lunes, 24 de agosto de 2015

Faviana. La prostituta V

V. La realidad del sueño



Rosa le insistía para que permaneciera en reposo, pero ella, obstinadamente, se levantó, si quiera un ratito, para por lo menos cebarle mate a su vecina mientras ésta planchaba la ropa.
—¿Rosa, fuiste a la iglesia a pedir agua bendita? —preguntó Faviana mientras le convidaba el segundo mate.
—Fui ayer. Es que “Jennyta” se despierta en la noche gritando, dice que sueña con que esta casa se quema. Ya iban como cuatro noches seguidas. Y ¿ves?  Por las dudas, cuando tú dormías eché agua bendita por todos lados.
—¿Tú la has echado?
—Sí, mientras rezaba un padrenuestro y tres avemarías.
—¿Has estado toda la tarde acá?
—Un rato. Traje a Jennyta a verte, y luego me la llevé a casa.
—¿No vino nadie?
—No.
—¿Yo dormí toda la tarde?
—Mientras estuvimos con la nena acá, sí.
—Entonces fue un sueño.
—¿Qué cosa?
—Nada. Tonterías mías.
Mas… la pequeña coincidencia sobre el agua bendita... Algo le instaba a seguir preguntando.
—¿Y en la iglesia te atendió alguien?
—¡Claro!
—Quiero decir... ¿el cura?
—No sé quién era el que me atendió. La puerta estaba cerrada. Toqué en la casita del lado y me atendió un hombre. A él le pedí el agua bendita, y me la dio.
—¿Te preguntó algo?
—Sí... que cómo me llamaba, dónde vivía... y esas cosas de formalidad. Fue muy amable.
—¿Pero del agua? ¿Te preguntó para qué era, o algo así?
—No. Yo le dije que quería tenerla en mi casa.
—¿Contaste de mí, de Jenny?
—No.
—¿De sus pesadillas?
—¡Menos!
—Y el hombre ¿Estás segura que no era el cura?
—Ya te dije: no sé si el cura o el ayudante. Me dijo que se llamaba Miguel.
—¡Miguel!
La sorpresa casi le hizo quemar la mano al sacudir involuntariamente la que tenía asido al mate recién cebado.
—Así me dijo. Era un hombre relativamente joven, entre blanco y morocho, ojos oscuros... ¡Y una mirada! Eso sí que me llamó la atención de él. ¿Ves que poca gente te mira a los ojos? Este tenía una mirada que parecía que te conocía desde siempre.
—¡Qué coincidencia!
—¿Con qué?
—Con nada... Quizás en mi estado la mente fabrique estupideces. Me debe faltar otros cuántos saché de sangre.
Por miedo a que su investigación colme aún más su asombro de detalles incoherentes, cambió de tema.
—¿Y cómo anda la Jenny en el colegio?
—¡Ay! No sé hasta cuándo te la van a recibir las monjas. Hiciste muy mal de ir a esa reunión.
—La nena lloraba. Era su entrega de libretas.
—¡Pero podría haberlo ido a buscar yo en otro momento!
—¿Qué? ¿Acaso crees que se dieron cuenta?
—¿Qué si creo? ¡Estoy segura, mira! Ahora empezaron a joder con que presentemos el certificado de bautismo de la Jenny.
—Es que... no es bautizada... no se me pasó por la cabeza. Si llego ir a pedir que me la bauticen, me van a sacar cagando de allí.
—Ese hombre que me atendió tiene cara de bueno. No hacía demasiadas preguntas. Tal vez... puedo preguntar a ver cómo arreglamos las cosas.
Otra vez, el famoso “hombre”.
—¡Qué manera de complicarse todo! —comentó sin embargo, tratando de no volver a entrar en el tema—. Encima este mes no lo voy a poder pagar. Hace tres semanas que no trabajo.
—Maldito el animal que te hizo eso. Ojalá lo hayan castrado.
—Seguro. Tigre no tiene compasión de nadie —suspiró—. ¡Ay! Rosa, tengo miedo de no recuperarme jamás. ¿Con qué como entonces? Y también extraño mucho a Jenny. No veo las horas de estar bien para poder cuidarla en las tardes, como siempre. Aunque... ojalá yo fuera una madre normal y la pudiera tener conmigo todo el tiempo, como corresponde. Pero con mi trabajo... no puedo dejarla sola en la noche. No sé lo que haría sin ti.
—Por algo me tienes acá. Nada más que sería tan lindo que las cosas se dieran como tú las deseas.
El comentario enganchó en forma indefectible a aquel bullicio que surgía en el alma de Faviana.
—¿Por qué no averiguas si ese señor Miguel es el cura? —se sorprendió diciendo luego de sorber la bombilla del mate—. Ayer he soñado con que un cura venía aquí a bendecirme la casa.
—¡Eso sí que es soñar y no macana!
—Era un sueño lindo. Hacía mucho que no soñaba nada lindo.
—¿Lindo? ¿Cómo fue?
—Soñé que el hombre estaba al lado mío, sentado en mi cama, haciéndome la señal de la cruz en la frente. Tenía cara de bueno. Eso era lindo. No me miraba como los otros, pues, me miraba a los ojos y me trataba con respeto, como si yo fuera una señora. ¿Te das cuenta? ¡Qué lindo sueño!
En cuestión de hombres Rosa no tenía una experiencia mejor que la de su vecina: casada a los diecisiete con un borracho que la doblaba en edad, sólo sabía de golpes y de hijos. Desde hacía diez años, Dios la había bendecido con la viudez.
—Claro que ese era un sueño, “m´hija”. Los hombres son una mierda. Ahora... un cura... yo no sé. Nunca conocí uno.
—No. Yo tampoco.
—¿Y a ti nunca se te dio por casarte o vivir junto con un hombre?
—Pocas ganas tengo que andarme acostando con uno... gratis. No necesito quien me mantenga.
—Eso es buena cosa. ¡Lo que yo tuve que soportar por el puchero de los chicos! Encima el bestia me llenaba de hijos y no me daba plata para los anticonceptivos. Por suerte, la muerte amiga, me salvó el pellejo.
—La cosa es que soñé con que ese bendito Miguel venía a mi casa.
—¿Miguel?
—Se llamaba Miguel. Por eso me extrañó cuando lo nombraste. Me acuerdo patente del sueño: me dijo que se llamaba Miguel Armendáriz.
—¡Qué cosa! —exclamó sinceramente sorprendida—. Tal vez yo lo nombré cuando volví de la iglesia y de ahí tú lo tomaste en el sueño.
—Tal vez. Pero ¿sabes qué fue lo mejor del sueño? Me decía que Tigre es un mentiroso y no tiene tanto poder como él me hace creer. Y que podía proteger a Jenny... ¡Ay! si al menos eso fuera realidad. Eso, nada más que eso: no pido otra cosa.
Silencio. Luego, otro tema: chismes varios. Pero entre la “Samantha” que se había enterado (por fin) de que su “Chichilo” andaba saliendo con “la Porota”, y del “chango” de los del frente que lo metieron en “cana” por robo, los pensamientos de Faviana continuaban anclados en el sueño.
—... Y se llamaba Miguel... —comentó quebrando abruptamente el hilo de conversación de su comadre.
—¿Quién? ¿El dueño de la moto que “chorió” el chango?
—No. El cura... El cura del sueño... Y sabía de las pesadillas de Jenny. Conocía a Tigre, y lo conocía muy bien, mejor que yo. ¿No es demasiada coincidencia?
—¡Será! Como dices tú, son las cosas de la mente. Mezclaste un poco de lo que yo pude decir al aire y lo que tú estás deseando por dentro.
—Fue tan vivo.
—Pero a tu casa no vino nadie mientas yo estuve.
—Dijo que Tigre en algún momento me iba a pedir la vida de Jenny. Y que por nada del mundo se la entregue.
—No lo sigas pensando. Fue un sueño.
—Y que su organización es más poderosa que la de Tigre.
—Son cosas tuyas.
—Sí, son sueños. Pero bien que le tuviste miedo a las pesadillas de Jenny, ¿no? Lo mío fue tan real… Si hasta tengo grabada con todos los detalles la cara de él. Cada vez que pestañeo, lo veo en mí.
—Hace dos días volabas en fiebre.
—Averigua el apellido de ese hombre que te atendió en la iglesia. Averigua si es el cura —y al sonreír, Rosa supo que volvía al sueño—. Hace mucho que no espero nada lindo de la vida. No sé porqué estoy que no me puedo sacar las imágenes de mi cabeza.
El mate circulaba frío y lavado: había llegado la hora de volver al lecho. Cuando los ojos de la prostituta barrieron el cielorraso de cinc, describieron inmaterialmente los rasgos de aquel rostro desconocido.
Un Sueño. Un Fantasma. Un Imposible, por desgracia.



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