V.
La realidad del sueño
Rosa le insistía para que permaneciera
en reposo, pero ella, obstinadamente, se levantó, si quiera un ratito, para por
lo menos cebarle mate a su vecina mientras ésta planchaba la ropa.
—¿Rosa, fuiste a la iglesia a pedir agua
bendita? —preguntó Faviana mientras le convidaba el segundo mate.
—Fui ayer. Es que “Jennyta” se despierta
en la noche gritando, dice que sueña con que esta casa se quema. Ya iban como
cuatro noches seguidas. Y ¿ves? Por las
dudas, cuando tú dormías eché agua bendita por todos lados.
—¿Tú la has echado?
—Sí, mientras rezaba un padrenuestro y
tres avemarías.
—¿Has estado toda la tarde acá?
—Un rato. Traje a Jennyta a verte, y
luego me la llevé a casa.
—¿No vino nadie?
—No.
—¿Yo dormí toda la tarde?
—Mientras estuvimos con la nena acá, sí.
—Entonces fue un sueño.
—¿Qué cosa?
—Nada. Tonterías mías.
Mas… la pequeña coincidencia sobre el
agua bendita... Algo le instaba a seguir preguntando.
—¿Y en la iglesia te atendió alguien?
—¡Claro!
—Quiero decir... ¿el cura?
—No sé quién era el que me atendió. La
puerta estaba cerrada. Toqué en la casita del lado y me atendió un hombre. A él
le pedí el agua bendita, y me la dio.
—¿Te preguntó algo?
—Sí... que cómo me llamaba, dónde
vivía... y esas cosas de formalidad. Fue muy amable.
—¿Pero del agua? ¿Te preguntó para qué
era, o algo así?
—No. Yo le dije que quería tenerla en mi
casa.
—¿Contaste de mí, de Jenny?
—No.
—¿De sus pesadillas?
—¡Menos!
—Y el hombre ¿Estás segura que no era el
cura?
—Ya te dije: no sé si el cura o el
ayudante. Me dijo que se llamaba Miguel.
—¡Miguel!
La sorpresa casi le hizo quemar la mano
al sacudir involuntariamente la que tenía asido al mate recién cebado.
—Así me dijo. Era un hombre
relativamente joven, entre blanco y morocho, ojos oscuros... ¡Y una mirada! Eso
sí que me llamó la atención de él. ¿Ves que poca gente te mira a los ojos? Este
tenía una mirada que parecía que te conocía desde siempre.
—¡Qué coincidencia!
—¿Con qué?
—Con nada... Quizás en mi estado la
mente fabrique estupideces. Me debe faltar otros cuántos saché de sangre.
Por miedo a que su investigación colme
aún más su asombro de detalles incoherentes, cambió de tema.
—¿Y cómo anda la Jenny en el colegio?
—¡Ay! No sé hasta cuándo te la van a
recibir las monjas. Hiciste muy mal de ir a esa reunión.
—La nena lloraba. Era su entrega de
libretas.
—¡Pero podría haberlo ido a buscar yo en
otro momento!
—¿Qué? ¿Acaso crees que se dieron
cuenta?
—¿Qué si creo? ¡Estoy segura, mira!
Ahora empezaron a joder con que presentemos el certificado de bautismo de la
Jenny.
—Es que... no es bautizada... no se me
pasó por la cabeza. Si llego ir a pedir que me la bauticen, me van a sacar
cagando de allí.
—Ese hombre que me atendió tiene cara de
bueno. No hacía demasiadas preguntas. Tal vez... puedo preguntar a ver cómo
arreglamos las cosas.
Otra vez, el famoso “hombre”.
—¡Qué manera de complicarse todo!
—comentó sin embargo, tratando de no volver a entrar en el tema—. Encima este
mes no lo voy a poder pagar. Hace tres semanas que no trabajo.
—Maldito el animal que te hizo eso.
Ojalá lo hayan castrado.
—Seguro. Tigre no tiene compasión de
nadie —suspiró—. ¡Ay! Rosa, tengo miedo de no recuperarme jamás. ¿Con qué como
entonces? Y también extraño mucho a Jenny. No veo las horas de estar bien para
poder cuidarla en las tardes, como siempre. Aunque... ojalá yo fuera una madre
normal y la pudiera tener conmigo todo el tiempo, como corresponde. Pero con mi
trabajo... no puedo dejarla sola en la noche. No sé lo que haría sin ti.
—Por algo me tienes acá. Nada más que
sería tan lindo que las cosas se dieran como tú las deseas.
El comentario enganchó en forma
indefectible a aquel bullicio que surgía en el alma de Faviana.
—¿Por qué no averiguas si ese señor
Miguel es el cura? —se sorprendió diciendo luego de sorber la bombilla del
mate—. Ayer he soñado con que un cura venía aquí a bendecirme la casa.
—¡Eso sí que es soñar y no macana!
—Era un sueño lindo. Hacía mucho que no
soñaba nada lindo.
—¿Lindo? ¿Cómo fue?
—Soñé que el hombre estaba al lado mío,
sentado en mi cama, haciéndome la señal de la cruz en la frente. Tenía cara de
bueno. Eso era lindo. No me miraba como los otros, pues, me miraba a los ojos y
me trataba con respeto, como si yo fuera una señora. ¿Te das cuenta? ¡Qué lindo
sueño!
En cuestión de hombres Rosa no tenía una
experiencia mejor que la de su vecina: casada a los diecisiete con un borracho
que la doblaba en edad, sólo sabía de golpes y de hijos. Desde hacía diez años,
Dios la había bendecido con la viudez.
—Claro que ese era un sueño, “m´hija”.
Los hombres son una mierda. Ahora... un cura... yo no sé. Nunca conocí uno.
—No. Yo tampoco.
—¿Y a ti nunca se te dio por casarte o
vivir junto con un hombre?
—Pocas ganas tengo que andarme acostando
con uno... gratis. No necesito quien me mantenga.
—Eso es buena cosa. ¡Lo que yo tuve que
soportar por el puchero de los chicos! Encima el bestia me llenaba de hijos y
no me daba plata para los anticonceptivos. Por suerte, la muerte amiga, me
salvó el pellejo.
—La cosa es que soñé con que ese bendito
Miguel venía a mi casa.
—¿Miguel?
—Se llamaba Miguel. Por eso me extrañó
cuando lo nombraste. Me acuerdo patente del sueño: me dijo que se llamaba
Miguel Armendáriz.
—¡Qué cosa! —exclamó sinceramente
sorprendida—. Tal vez yo lo nombré cuando volví de la iglesia y de ahí tú lo
tomaste en el sueño.
—Tal vez. Pero ¿sabes qué fue lo mejor
del sueño? Me decía que Tigre es un mentiroso y no tiene tanto poder como él me
hace creer. Y que podía proteger a Jenny... ¡Ay! si al menos eso fuera
realidad. Eso, nada más que eso: no pido otra cosa.
Silencio. Luego, otro tema: chismes varios.
Pero entre la “Samantha” que se había enterado (por fin) de que su “Chichilo”
andaba saliendo con “la Porota”, y del “chango” de los del frente que lo
metieron en “cana” por robo, los pensamientos de Faviana continuaban anclados
en el sueño.
—... Y se llamaba Miguel... —comentó
quebrando abruptamente el hilo de conversación de su comadre.
—¿Quién? ¿El dueño de la moto que
“chorió” el chango?
—No. El cura... El cura del sueño... Y
sabía de las pesadillas de Jenny. Conocía a Tigre, y lo conocía muy bien, mejor
que yo. ¿No es demasiada coincidencia?
—¡Será! Como dices tú, son las cosas de
la mente. Mezclaste un poco de lo que yo pude decir al aire y lo que tú estás
deseando por dentro.
—Fue tan vivo.
—Pero a tu casa no vino nadie mientas yo
estuve.
—Dijo que Tigre en algún momento me iba
a pedir la vida de Jenny. Y que por nada del mundo se la entregue.
—No lo sigas pensando. Fue un sueño.
—Y que su organización es más poderosa
que la de Tigre.
—Son cosas tuyas.
—Sí, son sueños. Pero bien que le
tuviste miedo a las pesadillas de Jenny, ¿no? Lo mío fue tan real… Si hasta
tengo grabada con todos los detalles la cara de él. Cada vez que pestañeo, lo
veo en mí.
—Hace dos días volabas en fiebre.
—Averigua el apellido de ese hombre que
te atendió en la iglesia. Averigua si es el cura —y al sonreír, Rosa supo que
volvía al sueño—. Hace mucho que no espero nada lindo de la vida. No sé porqué
estoy que no me puedo sacar las imágenes de mi cabeza.
El mate circulaba frío y lavado: había
llegado la hora de volver al lecho. Cuando los ojos de la prostituta barrieron
el cielorraso de cinc, describieron inmaterialmente los rasgos de aquel rostro
desconocido.
Un Sueño. Un Fantasma. Un Imposible, por
desgracia.
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