domingo, 29 de marzo de 2015

Espíritu de Navegante


Adoro los suelos firmes y las montañas perfectamente enraizadas donde deben estar… no obstante la vida -por una testaruda búsqueda de lo trascendente, del sentido de la existencia, de la construcción de un mundo más acogedor de lo humano- me ha convertido en un navegante de realidades inciertas, con un rumbo delineado por trazos gracias a la intuición profunda.
Mi intuición me ha llevado a apostar la vida entera a Dios y al amor (que según mi percepción ambos términos expresan lo mismo), y en la conformidad a la religión hubiera encontrado mi suelo  firme si yo no hubiera advertido su lado insuficiente. O tal vez inconsistente. ¿Contradictorio?... Es ese lado donde sus estructuras se sacralizan por encima de la sacralidad de lo humano y de lo humanizante, en donde la Institución se coloca como fin en sí misma replegando su servicio humilde a la humanidad.  

Desear con el alma andar por este sendero sostenido y seguro para luego ceder a la evidencia de sus abismos, sus oscuridades y (lo que es peor), la intrascendencia de sus metas, lastima el alma produciendo un dolor moral difícil de describir.
Y como respuesta a ese dolor se abrieron  ante mí tres alternativas diversas: o encogía los hombros y continuaba caminando como si tal, minimizando las inconsistencias, o cedía a la increencia (posición perfectamente justificada desde mi razón), o continuaba mi búsqueda, navegando en los intempestivos mares de las realidades humanas, tan comunes y cotidianas, que parecen impermeables a la experiencia trascendente.

¿Qué puede hablarme de Dios (¡de Dios! sin reducir la vivencia al campo moral) el alocado ritmo de obligaciones laborales y familiares, la lucha por conseguir y mantener un puesto de trabajo, los desafíos para vivir la sexualidad de modo satisfactorio, las incesantes demandas económicas y culturales para hacerse sentir presente en medio de la sociedad, el esfuerzo por educar los hijos, hacer vida en común con la pareja, el continuo fluir de problemas que trastornan nuestros vivires diarios…? Tiene más sentido la pretensión de escuchar a Dios en el silencio de la oración, de las prácticas devotas, de acciones solidarias puntuales, en la pertenencia a comunidades religiosas que nos ayuden a ordenar e interpretar la vida…  Y sin embargo, sin menoscabar el valor que tales prácticas tienen, me resultaron contraproducente si no me ayudaron a ligarme a lo primero: a mi propia realidad existencial.

Sí, el devenir humano habla de Dios, y nada mejor que él lo hace. Ya no son tiempos –lo creo sinceramente- en que la “fuga mundis” sea condición necesaria a la mística; al contrario, y más aún si ésta quiere ofrecer sus servicios a la comunidad humana, debe necesariamente anclarse en la vida que vivimos todos, pues sólo así se hace significativa.

“Mística” es un término que saco del arpón de los recuerdos dotándolo de un sentido renovado que conviene precisar para evitar ciertos prejuicios. La palabra en sí significa “misterio” y hace alusión a la experiencia de Dios, es decir, al encuentro de las personas con el Misterio de Dios. Y es aquí donde pueden surgir los reparos del término: yo no me refiero en modo alguno a experiencias fuera de lo “normal” (visiones, apariciones, “milagros”, etc.), y muchos menos privativas de algunas pocas almas privilegiadas. Y fundamentalmente, esta mística de la que hablo está toda ella enraizada en la realidad, y produce como fruto la sanación de nuestras zonas enfermas y alienadas, y de tal forma es así que sólo en este efecto considero que la experiencia, que de suyo es interior, personal, subjetiva, de alto impacto psicológico, es realmente encuentro con la trascendencia y no una simple sugestión fabricada por la propia imaginación (que es el riesgo que se corre.

Los mares sobre los que navego se tornan muy sutiles cuando se trata de alcanzar el trazo Divino que reside en mi interior diferenciándolo de las sugestiones, de los recuerdos concientes e inconcientes, de las trabas psicológicas, de los tabúes personales, de mis propios esquemas mentales, todo lo cual se pone en juego cuando el encuentro místico sucede. Los esquemas mentales son permanentemente removidos y es por ese motivo principal por lo que creo en la existencia de un Dios como realidad en sí misma, aunque no lo veo con mis ojos físicos.

Siendo la percepción psicológica algo totalmente subjetivo ¿cómo sé que lo que yo llamo “encuentro con Dios” no es una divagación de mi mente delirante? Porque si así lo fuera, el delirio reforzaría mis esquemas de pensamiento, mis conceptos, mis propios idearios, mis representaciones entre concientes e inconcientes… Pues precisamente el delirio surge de allí, de mí misma en definitiva. Pero si la experiencia te obliga de algún modo a superarte, te abre los horizontes mentales, agrega claridad a tus propios pensamientos, haciéndote desterrar concepciones que resultan obsoletas… es decir, si hay movimiento hacia un conocimiento progresivo, es porque hay alteridad en la experiencia, es porque algo de fuera te está conduciendo hacia el progreso, hacia el crecimiento… hacia la libertad en un sentido tan pleno que es difícil de describirlo.

Navegar por los mares, sin parámetros y con escasos puntos de referencia, hace imprescindible poseer una buena brújula para señalar el rumbo. Mi brújula es precisamente el discernimiento en la vida concreta. De más está aclarar que muchas veces fui víctima de sugestiones, que me orienté hacia rumbos errados, que equivoqué el norte. ¿Cómo diferencio lo auténtico de lo falso? Por el efecto estable (no siempre el inmediato) advertido en dos planos: en el interior (lo auténtico, aunque no siempre nos da la respuesta que queríamos, produce una llamativa sensación de liberación, esperanza, fuerzas, entusiasmo, alegría; en cambio, lo falso produce malestar, desaliento, pesimismo o una euforia histérica); y en el exterior, donde los acontecimientos adquieren más coherencia y sentido, se nota la mejora en todos los planos de la existencia, encontramos modos de abrirnos caminos y de enfrentar nuestros problemas.

 Es un proceso sanador integral… por eso nada más lejos de un místico auténtico, la imagen de una persona alienada de la realidad, que vive en “otro mundo”, de cuya “sabiduría” no nos podemos beneficiar porque no entendemos lo que nos dice, o no nos resultan representativas sus expresiones. El místico es alguien de carne y hueso que vive la vida de todo el mundo, y navegando en la vida de todo el mundo alcanza sabiduría para vivir mejor.

Con esto no quiero decir desde ningún punto de vista que la religión no juegue aquí ningún papel relevante: hay quienes se sienten verdaderamente contenidas e incentivadas a la espiritualidad de un modo auténtico y liberador.
Quizás para esas personas sea de difícil comprensión la vivencia de quienes resultaron lastimados por las incoherencias “religiosas”, y lleguen a juzgar con facilidad su moral sacando conclusiones que marcan aún más las heridas.

Para ir finalizando quisiera expresar lo que según mi parecer necesitamos hoy encontrar en la formación religiosa (y ahora sí me voy a referir a la Iglesia en concreto): un espacio curativo de las deshumanizaciones culturales a las que estamos expuestos, una propuesta a la búsqueda de respuestas existenciales significativas, habilidades de discernimiento para aprender a ver lo bueno y lo valioso en su contexto y saber definirse por ello, actitudes inclusivas, comprensivas y solidarias con todas las realidades humanas. Y actitudes, no sólo discursos, porque los discursos son maravillosos, impecables: el desafío es más profundo (y menos lineal, por ende), es discernir las estructuras, los modos, la presentación social,  las acciones y –fundamentalmente- la transparencia de los agentes, para acercar la realidad al discurso.
Lo viejo, lo caduco, lo que ya no sirve, estorba.

La sed de espiritualidad de estos tiempos es tremendamente honda. Y navegar es difícil, sobre todo en soledad; yo lo soy, sin más remedio, pero desearía que muchos pudieran sentir en sí mismos la libertad y plenitud de la verdadera experiencia de Dios sin sufrir tantos desconsuelos ni afrontar los innumerables riesgos de desviar el rumbo.

Notas:
1-      En la Novela “La Isla Blanca” describo de un modo metafórico mi proceso personal de  desencanto con el mundo religioso y la necesidad de romper sus esquemas (que desde luego los tenía absolutamente internalizados) para acceder  a la experiencia de lo Trascendente. De igual modo en el desdoblamiento de personajes (Mabel-Andrea) se refleja mi duelo interior por la espontaneidad y legitimidad de la experiencia (Andrea), y el implacable juicio de mi razón que la pone a prueba, la analiza con desconfianza, fluctúa entre darle espacio o no, para finalmente incorporarla armónicamente en lo global de mi persona.

3-      Por último quisiera expresar mi profundo dolor de observar todo el bien que la Iglesia pierde de hacer a las personas ligadas a sus empresas (destinadas a la caridad, a la educación en todos sus niveles, a la salud, a la promoción social) por su excesiva institucionalización y la falta de significatividad en sus propuestas pastorales. Desde luego que reconozco todo el esfuerzo humano puesto en ello, todo el capital invertido, y las buenas intenciones de sus agentes; valoro, incluso, los resultados de tales empresas: se cubren necesidades, se educa numerosos niños y jóvenes en exquisita calidad, ser asisten enfermos sin recursos… y la lista sería interminable. Pero (quiero enfatizar este vocablo)… pero… es mucho más lo que podría hacerse… sobre todo si se pretende cubrir las necesidades espirituales del ser humano, que las tiene, y muchas. Para mí lo que impide que ese servicio llegue hasta las raíces del ser humano es que la Iglesia confía demasiado en la eficacia de sus empresas como tales, y de algún modo las sacraliza, las convierte en un fin en sí misma y supone que si perdura en el tiempo, y es eficiente en su función social, cumple con su misión trascendente.  Y en realidad lo único imprescindible para la evangelización es el agente mismo, su cualidad personal, su propio liderazgo espiritual. Sólo puede transmitir la Buena Noticia si la vive y si se comunica realmente con las personas que pretende servir. Es decir, más importante que la empresa, es la persona, las personas, la comunidad… No basta con que sean buenos profesionales, deben ser buenos líderes (y con ello no me refiero a ninguna capacidad especial, basta con la convicción personal y el amor concreto) y, desde luego, con una forma de actuar coherente con el mensaje profesado. Me duele (y aunque es una expresión ya redundante la vuelvo repetir) constatar actitudes y decisiones de los agentes a cargo de las diversas empresas eclesiales contrarias al evangelio, aún más, contrarias a las propias enseñanzas de la iglesia en su doctrina social, como si el sólo hecho de ser “para la Iglesia” justificara (o al menos relativizara) las injusticias cometidas. Injusticias hay en todos lados, sólo que dados del lado de la Iglesia con su función de trasmitir las enseñanzas de Jesús –que llama felices a los que tiene hambre y sed de justicia- este hecho la hace pactar con el enemigo, la hace principio de su propia destrucción… este escándalo lo debería cuidar mucho más de lo que lo hace…
Deseo que en un futuro no muy lejano lo más visible de la Iglesia no sean sus estructuras sino la fraternidad de sus miembros. Entonces no será necesario enseñar tanto sobre lo que es la Iglesia. Ella, en silencio, simplemente estaría allí, donde dos o más se reúnan en el nombre de Jesús.





No hay comentarios:

Publicar un comentario