—Abrigados por la tecnología, la Naturaleza
nos parece un juguete (plastilina para modelar, un “recurso” para echar mano)
pero cuando, por el fortuito motivo que sea, la tecnología nos abandona, los
roles se invierten. La sentimos extraña,
preñada de amenazas, enemiga de algún modo—. le dije en tono reflexivo a
Franco.
Él caminaba a mi lado, escuchándome, como
siempre.
—Pero vos no le tenés miedo.
—Ciertamente, ese sentimiento general no es
precisamente el mío. Una de mis infinitas rarezas es amar el ambiente natural.
Acá me siento viva, a salvo de todo. Me siento verdaderamente libre.
El color verde de ese follaje espinoso y
difícil me retrotrajo a la niñez, cuando sentada bajo el naranjo en flor del
patio de mi casa escribía mis primeras poesías. Pasar las horas en medio de las
letras (las que yo leía en los libros, las que yo hilaba en relatos y poemas)
era mi mayor solaz.
—Desde entonces sé que soy rara —le dije a
Franco.
No había necesidad de explicar a mi compañero
de vida lo que mi mente iba cavilando, porque él tenía la habilidad de leer mi
pensamiento como si lo tuviera escrito en mi frente.
—¿Qué es ser raro y qué es ser “normal”?
—Normal es que te guste lo mismo que a todo el
mundo, que pienses como todos, que reacciones a los mismos estímulos del mismo
modo. Que te interese la moda, que consumas lo que todo el mundo consume y
disfrutes de lo mismo… Ser distinta es ser “rara”. Hablás y nadie te entiende;
escuchás lo que otros hablan e indefectiblemente ves las cosas de otro modo.
Tenés otros gustos, otros intereses. En conclusión, tenés que callarte, aportar
comentarios vacuos, hablar lo menos posible sobre tu realidad… y abrigarte en
una salvadora soledad, donde podés ser realmente auténtica.
Franco siguió caminando a mi lado, pensativo.
—Hemos sido tocados por alguna “varita
mágica”, y así recibimos nuestra condena de “ser diferentes”. Sin ir más lejos,
en este caso: mientras los otros cuatro refunfuñan su mala suerte vos estás
acá, disfrutando la aventura…
—¡Pero claro! No es para tanto la cosa. No nos
hemos desbarrancado en medio del Amazonas o en la cima de una cordillera.
Estamos a pocos kilómetros de la ruta principal. Aún suponiendo que no logremos
comunicarnos con la base, y que nadie pase por esta zona, si caminamos por
donde vinimos nos vamos a encontrar con la ruta… De alguna forma saldremos de
acá, eso no me cabe dudas. Tenemos agua y algunos alimentos que hemos comprado
antes de tomar el atajo. Sólo es cuestión de paciencia y de desdramatizar la situación.
Esto para mí es una aventura. ¡Y me encanta!
Él sonrió complacido.
—Por eso es que no queremos formar una familia
“normal”, queremos ir y venir, estar hoy acá y mañana allá. Como el viento que
recorre todos los rincones del mundo. Porque no es sólo viajar, es estar
temporalmente, ser temporalmente, de algún modo. Es lo que te hace vibrar, lo
que te libera de dar la vuelta a la ruedita de la vida como si fueras un
hámster, siempre ocupado, siempre apurado, siempre cansado, pero sin ir a
ningún lado, permaneciendo en la misma celda toda su vida.
¿Lo dijo él o yo? La verdad es que poco
importa.
—Por eso elegí esta profesión, a más del
regocijo que me aporta diseñar cosas que todavía no existen, calcular todos los
detalles, verlos hacerse realidad en los avances de obra, trabajar en esto me
da esas posibilidades de estar un tiempo en cada lado…
—Al parecer lo tenés todo…
—¡Claro que sí! He podido construirme una
especie de “cuerpo social”, un personaje, un avatar… que se logra relacionar
con el mundo, lo que me posibilita trabajar en lo que me gusta, y sobrevivir en
medio de la cultura que me tocó vivir. Y por lo demás, te tengo a vos, que me
hacés disfrutar de mi soledad…
—Yo. Una pareja ideal, soñada, que te entiende
en todo, que nunca te va a abandonar ni fallar, que soy ampliamente
satisfactorio porque respondo a todas tus ilusiones y necesidades… Yo. Que no
dejo en vos ningún espacio vacío, y estoy siempre que me busqués. Yo… cuyo
único “defecto”, si se permite la palabra, es que radico exclusivamente en tu imaginación. Soy
tu pareja imaginaria.
—¿Y qué hay de malo en ello? No estoy loca,
puedo distinguir entre los planos de la realidad y el de mi realidad interior,
y manejar a conveniencia ambos planos. Ahora me toca concentrarme en saber si
tengo señal: si la hay, llamar… Y si no la hay,
seguir caminando un poco más, con vos a mi lado. ¿Qué hay de malo en
este recurso?
—Nada… salvo que seguís sintiéndote sola…
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