jueves, 20 de agosto de 2015

Faviana. La Prostituta III

III. Bajo el control de Tigre



Cuando Faviana tornó a sí, percibió a su cuerpo como un lejano manojo de huesos, piel y músculos triturados. Las vaciadas venas de su brazo estaban conectadas a un canuto traslúcido por donde circulaba sangre extra, almacenada en un saché que pendía de un caño vertical. Con dificultad, porque su yo permanecía a una distancia considerable de su soma, observó el lúgubre techo de cinc que pertenecía a su rancho.
—Jenny —musitó.
—Quédate tranquila, yo me estoy encargando de ella —le contestaron.
Intentó girar la cabeza donde la voz, y miles de estrellas de pirotecnia le estallaron dentro de ella impidiéndole culminar el movimiento. En lugar de eso, agudizó el oído, y supo entonces que la voz pertenecía a Rosa, su comadre.
Efectivamente, la robusta vecina estaba allí.
—¿Y Jenny? —repitió casi exánime.
—En estos momentos está en el colegio. Dentro de dos horas la voy a buscar y te la traigo para que la veas. Hasta que te recuperes, es mejor que la tenga en mi casa.
—Sí, eso es lo mejor. Pero todavía no me la traigas, se va a impresionar la pobre...
—Bueno. Pero quédate callada la boca, no hables mucho y ahorra fuerzas. Todo va a andar bien. Todo está bajo control.
“Bajo el control de Tigre”, pensó la convaleciente.
Rosa era una regordeta mujer de unos cuarenta años, mas su piel rugosa y escamada la hacía representar alrededor de sesenta. El moreno de su semblante tiraba más al té con leche que al café, y sus ojos oscuros y oblicuos dibujaban una mirada bonachona. De baja talla, su figura parecía más circular que cilíndrica.
Vivía sola, en el rancho contiguo al de Faviana, aunque un poco más precario que el de ésta. Considerando el entorno cuya calle de tierra separaba dos hileras de viviendas disímiles irregularmente ubicadas (algunas de material, otras de chapa), las residencias de Faviana y de Rosa se las podían considerar unos palacios de millonarios.
En ambos casos se trataba de construcciones de ladrillos (Faviana tenía incluso el frente pintado) con contrapiso de material, revoque y techo de cinc; luz y teléfono; ambientes diferenciados en cocina, pieza y comedor, baño dentro de la casa con sanitarios; camas con colchones, sábanas y frazadas: todo un lujo en la villa.
Económicamente Faviana podría haberse mudado de ese lugar, pero allí estaba su hábitat natural. En ese círculo ser puta era un verdadero oficio, tanto como albañil, changarín, cartonero, mucama, mendigo, ratero... En su profesión, ejercida desde los diez años, había escalado hasta una cierta jerarquía: de ser prostituta de la calle, cotizada a cinco pesos la hora, pasó, y gracias al patrocinio de Tigre, a trabajar en un ambiente protegido, con “cobertura médica” y todo, en el interior de un prostíbulo. La nueva clientela, clase media alta, la obligó a refinarse un poco, aprender nuevos modales y un nivel diferente de relación con el cliente. Eso sí, en la cama, todos eran para ella igualmente cerdos. Con o sin refinamiento, de cinco a cincuenta y hasta cien pesos, con hedor a grasa y traspiración o perfume francés, con ropa sudada o de impecable traje ejecutivo; desnudos eran lo mismo.
De permitirse sentir, así percibiría su cuerpo, es decir, como algo asqueroso. Pero no sentía, y eso era la mejor.
Ni siquiera hubiera pensado en cambiar nada a no ser por la presencia de la pequeña Jenny en su vida. La niña no era hija propia en realidad, sino que la llevaba criando desde que Florencia, una amiga suya, madre biológica de Jenny, falleciera de septicemia cuando la menor apenas rozaba el año.
Criarla y ofrecerle un futuro mejor al suyo era su inconsciente modo de redimir la propia historia. Para sí ni siquiera se arrojaba el lujo de soñar nada distinto, pero a Jenny la quería preservar de aquel mundo plagado de sombras y miseria. Así fue que a través de Rosa logró colocarla en el Colegio San Jorge, dándose un trabajo y una dirección falsas, de tal modo de evitar que descubrieran a la niña como una intrusa perteneciente al ámbito opuesto al de sus compañeras. Rosa la llevaba y traía, la tenía en su casa hasta que Faviana pareciera una honrada madre de familia.
Tigre aún no había tomado conciencia de la existencia de la pequeña, y Faviana, deshacía las horas de su contradictorio sueño pensando en el modo de sacarla de allí. Unos años más y su hija adoptiva se daría cuenta de la verdad; y aún peor, Tigre se agazaparía sobre la tierna carne juvenil, y una vez invadida por Tigre, el destino de Jenny estaría ya marcado.
“De Tigre nadie escapa”...
…“Bajo el control de Tigre”.
Este pensamiento le quedó flotando en su grisáceo techo. Todo en su conciencia se convirtió en trazos de visiones, reales o no, punzadas agudas en el cuerpo, rostro y voces... Ráfagas alucinógenas en medio de la densa nada de la inconsciencia.



No hay comentarios:

Publicar un comentario