viernes, 28 de agosto de 2015

Faviana. La prostituta VIII

VIII. Buscando verdad



El recuerdo de aquel encuentro era tan vívido como el brillo del césped sazonado en rocío matinal. No obstante, por más esfuerzo que hiciera su pobre mente, no podía reproducir en su conciencia el momento en que él se fue de su lado y ella se encontró, a la mañana siguiente, levantándose de su lecho. ¡En su propia casa!
Volvió a temer la locura, y ahora había algo que le agravaba aún más esa sensación.
Su imaginación reproducía una y otra vez la inmaterial imagen de ese rostro sereno mirándole, como nadie, a los ojos. ¡Y ni siquiera sabía si era real!
Y no sólo reproducía la imagen, sino que, incluso, era incapaz de dejar de reproducirla.
Por si esto fuera poco, a la representación interior de aquel único hombre que no se había sacado los pantalones frente a ella, se le sumaba una efervescente sensación que deambulaba entre el corazón, la tráquea y la boca del estómago.
Y no sólo sentía la efervescencia, sino que encima lo disfrutaba.
Para colmo de males, esta sensación no venía sola, sino que traía aparejado el deseo de cantar, de sonreír, de ¡respirar!...
Y no únicamente experimentaba el deseo de cantar, sino que se escuchó haciéndolo efectivo.
¿Y todo culpa de quién? De ese bendito ser cuya existencia, tan densa como la de un fantasma, le había devuelto la capacidad de soñar con algo mejor.
Sí, claro, aquí radicaba la libertad de su elección: entre ser una “realista” amargada o una soñadora feliz. ¿De qué sirve la realidad si no hace feliz? Y por otro lado, ¿de qué sirven los sueños si no se encarnan en la realidad? O ¿de qué sirve la felicidad si no es real? ¿No es posible una combinación de ambas, de tal suerte que la felicidad sea real y la realidad haga feliz? ¿No se podría hacer, con alguna especie de arte mágico, que la amargura sea lo irreal, y que solo la irrealidad engendre amargura?
Y por último ¿cómo definir el límite entre lo real y lo irreal?
Su sentido común (el menos común de los sentidos) le dictaba la imperiosa necesidad de corroborar la existencia física de ese sujeto que se había presentado como “el cura Miguel”.
Se vistió sin prisa, eligiendo lo más discreto que encontrara en su viejo aparador: unos jeans azul envejecido y una remera suelta blanca con dibujo de flor naranja.
Pasó a tomar unos mates con su querida vecina, y aprovechó la ocasión para informarse sobre la dirección de la parroquia donde estaría el hipotético padre Miguel. Jenny estaba en el colegio.
Con paso despreocupado, casi flotando, se dirigió a destino. Las manos le sudaban, y la lengua se le secaba a cada rato. ¿Qué le sucedería si corroborase que ese sujeto no existía?
Llegó al lugar, temiendo que los minutos duraran siglos. Al anunciarse a la secretaria, notó, que ésta a su vez “la había notado” a ella.
Preguntó como si tuviera certeza por el padre Miguel. Con sorpresa comprobó que un cura de ese nombre existía realmente en la parroquia.
—El Padre Miguel va a demorar —le dijo quedamente la secretaria—, ¿él la espera?
—Sí.
Faviana era el tipo de mujer audaz que no pierde oportunidad fácilmente.
—Ya lo llamo por el interno —tomó el tubo y preguntó como al pasar—: quizás si me dice el motivo por el que lo busca, el padre recuerde quién es usted.
—Quiero que bendiga mi casa.
—Eso es difícil —comentó mientras esperaba que la atiendan del otro lado del tubo—, es muy ocupa... ¿Padre Miguel? Lo busca una “señora” de nombre Faviana...
—Tal vez no me recuerde... —se apresuró a aclarar ella.
—Bueno... ya le digo —y colgó—. Sí, la estaba esperando. Dice que tome asiento y dentro de unos minutos estará con usted.
Extrañada, y temiendo que el asunto llegue más lejos de lo que pensaba, Faviana se sentó al lado de un par de veteranas entregadas al vicio más viejo de la tierra: el chisme.
—Será cosa de hablar con el Obispo —sintió que una le decía a la otra.
Sus ademanes reproducían la actitud típica del chisme: una torcedura ligera de labios, el hilo de los ojos que fluctúan en línea de izquierda a derecha, la sarcástica sonrisa livianamente disimulada. ¡Ah! ¡Qué morboso placer el de ese hablar mal de alguien! Las almas se fusionan con altísima dificultad por amor, pero el chisme es capaz de cohesionar en segundos un grupo humano diverso, y hasta antagónico, con tal de que acuerden el nombre y domicilio de la víctima.
—Si ya se lo ve —replicaba la otra—. La fulanita, que antes no aparecía ni por equivocación en la Iglesia, ahora no se pierde misa con el padre Miguel.
—¡Es una vergüenza! Si se dice que el hijo que espera “la Cristina” es de él.
—Seguro. Ya cuando nazca vamos a ver a quién se parece. Si al pobre marido de ella o al cura.
—Se comenta... pero esto no sé si será así…, se comenta que las otras noches fue para un prostíbulo...
—...Se comenta... Si se comenta por algo es. Cuando el río suena, es porque agua trae.
El corazón de Faviana se desgajó en cuartos. Si él realmente había ido a “su” prostíbulo, el cura había sido absolutamente inocente, pues con ella no hizo otra cosa sino hablar. Temió que su presencia allí aumente la mala fama del pobre ministro, y se levantó como para huir de aquel sitio.
Las comadres se conmovieron, interrumpiendo abruptamente su conversación, y no frente a la parada de la prostituta sino ante la presencia del propio cura que se hizo en el lugar.
—Padre —se adelantó una de las señoras, con una sonrisa pintada en los labios—, necesitamos que nos atienda unos minutos por el asunto de la comisión.
Faviana no siguió al detalle la conversación del trío. Se detuvo más bien en observar al enigma. El rostro era efectivamente como el que ella había visto anteriormente. La voz, igual, los ademanes, los movimientos de sus manos. La mirada…
Sintió un dejo de vergüenza al darse cuenta que lo observaba sin disimulo. Cuando él se dirigió, luego de despachar el asunto de las damas, a ella, bajó la vista.
—¿Cómo te va, Faviana? —la saludó con la cortesía entretejida en su firme voz, tanto que todo el mundo escuchó claramente.
La mujer notó la mirada hiriente tanto de la secretaria parroquial como de las dos chismosas. Sintió culpa y recuperó con fuerza su deseo de hacerse humo de allí.
—Bien. Gracias. Quería pedirle que bendiga mi casa, pero como me dijeron que usted es muy ocupado, me conformo con que me de agua bendita.
—Por mis ocupaciones, no te aflijas. Por mi fama mucho menos. Prefiero quedar mal ante los otros que ser infiel a mi tarea. Lo que tú quieres realmente es confesarte. Ven, te voy a atender.
—¿Confesarme?
Iba a preguntar qué sería eso, pero de pronto se vio conducida por un corredor interno a una pequeña salita de recibo, de cálido aspecto.
—Yo... no sé si esto es buena idea —balbuceó la prostituta.
—Esas dos mujeres me viven “pelando”. La secretaria también. Me adjudican amantes, hijos, lo que venga. Si uno anda por la vida tratando de que piensen bien de uno, se entrampa. Los auténticos seguidores de Cristo tenemos que saber renunciar al buen nombre cuando la caridad y la justicia estén en juego.
—Pero si piensan bien de usted ¿no tiene más autoridad para que la gente le crea?
—En absoluto. Si intento obrar para “que piensen bien”, voy a tener que decir lo que ellos quieren que diga. Dejo de ser libre. Además, querida Faviana, cada cual escucha lo que quiere y le concede autoridad a lo que le conviene. El que busca la verdad, sabe a quién escuchar y sabe a quién darle autoridad. El que quiere lisonja, también la obtiene. Este mundo da para todo.
—¿”Querida Faviana” ha dicho? ¿Usted me conoce?
—Por supuesto.
—Le parecerá rara la pregunta, pero ¿usted y yo nos vimos alguna vez?
—Dos, que recuerde. Y por lo visto este ambiente te amedrenta, pues siempre me has tuteado.
—Bueno... Sí... Pero... ¿por qué yo no recuerdo el momento en que usted se va? ¿Por qué todo ocurre como si fuera un sueño? ¿Por qué luego me despierto sin saber en qué momento me dormí?
—Digamos que yo entré a tu vida, o más precisamente, yo estoy siempre en tu vida, y en dos momentos precisos recién tuviste conciencia de mí. Y el encuentro fue interior, en el alma, por eso tú lo recuerdas como un sueño.
—¿Pero fue o no fue? No entiendo.
—Lo que tú quieres saber es si esas dos veces que nos comunicamos, ocurrió dentro o fuera de tu pensamiento.
—¿Cómo es eso?
—Dentro del pensamiento es el mundo subjetivo de la fantasía y la imaginación. Fuera del pensamiento, es lo que llaman realidad.
—Eso es. Quiero saber si realmente hemos hablado nosotros dos. Es que es confuso, ¿entiende? Creerá que estoy loca, y tal vez lo esté. Usted viene y habla como si todo lo supiera de mí. Sabe lo que pienso, sabe lo que siento. Me promete otra vida... pero después no sé cómo se concreta eso.
—¿Y por qué te parece tan importante saberlo? Yo existo, he hablado contigo, lo que te he dicho es la verdad, y lo que te prometo se puede hacer realidad. ¿Qué importa si hemos hablado dentro o fuera de tu pensamiento? El modo es lo de menos. Tigre, por ejemplo, existe fuera de tu pensamiento, sin embargo te domina por lo que tú piensas de él. Su dominio está en tu pensamiento. Y tu pensamiento lo hace real. Las fronteras entre una cosa y la otra no son del todo tajantes. La realidad determina los pensamientos, y a la vez ésta la realidad. Son como dos caras que se ensamblan, o más bien que deben ensamblarse. Se comunican de un modo misterioso. Descubrir ese modo es nuestra mejor arma para concretar nuestros sueños, liberarnos de nuestros dolores, hacernos señores de la creación. Hijos de Dios, adultos.
—Yo no creo eso. No puedo creerlo. Yo soy de ese tipo de personas para quienes la realidad le impone el destino de no poder soñar. Dejé de soñar, porque mis circunstancias me impidieron siempre concretar mis sueños. La distancia entre una y otra es infinita, imposible de sortear. Por lo tanto, para mí, realismo significa la aniquilación de mis deseos, de mis sueños. No hay forma de comunicar un mundo con el otro. Soñar es frustrarme.
—Y renunciar al sueño es condenarse a vivir perpetuamente frustrado. Es someterse a la tiranía de lo indeseable, a la tiranía de una vida que gira como una rueda sobre su eje. No va a ningún lado, no es creativa, no construye, sólo espera que el tiempo pase. Un día tras otro: igual, amorfo, una larvada muerte en vida, el sepulcro viviente de un alma condenada a la inmovilidad.
—¡Para qué desear lo imposible!
—¿Y quién sabe lo que es imposible?
—¡Hay que ser realistas!
—Nadie ve la realidad sino desde su propia óptica, y esa óptica condiciona su forma de afrontar la realidad, y ésta a su vez, implica la conformación de la propia realidad. Realidad y pensamiento se condicionan mutuamente, están necesariamente ligadas en diálogo, nada más que normalmente no atendemos a esa relación, y por lo tanto no sabemos aprovechar este potencial a nuestro favor. Si tú en tu mente vences el poder de Tigre, realmente lo vas a vencer. Si tú piensas que eres una mujer tan digna de estima como cualquiera, tarde o temprano las personas que te rodean te van a terminar tratando así. Si tú crees que tu cuerpo tiene un valor de reflejo divino, vas a poder amar y ser amada a través de él.
—Para mí eso es como volver a nacer. ¿Por dónde empiezo? ¿Qué hago primero? Es muy lindo el discurso, pero ¿realmente, qué pasos concretos puedo dar, más allá del cambio de mente? ¿Dónde me escondo para que Tigre no me encuentre? ¿A qué casa me cambio para que mis vecinos no me digan “la puta de la esquina”? ¿Dónde busco trabajo para ganarme el pan de otro modo? La necesidad, ¿no me va a empujar a lo mismo?
—Creo que ya hemos hablado de esto: nuestra principal arma es la fe. La fe es la llave que abre las fuerzas del universo a favor nuestro.
—Si eso fuera así, no habría tanto sufrimiento. Todos serían ricos y famosos.
—Claro, lo que pasa es que la fe no es ilusión ingenua. No es una simple seguridad en algún concepto, cualquiera sea. La fe auténtica, que no es sólo decir Dios existe, implica una captación, al menos intuitiva, de la verdad honda que sí existe fuera del pensamiento del hombre, e implica a su vez, una armonía con la Voluntad de Dios, que es siempre sabia y siempre benéfica para nosotros. Si la fe está dentro de esta integración, logrará todas las cosas. En ese caso, desear ser rico y famoso es no comprender la verdadera naturaleza del ser que apunta a otro poder.
—¿Y cómo se conoce esa “Voluntad de Dios”? ¿Acaso no es esa voluntad la que ha determinado que yo exista en la familia que existí y que mi padrastro me haya puesto en este tren de la prostitución? ¿No fue la que determinó que mi amiga muriera y Jenny quedara, sin otro remedio, en mis pobres manos?
—A Dios le suelen echar culpas que no tiene, y por otro lado, suelen no reconocerle sus verdaderos méritos. Viene un niño al mundo, y parece algo natural, creación de sus propios padres; se muere un joven o una persona en modo absurdo, y ya dicen: fue voluntad de Dios. La Voluntad de Dios está, por su propia determinación, “condicionada” por nuestra libertad. Dios no nos ha engañado cuando nos dejó el encargo de este mundo, y a pesar de nuestro desastre, él no se sustrae a su propia ley. Él quiso darte la existencia: toda vida viene de él. Pero, de hecho, no ha querido tu sufrimiento, eso lo armaron las circunstancias que resultan de un misterioso entretejido de voluntades o determinaciones de otros, llámese tu madre, tu padre, tu padrastro, el sistema, etc. Sin embargo, Él no te abandona al poder de estos determinantes, sino que su sabiduría es tan grande que puede, con tu colaboración, utilizar todo lo que te resultó males en tu bien.
—¡Eso habría que verlo! ¡Qué bien me puede venir de mi historia! ¡Es ridículo!
—Mira, la comprobación de que esto es así estará en tu propia vida. Acá muere el razonamiento y nace el misterio de cada biografía. Es lo que Dios enseña desde dentro de cada vida, y nadie de afuera te lo puede demostrar más que como testimonio de que esto es así. Aquí viene tu salto más audaz y comprometido con respecto a ti misma, aquí viene el abismo de la fe. Aquí yace la “jugada mortal” de nuestra existencia, y no porque Dios nos exija creer en Él a pesar de todo fundamento humano, sino porque simplemente nuestra cabeza no está lo suficientemente acondicionada para entender este suceso más que en la misma medida en que vaya sucediendo. El cambio te va a dar la impresión de ser un verdadero salto al vacío, una confianza total en tu propia fe. Esto es tan difícil de hacer que por eso mismo se prefiere la resignación a los males que el cambio de rumbo hacia lo mejor.
—Sí, claro que es difícil creerlo. Parece demasiado bueno, demasiado sencillo y a la vez, demasiado complicado. Muy distinto de lo que uno está acostumbrado a pensar.
—Es tu momento de decidir.
—¿Y cómo estás tan seguro que a Dios le interesa mi vida? ─volvió instintivamente al tuteo─ Después de todo, no soy más que una puta.
—Para Dios todos somos como hijos únicos, queridos en sí mismos, no hay posibilidad de estar excluidos.
—¿Cómo estás tan seguro de eso? ¿Cómo puedes saber que realmente me ama?
—Porque te amo yo, que soy imperfecto y que apenas comparto torpemente la visión de Dios sobre todas las personas. Cada persona, más allá de sus errores o de sus limitaciones, tiene un algo muy grande dentro de sí mismo. Todos tenemos un ser sumamente bello en potencia dentro de nosotros, y la mejor opción de nuestras vidas es dedicarnos a desarrollarlo, a exteriorizarlo. Dios está enamorado de ti, por eso te dio la existencia, y el sello de ese amor es justamente esa belleza que llevas dentro tuyo.
—Suena lindo, justamente por eso suena a verso. Es duro volver a soñar. Yo ya estoy acostumbrada a ser así.
—A mi juicio, ningún ser humano debería acostumbrarse a una vida insatisfactoria. Cuando el alma grita, hay que escucharla; cuando no hay felicidad, hay que revisar el norte hacia el cual estamos dirigiendo nuestros pasos, y ver qué pasa. Las pastillas para aliviar el dolor del alma sólo convertirán al hombre en un zombi de sí mismo. No tiene sentido dormir la conciencia, cuando nuestra capacidad de ser pasa justamente por la conciencia sobre nosotros mismos. Sé valiente, Faviana, afronta la conciencia de tu ser. Defínete distinta, vuelve a soñar. De acá a un tiempo te lo agradecerás.
¿Conciencia de sí? ¿En qué mares navegaría esa frágil barcaza del yo de Faviana? ¿Sueños? ¿Dónde estaban? ¿En qué lares quedaron entrampados?
Cuando la puerta de la oscura y húmeda celda existencial se abre, el haz de luz que resplandece hiere como una espada salvadora, y le cuesta a los pobres ojos distinguir las formas con coherencia. Sin embargo el alma tiene un ritmo curioso con respecto al ritmo corporal, pues pueden pasar años (y a veces toda la vida humana) sin avanzar, y peor aún, puede retroceder... pero también puede, en un instante, comprenderlo todo.
Luego de la sacudida inicial, Faviana lo comprendió todo.
Comprendió que en ella había algo más sublime, por lo que, aunque pobre, ignorante y despreciada, tenía un poder superior: disponer de sí. Se le abría la oportunidad de creer en sí misma y de desear algo digno de ella. Comprendió que su ser femenino valía mucho, y ese valor aún estaba dentro, pues subyacía a pesar de su trabajo.
Se irguió de la silla con un cierto aire de decisión, y, sin comunicarle al sacerdote el fruto de su discurso interno, lo saludó con una mirada profunda a los ojos.
Él la acompañó desde el despacho hasta la secretaría donde la despidió a vistas de todo el mundo.
“Todo el mundo” consistía en la sexagenaria secretaria, la sacristana y otra noble señora de modales suaves. Las tres se miraron conectando el mismo pensamiento con la velocidad de un rayo.
—Ya va a ser hora de la misa —aseveró el cura a la sacristana.
—Yo lo estoy esperando para confesarme —informó la tercera mujer.
—¡Cómo no! Vamos a la Iglesia.
Cuando los tres salieron, Faviana se quedó a solas con la intrigante sacristana. Sin poder con el genio, se acercó a ella y le dijo en voz prudencialmente baja:
—Por Dios juro que te digo la verdad: con el cura no me acosté nunca, pero con tu marido, sí.
El efecto fue simil a una bomba implosiva que sacudió vehemente los órganos internos de la sesentona.
Mientras, Faviana se alejaba de allí con la altivez orgullosa de quien obtiene un merecido y esperado premio a su talento.



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