IV.
Sopores de alta fiebre
El cuerpo de Faviana se tomaba su tiempo
en recuperarse. No era fácil reponer tanta sangre derramada... Por su lado, la
mente desvariaba en una oscuridad de paisajes amorfos, sutiles y absurdos.
Había rostros: triste, aún cuando
maquillado al paroxismo, de su madre; lóbrego e indiferente de sus hermanas;
grotesco y lujurioso de su primer cliente; acongojado y moribundo de su amiga
fallecida, madre de Jenny; sonriente, pletórica en luminosa bondad, de Rosa;
oscuro y poderoso, de Tigre... Colorida, infantilmente feliz, ausente de toda
la realidad de sinsabores, de la propia Jenny.
Había frases: puta... ramera... ¡Qué
linda joda!... mamá... lindas tetas... a ver el culo... vamos puta... mamá...
eres de Tigre... a cincuenta la hora... cien por eso... puta de mierda...
mamá...
Sentimientos: aversión... asco a los
hombres... desconfianza a las mujeres... odio a Tigre... resignación a su
trabajo... ganas de morir... preocupación por Jenny... gratitud a Rosa... odio
a la sociedad... envidia a los ricos... vergüenza de sí misma... lástima de su
madre... Odio a su padrastro... odio a sus hermanos... odio a su vecindario...
odio a la vida.
Y soledad. ¡Tantos desfiles de cuerpos
atravesando el suyo y ninguno realmente de su pertenencia! ¡Tantas caricias
para desconocer la ternura! ¡Tantos besos para ignorar el erotismo! ¡Tanta
pasión para no saber de deseo! ¡Tanta penetración para no tener ni la más
remota idea de lo que significa la palabra “unión”! ¡Tanta gente para tanta
soledad!
Rostros... palabras y sentimientos.
Cuando lo vio incorporado sobre ella no supo distinguir si ese hombre
pertenecía a su subconsciente o a la realidad.
—No puedo... —musitó, por las dudas,
casi rogando.
Quizás porque su cuerpo era un
alfiletero de imaginarias hormigas sedantes, no sentía el típico peso sobre
ella; ni el movimiento, ni...
Entonces, era un fantasma.
Mas no se desvanecía. Cerró los ojos
para esfumarlo y sintió el calor de ese otro cuerpo. No exactamente sobre ella,
sino más bien a la altura de su cadera, como si estuviera sentado a su lado.
Sin movimiento, antes bien, relajado. Algo húmedo y tibio le rozó la frente,
demasiado huesuda para ser lengua... Además, ese rostro no estaba tan cerca.
Volvió a abrir los ojos: era una cara masculina, diáfana, y, cosa singular,
mirada directa a sus ojos. Gesto sonriente.
Entonces, era un sueño.
Mas no se desvanecía.
—Ya te dije: ahora no puedo.
—¿No puedes qué?
—¡Joder!
—Yo tampoco. Estamos a mano.
—¿Quién eres y qué haces?
—Miguel Armendáriz. La señora Rosa vino
a mí por agua bendita para esta casa. Decidí venir yo a bendecirla en persona y
a bendecirte a ti. Eso es lo que estoy haciendo: la señal de la cruz con agua
bendita en tu frente.
—¿De qué me estás hablando? No estoy
para bromas. Si Tigre te encuentra, te mata.
—La señora Rosa dice que la niña está
teniendo pesadillas con que esta casa se quema. Quizás por superstición... o
“sabiduría popular”, la mujer se llegó hasta mi parroquia para pedirme que le
bendiga el agua.
—¿Y quién eres tú?
—Miguel Armendáriz, párroco de San Juan
Bautista.
—¿Párroco? ¿Qué es eso? ¿Tiene que ver
con la iglesia católica?
—Algo. Soy sacerdote.
—¿Sacerdote? —repetía con una
incredulidad que rozaba la estupidez.
—¡Cura!
—¿Cura?... ¿Cura de la Iglesia? ¿Y qué
hace aquí? ¿Qué quiere?
—Bendecirte la casa.
—No tengo con qué pagar.
—No importa. Dios me lo paga. Para Él
trabajo.
—No tienes nada que hacer acá... A no
ser que quieras mi servicio. Pero no ahora. Tal vez la semana que viene... No
aquí... al prostíbulo. Tigre no quiere que atienda particular.
—¿Tigre?
—Tigre, mi protector.
—Tigre... —repitió como para sí—, con
que... Tigre...
Faviana seguía la conversación por
instinto, con escasa lucidez. Ni siquiera creía realmente en los sonidos y formas
que los sentidos dibujaban en su mente.
—¿Lo conoces?
—Como la palma de mi mano.
—¿De dónde? No creo que de la misa.
—Su organización florece en la carroña.
—¿Qué quieres decir?
—Son como los buitres. Comen donde hay
mugre, muerte.
—Tiene una casa muy lujosa.
—No me refiero a eso. No me caben dudas
que le gusta el lujo. Yo me refiero a la “mugre humana”. Los vicios, las
esclavitudes que matan el alma. Tigre vive de la oscuridad, del desequilibrio,
del desorden del hombre; pero su pasión es ensuciar la obra de Dios. Su arma es
la mentira, y su objetivo es ser un dios. Cuando entrampa a alguien en sus
redes, le hace creer que es tan todopoderoso que nadie puede salvarse de él.
—Es todopoderoso. Tiene la policía y la
política comprada. Nadie lo toca. Sus secuaces están en todo, lo ven todo, se
enteran de todo. Alguien intenta jugarle una mala pasada... y aún cuando sólo
lo haya pensado, ya “pasa a la historia”.
—¿Le tienes miedo?
—¡Le debo la vida!
—¿Qué vida?
—Con él tengo protección.
—Pero no puedes dejar de ser prostituta.
—Es lo que soy, ¿por qué querría otra
cosa?
—No es lo que quieres para tu hija.
Faviana... tú a mí no me conoces, pero yo a ti, sí.
—¿Y cómo?
—Bueno... mi organización también está
en todas partes. También todo lo ve, todo lo sabe.
—¡Mentira! La Iglesia sólo está presente
en sí misma. Nada sabe de la realidad, de la calle, del mundo.
—Dios está presente en todos lados.
—¿Y con eso? Si a Dios le interesa algo
de lo que pasa acá abajo, por lo visto no es muy poderoso. Los malos ganan.
Tienen armas. Tu organización no debe ser ni la mitad de efectiva de lo que es
la de Tigre. En cuanto a ti no creo que en tu vida hayas disparado ni por
juego.
—No necesito armas. Entiendo que no me
creas, porque vivimos en el mismo mundo, pero nuestra forma de mirarlo hace que
parezcamos de dos mundos diferentes. No pierdas el tiempo en sondearme. Se
sincera, no te ocultes de mí. Tú quieres salvar a Jenny de Tigre.
A pesar de los vahídos de somnolencia,
ella se sorprendió de la certeza conque ese personaje, emergido de la nada,
hacía referencia a su propia situación.
—Con toda mi alma —respondió sin
pensarlo mucho—…si hay un dios, no le pido perdón para mí, sé que yo estoy
condenada. Pido que Jenny se salve de mi destino. No quiero que viva en la
“carroña”.
—Sí: hay un dios. Y Dios no quiere que
nadie viva en la carroña. Nadie: ni Jenny, ni tú.
—Yo nací así y así moriré. Pero Jenny...
¿Qué puedes hacer por ella? ¿La puedes esconder?
—No es necesario. Encomiéndemela. Lo
único que debes evitar, y no importa cómo venga la mano, ni lo que diga, es
encargársela a Tigre. Ten en cuenta que este sujeto es muy mentiroso e
inteligente, ambicioso y rapaz. Lo quiere todo. Él miente siempre.
—¿Y qué poder tienes tú? ¿Política?
¿Influencia? ¿Dinero?
—Mi poder es Dios. Amor, justicia,
humildad.
—¡Bah! —exclamó con desdén y amargura—.
Por momento creí que me podrías ayudar realmente.
—Tigre te va a pedir la vida de tu hija.
Por nada del mundo se la entregues. Invoca, con fe, la protección de Dios y él
no la podrá tocar. No es todopoderoso. Es más, no lo sería en absoluto si nadie
le diera ese poder.
—¡Vaya solución!
—Cuando suceda, acepta y pide la
protección de Dios con fe.
Volvió a cerrar los ojos, esbozando una
sonrisa irónica. Lo que sucedía no era ni un fantasma, ni un sueño: ¡Era lisa y
llanamente un imposible!
Al abrir los ojos, se dio cuenta que
había dormido mucho.
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