martes, 7 de julio de 2015

Con motivo de la presentación de "Siete Rostros para una Mujer"



Mi mente alberga ciertos cuadros de mi vida que navegan de modo preferencial en el mar de los recuerdos. A penas entrecierro los ojos, o bien frente a la variedad d conversaciones sociales sobre temas vinculados de algún modo a dichos cuadros, emergen con nítida fluidez.
La publicación de “Siete Rostros para una Mujer” (http://www.amazon.com/dp/B0112CNVGE) es la ocasión por excelencia para que varios de ellos se asomen a la ribera de mi consciente.
Uno de ellos, tal vez el principal de esta serie, me remonta a mis largos años tejidos en la vida religiosa, donde me encuentro en la capilla del colegio animando un momento de reflexión propuesto a un grupo de estudiantes del magisterio: público adulto, tal cual la preferencia de mi empatía. En medio de mi nada extensa plática (la que según el decir de varios era bien conceptuada) miré con decisión esa sinfonía de rostros atentos, y me surgió esta pregunta: “¿Cómo sé yo si a esta gente le sirve lo que enseño si no vivo la vida al modo de ellos? Yo no tengo que lidiar con las vicisitudes de la vida de pareja, ni afronto la responsabilidad de criar hijos, dispongo de techo y comida asegurado de por vida, y no tengo incertidumbres sobre la supervivencia económica y social…” Fue un pensamiento fugaz, replicado al instante luego de haberse elaborado: “un médico no precisa pasar por todas las enfermedades para saber su oficio”.
¡Pero qué poder el de un “sanador herido”!
Años más tarde veía correr en las desgastadas hojas de mis anotaciones los distintos personajes que hacen a “Siete Rostros para una Mujer”; aún era monja, el último año. Escribía por un puro impulso interior, sin planificación ni objetivo, como si la mente se conectase con la pluma sin pasar por la mediación de la consciencia. Al terminar un capítulo ni yo sabía cómo continuaría aquello.
Los personajes parecían cobrar vida de modo autónomo; y así se definieron a sí mismos e interactuaron construyendo la novela. Los cuestionamientos surgían como agua de manantial, con vehemencia, agudeza y, por sobre todo, crudeza en extremo. ¡Un cuestionamiento a mi propia forma de vida! Mientras el doctor Palacios asediaba a la pobre Anabel (capítulo “Planteamientos en torbellino”) mi sorpresa y temor crecían en forma acelerada: “¿Cómo llegaría a responder a esto?” me pregunté. Y es que aún tenía la esperanza de encontrar la salida dentro de la misma vida religiosa…
La de-construcción del mundo religioso, operada en el “Ni siquiera puede ser buena”, es absoluta y radical, puesto que se confronta dicho “ethos” con sus propios principios, sus propias bases, que son el decir de Dios (profecía) y la libertad para amar al prójimo (servicio).
¿Cómo aparece la idea de encarnar siete mujeres (las más de ellas hostiles a la religión) para elaborar la re-construcción de lo destruido? Supongo que el cuestionamiento sobre la relevancia de una vida lejana al común de la gente continuó subyaciendo en el fondo de mi angustiante experiencia. Así viene a la luz Mariana, con su sexualidad anulada en los lares de la culpa y el desamor; así Faviana, la prostituta que da la vida por salvar a su hija; así Alejandra, para quien su persona vale sí y sólo sí pertenece a la alta clase social, y en ello aniquila su dignidad de mujer; así Constanza, quien instrumentaliza su sexualidad como modo de conseguir un buen nivel económico, ahogándose en la soledad; así Marta, una pobre portera (más que portera pobre) que simplifica lo bueno y malo de la existencia a disponer o no de dinero; así Roxana, la adolescente que deambula errante por entre la vida y la muerte en sus tantos intentos de suicidio; así Visitación, una pobre monja (aunque no monja pobre) víctima de una deformada imagen de Dios, proyección de sutiles defectos humanos…  A través de estas historias (que representan el cuerpo de la novela) el tema central pasa de ser religioso a profundamente humano y existencial. Es por ello que en los informes de lectura de especialista se sugiere  la categoría de “autoayuda”.
Sin embargo este viraje hace a la unidad fundamental de la historia: Anabel cuestiona desde su vida religiosa en crisis al propio Dios: “¿Existes? Y si lo haces ¿dónde estás? ¿Qué piensas de todo esto? ¿Qué dices sobre ti mismo?” Y Dios responde desde el subjetivo mundo herido de los seres humanos: “Lo que pienses sobre mí siempre será proyección de tu propia mentalidad… no me encierres en un concepto, más bien conóceme por mi acción y mi pasión, que es la sanación de lo humano, la felicidad y bienestar concreto de todas y cada una de las personas. Lo bueno es lo que hace bien, y ahí Yo estoy”.

Actualmente, tal vez por el mismo proceso de Anabel, me encuentro casada, con dos hermosos retoñitos; trabajo en la docencia, adquiriendo la valiosa experiencia de ser empleada donde antes fue empleadora: un “viaje social” descendente, plagado de enseñanzas que quiero compartir, sin la presunción de haber “hallado la verdad”, sino sólo presentar mis certezas.

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