─… La vida se
comporta con uno como uno es con ella misma. Si eres mezquino, la vida, tarde o
temprano, te la da mezquinamente. Si eres generoso, la vida te da
generosamente.
─La vida...
¿qué es la vida? La vida es respirar, caminar, comer, pensar... Tú te refieres
a ella como si tuviera entidad propia, como si fuera Dios.
─Es que es así. ¡Tiene
entidad! Arriésgate
a la fe, y vas a percibir todas las confirmaciones del caso. Por mi parte, te
puedo asegurar que, aunque no cobro, gano mucho. Todo lo que necesito para
vivir: amor, amigos, vida, energía... ¿Sabes cuál es la forma para obtenerlo
todo? Entregándolo todo. No adueñarse. La ley de la vida es así: recoges hoy lo
que hoy necesitas, mañana es otro día. Hoy Dios te ha dado algo, dáselo en la
noche: a la mañana lo vas a encontrar enriquecido. Todo nuestro ser es un río
que fluye y corre hacia el mar. Construir diques que recojan el agua para
asegurarnos que la tendremos siempre, es condenarla a estancarse y pudrirse.
Hay que dar gratuitamente lo que gratuitamente hemos recibido: entonces
tendremos siempre.
Este
fragmento pertenece a la obra “La Isla Blanca”, y describe parte de un diálogo
entre la protagonista (Mabel) con Abel, un médico sanador. La primera versión la escribí aproximadamente
once o doce años atrás, cuando apenas arribaba algunos años por encima de la
línea de los treinta. Siempre me consideré idealista, aunque trato de no ser
ingenua, de bellas frases fáciles de recordar e imposibles de vivir.
Muchas
vivencias corrieron bajo el puente de mis certezas, y las más de ellas
seduciendo al espíritu de desilusión: el amor (en este caso me refiero a esa
buena predisposición a recibir, atender y ayudar al otro, por el sólo hecho de
reconocer su dignidad de persona), no parece ser una moneda corriente, mucho
menos cuando entramos a jugarnos en el competitivo mundo laboral. Muchas veces
uno da con sinceridad y lo toman de tonto; y si nos descuidamos, nos hacemos
blanco de “parásitos” que sin el mínimo de reparo nos utilizarán en beneficio
propio… Entonces ¿valdrá la pena esforzarse por superar los propios egoísmos
para orientar nuestras voluntades a la generosidad?
De
mil modos he comprobado que el mezquino recibe mezquinamente… Pero ¿el generoso
recibe generosamente?...
A
pesar de los sinsabores y las desilusiones, creo que sí: quien da con
generosidad recibe con generosidad, aunque no siempre del mismo lado (o de las
mismas personas) de las que esperamos.
Renuevo
mi fe en el amor. Pero en un amor lúcido, inteligente y visionario. Es amor
también no permitir a nadie ser parásito nuestro, utilizar nuestros recursos
para evitar que el otro atropelle nuestros derechos… El amor no es someterse,
porque dominar –como ser dominado- no es bueno para nadie; no es bajar la
cabeza, porque el otro necesita mi cabeza alta; no es pusilanimidad, porque las
más de las veces necesitaremos entereza para saber decir las cosas y jugarse
por la verdad. El amor es fuerza, no debilidad.
El
que cede más allá de su propia dignidad, no necesariamente ama. Si lo hace por
debilidad, por evitar confrontaciones, por anemia del carácter, todo lo que
conseguirá es henchirse de resentimientos. El resentido no ama.
El
verdadero amor es voluntad de dar, pero nunca resignando la propia dignidad. El
amor al otro incluye el amor a sí mismo.
En
la edad en la que según el refrán ya me tendría que convertir en bombero, sigo
siendo incendiario, aún sabiendo que la materia prima (es decir la realidad circundante) es muy
resistente a arder. No obstante, será difícil, pero no decididamente imposible.
Y seguramente lo conseguido, sea cuánto sea, valdrá la pena.
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