viernes, 21 de agosto de 2015

Faviana. La prostituta IV

IV. Sopores de alta fiebre


El cuerpo de Faviana se tomaba su tiempo en recuperarse. No era fácil reponer tanta sangre derramada... Por su lado, la mente desvariaba en una oscuridad de paisajes amorfos, sutiles y absurdos.
Había rostros: triste, aún cuando maquillado al paroxismo, de su madre; lóbrego e indiferente de sus hermanas; grotesco y lujurioso de su primer cliente; acongojado y moribundo de su amiga fallecida, madre de Jenny; sonriente, pletórica en luminosa bondad, de Rosa; oscuro y poderoso, de Tigre... Colorida, infantilmente feliz, ausente de toda la realidad de sinsabores, de la propia Jenny.
Había frases: puta... ramera... ¡Qué linda joda!... mamá... lindas tetas... a ver el culo... vamos puta... mamá... eres de Tigre... a cincuenta la hora... cien por eso... puta de mierda... mamá...
Sentimientos: aversión... asco a los hombres... desconfianza a las mujeres... odio a Tigre... resignación a su trabajo... ganas de morir... preocupación por Jenny... gratitud a Rosa... odio a la sociedad... envidia a los ricos... vergüenza de sí misma... lástima de su madre... Odio a su padrastro... odio a sus hermanos... odio a su vecindario... odio a la vida.
Y soledad. ¡Tantos desfiles de cuerpos atravesando el suyo y ninguno realmente de su pertenencia! ¡Tantas caricias para desconocer la ternura! ¡Tantos besos para ignorar el erotismo! ¡Tanta pasión para no saber de deseo! ¡Tanta penetración para no tener ni la más remota idea de lo que significa la palabra “unión”! ¡Tanta gente para tanta soledad!
Rostros... palabras y sentimientos. Cuando lo vio incorporado sobre ella no supo distinguir si ese hombre pertenecía a su subconsciente o a la realidad.
—No puedo... —musitó, por las dudas, casi rogando.
Quizás porque su cuerpo era un alfiletero de imaginarias hormigas sedantes, no sentía el típico peso sobre ella; ni el movimiento, ni...
Entonces, era un fantasma.
Mas no se desvanecía. Cerró los ojos para esfumarlo y sintió el calor de ese otro cuerpo. No exactamente sobre ella, sino más bien a la altura de su cadera, como si estuviera sentado a su lado. Sin movimiento, antes bien, relajado. Algo húmedo y tibio le rozó la frente, demasiado huesuda para ser lengua... Además, ese rostro no estaba tan cerca. Volvió a abrir los ojos: era una cara masculina, diáfana, y, cosa singular, mirada directa a sus ojos. Gesto sonriente.
Entonces, era un sueño.
Mas no se desvanecía.
—Ya te dije: ahora no puedo.
—¿No puedes qué?
—¡Joder!
—Yo tampoco. Estamos a mano.
—¿Quién eres y qué haces?
—Miguel Armendáriz. La señora Rosa vino a mí por agua bendita para esta casa. Decidí venir yo a bendecirla en persona y a bendecirte a ti. Eso es lo que estoy haciendo: la señal de la cruz con agua bendita en tu frente.
—¿De qué me estás hablando? No estoy para bromas. Si Tigre te encuentra, te mata.
—La señora Rosa dice que la niña está teniendo pesadillas con que esta casa se quema. Quizás por superstición... o “sabiduría popular”, la mujer se llegó hasta mi parroquia para pedirme que le bendiga el agua.
—¿Y quién eres tú?
—Miguel Armendáriz, párroco de San Juan Bautista.
—¿Párroco? ¿Qué es eso? ¿Tiene que ver con la iglesia católica?
—Algo. Soy sacerdote.
—¿Sacerdote? —repetía con una incredulidad que rozaba la estupidez.
—¡Cura!
—¿Cura?... ¿Cura de la Iglesia? ¿Y qué hace aquí? ¿Qué quiere?
—Bendecirte la casa.
—No tengo con qué pagar.
—No importa. Dios me lo paga. Para Él trabajo.
—No tienes nada que hacer acá... A no ser que quieras mi servicio. Pero no ahora. Tal vez la semana que viene... No aquí... al prostíbulo. Tigre no quiere que atienda particular.
—¿Tigre?
—Tigre, mi protector.
—Tigre... —repitió como para sí—, con que... Tigre...
Faviana seguía la conversación por instinto, con escasa lucidez. Ni siquiera creía realmente en los sonidos y formas que los sentidos dibujaban en su mente.
—¿Lo conoces?
—Como la palma de mi mano.
—¿De dónde? No creo que de la misa.
—Su organización florece en la carroña.
—¿Qué quieres decir?
—Son como los buitres. Comen donde hay mugre, muerte.
—Tiene una casa muy lujosa.
—No me refiero a eso. No me caben dudas que le gusta el lujo. Yo me refiero a la “mugre humana”. Los vicios, las esclavitudes que matan el alma. Tigre vive de la oscuridad, del desequilibrio, del desorden del hombre; pero su pasión es ensuciar la obra de Dios. Su arma es la mentira, y su objetivo es ser un dios. Cuando entrampa a alguien en sus redes, le hace creer que es tan todopoderoso que nadie puede salvarse de él.
—Es todopoderoso. Tiene la policía y la política comprada. Nadie lo toca. Sus secuaces están en todo, lo ven todo, se enteran de todo. Alguien intenta jugarle una mala pasada... y aún cuando sólo lo haya pensado, ya “pasa a la historia”.
—¿Le tienes miedo?
—¡Le debo la vida!
—¿Qué vida?
—Con él tengo protección.
—Pero no puedes dejar de ser prostituta.
—Es lo que soy, ¿por qué querría otra cosa?
—No es lo que quieres para tu hija. Faviana... tú a mí no me conoces, pero yo a ti, sí.
—¿Y cómo?
—Bueno... mi organización también está en todas partes. También todo lo ve, todo lo sabe.
—¡Mentira! La Iglesia sólo está presente en sí misma. Nada sabe de la realidad, de la calle, del mundo.
—Dios está presente en todos lados.
—¿Y con eso? Si a Dios le interesa algo de lo que pasa acá abajo, por lo visto no es muy poderoso. Los malos ganan. Tienen armas. Tu organización no debe ser ni la mitad de efectiva de lo que es la de Tigre. En cuanto a ti no creo que en tu vida hayas disparado ni por juego.
—No necesito armas. Entiendo que no me creas, porque vivimos en el mismo mundo, pero nuestra forma de mirarlo hace que parezcamos de dos mundos diferentes. No pierdas el tiempo en sondearme. Se sincera, no te ocultes de mí. Tú quieres salvar a Jenny de Tigre.
A pesar de los vahídos de somnolencia, ella se sorprendió de la certeza conque ese personaje, emergido de la nada, hacía referencia a su propia situación.
—Con toda mi alma —respondió sin pensarlo mucho—…si hay un dios, no le pido perdón para mí, sé que yo estoy condenada. Pido que Jenny se salve de mi destino. No quiero que viva en la “carroña”.
—Sí: hay un dios. Y Dios no quiere que nadie viva en la carroña. Nadie: ni Jenny, ni tú.
—Yo nací así y así moriré. Pero Jenny... ¿Qué puedes hacer por ella? ¿La puedes esconder?
—No es necesario. Encomiéndemela. Lo único que debes evitar, y no importa cómo venga la mano, ni lo que diga, es encargársela a Tigre. Ten en cuenta que este sujeto es muy mentiroso e inteligente, ambicioso y rapaz. Lo quiere todo. Él miente siempre.
—¿Y qué poder tienes tú? ¿Política? ¿Influencia? ¿Dinero?
—Mi poder es Dios. Amor, justicia, humildad.
—¡Bah! —exclamó con desdén y amargura—. Por momento creí que me podrías ayudar realmente.
—Tigre te va a pedir la vida de tu hija. Por nada del mundo se la entregues. Invoca, con fe, la protección de Dios y él no la podrá tocar. No es todopoderoso. Es más, no lo sería en absoluto si nadie le diera ese poder.
—¡Vaya solución!
—Cuando suceda, acepta y pide la protección de Dios con fe.
Volvió a cerrar los ojos, esbozando una sonrisa irónica. Lo que sucedía no era ni un fantasma, ni un sueño: ¡Era lisa y llanamente un imposible!
Al abrir los ojos, se dio cuenta que había dormido mucho.



No hay comentarios:

Publicar un comentario