿Y tú sigues creyendo en mí? ¿Esperando

tal vez allí dentro?

Respiro.

sí, sigues creyendo en mí;

esperando

en algún lugar

más allá del umbral

El Uno

 Aquello que está ahì, y es «aquello»

Aquello mío, propio, único… Uno…

ese «algo superviviente de profundos naufragios

en que los fracasos desgarraron el existir.

 

¿Cumple tus sueños! ¿Constrúyete! ¡Elije tu vida!

 

Pero…

Los sueños incluyen una zona indomable

que puede estar tanto fuera como dentro

de esa evanecente frontera del yo.

A veces no sabes por qué lo intentas para la nada

mientras otros lo consiguen como si nada…

 

Pero…

¿A quién engañamos? ¿A quién queremos engañar?

¿Quién nos engaña? ¿Por qué someternos al engaño?

Al engaño de creer que no existe el fracaso,

o que, al menos, no debiera existir.

 

Y ahí queda el «Uno», sobreviviendo.

 

¡No! No es la nada: es el Uno.

Uno mismo.

 

Si tu mirara me nihiliza

no es porque mi uno sea vapor de nada,

es porque tus ojos son vapor de vanidad

incapacitados de percibir «eso que està alli»,

que está en tí y está en mí:

el Uno en su médula, al desnudo.

el yo despojado de títulos y adjetivos.

El Yo Soy… sin nada más que eso.

 

Yo soy, y en algún punto

no importa nada más

viernes, 10 de abril de 2020

Dar el Paso: el desafío de la Pascua






La Semana Santa terminó tras la tumba que se cierra ocultando al cuerpo de Jesús en las entrañas

de la tierra. Todo terminó…
Los discípulos habrán sentido el desgarrador dolor de un amigo muerto, de una injusticia victoriosa,
de un líder acabado… pero fundamentalmente, de una esperanza -a la que de entregaron la vida- defraudada.
En esa tumba estaba, ya sin vida, el cuerpo del Maestro, del Amigo, del Dios-con-nosotros, y la
esperanza de una vida y un mundo mejor.

No hay dolor más profundo,

más radical y más absoluto

que aquel que nos deja sin esperanzas. Cuando se muere la esperanza se muere la vida misma.

El sábado Santo parece un día gris, una especie de pausa expectante frente a la tumba cerrada.

Para los discípulos de Jesús aquel día habrá sido eterno. Todo había terminado y de la peor forma posible. Ese Jesús “poderoso en obras y en palabras” no se había salvado a sí mismo; no se desprendió espectacularmente de la cruz, no hundió a sus enemigos en fuego que viniera de lo alto, no sacó ningún truco de su manos… Simplemente murió, derramando toda su sangre, soportando todas las humillaciones, en un silencio atroz, insoportable.
Y ahora ese silencio se reconcentra en la tumba.
Se agotaron todas las esperanzas. Ya no se puede nada. No hay posibilidades.
Se acabó.
Y ahí está también sepultada nuestras impotencias. Nuestros sueños muertos. Nuestros dolorosos fracasos. Esas preguntas dolorosas cuyas respuestas jamás aparecieron. Esos amores que prometieron un paraíso de colores y se esfumaron en el gris de la monotonía.

Después de todo el amor no cambió nada.

Después de todo nuestros ideales quedaron ahogados en la marea de “la realidad”.

Después de todo lo malo del ser humano (y por ende de la sociedad) es más fuerte.

Después de todo no logramos ser lo que nos propusimos. 

Después de todo la vida nos dejó en la orilla opuesta a la que elegimos.

Después de todo la soledad, el resentimiento, el cansancio, la amargura… la muerte… pudieron más.

Y tanto, que sellaron la tumba.

Duele… pero… no le demos la espalda a “nuestros muertos”. No le demos la única sepultura que verdaderamente impedirá el cambio: un presunto olvido, una presunta indiferencia.

María Magdalena pudo ser testigo de la Resurrección porque volvió al lugar del sepulcro. Volvió a “enfrentar” de algún modo a su muerto.

Volvamos a nuestras tumbas, a nuestras esperanzas rotas, a nuestros amores que nos dejaron en la soledad, a las situaciones que mutilaron nuestras fuerzas vitales, que destrozaron la alegría del vivir.

Aquello que lastimó nuestra fe, aquello que acabó (o al menos adormeció) nuestro deseo de Dios, aquello que le quitó brillo a lo que nos apasiona o nos hizo resignar a una determinada medianía. 

Volvamos a nuestras tumbas. Es posible que entre muchas cosas, Dios esté también allí: como un bello sueño de juventud que en algún momento “sentimos” y que luego, en algún momento, simplemente quedó allí: en el pasado.



Qué hay de mí en esa fría tumba, sellada y silenciosa? ¿Qué hay de mí en esa tumba celosamente custodiada por mis miedos e inseguridades?




Así como el fuego que destruye,

en el lugar y en el tiempo apropiados

destruye lo malo y nos libera,

así muchos dolores de nuestras vidas
pueden transformarse en el paso salvador de nuestras existencias, a condición que sepamos ubicarlos en el lugar preciso en nuestra experiencia. 

No podemos volver el tiempo atrás y cambiar aquella experiencia dolorosa que nos bloquea, pero sí podemos cambiarla de significado, y con eso de limitante pasa a ser dinamizadora.

Semilla de Resurrección. Pero este paso es más que un proceso psicológico: es espiritual. 

Cuando veamos este cambio imposible y las fronteras de nuestra mente cerradas, recemos como Jesús: Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu...¡Y

¡Y dejemos que Él haga su obra a su manera!
Para Dios nada es imposible.

Más allá de las soluciones que nuestra mente pueda dibujar, y cuando quizás constatamos que no hay salida posible, Dios siempre puede más. Puede abrir puertas donde nosotros sólo vemos muros herméticamente cerrados.

Sus caminos no son nuestros caminos. Pero los suyos siempre conducen a la Vida.


Dios Resucitó a Jesús y lo constituyó Señor de todo lo creado.

La Vida vence.

El Amor vence.

La Verdad vence.

La Esperanza es el motor de la vida.

Pidamos al Señor en esta Pascua no resignarnos a “nuestras zonas muertas”, a nuestras insatisfacciones, a nuestras soledades, a nuestros encierros, a nuestra falta de vitalidad espiritual, a una vida sin pasión… A una vida sin una presencia viva y sentida de Dios.
Jesús Resucitó.

Dejémonos resucitar con Él.