jueves, 2 de abril de 2015

Creo en el Amor II


… La vida se comporta con uno como uno es con ella misma. Si eres mezquino, la vida, tarde o temprano, te la da mezquinamente. Si eres generoso, la vida te da generosamente.
La vida... ¿qué es la vida? La vida es respirar, caminar, comer, pensar... Tú te refieres a ella como si tuviera entidad propia, como si fuera Dios.
Es que es así. ¡Tiene entidad! Arriésgate a la fe, y vas a percibir todas las confirmaciones del caso. Por mi parte, te puedo asegurar que, aunque no cobro, gano mucho. Todo lo que necesito para vivir: amor, amigos, vida, energía... ¿Sabes cuál es la forma para obtenerlo todo? Entregándolo todo. No adueñarse. La ley de la vida es así: recoges hoy lo que hoy necesitas, mañana es otro día. Hoy Dios te ha dado algo, dáselo en la noche: a la mañana lo vas a encontrar enriquecido. Todo nuestro ser es un río que fluye y corre hacia el mar. Construir diques que recojan el agua para asegurarnos que la tendremos siempre, es condenarla a estancarse y pudrirse. Hay que dar gratuitamente lo que gratuitamente hemos recibido: entonces tendremos siempre.

            Este fragmento pertenece a la obra “La Isla Blanca”, y describe parte de un diálogo entre la protagonista (Mabel) con Abel, un médico sanador. La  primera versión la escribí aproximadamente once o doce años atrás, cuando apenas arribaba algunos años por encima de la línea de los treinta. Siempre me consideré idealista, aunque trato de no ser ingenua, de bellas frases fáciles de recordar e imposibles de vivir.

            Muchas vivencias corrieron bajo el puente de mis certezas, y las más de ellas seduciendo al espíritu de desilusión: el amor (en este caso me refiero a esa buena predisposición a recibir, atender y ayudar al otro, por el sólo hecho de reconocer su dignidad de persona), no parece ser una moneda corriente, mucho menos cuando entramos a jugarnos en el competitivo mundo laboral. Muchas veces uno da con sinceridad y lo toman de tonto; y si nos descuidamos, nos hacemos blanco de “parásitos” que sin el mínimo de reparo nos utilizarán en beneficio propio… Entonces ¿valdrá la pena esforzarse por superar los propios egoísmos para orientar nuestras voluntades a la generosidad?

            De mil modos he comprobado que el mezquino recibe mezquinamente… Pero ¿el generoso recibe generosamente?...

            A pesar de los sinsabores y las desilusiones, creo que sí: quien da con generosidad recibe con generosidad, aunque no siempre del mismo lado (o de las mismas personas) de las que esperamos.

            Renuevo mi fe en el amor. Pero en un amor lúcido, inteligente y visionario. Es amor también no permitir a nadie ser parásito nuestro, utilizar nuestros recursos para evitar que el otro atropelle nuestros derechos… El amor no es someterse, porque dominar –como ser dominado- no es bueno para nadie; no es bajar la cabeza, porque el otro necesita mi cabeza alta; no es pusilanimidad, porque las más de las veces necesitaremos entereza para saber decir las cosas y jugarse por la verdad. El amor es fuerza, no debilidad.

            El que cede más allá de su propia dignidad, no necesariamente ama. Si lo hace por debilidad, por evitar confrontaciones, por anemia del carácter, todo lo que conseguirá es henchirse de resentimientos. El resentido no ama.

            El verdadero amor es voluntad de dar, pero nunca resignando la propia dignidad. El amor al otro incluye el amor a sí mismo.

            En la edad en la que según el refrán ya me tendría que convertir en bombero, sigo siendo incendiario, aún sabiendo que la materia prima  (es decir la realidad circundante) es muy resistente a arder. No obstante, será difícil, pero no decididamente imposible. Y seguramente lo conseguido, sea cuánto sea, valdrá la pena.


           

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