II.
Un discurso insufrible
Faltaban tres días para la riesgosa
operación. Todavía nada había expresado a su pareja. Seguía con sus
imperturbables anteojos oscuros esperando en la sala del oncólogo. Otros cuatro
pacientes, con ese característico rostro lánguido de quien lidia contra la
muerte, permanecían sentados mirando silenciosamente la nada.
Un quinto entró, desencajando desde el
vamos, al hacerlo silbando una pegadiza tonada popular.
Tuvo la maldita idea de sentarse al lado
de Constanza. En el recinto retumbaba su aguda melodía que, dadas las
circunstancias, parecía una ofensa a la gravedad del lugar.
—Me haría el gran favor de callarse
—ordenó exasperada la secretaria del doctor Palacios, luego de contenerse por
espacio de sendos minutos.
__¡Eh! ¡Doña! —le replicó inusualmente
de buen humor__. Con ese carácter no se va a casar nunca.
Su aspecto delataba a un hombre apenas
pasando la línea de los cuarenta: alto, extremadamente delgado, cabello rubio
ligeramente rizado, ojos cafés casi a dos pinceladas de verde oscuro.
__¿Por qué no se mete en sus cosas?
—volvió a embestir el genio de Constanza.
__Bueno... entonces, silbo.
Y reanudó la melodía.
__¡Dígame! ¿Usted estudió para ser
desubicado?
__En la misma universidad donde usted
estudió “buenos modales”. Me parece que nos doctoramos juntos.
__¡A la mierda con los modales! Tengo un
cáncer dentro mío.
__Y yo también. Como no estoy seguro de
tener mañana, silbo hoy. No pierdo tiempo.
La somera referencia a la muerte le
escurrió por las venas un intenso frío polar.
__Yo no voy a morir.
__¿No?
__¡No! Yo a esto lo voy a vencer.
__Y morirá de otra cosa. Ahora o
después, lo mismo da... La lucha contra la muerte del cuerpo es una quimera,
pues... necesariamente perdemos. Más me preocupa vivir como un muerto.
__¡Con razón usted silba! ¡Usted es un
loco de mierda!
__¿Y usted pelea con todo el mundo
porque es cuerda? —se rascó la cabeza con el dedo índice__. Después de todo, si
el loco canta y silba, y el cuerdo pelea, ¿no le convendrá cambiarse de bando?
__Yo también al comienzo pensé que le
ganaría —terció una macilenta mujer cuyas pronunciadas ojeras y el pañuelo
cubriéndole la cabeza por entero, denunciaba un cuerpo roído por la letal
enfermedad__. Pero, ya estoy cansada de luchar. Hace dos años que mi vida se
circunscribe al hospital, a los médicos, a los análisis y a las drogas. ¡Y todo
para nada! Lo único que logro es desgastar a los míos.
__Suerte que por lo menos tiene “míos”
—confesó ella para sorpresa de sí misma.
Es que aún ni siquiera sabía quién la
iría a acompañar en la operación. Había pensado en dos de esas amigas con
quienes se reunía de vez en cuando para hablar mal de todo el mundo, pero
todavía no estaba segura.
__En ese sentido __continuó la enferma__,
mi marido y mis hijos son incondicionales. En realidad yo peleo mi vida por
ellos... pero ya quisiera descansar. ¿Usted no tiene familia?
__No __y dirigiéndose a su compañero
agregó en tono imperativo__ ¡Y guárdese de algún comentario!
__No pensaba hacer ninguno.
__¿Y le tienen que hacer quimio?
—continuó indagando la mujer del pañuelo.
__Después de la operación, sí.
__¿Tiene quién la acompañe?
__Todavía no he querido preocupar a mi
pareja.
__Es duro... pero peor aún cuando está
sola. Cobre valor y dígaselo, entonces la podrá acompañar. Cuando uno está
enfermo, todo el mundo se vuelve tan bueno que ya fastidia.
Constanza realmente no creía tener la
experiencia de tal fastidio.
__Me doy cuenta —le comentó por lo bajo
el hombre__ que usted es el tipo de personas que le pone repelente a las
relaciones humanas.
__¿Por qué me sigue incordiando? __replicó,
pero esta vez sin gritar.
__Voy a ser duro con usted. Tal vez le
queden ochenta años de vida, tal vez veinte, tal vez uno, o ni eso. Nadie sabe
en realidad. El asunto no es el tiempo, es la calidad, la calidad de vida. Es
decir, no importa tanto hasta qué edad lleguemos, sino lo que hagamos en el día
a día con nuestras vidas. Es más triste que morir joven, morir sin haber
vivido, sin haber disfrutado de la familia, del amor, de los amigos. Morir sin
dejar huellas. ¿Entiende? Le aconsejo que no se despiste, no pierda energías en
una batalla que está perdida del comienzo.
__Ese idioma siempre me pareció muy
estúpido. Los perdedores hablan así. Los pobres, los fracasados, los feos y los
imbéciles fabrican ese discursito de los valores.
__Los pobres, los fracasados, los
feos... ¿y quiénes más que ya no me acuerdo?
__¡Los imbéciles!
__¡Ah! Pero me parece que se olvidó de
una categoría.
__¿Sí? ¿De quienes?
__De los moribundos.
__¡Usted será un moribundo! Yo no.
__Es raro... Pues.... salvo que usted no
sea humana, salvo que sea una diosa encarnada o un robot programado, es
necesariamente moribunda. ¡Todo ser humano desde que nace lo es! ¿O no? Segundo
a segundo todos somos potenciales de muerte. Se nos puede caer este techo
encima, y ya no nos tendremos que preocupar más del cáncer, de las quimios y de
los acompañantes en la sala de operaciones. Chau con todo.
__Dígame. Por curiosidad no más, ¿usted
siempre fue loco o le vino con la enfermedad?
__Gracias a mi locura estoy viviendo
cinco años después de la muerte pronosticada por los especialistas.
__¡Gran hazaña! Y vive pensando en la
muerte.
__Al contrario, pienso en la vida. ¡Y
vivo! Sólo que me doy cuenta que morir es parte de la vida, por eso no le temo;
la considero, y eso me ayuda a calibrar mejor mi día a día.
__Ya le dije lo que son para mí esos
“filósofos” que piensan como usted.
__¡Claro! Como usted es rica, famosa,
linda e inteligente no se le ocurre mejor cosa que negar lo evidente.
__Bla. Bla. Bla. Yo soy una triunfadora.
Siempre consigo lo que quiero. Si yo quiero curarme, me voy a curar.
__¿Y en qué ha triunfado tanto?
__Para que lo sepa, y sé que con esto lo
voy a escandalizar, “moralista” de cuarta: tengo plata, tengo como para darme
una buena vida. Soy linda y picante, y los años no me van a quitar eso. En
estos momentos estoy conviviendo con un importante médico de abolengo. Viajé
por Europa, visité casa de modas de París, tengo joyas, dólares y un poderoso
auto. Por donde paso causo envidia. Yo lo tengo todo, no necesito de su
filosofía.
__Entonces debe ser una mujer sumamente
feliz.
__¡Muy feliz! __tanto que ni ella misma
se lo creyó__ ¡Y voy a seguir disfrutando de todas esas cosas!... Pero, no se
desanime... hay muchos fracasados en este mundo que tienen suerte y les va muy
bien con ese discursito de los “valores”.
__Bueno... cada cual tiene la vida que
construyó. Le deseo toda la suerte del mundo, campeona, y, ya que no va a morir
nunca, espero que el fin del mundo la encuentre joven, rica y famosa, como
ahora.
Disolviendo una conversación que no daba
para más, le tocó el turno a Constanza.
__¡Qué prepotente! __comentó la mujer
que en el comienzo había intervenido en el diálogo__ Y usted, ¡qué duro! En
fin, no deja de tener razón, solo que así escuchado... suena que da miedo.
__Hay momentos que un poco de dureza
ayuda a ubicarse bien.
__Y esta mujer lo necesita. La realidad
le va a demostrar que nada de lo que tiene, si es que lo tiene, le va ayudar en
esta situación. Y lo que más le serviría, parece que en realidad no lo tiene.
__La soledad es el cáncer del alma. Y el
alma siempre duele infinitamente más que el cuerpo.
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