“Abre
tus alas y conquista tus sueños”… suele ser una frase común que en la docencia
utilizamos para despedir año a año la entusiasta camada de egresados… Es una
catalítica idea, una condensación de energía y buenos augurios que expresan una
meta simple a la vez que profunda.
Si
consideramos a la felicidad como un estadio de alto impacto psicológico de
satisfacción consigo mismo –en un contexto de bienestar general- la conquista
de los propios sueños se reviste de una importancia capital.
Parece
un buen programa de vida: eficaz y sencillo.
Cuando sobreviene esas etapas
existenciales en las que uno se siente peleado con la propia vida, tendemos a
echar una mirada sobre aquellos jirones de
metas, ilusiones y proyectos que la realidad se encargó de destripar…
¿Es que no hemos sido lo suficientemente fuertes como para lograrlo?, ¿o
tuvimos la mala suerte que la vida nos trasportara a través de circunstancias
no previstas hacia irremediables lares no elegidos?; ¿es que no contábamos con
las piedras y escollos sembrados en nuestros senderos?, ¿o no tuvimos valor
para rearmarlos luego de los contratiempos?; ¿faltó perseverancia, buena
suerte, personas que nos apoyaran… o sobró contrariedades, inconvenientes,
malos augurios, situaciones traumáticas, bloqueos, amenazas, influencias
negativas…?
El
plan es sencillo… pero al parecer, no tan fácil de llevar a cabo.
Vamos por parte: “abre tus
alas”… metáfora de poder, de libertad, de superación… sin embargo la mayoría de
los seres humanos nacemos con las alas pegadas al cuerpo, cuando no seriamente
lesionadas o inutilizadas por una infinidad
de motivos personales… Por momentos creo que la vida consiste (simplemente) en
una especie de escuela para arreglarnos las alas… e ir volando así… como se
pueda. Si esto fuera verdad nos convendría disfrutar de cada paso, cada
curación, cada liberación, aunque todavía la meta amenace ser lejana.
Si él/ella pudo ¿por qué yo no? Hay personas
que se sienten emulada por los logros de otras, mas no necesariamente esta
fórmula funcione con todos. A muchos puede llegar a deprimirnos, y cuando no
recargar de resentimiento –envidia si nos atrevemos al término-, ver en los
escenarios a los exitosos que exhiben sus méritos, mientras nos sentimos
atornillados en nuestros banquillos, sin saber con exactitud qué cuernos nos
tiene detenidos, rumiando fracasos detrás de tantos y tantos intentos fallidos.
Es que no todos somos iguales. Muchos han
conseguido estudiar y trabajar, ascender en sus empleos, fundar empresas
prósperas, superar trabas personales, mejorar su imagen, curar enfermedades,
salir adelante a pesar de las adversidades… Pero yo soy yo: único. De ningún
modo creo que alguien tenga que resignarse a la medianía, sólo es necesario conocerse
lo suficiente como para comprender nuestras áreas débiles y ayudarnos de las
fuertes, y no exigirnos volar cuando apenas estamos empezando a gatear. Lo
importante no es lograrlo con rapidez, sino simplemente lograrlo, cuando sea
nuestro tiempo.
Y ser optimista con uno mismo: alentarnos
desde el amor a sí mismo y no desde la culpa y el autocastigo. Siempre en positivo.
“Y conquista tus sueños…” Ahora bien ¿es tan
sencillo dilucidar cuáles son los propios sueños? Es que con nosotros y “por
nosotros” sueñan muchos actores: nuestros padres, nuestros amigos, nuestra
cultura, nuestra religión, nuestros círculos, nuestros familiares; y todos
ellos sutilmente, y las más de las veces abiertamente, proyectaron sus deseos sobre nosotros; y se nos
convierten en imperativos incuestionables, nos condicionan y hasta determinan.
Ser un prestigioso médico ¿es mi sueño o el de mis padres? Si la transferencia
ha sido intensa e inconciente lo más probable es que no resulte sencillo
diferenciar.
"Quiero un mejor nivel de vida" ¿Porque lo necesito o porque así me
lo impone mi círculo social como condición de pertenencia? "Deseo ascender en mi
puesto de trabajo" ¿siento que mis capacidades y desarrollo personal me lo
solicitan o me lo impongo para que otros me valoren más?
Sucede que si los sueños no son absolutamente
propios (que pueden coincidir o no con los imperativos), no disfrutamos su
alcance, nos dejan insatisfechos a pesar de la meta conquistada. O bien nos
falta una real motivación que nos impulse a avanzar hacia su consecución.
Fallar, en tal caso, no es señal de debilidad o fracaso, es señal de error;
error de camino.
También conviene clarificar sobre el ideal de
persona que nos imponemos concretar, pues en su construcción intervienen
factores e influencias tan decisivas como remotas, y no todo se ajusta a lo que
somos… o entran en misteriosa desarmonía con nuestros valores. Como modo de citar un ejemplo: yo siempre he
admirado a las mujeres plenamente activas, capaces de realizar infinidad de
tareas (bien) a lo largo de una jornada rutinaria. Que el trabajo, que la casa,
que los hijos, que el estudio, y las reuniones sociales… Siempre bellas,
siempre activas, siempre productivas… Las sigo admirando con todo mi corazón,
pero mi auténtica liberación sobrevino cuando tomé conciencia que ese ideal de
mujer no empalma ni con mis capacidades, ni con mi historia, y ni siquiera con
mi aspiración a disfrutar la vida sin prisa, a cada momento. Imponerme una
lista de tareas a realizar para potenciar los minutos que tiene esa hora que en
el conjunto de veinticuatro conforma un día, me pone de pésimo humor, me enoja
con todo lo que no me sigue el ritmo y me impide disfrutar lo que se da en el
momento, cotidianamente. Cuestionar y remover este ideal ha significado una
verdadera superación, que incluso me permite conseguir hacer más que antes, sin
tanto descalabro. Con calma…
Por muchas cosas nos afanamos… pero no todas
nos importan realmente.
“Abrir las alas y conquistar nuestros sueños”
sigue siendo una fórmula simple y eficaz, mas en nada sencilla. Para que realmente
surta su efecto en nosotros es esencial cultivar el difícil y grato arte de
escucharse a sí mismo.
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